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Son exactamente 31 kilómetros de ripio los que hay que hacer desde la Ruta Nacional 40 para llegar a Mogna, un paraje perdido en donde sólo viven 80 familias. Un rally atravesando una topografía parecida a la del Valle de la Luna, con figuras de piedra marrón rojizo apiladas en sentido oblicuo, como los girasoles cuando buscan el sol.En agosto del año pasado, el propio gobernador Uñac se acercó hasta esta localidad para inaugurar una planta potabilizadora de agua que serviría para proveer a todas las familias del pueblo. Pero nunca les llegó.
Lo que sí sigue en pie es el cartel en el que figuran los logos del gobierno de San Juan, Obras Sanitarias del Estado (OSSE), la empresa minera Yamana Gold y la Unión Vecinal que dice "Planta compacta de Tratamiento de Agua". Supuestamente, allí se iba a potabilizar el agua y se entregaría a los vecinos envasada en botellones. Mientras tanto, los vecinos siguen esperando.
"Esta es supuestamente la planta de osmosis que le colocaron a la gente del lugar pero hasta hoy la gente sigue tomando el agua del pozo que está muy cerca del río y no es apta para su consumo", dice Faustino Esquivel, señalando una pequeña construcción a medio construir, en frente a la plaza. Él es uno de los integrantes de la Asamblea Jáchal No se Toca y por su trabajo en la municipalidad recorre permanentemente los pueblos cercanos.
Miguel Vega, intendente del departamento de Jáchal (del que depende Mogna), explica que la Unión Vecinal "adquirió esa planta y para el aniversario de Mogna, aprovechando que estaba el gobernador de la provincia, la inauguraron. Después había que hacer una habilitación de la planta y de la calidad del agua".
Y agrega: "Me dijeron desde la Unión Vecinal que ya tenían la aprobación y que estaban gestionando la cantidad de envases suficientes para poder proveer a la gente del agua necesaria".
La Unión Vecinal de Mogna es la que tiene a su cargo la distribución del agua. "A raíz de un pedido judicial, se le ordenó al gobierno de la provincia, a través de OSSE, que proveyera de agua al pueblo porque las muestras que se habían tomado mostraban que no era potable, por sus altos niveles de boro y arsénico", cuenta Sergio Ruíz, presidente de OSSE.
Esa es la obra que OSSE entregó el año pasado a la unión vecinal y de la que se ocuparon de hacer el mantenimiento. "Vemos que es necesaria una intervención por parte de la provincia para que se cumpla con la medida de que la gente pueda tomar el agua potable. Lo cierto es que la unión vecinal no tiene la capacidad de gestión para distribuir el agua. Por eso hay una decisión tomada de intimar a la unión vecinal para que nos ceda el control de la provisión del servicio del agua", agrega Ruíz.
A futuro, la idea es dotar de agua a Mogna a través del acueducto de Pampa del Chañar. "Ahora estamos llegando hasta la localidad de San Roque, que está a 60 kilómetros de Mogna pero creemos que la obra puede ser iniciada en el primer semestre del año que viene", dice Ruíz.
Casi no existe el pasto en Mogna. Ni siquiera en la plaza principal del pueblo, lo que presenta un paisaje bastante sombrío. Las veredas están todas rotas, y la estatua en homenaje a Sarmiento, ubicada en el centro, sufre una mezcla de deterioro y vandalismo. Tanto, que hasta cuesta reconocer a quién pertenece.
El único color que rompe con ese manto marrón de olvido y abandono, es el azul intenso de ocho baldes encerrados en un corral de alambre y que se usan para descargar el agua potable del camión que viene cada quince días desde Jáchal. Ahí están, secos y disruptivos, dejando en evidencia, que ese es la principal deuda pendiente en la zona.
Pascual Cortés, un vecino de Mogna, ubicada a 120 kilómetros al norte de la ciudad de San Juan, tiene en el rincón de su casa algunos tachos azules apilados. Él es uno de los tantos que vive en carne propia las consecuencias de que la planta no esté activa, y tiene que arreglarse con el agua que le traen, cada dos semanas, en bidones. "No sé cuál es el motivo pero el agua que estaba prevista que llegue a todos los habitantes, no llega. No nos sirve", explica..
Como su padre, Cortés es "puestero". Eso quiere decir que cría animales. Tiene un casa de adobe y maderas, en la que vive con su mujer y cinco de sus ocho hijos. Los demás se fueron para Albardón. "Tenemos cabras y vacas. Este es un pueblo que nunca ha tenido un futuro más amplio, solo se puede vivir de las pensiones", cuenta Cortés. Su señora tiene una pensión y él cobra $3800 por sus tareas en la municipalidad de Jáchal.
El riesgo más urgente de la inactividad de la planta, es que muchas de las personas siguen utilizando el agua que saca del río Jáchal, que no es apta para el consumo humano. "Naturalmente, las aguas de ese río tienen altos niveles de boro y arsénico que no la hacen potable para el consumo humano", explica Federico Vera, quien está a cargo del Centro de Investigación para la Prevención de la Contaminación Ambiental Minero Industrial (Cipcami), uno de los encargados de hacer los análisis del agua en la zona.
Cortés sabe que el agua puede tener efectos negativos en su salud, pero no tiene otra opción que tomarla. "Acá tenemos agua potable pero no está bien. La salud no es buena para nosotros. Estos últimos años tenemos una baja tremenda de habitantes que no llegan a los 60 o 70 años porque se están muriendo y yo pienso que puede ser por la contaminación del agua. Mi padre, que vivió acá, recién falleció a los 100 años", agrega Cortés con preocupación.
Pueblo fantasma
Mogna parece un pueblo fantasma. Es un domingo a las 16 y todos están en sus casas. En la plaza principal, no camina nadie. No hay un kiosco ni un mercado abierto. Sólo se escucha una cumbia de fondo que sale de alguna de las casas.
Como tantos otros pueblos de la zona, se fue achicando por la falta de trabajo y por no tener un secundario para que los chicos puedan seguir estudiando.
"La gente de este distrito tuvo que migrar para buscar un futuro en otros lugares. Las personas que tienen trabajo estable son la policía, los que se desempeñan en la salud pública, en el el municipio y los docentes que vienen de Jáchal. Todos los demás, cobran planes", explica Esquivel.
Cortés lo sintetiza en una oración lapidaria: "Aquí el que quiere progresar, se tiene que ir". Eso es lo que hicieron sus vecinos y sus propios hijos. "Yo no llegué a terminar la primaria, mis hijos sí. Pero hasta ahí nomás llegaron porque yo no tenía plata para mandarlos a otro lado para que siguieran la secundaria en Jáchal o San Juan", agrega Cortés.
Si bien él tiene su casa y sus animales, también está con ganas de irse. "Me estoy cansando de vivir en este pueblo. Tengo 60 años y seguimos en el mismo tren. Hubo algunos avances pero todavía hay problemas de salud, vivienda y educación", se queja.
Uno de los motivos que hacen que las pocas familias que están instaladas se queden en Mogna es su devoción por la virgen de Santa Bárbara. De hecho su templo edificado a nuevo y con fachada de ladrillos, ubicado en el centro del pueblo, rompe con la estética frugal del lugar. Las dos fiestas en honor a esta patrona que se hacen en mayo y en diciembre, son las que mantienen con vida al pueblo.
"La fiesta de celebra el 4 de diciembre pueden llegar a hacer hasta 30.000 personas y ahí los puesteros aprovechar para vender sus chivos. Antes las personas sembraban trigo y hasta tenían molinos. Eso ya no funciona más", dice Esquivel, quien agrega que las únicas personas con trabajo estable son los maestros que son de Jáchal, una mujer que trabaja en la municipalidad, un policía, una persona en el puesto sanitario. "Todos los demás son jubilados", aclara.
En Mogna, las casas tienen luz, se las arreglan con las garrafas de gas y son rehenes del agua. Lo que sí consiguieron hace 7 años, es que les hicieran un camino más corto desde la ruta. "Antes eran 70 kilómetros y ahora solo 30. Eso ayudó mucho", agrega Cortés.
Pero hace una aclaración: "hay una pasada de agua que tendría que haber sido un puente y no lo hicieron. Entonces cuando llueve mucho, el río se desborda y nos quedamos incomunicados. Hasta que la máquina arregla puede pasar un día entero. Es un problema grave para el pueblo porque no puede cruzar nadie, ni la ambulancia".
Los hijos de Cortés que viven en Mogna lo ayudan con los animales o se dedican a hacer changas. En la época de la cosecha de la uva, aprovechan esos trabajos. “Yo quisiera un futuro mejor para mis nietos”, concluye Cortés, aunque ya no le queden tantas esperanzas.