Comer y estudiar en la cama: en la pieza que comparten con sus papás no tienen mesa y se las arreglan con una sola silla
Luz (9) y Leandro Gabriel (6) Santillán viven en el barrio El Magisterio en la ciudad de Catamarca sin lugar para nada; “no es lo más estético pero el pobre vive así”, dice Leandro, su papá
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CATAMARCA.- Son las 12 del mediodía y su mamá, Mirtha, empieza a preparar unos fideos con salsa de tomate en una pieza que alquilan en el barrio El Magisterio en las afueras de la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca. La cocina, las tres camas y algunos estantes improvisados son todos los muebles con los que cuenta la familia. No tienen mesa. Y se las arreglan con una sola silla.
Por eso, Luz (9) y Leandro Gabriel (6) Santillán se acomodan sobre la cama para dibujar, hacer la tarea o sentarse a almorzar. Leandro apoya el plato en la silla y Luz sobre la mesada que tiene como patas unas cajas de cartón apiladas. “Si pudiera pedir tres deseos serían la salud de mi familia, una casa grande y el bienestar de todos. La casa quiero que tenga un patio, una cocina grande, cuartos y mucho lugar. Mi cuarto lo decoraría con mandalas y arte abstracto. Me gusta mucho dibujar”, cuenta esta niña en el único ambiente de la casa, que funciona como habitación para sus cuatro integrantes, cocina y comedor.
Antes los hermanos compartían la cama y ahora duermen en cuchetas separadas. “Mi cama es esta de abajo. Mi hermana estaba jugando con una amiga que se llama Ana y mis papás me dejaron elegir. Yo elegí la de abajo porque sino me caía. Cuando compartíamos la cama yo dormía incómodo porque ella usaba todo ese espacio y yo me quedaba solo con este espacio chiquito”, recuerda Leandro Gabriel.
Quedarse en la calle
Hace dos años los Santillán dejaron su casa de Santa Fe capital en la que siempre habían vivido. Vendieron todas sus pertenencias para trasladarse a Catamarca y así poder estar cerca de la familia. “Nos mudamos porque mi abuela estaba enferma y necesitaba ayuda de mi mamá. Extraño a Bingo que era nuestro perro. Fuimos comprando las cosas de a poquito. De a poquito, de a poquito se llena el tarrito”, dice Gabriel haciéndose el gracioso.
Por diferentes conflictos familiares, los Santillán se quedaron en la calle. Para salir de la emergencia, alquilaron una pieza con un baño. Leandro, su papá, enumera algunas de las dificultades de vivir todos juntos amontonados. “Siempre estás viendo de no molestar al otro. Capaz vos querés descansar y hay otro haciendo ruido. Yo me vine con un bolsito de ropa y con la plata en la mano. Todas mis cosas materiales las vendí”, cuenta con tristeza. Todo lo que tienen ahora, lo fueron comprando con trabajo y esfuerzo: la cocina, la heladera, la cama. “Tengo que conseguir una mesa y sillas para comer y para que los chicos puedan estudiar. Y también un roperito. No es lo más estético pero el pobre vive así”, dice Leandro conmovido.
Durante la mañana, los chicos armaron una especie de partido de fútbol con unos cuadrados de gomaespuma. No tienen pelota. Les gusta jugar a la mancha, a las figuritas y Leandro es un fanático de las canicas y los bolillones. “La mayoría están rotos de tanto darles entre ellos y con el cemento. En los lugares de tierra es mejor. Se puede hacer el opi para jugar”, cuenta Leandro Gabriel.
No conseguir trabajo estable
En Santa Fe su papá trabajaba en blanco como empleado de comercio. En Catamarca tuvo que volver a empezar y si bien se las rebusca haciendo changas, nunca volvió a conseguir un empleo estable. “Me tengo que anotar para los módulos de alimento y de ropa que reparte la provincia. Ya me dieron una cama más. Hago todo tipo de changas como construcción, limpio terrenos, hago mudanzas, instalo aires acondicionados, me usan para todo. Lo que más necesito es una vivienda propia”, dice con la esperanza de conseguir algo a largo plazo.
Una vez que terminaron de almorzar, cada uno se abriga, agarra su mochila y salen caminando con su papá hasta la parada del colectivo que los lleva a la escuela. “Ya sé leer y escribir. Tengo la letra grande y también estoy aprendiendo a hacerla chiquita. Mi materia preferida es tecnología. Ahí me hacen estudiar mucho. Aprendo de qué están hechos los guantes, las gorras y que las tazas están hechas de vidrios. Cuando tengo energía me encanta estudiar pero cuando estoy en la casa a la noche estudiando me canso”, dice Leandro Gabriel.
A los Santillán les cuesta llegar a fin de mes. La familia se mantiene con la Asignación Universal Por Hijo (AUH), los trabajitos que consigue su papá y los comedores a los que van. “Hoy 1000 pesos desaparecen en medio día. Y si sigue aumentando todo nosé qué voy a hacer. Carne, pollo, huevos y lácteos tuvimos que dejar de comprar que es lo primordial para la salud. Eso casi no se ve”, cuenta Leandro angustiado.
Retirar la comida del comedor
A principio de año empezaron a ir de lunes a viernes al Comedor Gauchito Gil que lidera María Rivero. Eso les asegura una o dos comidas al día. “Esa es la comida grande. Cuando ella no da, me obliga a conseguir de donde darle a los chicos. También nos dan el módulo de comida en la escuela por mes que incluye leche, cereales, yogur y azúcar. Es bastante completo”, agrega Leandro.
Por la tarde, los niños van con su papá caminando hasta el Comedor que queda a ocho cuadras para ir a retirar la comida en un recipiente plástico. El menú es guiso de pollo. Esa es la cena. Lo que sobra, lo guardan para el otro día.
Hace 9 años que Rivero empezó dándole la merienda a 20 niños y en la pandemia la cifra subió a 260 comensales, porque también se sumaron los padres y los abuelos. “Cuando la panza ruge, no importa de donde vengas. Acá te vestís o comés. Si tenés que pagar un alquiler, se te complica comer. Antes se podía comer un asado y ahora directamente se come hueso. Hay muchas familias que solo reciben la comida del comedor y después te vienen a pedir pan o azúcar para poder darle la merienda a los chicos. En Catamarca quieren tapar el hambre”, dice Rivero.
Sobre el futuro de sus hijos, Leandro tiene muy en claro que la apuesta es que terminen la secundaria. “Para mí es importante que mis hijos estudien para que no sufran lo que están pasando los papás. Sabiendo leer y escribir y teniendo un título secundario se van a poder defender mucho más que nosotros”, dice.
El sueño de la casa propia
La principal necesidad que tiene hoy su familia es poder tener una vivienda digna. “Estoy anotado para que me salga una vivienda en la municipalidad. Acá demoran entre 10 y 15 años en darte una casa y yo recién empiezo. Mi idea es ir buscando y conseguir un trabajo para que me reditúe semanal o mensualmente”, dice Leandro.
La comida preferida de Luz es el arroz con atún. Le gusta pescar, ama ir a la escuela (está en 4to grado) y extraña todo lo que tuvo que dejar en Santa Fe, especialmente a sus amigos. Todavía no tiene definido que quiere ser cuando sea grade: “estoy indecisa con maestra o cantante. Lo que más me gusta cantar son canciones cortitas de Pimpinella y Reik. También pienso en maestra porque me gusta cuidar niños”, señala.
A Leandro Gabriel, por su parte, lo que más le gusta es jugar a la mancha y su juguete preferido es un perro de peluche que se llama Vainilla. Se sienta en su cama para mostrar una de sus cuadernos del colegio forrado con papel de Spyder Man. Está en 2do grado. “Acá está mi cuaderno de música. Esta es la portada. Acá dibujé un mapa pero no terminé de pintarlo. A veces los dibujos de las personas no me salen tan bien”, cuenta entre risas.
Leandro Gabriel ya quiere ser grande porque su sueño es ser chofer de colectivo o camión. “Yo he visto muchos colectivos. Cuando subo y veo cómo dan vueltas el volante, me dan muchas ganas de manejar”, dice haciendo que tiene un volante imaginario entre las manos. Si pudiera pedir un juguete para él, sería un trencito con vías y barreras para cruzar.
Cuando era adolescente Leandro lo único que quería era crecer para poder hacer su camino. Ahora que ve crecer a sus hijos, añora esa época. “Me arrepiento porque cuando tenía la edad de ellos dos decía “quiero ser grande” para poder irme de mi casa. Hubiese aprovechado al máximo la infancia, no sabía que iba a ser tan duro”, reflexiona.
COMO AYUDAR
Las personas que quieran ayudar a Luz y a Gabriel con donaciones para su casa pueden comunicarse con sus papás al +54 9 3425 38-7725.