Bianca Santucho vive en la Aldea San Francisco, en la localidad de Diamante, en Entre Ríos; su papá trabaja en una granja de pollos y necesita tener Internet para seguir estudiando
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Bianca Santucho se trepa al árbol que está al fondo de su casa buscando algo de sombra. Se sube a una rama grande y la usa de tobogán para balancearse. A su lado, su chivo Beto la mira con ojos desorbitados. La chiva Kansu, que tiene una pata y media porque una se le infectó y hubo que cortarla, también la acompaña desde el pasto en su aventura. Desde que empezó la cuarentena los animales y la naturaleza son sus únicos amigos.
Vive con su familia en la Aldea San Francisco, una zona rural en la localidad de Diamante, en Entre Ríos, de solo diez casas y no tiene con quien jugar. “No hay casas alrededor. Solo la casa del vecino y para allá está la escuela. Es como un cuadradito”, explica Bianca con sus 8 años. En esos pocos metros solo hay lugar para una iglesia, una carnicería y una escuela. No hay plaza para los chicos ni espacios recreativos. El resto es todo campo.
Su mamá, Mariela Bahl, cuenta que Bianca disfruta mucho de pintar, andar en bicicleta y jugar con el barro cuando llueve con las botas de su papá. Además, es la encargada de cuidar y alimentar a las ovejas, los chivos, los pajaritos, los perros, los gatos y los conejos de su granja.
“Me gusta estar con los bichos, subirme a los techos de los galpones, de los silos y de las chanchas de gas. Amo abrazar a los animales y que ellos me abracen a mí. Ellos me hacen compañía cuando estoy sola o aburrida. Ya que no puedo ver a mis amigas en la escuela, estoy con los perros”, dice esta niña rubia de 10 años vestida con remera de Boca, jean y ojotas tipo Crocs.
Gran parte de su ropa la hereda de su hermana y también de “la seño Erika” (Erika Markovich, su maestra) que le regala la de su hija que ya no le entra más. “La otra vez me dio unas zapatillas re copadas, de todos colores, como un arco iris y una remera de puros brillitos”, dice emocionada.
Su papá, Ramón Santucho, trabaja día y noche en una granja de pollos y su casa está en el mismo predio, para que él pueda estar permanentemente ocupándose de los 70.000 pollitos que necesitan comer y tomar agua. “Ellos toman agua con alimento y medicamentos. Es un polvito en el líquido. Lo preparás con un poquito de agua del bidón y eso lo prendés y va pasando por los caños a todos lados. Y los pollos picotean lo plateado y toman agua”, explica Bianca con mucho detalle. Los pollitos están distribuidos en tres inmensos galpones de chapa y Bianca, su mamá y su hermana Sofía de 14 años, tienen encargadas algunas tareas.
Sin Internet
En la casa de Bianca no hay Wifi. Y eso hizo que le resultara muy complicado continuar con sus estudios durante el año pasado. En la escuela pusieron una antena Prisma pero la señal no llega hasta su casa. Su familia averiguó cuánto les salía poner una en su casa y era alrededor de $22.000. Una cifra imposible para ellos.
“Fue difícil porque no podíamos hablar por videollamada, solo por llamada común. Pude hacer todos los deberes. Lo que no entendía iba a hacerlo una vez por semana a la escuela”, cuenta Bianca.
Las calles de tierra y las distancias hacen más complejo poder sostener una secundaria que queda a 15 kilómetros. Sus padres se esfuerzan para que sus hijas estudien porque ellos no tuvieron esa oportunidad. Su mamá hizo hasta 6to grado y su papá hasta 2do grado.
“Eramos pobres y mis papás se separaron. Lo que más quiero es que terminen la secundaria y después busquen un trabajo. Porque ahora si no tenés la secundaria no podes hacer nada. Si tenés la oportunidad de estudiar, tenés que estudiar”, dice convencida su mamá. Ramón explica que la vida les cambió en un 99% con la pandemia y que él tuvo que empezar a ser maestro sin estar preparado: “el otro día le decía a mi hija que yo prácticamente estoy volviendo a hacer la secundaria con ella. Hay cosas que yo no entiendo y me cuesta encontrarle el sentido. Uno no tuvo la oportunidad de tener un secundario”.
Bianca va a la escuela Nro 7 Nicolás Rodríguez Peña que le queda a un par de cuadras. Algunas veces va en moto o caminando y en invierno se moja toda con el rocío. Otras su mamá le pide a Erika que se la cruce y vuelve sola.
Hasta el año pasado su mamá era empleada doméstica pero por problemas en la vista tuvo que dejar. Bianca también tiene problemas en la vista. Tanto, que todavía no sabe leer y escribir y eso hace que esté atrasada en la escuela. Recién hace dos meses sus padres le pudieron conseguir los anteojos que necesita para poder ver bien las letras y los números.
“Yo tengo 12% en un ojo. De uno veo y con el otro no. Antes veía todo borroso. Me empezó a doler la cabeza. Tenía que agrandar todo porque sino no veía. Mientras no tenía los míos, usaba los anteojos de mi mamá”, cuenta. Abre el estuche de sus anteojos rosas y se los prueba para mostrar cómo le quedan. “Los voy a guardar porque valen $5000 y tengo que cuidarlos”, agrega con una sonrisa.
Su sueño: viajar por el mundo
Lo que más le gusta en el mundo a Bianca es comer y cocinar. Por eso cuando sea grande quiere ser repostera. “Veo un programa en la tele que se llama Cupcake World en los que tienen que hacer exhibiciones para hacer cupcakes y uno siempre gana. Yo sé hacer hamburguesas, torta frita y la salsa de la pizza. Yo tengo que ayudar con la cocina porque mis papás trabajan. También puedo hacer helado. Hacés un licuado, lo ponés en un platito o vasito y lo ponés en el freezer”, dice mientras revuelve en el aire con la mano.
Pero su mayor sueño es otro: poder viajar por el mundo, subirse a un avión y conocer la playa. “Estás al sol y podés meterte al agua. También quiero conocer Corea del Sur porque hay un parque gigante de diversiones. Hay una montaña rusa y tiene autitos chocadores”, cuenta.
Durante la cuarentena estaba todo el día buscando actividades para entretenerse pero tenía la mayor parte de las cosas rotas. Su juguete preferido es una caja registradora pero le falta una pila.
“Me aburro mucho porque no tengo pelota de fútbol, de basquet y de voley. Tengo una raqueta de tenis pero la pelota se me quedó en el techo. Me gustan todos los deportes pero no tenemos un club cerca”, detalla Bianca, mientras muestra unos libros con mandalas a medio terminar.
La casa en la que viven es del patrón de la granja y ellos pueden quedarse ahí mientras su papá trabaje con los pollos. Es una casa de material chiquita pero bien equipada. Está la cocina, el comedor, un baño, el cuarto de sus padres y Bianca comparte su cuarto con Sofía.
“La cama no la hago, la dejo como está. Lo que más necesito es un colchón nuevo para que no se me claven los alambres en la espalda”, dice mientras muestra su colchón maltrecho.
El sueño de sus padres es poder algún día tener una casa propia. Con la plata de una indemnización que cobraron por un accidente laboral de su papá, lograron comprar un terreno. Ahora el próximo paso, es ahorrar para poder construir.
Lo que más valoran los Santucho es la tranquilidad a la hora de criar a sus hijas y la vida sana que pueden hacer. Para Ramón es muy importante que sus hijas aprendan valores y sean respetuosas con los animales. “Me gusta que ellas tengan amor por los animales porque sino terminan abandonados. Y ellos son seres vivos y tienen los mismos derechos que nosotros. Por eso estamos destruyendo el planeta como lo estamos haciendo”, dice.
Bianca tiene muchas ganas ganas de volver al colegio. Su mochila roja ya está preparada con todos los cuadernos, la regla, la cartuchera, un cuaderno de la psicopedagoga y las carpetas para Lengua y Matemáticas. Si el día de mañana quisiera seguir una carrera universitaria, tendría que irse a vivir Paraná, que queda a 50 kilómetros. “Si tengo que irme lejos de mi mamá o de mi papá para estudiar, no voy. Y si voy, me los llevo”, resume con ternura.
Ramón se levanta todos los días para trabajar honradamente y darle así un futuro a sus hijas. “Yo quiero que ellas tengan una carrera o un trabajo. Si no se les puede pagar un estudio, harán un curso y después tendrán que trabajar. Mi sueño es darles un techo. Y si ellas eligen estudiar una carrera, que la elijan y poder dárselo”, concluye.
CÓMO AYUDAR
- Las personas que quieran ayudar a Bianca a comprar un colchón o a poner Internet, pueden comunicarse con su maestra Erika Markovich al +549-3434-638829.