Pensamientos suicidas: a qué señales de alerta estar atentos
Aunque no todas las personas que están pensando en quitarse la vida dan indicios, para los especialistas es fundamental conocer pautas de alarma y buscar ayuda profesional cuando aparecen
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Conocer las señales de alerta para identificar cuando alguien puede llegar a tener pensamientos suicidas, es una herramienta fundamental. Sin embargo, las y los especialistas subrayan que no todas las personas que se quitan la vida dan previamente signos; y que, en otros casos, resulta sumamente difícil identificarlos: quienes atraviesan crisis profundas, pueden esforzarse por esconder los síntomas.
“La realidad es que a veces nos muestran una actitud de que está todo bien, nos sonríen, nos dicen que no les pasa nada. Ahí tenemos que prestar atención, buscar más en profundidad y acompañar a esa persona a consultar con un profesional. La cercanía y el acompañar es lo que nos da el lugar”, señala Nora Fontana, psicóloga especializada en tanatología y suicidología y vicepresidenta del Centro de Asistencia al Suicida Buenos Aires (CAS). Hablar de suicidio y agudizar la mirada, juegan según Fontana un rol importante en la prevención: “Tenemos que tener una cercanía afectiva, una mirada afinada, una escucha activa, en donde estemos con una atención muy plena, centrada en quien tenemos cerca. Hay factores protectores que tenemos que tener en cuenta, como lo que llamamos el alfabetismo emocional: enseñarles a los chicos a hablar de las emociones”.
Por su parte, Marcos Vanzini, que es licenciado en teología, socio de la Asociación Argentina de Salud Mental y referente de la asociación civil Escenarios Saludables, agrega que como amigos, familiares o comunidad, no tenemos que “estar esperando signos de un suicidio o riesgo inminente, sino estar atentos al dolor del otro, porque detrás de cada suicidio hay una historia de dolor y uno no sabe hasta dónde puede llevar eso”. Si bien uno no tendrá en sus manos la solución al problema de la otra persona, sí podemos actuar, ejemplifica Vanzini, como “los detectores de humo en un edificio, que no apagan el incendio pero mandan el aviso a los bomberos para que vengan”.
Los signos a los que debemos ponerle atención
- Aislamiento (por ejemplo, alejarse de familiares o amigos).
- Irritabilidad, cambios bruscos de comportamiento y altibajos emocionales. “Una pauta de alarma alta es la persona que estaba superdeprimida y de repente pasa al polo opuesto y está eufórica”, señala Silvia Ongini, psiquiatra infantojuvenil del Departamento de Pediatría del Hospital de Clínicas. Sobre este punto, Vanzini advierte que si bien “normalmente un adolescente tiene cambios de ánimo y carácter de un día para el otro, cuando vemos que se acentúan algunos a lo largo del tiempo, a eso hay que prestarle atención”. Y agrega: “Los cambios de conducta suelen verse, por ejemplo, en chicos que solían ser retraídos o introvertidos y de golpe se ponen muy extrovertidos. Pero no es algo puntual, sino que se sostiene en el tiempo”.
- Sueño constante o insomnio.
- Ansiedad, depresión, conductas autodestructivas. Con respecto a las autolesiones: si bien entre los especialistas hay distintas miradas respecto a si constituyen o no una señal de alarma vinculada con la posibilidad de un suicidio, Ongini considera que “tenemos que estar atentos y consultar por ellas. Es una pauta de alarma. Un semáforo amarillo. Alguien que se está lastimando, la está pasando mal”.
- Cambios en la alimentación.
- El sentirse atrapado o “ser una carga”.
- Desesperanza o no poder proyectar un futuro favorecedor. Esto, particularmente en los jóvenes, puede expresarse en sus redes sociales. “Hay que prestar atención a las formas en que se manifiestan o comunican allí, qué escriben o comparten”, señala Vanzini.
- Llanto inconsolable.
- Descuido o abandono de la apariencia física.
- Aburrimiento permanente.
- Dificultad para concentrarse, falta de motivación, baja en el rendimiento escolar y el que “nada le resulta interesante”.
- Quejas por dolores físicos frecuentes, como de panza o cabeza.
- Pérdida de interés en actividades que antes le resultaban placenteras (“ya no tengo ganas”).
- Manifestaciones de baja autoestima.
- Comentarios como “ya no voy a ser un problema por mucho más tiempo”, “sin mi van a estar mejor”, “nada me importa”.
- Poner cosas en orden y tirar o regalar objetos de valor.
- Conductas de riesgo como incremento de consumo de alcohol o drogas.
- El hablar constantemente de la muerte o tener un discurso de pérdida de sentido. “Hay que prestarle atención a la postura corporal también, si se lo nota agobiado”, señala Fontana.
Factores predisponentes
Ongini pone el énfasis en un punto que considera fundamental: ante cualquier señal que pueda indicarnos que una persona corre riesgo, debemos inmediatamente pedir ayuda profesional y acompañarla a algún servicio especializado. “Estamos hablando de una situación muy riesgosa y no debe perderse tiempo”, explica la psiquiatra. En ese sentido, si un adulto o adolescente dice “no quiero vivir más”, debemos escucharlo atentamente y acudir a un especialista, sacudiéndonos los mitos vinculados al suicidio, como el creer que “una persona que dice que se va a quitar la vida, no lo hace”.
Además, destaca que existen una serie de factores que pueden influir o proteger las posibilidades de que una persona tenga pensamientos suicidas. Algunos son:
- Factores predisponentes: depresión y ansiedad; intentos de suicidios previos; antecedentes psiquiátricos y suicidio en la familia; sucesos vitales estresantes; dificultades en grupo de iguales; el haber sido víctima de violencia física, sexual o bullying. “Además, los varones tienen más tendencia al suicidio que las mujeres. Eso en Argentina se ve muy marcado”, agrega Ongini.
- Factores protectores: cohesión familiar y en el grupo de pares; habilidades de resolución de problemas y estrategias de afrontamiento; habilidad para estructurar razones para vivir; autoestima alta; el contar con un sistema y recursos de apoyo social.
Héctor Basile, integrante de la Red Mundial de Suicidología, médico psiquiatra y doctor en psicología, agrega que hay una serie de rasgos de la personalidad que aumentan el riesgo de un posible suicido. Entre ellos, menciona los siguientes: inestabilidad de ánimo; conducta agresiva; elevada impulsividad; rigidez de pensamiento; dificultad para resolver problemas; sentimientos de frustración; angustia ante pequeñas contrariedades; elevada autoexigencia; sentimientos de rechazo por los demás; relaciones conflictivas con padres, adultos y amigos; frecuentes sentimientos de desamparo y desesperanza.
¿Qué debemos hacer si nos encontramos frente a una persona que tiene la intención de suicidarse? Ongini sugiere:
- Escuchar más que hablar.
- Mantener la calma.
- No acercarse rápidamente o violentamente.
- No contradecirlo y tratar de ganar tiempo mientras se pide ayuda a profesionales capacitados.
- No usar frases como “no lo hagas”, “no corras”, “no te tires”, porque muchas veces escuchan lo contrario.
- Quedarse en una posición corporal que no sea tensa ni defensiva y tratar de preguntarle por qué no lo haría. “Hoy sabemos que usar la palabra suicidio no está mal. Podemos preguntarle: ‘¿Por qué querés suicidarte?’ ‘¿Qué te lleva a tomar esa decisión?’ y darle lugar a que se exprese sin usar frases o lugares comunes como: ‘Hay cosas peores’ o ‘a mí me fue peor y acá estoy’”, ejemplifica la psiquiatra.
Metodología. Cómo lo hicimos
Este artículo forma parte de “Hablemos de suicidio”, una guía de Fundación La Nación que incluye las voces y las recomendaciones de algunos de las y los principales referentes en esta temática de la Argentina, así como también testimonios en primera persona. Además de las entrevistas cualitativas, se realizó un análisis de datos estadísticos y una compilación de trabajos elaborados por distintas organizaciones gubernamentales y de la sociedad civil, y contó con la curaduría de Nora Fontana, psicóloga especializada en tanatología y suicidología y vicepresidenta del Centro de Asistencia al Suicida Buenos Aires (CAS), y Silvia Ongini, psiquiatra infantojuvenil del departamento de pediatría del Hospital de Clínicas y cofundadora del Centro de Asistencia y Prevención del Abuso Sexual en la Infancia y Adolescencia (Cepasi).