Tiziano Alfaro tiene 16 años y vive en el Paraje Pichi Neuquén, casi al límite con Chile; su familia vive de la cría de animales, en una zona en la que no hay señal de teléfono ni Wifi
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NEUQUEN.- “Lo que más necesito es la conectividad y el transporte para poder ir a la escuela. Y un puente para que los vehículos puedan llegar a mi casa”, suplica Tiziano Alfaro, un adolescente de 16 años que vive con sus abuelos en Pichi Neuquén. Es un pequeño pueblito del norte neuquino alejado de todo, casi al límite con Chile. Todos los días tiene que cruzar un río, caminar una hora o hacer dedo para llegar a la escuela secundaria que queda a 17 kilómetros.
Su familia no tiene moto ni auto propio. Todo lo hacen a pie, a caballo o en bici. Como el transporte público no llega a su pueblo, la provincia dispone de una camioneta que lo vaya a buscar, pero tampoco puede llegar hasta su casa. Está ubicada del otro lado del Río Neuquén y solo se puede pasar por una pasarela peatonal.
“Me tengo que levantar a las 6, ir hasta Pichi tempranito, cuando todavía es oscuro, llegar hasta la ruta y esperar a ver si llega el transporte o que alguien me lleve. Y sino pierdo el día de clase”, explica Tiziano, vestido con boina negra, bombachas de campo y campera azul. Su sueño, es poder comprarse una moto.
En este paraje, las 23 familias y los 87 habitantes viven completamente aislados. No tienen señal de teléfono ni Internet. La luz les llegó recién hace dos años y la cocina y la calefacción es a leña. “Tener luz nos cambió la vida. Antes era muy difícil. Todo teníamos que hacerlo con velas y casi consumíamos cosas en mal estado porque no se podían mantener más. No sabíamos lo que era una manteca o un queso porque no se podía tener de ninguna manera. Ahora tenemos heladera”, recuerda Marta Alfaro, la abuela de Tiziano.
Todos son pequeños crianceros de chivas, vacas y ovejas y el ritmo de su vida está marcado por la rutina de los animales. También tienen aves y los que pueden, arman un invernadero para tener frutas y verduras.
Criarse en la cordillera
“Tiziano es de esos jóvenes que vos te emocionás de cómo han avanzado en la vida. Y por cómo ha acompañado a sus abuelos y sus abuelos a él. Fue un ida y vuelta. Rescato sus ganas de aprender, de investigar, de estar. Él adquirió un conocimiento en la escuela y en la ruralidad que lo hacen estar preparado para enfrentar distintas situaciones en la cordillera. Tiene muchas ganas de futuro”, dice Leopoldo Palmieri, coordinador de Amigos de la Frontera (Adelaf), una organización que apoya a las familias y escuelas de la zona, y apuesta por la educación de los chicos.
Hoy es un día especial para la familia Alfaro: hay que llevar a vacunar a las vacas contra la bruselosis y todos arrancaron temprano. Tiziano recibe a LA NACION arriba de un caballo, arriando al ganado hacia un corral del otro lado del río. “Me levanté a las 7, ando con un poco de sueño”, dice con una sonrisa espontánea. “Me desayuno y tengo que ayudar con los animales. Hacer la rutina del día y estar mirando para que ningún bicho los coma”, agrega este adolescente que arrastra la erre cuando habla.
“La familia de Tiziano vive de la cría de animales, son tranhumantes, en esta época están acá durante el invierno y después se van a la veranada. Es un trabajo muy sufrido pero ellos lo hacen porque viene de generación en generación”, cuenta Marta Fuenzalida, directora interina de la Escuela 236 de Pichi Neuquén.
Tiziano está cursando 3er año en la secundaria de Manzano Amargo y durante la pandemia, la modalidad virtural hizo que quedara completamente desconectado de la secundaria. La única escuela que tiene Wifi – en la que hizo la primaria- le queda a 3 kilómetros y no siempre pudo llegar. Además, el servicio es intermitente y se corta a cada rato. “Cuando nevaba o el río estaba muy alto era imposible cruzar y tuve varias materias previas en el año. Ahora me pude acomodar más o menos, algunas las saqué adelante y otras me faltan. A veces tengo trabajos prácticos virtuales, voy hasta allá y capaz que no hay señal. Eso me juega en contra y me pierdo las materias”, agrega.
Al vivir en una zona tan aislada, Tiziano siempre tuvo que luchar para poder estudiar. De chico sus abuelos Bernardino Alfaro “Don Beño” y Marta Alfaro lo acompañaban a cruzar la pasarela que atraviesa el Río Neuquén para poder llegar a la escuela desafiando cualquier clima. De fondo, la montaña “El Frutillar” era testigo de cada paso.
“Tiziano es una persona maravillosa. Lo conocí en 2018 y ya vivía con los abuelos. Era muy desolador verlo como cruzaba el río, como venía en las mañanas a pie con frío, con nieve y con lluvia. Y él lo daba todo porque sabía que el esfuerzo iba a dar su recompensa. Y su historia es digna de contarla porque no todos los jóvenes tienen esas ganas de salir adelante, de ser alguien, de comprometerse con su estudio día a día”, cuenta Fuenzalida emocionada.
Al cuidado de sus abuelos
Cuando Tiziano tenía 2 años su mamá se fue a estudiar a San Rafael, Mendoza. Estuvo un tiempo al cuidado de su tía pero cuando ella tuvo sus propios hijos, se fue a vivir con sus abuelos. “Es como si ellos fueron mis padres. A mi abuelo le digo “papi” y a mi abuela le digo abuela. A mi mamá la voy a ver cuando estoy de vacaciones o a veces ella viene para acá. Pero muy pocas veces en el año. Vive en Chos Malal”, cuenta Tiziano.
Don Beño se queda controlando la vacunación. Tiziano aprovecha para acercarse a la Escuela 236 que queda solo a unos pasos y conectarse a Internet para bajar la tarea. “No estoy pudiendo hacer algunos trabajos porque no tengo computadora y estoy pensando en vender mis chivitos para comprar una”, dice Tiziano, que sueña con ser periodista deportivo o arquitecto.
Como tantos otros chicos de la zona, tuvo que lidiar con la dificultad de encarar solo los deberes de la escuela porque sus abuelos no pudieron terminar la escuela. “Para mí es importante que Tiziano estudie porque la vida en el campo es muy sufrida y nosotros no tuvimos esa oportunidad por falta de recursos. Es lamentable cuando vienen los hijos y te piden ayuda con la escuela y nosotros no sabemos. Yo solo puedo ayudarlos con algo de dinero para las fotocopias”, dice apenada su abuela.
Hoy la señal de Internet no funciona en la escuela y es otro día que Tiziano se pierde de estar al día con su escolaridad. Adentro, las únicas 4 alumnas están haciendo un trabajo de geografía. “La virtualidad no se sostiene porque esporádicamente funciona Internet. Lo fundamental para este paraje es la conectividad. Yo he mandado un montón de notas para conseguir un equipo de radio como alternativa. Hoy tenía una alumna descompuesta y no me podía comunicar. No tenemos atención médica. Es difícil porque en estos lugares se actúa en mucha soledad”, explica Fuenzalida.
Una de las alumnas es Emiliana Valdez, la prima de Tiziano que tiene 8 años y está pasando unos días con ellos porque su mamá se tuvo que ir a Manzano Amargo. Ella también se levantó temprano, se puso el delantal, se subió a su bici rosa y se fue andando hasta la escuela. En el camino, tuvo que cruzar la pasarela con mucho cuidado porque tiene varias tablas flojas.
“Estamos necesitando un puente para cruzar. A la tarde ayudo a mi abuela en la huerta sembrando, haciendo almácigos y con los animales a darles remedios. Mi deseo es estudiar veterinaria y después volver a cuidar a los animales de mi familia”, dice esta niña a la que le gustaría poder tener más cuadernos y ropa.
Al mediodía Marta se pone a cocinar chivito y pan, mientras Tiziano la ayuda friendo las empanadas. Almuerzan en familia – Don Beño sigue con la vacunación pero se suma Erasmo, el tío abuelo de Tiziano que tiene 78 años – y después se ponen a jugar un partido de fútbol. Tiziano y Emiliana juegan contra Ericson y Erasmo.
Soportar el invierno
Hacen cerca de 5 grados y el frío se siente en todo el cuerpo. Para calefaccionar la casa, usan una estufa a leña en la que también cocinan. Tiziano es el encargado de cortar la leña con un hacha y alimentar el fuego antes de que se apague.
Toda la familia habla con acentro chileno y usa modismos como “harto” para decir mucho, propios de la vida en la cordillera. Por la tarde, los tres primos se lanzan a la tarea de darles un remedio a algunas chivas para desparasitarlas. Los varones hacen bailar el lazo en el aire para agarrarlas y Emiliana se ocupa de llenar la jeringa y ponérselas en la boca.
En invierno las temperaturas son crueles y cuando nieva fuerte Tiziano y su familia pueden quedarse aislados hasta dos meses sin poder salir de su casa y sin ningún tipo de medio de comunicación. Esto también pone en peligro a los animales que muchas veces terminan muriéndose de frío.
“Si nos pasa algo, no le podemos avisar a nadie ni nadie sabe de nosotros. Tenemos que carnear y comer a nuestro animales, los chivos, las gallinas o los pollos. Por ahí juntar huevos y en invierno solo tenemos acelga y repollo en el invernadero. Hubo inviernos en los que perdimos muchos porque se les hielan las patas y sí o sí hay pérdidas”, cuenta la abuela Marta, que tiene como deseo conseguir una máquina de coser para poder hacerle ropa a sus nietos.
Cuando habla de Tiziano, Marta muchas veces dice “mi hijo”. Por él, tuvieron que volver a ser padre, ir a la escuela y entregarse de lleno a su crianza. “Cuando se iba a la escuela yo salía a verlo hasta que llegaba. Fue estudioso Tiziano, él nunca me hizo renegar a la mañana que no se quería levantar. Al criarse en el campo con nosotros queremos que aprenda de esta vida. Es muy amante de los caballos y de los chivos. Cuando no está estudiando está con los animales”, dice su abuela.
Al atardecer, Tiziano sale a buscar a los animales para encerrlos en los corrales. “Sino se lo comen los depredadores que son los pumas, los zorros y las águilas”, explica con mucha paciencia. Cada vez que se sube al caballo tiene miedo de perder sus anteojos y por eso quiere hacerse unos lentes de contactos. Para eso, tiene que irse a Chos Malal que queda a 170 kilómetros y no tiene cómo. “Tendría que hacerme una revisión e ir vendiendo a los animales para poder comprarme esos nuevos”, explica.
El sueño de ir a la universidad
A futuro, la idea de Tiziano es irse a estudiar una carrera universitaria a Neuquén o Chaco, pero su familia no puede acompañarlo desde lo económico. Además, implicaría enormes desafíos a nivel personal. “Sería muy difícil para mí irme allá porque cambiaría todo. Sería complicado porque acá tenemos la libertad de salir a cualquier lado sabiendo que uno va a volver bien a su casa. En la ciudad me da miedo pero estoy dispuesto a hacerlo”, cuenta.
Es que el desarraigo que implica para estos chicos adaptarse a los ritmos y las dinámicas propias de la ciudad, muchas veces hacen que necesiten un acompañamiento cuerpo a cuerpo. “La adaptación de los chicos del campo a la ciudad es muy compleja. En los centros urbanos o estos pueblos que fueron creciendo, en donde tuvieron la posibilidad de ver otros ídolos, otros formatos y de escuchar otra música, tienen otra cabeza. A los que viven en la zona rural, puede ser que les digan “paisanos”. Esos primeros meses son los difíciles del inicio del secundario. En la cabeza está mamá, papá y la familia que quedó”, explica Palmieri.
Otra de las pasiones de Tiziano es el cuidado del medio ambiente y mira con preocupación el avance de la contaminación. “Estamos destruyendo al planeta. Hay basurales grandes y eso le hace mal al planeta. Y algún día el mundo no va a dar abasto y se va a acabar. La gente tiene que entender que estaría bueno cuidar un poco más y reciclar como hacemos nosotros en mi casa. Los animales si comen plástico o bolsa, se mueren”, dice.
Es la hora de empezar a preparar la cena y Marta arranca a cortar la verdura para la sopa. La familia se reúne alrededor del fuego y se pone a charlar sobre las experiencias del día. “Me gusta ayudar a mis abuelos como forma de agradecimiento porque ellos me criaron, me dieron el estudio y lucharon por mí. Y yo trato de devolvérselo con mi ayuda. Por ahora me siento orgulloso de todo a lo que he llegado”, concluye Tiziano.
Cómo ayudar
Las personas que quieran colaborar con Tiziano y su familia pueden:
- comunicarse con Nicolás Lasko, voluntario de Adelaf, al +54 9 11 6561-0568.
- comunicarse con Macarena Vita, voluntaria de Adelaf, al +54 9 11 2854-6394.