Hace cuatro años, Fernando Méndez convocó en un bar a su hermano, a una diseñadora y a una contadora y les compartió un proyecto solidario que tenía en mente: conseguir sillas de ruedas, andadores ortopédicos y otros equipos en desuso para donarlos a chicos con patologías neuromotoras en situación de vulnerabilidad social. Quería dar un vuelco en su vida, hacer algo distinto. Fernando sentía que tenía el tiempo y el compromiso. Y esa tarde, gracias al apoyo que recibió, se decidió.
"A mí me iba bien en lo que hacía antes. Pero quería reinventarme. Muchos me decían: ´¿vos estás loco?, ¿cómo vas a vivir de esto?´", cuenta este hombre de 49 años, que hasta ese momento llevaba una vida económicamente tranquila gracias a la renta de un salón de eventos propio y a los ingresos que le dejaba una franquicia de un conocido restaurante.
Su inquietud por ayudar a chicos con síndromes genéticos o problemas durante el embarazo surgió a partir de algunos amigos cercanos que tenían hijos con enfermedades poco frecuentes. Al tiempo logró consolidar esta idea a través de la creación de la Fundación Uno x Uno, donde hoy trabaja y vive de lo que le apasiona: ayudar a otros.
La organización tiene 70 voluntarios, más de 250 colaboradores y 12 sedes en el interior del país. Llegaron a 400 niños, permitiéndoles mejorar la calidad de vida y acceder a un equipo preparado especialmente a la medida de sus necesidades.
No todo fue fácil. El primer tiempo Fernando sobrevivió con los ahorros de la venta del local y la franquicia, pero luego se acabó el dinero y tuvo que luchar para mantenerse a flote, tanto a él como a la fundación. "Lo que me trajo hasta este lugar es creer profundamente en lo que hago. Ante cada adversidad, y cada puerta que se cerraba, yo decía: vamos para adelante", afirma con una gran sonrisa, mientras termina de ajustar uno de los andadores que en pocas horas será entregado a un niño, cambiándole su vida.
Cuando la ONG recibe un pedido, en su mayoría a través de las redes sociales, los kinesiólogos y terapistas voluntarios de la fundación visitan las casas de las familias para evaluar la necesidad y las condiciones habitacionales en función al equipo solicitado. Allí, realizan la historia clínica de del caso y toman las medidas para el equipamiento. A su vez, las sillas de ruedas y los andadores en desuso son donados por particulares, prepagas y algunas obras sociales. Luego los equipos se terminan de ajustar y los voluntarios regresan a los hogares para entregarlos personalmente.
De esta forma, logran dar una solución y tienden un puente entre quienes desean ayudar y aquellos que tienen una necesidad.
Para Fernando lo más gratificante son las visitas que hacen a los futuros beneficiarios. "Se genera una conexión especial. Cuando te encontrás con la realidad de niños que tal vez no pueden caminar, sentarse o hablar, valorás lo que realmente es importante. Se te ordenan las prioridades y mirás de otra forma los problemas cotidianos", confiesa y recuerda conmovido a un padre que contaba los segundos mientras su hija lograba pararse por sí sola por primera vez.
"Hay un montón de chiquitos que los vimos tirados en una cama y hoy somos testigos de sus primeros pasos", relata el fundador de esta ONG que recibe en promedio dos pedidos por día, y tienen lista de espera. Como les sucedió con Tiziano Fiori, de dos años, que vive en una casa humilde en Rincón de Milberg, en Tigre. El niño nació con el síndrome de Prune Belly, un trastorno congénito del aparato urinario, caracterizado por la ausencia de músculos abdominales. Su madre, Florencia, de 21 años, tuvo un parto a las 36 semanas de gestación, estaba embarazada de gemelos, pero el otro bebé falleció en su vientre.
"Tiziano estaba en un hospital entubado con todas las máquinas que te puedas imaginar. Cuando los médicos me dijeron que él no iba a poder caminar, se me cayó el mundo abajo porque yo pensaba: traje una vida a este mundo pero no para que sufra. Y mi hijo se convirtió en un guerrero que me demostró que no hay que bajar los brazos", revela entre lágrimas, esta joven madre soltera que se las rebusca trabajando como empleada doméstica.
Hoy, Florencia se siente inmensamente agradecida: "Mi hijo no se movía, estaba en el piso, quieto. Había perdido la movilidad de su mano y de su pie, hasta que me contacté con la Fundación Uno x Uno. Cuando los conocí, Tiziano empezó a gatear, a caminar. No sé qué sería de nuestra vida si no fuera por ellos", afirma.
Junto a ella se encuentra Mariel Cordeyro, kinesióloga voluntaria de la Fundación que acompañó a este niño desde sus inicios y le entregó el equipo que permitió su evolución. Mientras juega con su pequeño paciente, afirma: "Cada historia te va quedando en el corazón. Ves los progresos y te genera felicidad comprobar que puedan tener mejor calidad de vida, avanzar y desarrollar todo su potencial. Pobreza y discapacidad es una combinación muy dura. Lo lindo es poder aportar lo que uno sabe y dárselo al otro".
Para colaborar
Para poder llegar a más chicos, Uno x Uno necesita sumar donantes individuales que aporten desde 200 pesos por mes.
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