Abrazos entrañables: Tiene 14 años y su mejor plan es ir al campo a ayudar a sus abuelos con los animales y con la leña
Fiorela Marifilo vive en Gastre, Chubut, junto a su familia; ama cuidar a los animales y visitar a sus abuelos en el campo en donde ayuda con las ovejas; su sueño es tener su habitación para llenarla de sus dibujos
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“Sea libre. Vuele con sus angelitos”. “Yo también te quiero”. “El gatito es un alma solitaria, como yo”. “Algún día vamos a ir los dos solitos al campo a recorrer las ovejas. ¿Qué te parece Teo?”. “Agarren un bicho”.
Parece que Fiorela Marifilo habla sola mientras camina por los campos de Gastre. Pero no. Salió a pasear a sus perros Teo y Flecher y va charlando con ellos. Con 13 años, no tiene muchos amigos y lo que más disfruta es estar con los animales. Tiene 5 perros, 3 gatos y un montón de ovejas guachas que cuidar en la casa de su abuelo.
“Estoy yendo al arroyo que antes tenía agua y ahora no. Se secó hace como 3 años. Los perros necesitan su libertad. Como no pueden salir en Gastre, los saco a caminar por el campo. No todos los días, porque a veces no se puede porque tengo escuela. También salgo con los gatos. Me gusta cuando nieva. Y zamarreamos los árboles para que caiga. Igual salgo a caminar. Cuando hace mucho frío mi papá no me deja. Tengo campera abrigada”, explica esta adolescente que vive con sus papás y dos de sus hermanos. Su hermana mayor se fue a estudiar la Tecnicatura en Energías Renovables a Rawson.
Fiorela necesita estar en movimiento. Mientras camina con sus mascotas, aprovecha el silencio para reflexionar sobre las cosas que le preocupan. “Pienso en cómo me va en la escuela, en cómo me va a ir en la prueba de inglés y de lengua, en cuándo voy a ir a lo de mis abuelos”, cuenta. Lo de sus abuelos queda en la comunidad mapuche tehuelche de Taquetren, un par de casas aisladas en el paisaje semidesierto de la meseta chubutense.
Son alrededor de dos horas de viaje. Como a su papá se le rompió la camioneta, hace un mes que no puede ir a verlos y los extraña. “En lo de mis abuelos me levanto, me desayuno, le doy comida a los animales guachos. Si vos dejás algo de comida arriba de la mesa, se lo comen todo”, dice entre risas.
Cuando habla de Fiore, a su mamá Irma Lefimil se le ilumina la cara: “A Fiore lo que más le gusta es andar con los animales, salir a caminar por el campo. Si fuera por ella tendría 20 gatos y perros. Vive para sus animales. Fiore se iría al campo y no volvería más. El tema es que ella no se da con nadie y no sale a jugar. Ahora recién que va a la escuelita bíblica se está empezando a juntar”, cuenta.
Apostar por el campo
Si pudiera elegir, Fiorela siempre prefiere estar en el campo porque ahí encuentra más libertad y animales. Su sueño, cuando sea grande, es convertirse en la primera veterinaria del pueblo. “Me gustaría ser veterinaria porque ellos cuidan a los animalitos. Ahora tengo que capar a mi gato y acá no hay quien lo haga. No me imagino yéndome lejos a una ciudad a estudiar. Me encantaría poder hacerlo acá”, dice y refleja una de las principales problemáticas de los jóvenes de las zonas rurales: una vez que terminan la secundaria, la única opción para seguir estudiando es irse de sus pueblos.
“Fiore es una exponente de los adolescentes y los jóvenes de acá de Gastre. Ella está muy compenetrada con su realidad que es el campo y quiere ser veterinaria. Ella siente y sabe que es necesario tener los pies en la tierra, en las raíces. Ama el campo y es muy importante apoyarla para que pueda estudiar, formarse en la profesión que ella elija, porque sabemos que va a volver acá a desarrollar todo lo que aprendió. Como ella, hay muchos otros chicos que tienen su mismo interés y necesidad”, afirma Sergio Espinoza, fundador de la Fundación El Páramo, que promueve el desarrollo productivo de la zona y mejorar las oportunidades de futuro de los jóvenes.
Todas las mañanas, Fiore va a la escuela hasta el mediodía. El año pasado le entregaron una computadora del programa Juana Manso que usa para estudiar y para jugar en su casa. “Primero me cuesta levantarme, pero una vez que estoy en la escuela ya sí me gusta. A veces salgo más temprano porque los maestros suelen estar de paro. Cuando vuelvo a casa primero me voy con los animales y dejo la tarea para el final. Los sábados voy a una escuelita para hacer tarea, jugamos con mis compañeros y venimos a la cruz del cerro”, resume mientras su mamá Irma empieza a cortar las verduras para el almuerzo. Su papá Nazario trabaja en una estancia y se fue a hacer un trabajo con unos compañeros.
El futuro está en los jóvenes
La dinámica de la familia Marifilo es estar en la semana en Gastre para que Fiorella pueda ir a la escuela y los fines de semana van a la estancia en la que trabaja su papá o a la casa de sus abuelos. “Durante la pandemia estuvimos más que nada en el campo. En el campo de mi abuelo tengo un caballo, gallinas y ovejas. Todavía no se andar a caballo. Una vez anduve en el campo de mi abuelo, pero siempre me acompaña mi papá”, dice.
Si pudiera pedir tres deseos, Fiorela se concentra en mejorar todo lo que la rodea: “poder estar en el campo, que los animales no estén tan tirados y que estemos toda la familia bien”.
Nazario Marifilo, el papá de Fiore, se crió en el campo y no sabe leer, ni escribir. Por eso es muy importante para él que sus hijos estudien. “Fui de grande a la escuela de Paso del Sapo, estaba lejos y no teníamos como llegar. Nosotros no pudimos recibirnos de nada y ojalá ellos sí.”, dice con esperanza. En la casa de su papá, en Taquetren, tiene algunas ovejas y yeguarizos que va a visitar con Fiore. Y agrega: “El invierno en el campo es lindo, frío nomás. Mucha helada y viento. Hace bastante que Fiore no va a la estancia. Se va al campo de lo de mi viejo. Sale a jugar con los guachos, a juntar piedritas y flechas”.
Gastre es un pueblo que cuenta con hospital, escuela hasta nivel secundario y policía. El transporte público pasa una vez por semana y los caminos son muy endebles. “Cuando llueve mucho ya no se puede andar. Acá hay solo atención básica de salud. Si no tenés estudios no conseguís trabajo en ninguna parte”, refuerza Irma.
Para Espinoza, la principal problemática que atraviesan los jóvenes del campo es la falta de oportunidades. “Acá hay un potencial enorme. Los chicos quieren estudiar y para hacerlo tiene que ir a otro lado como Trelew, Rawson o Madryn. A veces tener que instalarse allá si tienen familiares se les hace más fácil y sino, tienen que pagar un alquiler que no todos pueden y terminan volviendo con una sensación de fracaso”, se lamenta.
Sus abuelos, el mejor plan
- Hola abuelito, ¿cómo anda? Soy Fiore. Vine de visita ¿Qué anduvo haciendo hoy?
Fiorela llega a los de sus abuelos, una casa de material que le hizo la provincia en el medio del campo, y lo primero que hace es abrazar a su abuela que sale a recibirla. Su abuelo está sentado en el sillón, al lado de la salamandra y ella se sienta a su lado. Le agarra la mano y le habla fuerte para que la escuche.
“Mis abuelos se llaman Honorio y Joaquina. No sé cuántos años tienen. Más de ochenta. Mi abuelo es sordo y no ve. Sabemos tomar mate juntos, charlar y esas cosas. Salimos a juntar calafate con la abuela para hacer dulce. Tiene dos quintas, una abajo y otra arriba”, dice mientras su abuela se pone a preparar unos mates para compartir.
Ella se queda un rato largo compartiendo las novedades con su abuelo que tiene 83 años y siempre vivió en el campo. Le pide unos cigarrillos que ella le alcanza y después va afuera a darle de comer a las ovejas. “Estas están todas guachas. Ahora les estoy dando galletitas, pero lo que más les gusta es el maíz. Una vuelta probé vacunar a los animales. Es lindo. Les tenés que levantar el cuerito al lado de la pierna y les das ahí”, dice Fiore que le gusta escuchar a distintos payadores en la radio con su papá.
El viento es helado, corta la cara y Fiore no tiene puesta ni una campera. En cuanto se da cuenta de que a sus abuelos les queda poca leña para calefaccionarse, no lo duda: sube hasta donde están los troncos grandes, agarra el hacha y se pone a cortarla en trozos más pequeños para que entren en la salamandra. “No quiero que pasen frío”, dice y sigue con la tarea.
Joaquina no sabe leer ni escribir. Tiene 79 años y se ocupa de todas las tareas de la casa. Hizo los corrales de piedras, le da de comer a los animales y tiene una huerta. Como no tienen señal de teléfono, nunca saben cuándo va a llegar alguien de visita. “Si nos tenemos que comunicar, tiene que venir alguien de Gastre. Sino tenés que ir de a pie hasta Taquetren. Es un montón caminando, voy cortando y llego más pronto. Acá no hay vecinos. Es una tapera. Estamos los dos solos siempre. No, amiga no tengo ni una. Soy solita nomás. No tengo a quien contarle mis problemas”, dice.
Mejorar la casa
La casa de Fiore está bastante bien equipada -el año pasado lograron poner Wifi para que no se atrasara con la escuela- pero duermen todos en la misma habitación y no tienen agua caliente. “Para ducharnos calentamos el agua en el fuentón. Me gustaría poder tener mi propia habitación para poder decorarla con mis dibujos de paisajes y de animé. El personaje que más me gusta es Naruto”, cuenta.
Desde el año pasado que su familia está intentando levantar otra vivienda de material para poder estar más cómodos, pero por motivos económicos, quedó a mitad de camino. “La casa de ahora se está cayendo el adobe. Ojalá el año que viene podamos encarar la obra con mi tío que es albañil. Nos faltan los materiales porque está todo muy caro”, dice Irma.
Luna es la oveja que más caso le hace a Fiore y por eso la llama para todos lados. Tiene un cascabel que hace ruido cada vez que se mueve. “Me gusta participar de la señalada. Sabemos juntar a todas las ovejas y las encerramos en el corral muy temprano a la mañana para evitar el calor del verano. Solemos madrugar. Le cortamos la cola y después la señalamos cortándole la oreja. Con una tijera o con un cuchillo. Si alguna se enferma o le pasa algo le ponen un remedio”, cuenta Fiore sobre todas las cosas que aprende en el campo.
Irma se quiebra cuando cuenta que tuvo que dejar la escuela para cuidar a sus hermanos más chicos. “Mi mamá se fue y nos quedamos solos los sietes hijos con mi papá. Él se iba a trabajar al campo y como yo soy la mayor, me hice cargo de ellos. El más chiquito tenía 1 año. Por eso quiero acompañarla a Fiore a ser lo que ella quiera”, afirma entre lágrimas.
COMO AYUDAR
Las personas que quieran ayudar a Fiorela a tener un cuarto para ella sola pueden:
-comunicarse con Sergio Espinoza de la Fundación El Páramo al +54 9 280 400-0851.
-donar directamente en la cuenta de la Fundación El Páramo
BANCO DEL CHUBUT
CUENTA CORRIENTE Nro 690093/1
CUIT 30-71705293-1
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