Construir futuro: a través del arte combaten la desesperanza y las adicciones en los jóvenes Wichí de Formosa
La organización APCD, junto a otros actores de la comunidad Tres Pozos, en Las Lomitas, llenaron el tiempo libre de los adolescentes con murga, murales y talleres de tallado de madera para reforzar su identidad y cultura
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“Estuve tres años atado”, dice Reynaldo Díaz sobre esos cerca de mil días de su adolescencia en los que su mundo giraba alrededor de consumir algo que le “pegara rápido”. “Lo primero que empecé a tomar fue el alcohol etílico rebajado con agua porque era lo más barato que había. Lo que rendía más”, dice este joven de 28 años que nació en la comunidad Tres Pozos en Formosa y a los 6 años se mudó a la comunidad Lote 27, más cerca del pueblo de Las Lomitas.
Ese pasaje de lo rural a lo urbano, la crisis de la adolescencia, los dilemas de su identidad originaria y los problemas familiares fueron un coctel demasiado fuerte de digerir. Reynaldo no era el único. Hace 10 años, muchos adolescentes Wichí empezaron a aparecer tirados en el piso de la comunidad Tres Pozos por problemas de consumo de alcohol y drogas.
En los contextos de pobreza, las opciones más accesibles son inhalar nafta, tomar alcohol puro que se compra en la farmacia o en el almacén y consumir paco. La marihuana es demasiado cara. Más allá de la situación personal de cada uno, había un sentimiento de desesperanza que los envolvía a todos: no tenían nada para hacer.
“Muchas veces tiene que ver con falta de proyectos y de comunicación con los padres. Hay chicos que no terminan la secundaria y los que terminan, se quedan sin hacer nada. Es solo esperar. Y otros que dicen para qué voy a terminar la secundaria si no voy a tener un trabajo seguro”, afirma Reynaldo. Y es que la realidad de las comunidades originarias en Formosa es muy cruda: no hay trabajo. Algunas familias cobran planes sociales, otras crían animales y los menos son empleados públicos como docentes o enfermeros.
“La falta de oportunidades los jóvenes la perciben, la sienten y la viven. Y eso lleva a un montón de otros desatinos en la vida cotidiana como los consumos problemáticos de alcohol, de drogas y de pantallas que acarrean problemas internos y externos”, dice Gustavo Nuñez, referente en el área de jóvenes de la Asociación para la Promoción de la Cultura y el Desarrollo (APCD).
Lo más difícil para ellos es superar la perspectiva de tener demasiado tiempo libre sin ninguna meta a cumplir. “En el mejor de los casos, toman tereré a la sombra. Como no tienen con qué llenar sus horas, eso va llevando a que el tereré se transforme en un vino, en algo para fumar o para inhalar. No digo que todos los jóvenes que salen del secundario y no estudian, caigan en cuestiones de consumo. Estamos hablando del peor de los casos. También hay chicos que no pueden continuar con sus estudios o trabajar, que se dedican a la caza y al monte. Pero las oportunidades para desarrollarse son muy chiquitas, el horizonte es muy corto. Y es muy corta la posibilidad de poder liberarse de un montón de cadenas que te trae la falta de oportunidades”, explica Nuñez.
La apuesta de APCD es justamente darles opciones para que estos chicos tengan en qué ocupar sus momentos de ocio vinculadas con la música, el arte, la danza o la pintura, a través de un proyecto que llamaron ELE que en Wichí significa loro, por la capacidad que le dan a este pájaro de aprender y asimilar conocimientos.
“Estamos convencidos de que el arte ayuda a canalizar la energía creativa y también a darles oficios. Queremos que a través de la expresión puedan encontrar respuestas y sientan que pueden aportar a la sociedad. El arte es un mimo al alma de la persona y así puede expresar las cosas más lindas de la cultura”, agrega Nuñez.
También brindan diferentes capacitaciones en articulación con la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (Sedronar).
Las marcas del racismo
El racismo fue un factor determinante en la vida de Reynaldo y de los jóvenes originarios, que sufren cotidianamente todo tipo de abusos y falta de derechos. A estas vulneraciones, hay que sumarle el vivir en comunidades en donde no tiene acceso a bienes y servicios básicos como una educación de calidad o caminos asfaltados. “Recibimos mucho desprecio y maltrato de las instituciones. Uno no entiende por qué es rechazado por ser diferente o por venir de una cultura distinta. Por eso, uno al ser chico tiende a retroceder y a no encontrar una salida”, afirma Reynaldo.
Pablo Chianetta, asesor técnico de APCD, refuerza esta dificultad de poder desarrollar el camino de la propia culturalidad Wichí, sobre todo en una sociedad que los estigmatiza. “Muchas veces no le encuentran sentido a conservar su idioma o sus costumbres. Porque cuando hablan en su idioma, los del otro lado se ríen, se burlan, les dicen indios de mierda o matacos olorosos. Los jóvenes son contracorriente y queremos que digan lo que no les gusta, y que también puedan encontrar lo que les gusta. Sobretodo los chicos de contextos rurales”, dice.
Para Nuñez es tan contundente el impacto que tiene el racismo en los jóvenes que muchas veces es hasta más nocivo que tomar una botella de alcohol. “La sociedad les deja muy en claro cuál es el lugar que les asigna la cultura ganadora. El consumo constante de que soy una porquería, de que soy lo más bajo de la sociedad, de que no tengo nada bueno para aportar, lleva a la persona a un estado de dolor y de sufrimiento en el que todo le da lo mismo”, afirma.
Por eso el pedido de ayuda vino desde la propia comunidad. Fueron los dirigentes los que levantaron la mano para empezar a pensar respuestas a este nuevo flagelo desconocido para ellos. Así se lo plantearon a APCD, una organización que no estaba orientada en problemáticas juveniles pero que decidió empezar a especializarse para asumir este desafío. “Queremos aportar nuestro granito de arena y por eso tenemos psicólogos, educadores, músicos y profesores de arte para encarar esta problemática desde su propia cosmovisión y aportar una nueva esperanza”, dice Chianetta.
Y de a poco fueron surgiendo los espacios de murga, de tallado de madera, de murales para que los adolescentes y jóvenes pudieran desplegar sus talentos y honrar su cultura desde una imagen positiva. Este proceso, por ejemplo, llevó a que los jóvenes Wichí irrumpieran en los carnavales y estuvieran presentes en el Encuentro Nacional de Muralismo en El Colorado.
“Junto con la comisión de la iglesia y de la escuela fuimos buscando formas para frenar las adicciones. Y también estuvimos trabajando con los equipos de APCD que nos asesoran sobre cuál era la mejor forma de abordarlo”, señala Juan González, dirigente de la comunidad Campo Tres Pozos, ubicada a 36 kilómetros de Las Lomitas y en la que viven 97 familias.
Apuesta por el arte y la educación
La primera vez que Reynaldo probó el alcohol reconoce que fue para hacerse ver, para sentirse grande, para que lo respetaran. “A los 16 o 17 años, ya me di cuenta de que no podía salir. Comprar vino era como ir a comprar pan en la esquina. Tengo compañeros que fallecieron por cirrosis antes de los 18 años. Eso me llevó a pensar que el camino en el que estaba no era el correcto y que tenía que buscar otra manera de seguir”, dice este joven que había abandonado la secundaria en 3er año y no tenía un proyecto de vida.
La apuesta de APCD es que los jóvenes puedan proyectar su futuro, que terminen sus estudios, consigan un trabajo y puedan formar una familia. Por eso también hay un equipo que acompaña a aquellos que quieren seguir una carrera terciaria. Alejandra Armagnague es una de las docentes que los ayuda en este pasaje, achicando no solo la brecha educativa sino también cultural.
“Una de las dificultades más grandes que tienen es entender la lógica de funcionamiento de un nivel superior, el tema de los exámenes, el ritmo de trabajo, la asistencia, el tema de la regularización de materias. Ellos son hablantes de una lengua y están aprendiendo en otra lengua, y eso implica todo un conocimiento técnico en una lengua que para ellos es extranjera y vamos haciendo un acompañamiento en ese sentido para mejorar el rendimiento”, explica. Ya dos estudiantes que están en sus últimos pasos para recibirse y cuatro recién están arrancando y son los primeros en su familia en llegar el nivel superior. “Para nosotros es una alegría saber que ellos pueden llegar a ser maestros en sus propias comunidades”, agrega Armagnague.
El golpe de perder a dos grandes amigos fue un cachetazo en la vida de Reynaldo. Juan Marcos, un amigo que se había ido a vivir a San Luis, volvió a la comunidad y fue un gran sostén para él. “Me contó que había visto otras cosas y que sabía que podíamos lograr lo que quisiéramos. Me aconsejaba que tenía que seguir estudiando, de a poco me fui alejando de los malos amigos, me llevó a conocer a ciertas personas evangélicas y pude recibir la ayuda de soltar el vicio”, recuerda Reynaldo, al que ayudaron a que viajara a Rosario a una institución privada para terminar el secundario.
Cuando volvió a Las Lomitas ya tenía una mirada distinta y ganas de generar un impacto positivo en su comunidad. Lo primero que hizo fue reconciliarse con sus padres y recuperar su familia. Después se puso en contacto con APCD, le enseñaron a usar una computadora, lo capacitaron y el año pasado se recibió de acompañante terapéutico en la ciudad de Córdoba. “Fue algo muy lindo poder ayudar a pibes en su preadolescencia para que puedan entender las situaciones que atraviesan. Actualmente hago ese trabajo en una comunidad Wichi que se llama Pozo del Mortero con una institución evangélica que me está dando muchas herramientas para ayudar a los chicos a proyectarse con un futuro mejor”, agrega Reynaldo, que tiene dos hijos (uno de 8 y otro de 4 años) y cuyo próximo proyecto es estudiar enfermería.
Los jóvenes de la comunidad Tres Pozos pudieron empezar a sanar heridas a través del arte. “Son heridas que tienen que ver con el racismo, con sentirse el último orejón del tarro. Y eso hace que quieran más y que sepan que se merecen y tienen derecho a más. Tenemos chicos que están terminando sus estudios terciarios. Algunos dicen ´el estudio no es lo mío´ pero se quieren capacitar en lo que están haciendo como la apicultura, electricidad, carpintería o la molienda de algarroba. Y los chicos quieren ir por más”, concluye Nuñez.