Del monte formoseño a estudiar en Buenos Aires: perdió a su hijo por una neumonía y gracias a una nota en LA NACION, mucha gente la apoyó para seguir enfermería
Mauricia Navarrete tiene 24 años y nunca se imaginó esta oportunidad; su historia se visibilizó, la Universidad Austral le dio una beca y en febrero rinde los exámenes del curso de ingreso
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“Siempre me cuesta entrar a la clase”, dice Mauricia Navarrete con el último resto de timidez que le queda, sentada frente a la computadora en La Matanza, en el conurbano bonaerense. Tiene 24 años, está haciendo de forma virtual el curso de ingreso a la carrera de la Enfermería en la Universidad Austral y toma apuntes sin parar. “Profe, discúlpeme. Recién entro. Estoy bien ya”, agrega con los auriculares puestos.
Atrás quedaron el rancho precario en su Ingeniero Juárez natal en Formosa, el piso de tierra, la infancia dolorosa en la comunidad Wichí Nuevo Asentamiento Barrio Curtiembre, la trágica muerte de su hijo Matías de dos años producto de una neumonía, la discriminación cotidiana y la falta de oportunidades.
Gracias a una nota publicada en LA NACION sobre esta joven y su sueño de mudarse a una ciudad a estudiar enfermería para que ningún otro chico tenga que pasar lo mismo que su hijo, muchas personas se sumaron a acompañarla. Además, la Universidad Austral le dio una beca y la ONG Ayuda a Pueblos Originarios le consiguió una familia que la recibiera en Buenos Aires.
HAMBRE DE FUTURO conoció a Mauricia en marzo de este año, cuando fue a visitar a su comunidad en Formosa. Ahí estaba ella cargando un balde de agua de la canilla que da a la calle para poder lavar la ropa. No tenía trabajo y se las rebuscaba con su pareja para sobrevivir. Todavía se estaba recuperando de haber perdido a su hijo y mostraba el único juguete que guardaba suyo, un oso de peluche.
“Como ya les conté, en Juárez tuve ese bebé que no atendieron y mi sueño era estudiar enfermería porque allá en el hospital le dan la espalda a las comunidades. Tuve problemas porque mucha gente me decía que no lo iba a lograr pero mi mamá y mi papá me alentaron a que me viniera a Buenos Aires”, dice vestida con jean, remera violeta y zapatillas blancas.
Mauricia habla más fluido y se traba menos. Ahora mira a los ojos. Sabe que lo que tiene para decir importa. Que son muchos los que están apostando por ella. Que su historia vale. Y que puede ser la punta de lanza para muchos otros jóvenes como ella que tienen ganas de salir al mundo.
“Esto no era posible”
“Nunca en la vida pensé que iba a poder estar acá. Ni siquiera lo soñaba. No era posible”, cuenta Mauricia. Recién en agosto se instaló en la casa de Gabriela Faría, la secretaria de la ONG Ayuda a Pueblos Originarios, que comparte con su marido. El cuarto que antes ocupaba su hija estaba libre y decidieron que lo mejor que podían hacer era ofrecérselo a ella.
“Siempre hice cosas sociales. Hace 8 años que doy de comer a personas en situación de calle y siempre me interesó el tema de los pueblos originarios. Y cuando dejé de trabajar y tenía más tiempo libre para viajar, encontré a las ONG Ayuda a Pueblos Originarios en las redes sociales y ese fue mi comienzo. Cuando surgió lo de Mauricia, hablé con mi marido porque siempre nos gusta dar una mano. Si uno no le da oportunidades a la gente es imposible que ellos puedan cumplir sus sueños”, cuenta Faría.
No eran dos completas desconocidas. Faría ya había viajado con la ONG a la Comunidad Nuevo Asentamiento Barrio Curtiembre y había interactuado con Mauricia. Pero vivir juntas y acompañarla a atravesar el choque cultural de venirse a vivir al cemento, era un desafío enorme.
“Mauricia pudo vencer muchas batallas como el miedo al desarraigo, el miedo a salir de su comunidad y la resiliencia de haber perdido un hijo. Cuando llegó a Buenos Aires no hablaba con nadie y estaba a la defensiva. Y hoy siente que se lleva el mundo por delante. Lo que trabajamos con Gaby es que nunca pierda su identidad ni sus raíces. Hay que ser agradecido con el lugar de dónde uno viene”, asegura Nicolás Fariña, presidente a Ayuda a Pueblos Originarios, que tiene una historia similar a la de Mauricia. Nació en Ingeniero Juárez, gracias a muchas voluntades pudo estudiar abogacía y hoy ayuda a que otros jóvenes de contextos vulnerables puedan ser profesionales. “La base de todo y lo que nos forja como personas es la educación. Esto es lo que siempre soñé”, agrega.
De mirar al piso a mirar a los ojos
Lo que más le costó a Mauricia fue aprender a interactuar con otras personas que no fueran de su familia ni de su comunidad. Perder el miedo. “Cuando me hablan otras mujeres no tengo problema pero cuando me hablan los hombres, se me cierra la garganta”, le decía los primeros días a Gaby. “Cuando llegó ella agachaba la cabeza cuando uno hablaba y yo le decía que tenía que levantar la cabeza y mirar a los ojos porque todos somos iguales. Ellos son más para adentro”, agrega Gaby.
A Mauricia le habían dicho muchas cosas negativas sobre cómo era Buenos Aires, pero sobertodo, que tenía que tener cuidado de la gente. “Lo que me daba más miedos son las noticias, lo que pasan de los delincuentes y cuando vine acá me cambió la idea y fui conociendo”, señala Mauricia.
Vivir en otra casa con más comodidades también fue un proceso que llevó su tiempo. Ahora tiene una ducha caliente, aprendió a usar el lavarropas, la hornalla a gas y tiene acceso a la tecnología. “Acá las cosas están mucho más avanzadas y en mi comunidad casi no hay desarrollo económico. Acá tengo celular, los apuntes, una computadora y la ropa que en la comunidad no tenía”, agrega Mauricia, que en Buenos Aires probó muchas comidas por primera vez.
Todos se tuvieron que ir adaptando. Gaby y su familia adoptaron a Mauricia como un miembro más y también aprendieron de ella. “Ella para hacerse un te allá tiene que ir a cortar la leña, prender el fuego y acá es ir y prender la hornalla y ya está. Uno de los primeros días hice tarta y ella nunca había comido eso. Y me decía “qué rico esto, nunca lo probé”. Y cosas que para uno son cotidianas, para ellas eran nuevas. La llevamos a conocer el mar y eso la puso muy contenta”, cuenta Gaby.
Brecha educativa
La brecha educativa era otro de los obstáculos a vencer. La lengua materna de Mauricia es el Wichí y el castellano lo maneja a medias. Muchas de las palabras que empezó a leer en los apuntes no las conocía y las tenía que buscar en el diccionario. “Para ella es doble trabajo comprender algunos términos”, dice Gaby.
Los días son levantarse y ponerse a leer. Está enfocada únicamente en el estudio. En el curso de ingreso hizo dos materias: Introducción a la Vida Académica e Introducción a la Enfermería. Y si bien era virtual, tuvo que ir dos veces al campus en Pilar. “Cuando llegué allá me sorprendí porque nunca en la vida había pisado un lugar así. Me enseñaron cómo cuidar a los bebés prematuros, cómo pesarlos, y a los pacientes en general. Ya conocí a algunos de mis compañeros y estamos haciendo grupos de estudios para unos trabajos que tenemos que entregar”, agrega Mauricia.
En el primer intento de rendir para el curso de ingreso en diciembre, Mauricia no aprobó pero no baja los brazos. Se va a ir a pasar las fiestas con su familia a Formosa y en febrero va a volver a dar el examen para arrancar la carrera e instalarse a vivir en el campus en Pilar. “Mi sueño es seguir estudiando para ayudar a los demás y a mi comunidad. Me gustaría volver allá a ayudar a los niños y los adultos porque allá no nos quieren atender, nos maltratan y nos discriminan. Hay muchos que no entienden el castellano”, concluye Mauricia.
Para Gaby, los cambios en Mauricia son notorios: “Camina más desenvuelta, más segura de a dónde va y a dónde quiere llegar. Nada que ver con la Mauricia que llegó”, relata.
Dar oportunidades
“Hay que dar oportunidades sino no podemos hablar de mérito”, repite Gaby como un mantra. Y agrega: “La apuesta tiene que ser la educación. Esto es algo que a ellos les va a quedar, son herramientas para que se pueda defender en la vida. Mauricia estando acá aprendió que tiene derechos y eso está bueno, porque ya sabe que hay muchas cosas que no las tiene que permitir. Y eso se lo da el estudio y el estar en contacto con otro tipo de gente que le dice “vos podés””, asegura.
La ONG ya acompañó a varios jóvenes a través de sus estudios y en este momento está apadrinando a Mauricia y a Estefanía a estudiar Enfermería, y a Antonio y a Estefanía a ser abogados.
“Mauri es el futuro. No queremos quedarnos solamente en ella sino que haya muchas más Mauricias. La función que tiene la ONG hoy más allá de llevar donaciones a las comunidades, es dar capacitaciones para que los chicos vean que a través del estudio ellos puedan adquirir las herramientas para después tener un futuro. Ese es el camino”, agrega Fariña.
Para Gaby, la apuesta es que Mauricia pueda incentivar a otros jóvenes de la comunidad. “Que vean que se puede, que sí hay un futuro y algo distinto a lo que viven en su comunidad. Y que si ella pudo hacerlo, ellos también pueden. Y que acá hay gente buena y con ganas de ayudarlos a que ellos crezcan”, concluye.
COMO AYUDAR
Las personas que quieran apoyar a Mauricia en sus estudios o a otros chicos pueden comunicarse con Nicolás Fariña de la ONG Ayuda a Pueblos Originarios al +54 9 11 5879-4455.
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