Bruno Videla vive en el barrio de Jocolí, en Lavalle, Mendoza junto a sus papás y sus dos hermanos; en su casa se calefaccionan con leña y necesita ropa de abrigo para soportar las bajas temperaturas
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MENDOZA. Es invierno. En el barrio de Jocolí, en Lavalle, Mendoza hace mucho frío. Empieza a caer la tarde y Bruno Videla –11 años– junta fuerzas para encarar la odisea de todos los días: bañarse. No puede hacerlo solo. Necesita que alguien de su familia le de una mano porque el agua es un recurso escaso en la zona. Su hermano Gabriel se levanta, agarra el balde y juntos se dirigen a la parte de atrás de la casa en donde está la manguera. Mientras Bruno se sube por una escalera al techo del baño, Gabriel termina de llenar el balde y se lo acerca para que Bruno pueda cargar el tanque. Un viaje, dos viajes, tres viajes hasta que alcanza el nivel de agua suficiente para una ducha. Espera unos minutos a que el calefón levante la temperatura y se apura a darse un baño rápido para que alcance para todos.
“No es lindo con este clima pero por lo menos tenemos baño. Necesitamos una bomba para poder subir el agua al tanque pero tenemos cosas más urgentes”, dice Carmen Baez, su mamá, mientras recibe un bolsón de comida y artículos de limpieza de Cáritas para poder tirar los últimos días del mes.
La salamandra de la casa de Bruno se mantiene prendida con leña que él mismo va a cortar al fondo de su casa y trae en brazos. “Nos calefaccionamos con una estufa nomás. La leña la buscamos en el campo. Vamos en moto y con el carro, después lo cargamos y volvemos caminando. Es divertido porque podemos venir jugando con las hondas y les tiramos a los pájaros”, dice este adolescente de pelo negro y cara pícara.
Las familias en general trabajan en las viñas, de changas o en las chacras. Omar Videla, el papá de Bruno, es obrero viñatero y su sueldo no les alcanza. Como el suyo es el único ingreso que tienen, Gabriela cuando no está cuidando a sus hijos, sale a hacer alguna changa. “Yo trabajo de lo que sea. Cuando hay chacra me voy con los chicos a trabajar en la cosecha de melón, sandía, zapallo o en limpieza. El año pasado los llevé para que vieran que es mejor estudiar que trabajar la tierra”, agrega Carmen.
Más bolsones de comida
Desde Cáritas Jocolí señalan que durante la pandemia aumentó mucho el número de personas que asistieron con ropa y comida. “Hay momento en que llegamos a llorar por las situaciones de pobreza con las que nos encontramos. Faltan fuentes de trabajo. Muchas familias viven de changas y del trabajo golondrina y en la pandemia se paró mucho eso. Hay muy poca gente asalariada que no tiene otro ingreso que la AUH. Tratamos de llegar a los que más podemos”, explica Gabriela Baez, referente de Cáritas de Jocolí.
La casa de Bruno es de material y tiene techo de chapa. Sus papás duermen con Seilín, su hermano menor, y él en otra habitación junto a Gabriel en una cama cucheta. Tienen luz y el agua la traen de la manguera ubicada en el costado derecho del terreno. “Es horrible. Sale negra. La almacenamos en el balde. Y en el verano no tiene presión”, explica Carmen.
La cocina funciona también como comedor y lugar de estudio. Ahí Bruno se conecta con la escuela para hacer las clases de Matemática, inglés, historia y geografía. “Prefiero estar en la escuela porque allá nos explican mejor que en casa. A veces mi mamá me ayuda a hacer la tarea pero no es lo mismo. Hay días que no tenemos Internet para conectarnos . Antes teníamos un solo celular para los dos”, dice Bruno sobre las dificultades que tuvieron el año pasado para poder sostener su trayectoria escolar.
Sin celular para la escuela
Como él, muchos otros chicos del barrio se vieron con la misma situación: no tener un celular a disposición para seguir las clases virtuales o hacer la tarea. “Hay chicos que no han podido seguir estudiando durante la pandemia. Los padres se quedaron sin trabajo y los chicos se siguen manteniendo con la AUH y si compran comida no pueden cargar el celular para tener datos. Hay familias de ocho hijos que solo tienen dos celulares, y hacen un esfuerzo enorme para que ninguno se quede afuera de la escuela”, señala Baez.
Lo que más le gusta a Bruno es jugar al fútbol tenis con sus hermanos y su mamá, con el teléfono y a las cartas. “Con mi mamá jugamos al Uno, al Chin Chon o a la escoba. Con mi papá al truco. Nos gusta salir a la casa de mi Tata, de mis tíos o al campo. Nos gusta escalar y jugar a la mancha. Vamos con mis padres porque no salimos mucho solos”, explica Bruno, sentado en uno de los troncos del patio de su casa.
Hay música de fondo. Carmen pone la olla con agua en el fuego y empieza a cortar las verduras para hacer un guiso con fideos. “Los chicos no comen en la escuela. Les dan un te con una tortita y están pidiendo que lleven su vaso. Una semana van virtual y otra presencial”, dice esta mujer que pudo terminar la secundaria. A los 18 tuvo a su primer hijo y abandonó su sueño de ser policía. Y agrega: “Yo ahora quiero que mis hijos estudien porque la situación no está para quedarse en la casa sin hacer nada, si hoy no estudiás no sos nadie”.
Desde Cáritas siempre aconsejan a los adolescentes que no abandonen la escuela y hacen lo posible por asistirlos con todo lo necesario. “Hemos encontrado familias con chicos que están en el secundario y tienen que salir a trabajar. Es poco probable que los chicos puedan hacer un terciario. Hacen una poda, surcos, el melón o la sandía. Hacen la changa que les sale”, resume Baez.
Si bien Bruno todavía no tiene definida su vocación, sabe que quiere seguir estudiando. La alternativa de dedicarse al campo no lo convence. “A mi papá a veces lo acompaño a trabajar. No me gusta mucho. Es muy pesado. A veces me golpeo la cara con las ramas y no está bueno”, resume.
Omar trabaja desde los 9 años en la cosecha de uva y de ajo, por eso no pudo terminar la escuela. Tanto esfuerzo físico levantando bolsas de abono, arrancando yuyos y palos o cargando durmientes hicieron estragos en su cuerpo: tiene varias hernias de disco, una cirugía de columna y otra en el pie. “A mi viejo no le alcanzaba y después ya a los 13 años arranqué a trabajar yo solito con otros de mis hermanos. Yo quiero que mis hijos estudien, que elijan algo que les sirva a ellos”, concluye con la esperanza de que ellos puedan tener un futuro mejor.
COMO AYUDAR
Las personas que quieran ayudar a Bruno y a su familia o colaborar con Cáritas pueden:
- comunicarse solo por Whatsapp con Alicia Zera, directora de Cáritas Mendoza al +54 9 2615 37-8453.
- donar directamente en: https://caritas.org.ar/hambredefuturo/