Furor por estudiar enfermería y docencia en un terciario gratuito en una zona muy vulnerable: “Buscan tener un mejor trabajo”
Queda en Ciudad Evita, La Matanza; en la inscripción para 2025 se anotaron 1.000 personas, el triple que el año pasado; muchos son vecinos de los barrios populares Puerta de Hierro, San Petesburgo y 17 de Marzo; para la mayoría es la primera vez que acceden a una carrera terciaria
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Son las cinco y media de la tarde en Ciudad Evita. Cientos de estudiantes esperan frente a un predio que ocupa casi toda la manzana de esa localidad de La Matanza. Aguardan a la rectora, la encargada de abrir las puertas. Los más jóvenes visten ropa deportiva y cargan bajo el brazo bolsos y pelotas; otros tienen ambos blancos y verdes que combinan con los delantales que llevan las mujeres, muchas acompañadas por sus hijos.
Cada día, 650 jóvenes, la mayoría vecinos del barrio, se acercan al Instituto Superior de la parroquia San José porque “sueñan con ser alguien”. Al menos así lo ve Katherine Crichigno, secretaria legal del instituto: “Acá vienen personas de contextos de extrema vulnerabilidad que buscan tener un mejor trabajo y llegar a tener otra situación, aunque eso no necesariamente implica irse de su barrio”.
Edgar Machado, de 26 años, es uno de ellos. Durante el día, trabaja como vendedor ambulante y por la tarde cursa. Cuando se hace la hora de entrar al San José, lleva un pupitre hasta el gimnasio techado de la escuela y ordena cuidadosamente sobre él los ramos de flores que no llegó a vender en la calle. Con lo que gana, además de ayudar a su mamá con la comida y el alquiler, se paga el transporte, las fotocopias y la campera verde con el logo de la institución que se mandaron a hacer todos los estudiantes de educación física.
Edgar vivió mucho tiempo en Puerta de Hierro, uno de los tres barrios populares, junto con 17 de Marzo y San Petersburgo, que se encuentran en el entorno del instituto y en donde viven muchos de sus alumnos. Hace un tiempo que se instaló con su mamá en Merlo. Trabajaba como repositor en un supermercado pero lo echaron por un recorte de personal y no pudo encontrar otro trabajo estable con horarios que le permitieran estudiar.
“En mi mochila siempre llevo un par de zapatillas, una remera y un pantalón para cambiarme en el baño cuando llego de trabajar. Ahora que hace calor transpiro y me ensucio mucho”, cuenta Edgar justo antes de que una estudiante se acerque a comprarle uno de los ramos. “Mis compañeros, profesores y directores siempre me ayudan”, agrega.
Cuando vivía en Puerta de Hierro, Edgar tuvo problemas de consumo. Desde la parroquia San José lo ayudaron a recuperarse y a terminar el secundario. Este año, cuando empezó a estudiar el profesorado de educación física, se convirtió en la primera persona de su familia en empezar una carrera superior y fantasea con el orgullo que sentirán si también se convierte en el primero en recibirse: “Cuando llegué a San José, vi que había otro futuro posible. Mi sueño es recibirme de profesor de educación física porque significaría haber podido cumplir con algo que me propuse”.
En la escuela primaria, Edgar tenía a sus docentes “allá arriba”, como referentes. Como profesor, espera evitar que sus alumnos cometan los mismos errores que él, como “quemar etapas” o “tomar malas decisiones”. Pero también espera poder ser una apoyo para aquellos que estén pasando por lo mismo que pasó él: “Me pondría de ejemplo para mostrarles que yo también fui ese chico que pensaba que no podía salir, hasta que recibí y acepté ayuda, y pude”.
Mil inscriptos para 2025
Este año, en apenas un día, 1.000 ingresantes se acercaron a realizar la preinscripción para empezar a estudiar en 2025, casi el triple de los que fueron el año pasado. “Las personas quieren estudiar. Quieren y necesitan educación gratuita y de calidad. Pongas donde pongas un instituto que ofrezca eso, la gente se va a anotar”, asegura Crichigno. Las carreras a las que pueden anotarse son enfermería y los profesorados de educación física, inicial, primaria y especial. Si bien es de gestión privada, no cobra cuota y a los sueldos los subvenciona la provincia de Buenos Aires.
La parroquia San José, además de contar, entre otros, con hogares para personas en situación de consumo, adultos mayores, niños y personas con discapacidad; comedores; y centros deportivos y recreativos, lleva a cabo un gran proyecto educativo. Desde 2017, se abrieron 6 jardines de infantes, 3 escuelas primarias y 2 secundarias que reciben a cerca de 3.000 alumnos.
“En este ir y pensar escuelas dentro de un barrio desde los tres niveles, también había que pensar en ‘después de la secundaria, ¿qué?’”, dice la rectora del Instituto de Formación Docente, Natalia Pastorino. Así fue como en 2022 abrieron las puertas del Instituto Superior, que en realidad está compuesto por dos unidades académicas que trabajan coordinadamente: el Institutos Superior San José, de Formación Docente, y el de Formación Técnica, que coordina la carrera de enfermería.
Este proyecto de educación superior, entonces, nació con dos objetivos. El primero, formar docentes con la misma mirada que tienen el resto de los docentes del proyecto educativo. En palabras de su rectora, “con una mirada de escuela abierta, que aloja, que acompaña, que sale a calle y camina el barrio”. El segundo, “elevar el techo” de la comunidad. “¿Cuánto acceso y cuánta creencia hay de que uno puede acceder a la educación superior? Porque quizás, uno vive en estos barrios y piensa que no va a acceder nunca. Pero cuando, de repente, la oportunidad está a la vuelta de tu casa, es diferente”, especula.
Santiago: “Ahora me siento útil”
“La pedagogía del roto”. Así llama la rectora a la filosofía de aceptar en el instituto a chicos a los que, tras contar sus historias en otros lugares, “no siempre les abrirían las puertas”. Se refiere, por ejemplo, a quienes están recuperándose de adicciones o estuvieron privados de su libertad. “El roto es alguien que tiene la vida en pedacitos por el lugar en donde nació o por las circunstancias que lo llevaron a tener un pasado que no le agrade a todo el mundo. Pero acá tienen un lugar”, aclara.
Santiago Franco, de 32 años, es –o fue– uno de ellos. Oriundo de Tucumán, vivió durante años en la calle y con problemas de consumo. “Sentía que estaba muerto”, dice. Fue contenido en el Hogares de Cristo que depende de la parroquia hasta que logró recuperarse. Ahora sigue viviendo en uno de los hogares y dedica sus días a ayudar a otros a salir adelante.
Por las tardes, cursa el primer año de enfermería. Así se siente “útil para la comunidad”. Como parte de las prácticas, asiste en uno de los hogares para adultos mayores de la parroquia, donde se esfuerza por ejercer la profesión con la misma ternura, carisma y empatía que Eva, la enferma que lo atendía cuando era chico. Allí, todos los viernes lo recibe Norma, una anciana de pelo corto platinado que no puede ver, pero que se alegra cada vez que lo oye llegar. “Me contó que, como muchos otros, además de estar ciega, está sola, porque la dejaron en un hospital y no tenía a nadie. Poder ayudarla y hacerla sentir menos sola es algo que no tiene precio”, revela.
En el predio que ocupa prácticamente toda la manzana, además del instituto (que de día funciona como una escuela primaria), hay un edificio amarillo, la “casa social”, donde se cursa la carrera de enfermería y hay sedes de organismos gubernamentales y de la sociedad civil que ayudan no solo al alumnado sino también a la comunidad a tramitar documentación, como el DNI, o a denunciar violencia doméstica. También está la sede de logística de Cáritas, desde donde sale la comida que se entrega a los comedores de la parroquia y en donde ayudan a Santiago a cargarle la SUBE y entregarle hojas para las fotocopias.
Por su parte, en las inmediaciones también funcionan un centro deportivo y una orquesta, en donde los hijos de los estudiantes pueden quedarse mientras sus papás estudian. Aunque muchos los acompañan al instituto, juegan en el jardín y los cuidan entre todos. “Si como conducción tuviéramos que contener a todos, no podríamos. Entonces, las redes de contención que se arman entre los compañeros y los vecinos que se van encontrando, es lo que sostiene el proyecto”, remarca la rectora.
A Santiago, una de sus compañeras, que tiene una impresora en la casa, le imprime los trabajos con las hojas que le dan desde Cáritas. Hace poco, además, en el instituto empezaron a hacer impresiones al costo. También se procura utilizar Classroom, una aplicación accesible desde el celular, dado que la gran mayoría de los alumnos no tiene una computadora. Estas estrategias claves para que los estudiantes puedan sostener sus estudios se complementan con la actitud “de escucha” que toman los profesores. “A mí me costaba mucho biología y cuando se lo comenté al profesor, se sentó al lado mío y me ayudó a entender”, cuenta Santiago.
El joven sueña con recibirse y poder conseguir el primer trabajo en blanco de su vida. Espera que además de una vida independiente, pueda darle estabilidad y un horario fijo, y así poder dedicar el resto de su tiempo como voluntario en organizaciones a través de las que pueda seguir ayudando a la gente. Con una sonrisa, todavía recuerda su primer día de clases: “Estaba nervioso, ansioso, impaciente. Pero también esperanzado. Tenía la esperanza de poder tener una vida normal y cumplir un sueño. Este es solo el comienzo”.
Más información
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