Furia adolescente: de los destrozos en colegios a las encarnizadas peleas grupales, qué hay detrás de la lógica del “vale todo”
Los especialistas apuntan a la falta de límites claros por parte del mundo adulto y a la presión de pertenecer al grupo, a lo que se suma la “bomba” emocional que detonó la pandemia; cómo prevenir de cara a una época crítica como el verano
- 8 minutos de lectura'
Lucio tiene 15 años y va a un colegio privado de la ciudad de Buenos Aires. Días atrás, sus papás encontraron unos chats en su celular que los dejaron sin palabras: junto a su grupo de amigos, el joven planificaba con lujo de detalles una serie de actos violentos contra la institución. Estaban armando un explosivo casero que pensaban poner en el gimnasio, y que iría acompañado de amenazas telefónicas contra el director. Dos semanas antes, habían prendido fuego varios libros en la biblioteca. Tuvieron que evacuar la escuela y el hecho podría haber tomado mayores proporciones si uno de los encargados de limpieza no lo hubiese advertido a tiempo.
Los actos protagonizados por Lucio y sus amigos tienen puntos en común con otros que llegaron a los medios en las últimas semanas. Todos estuvieron cruzados por la violencia a manos de adolescentes: desde hechos de feroz vandalismo hasta peleas en la vía pública. Los destrozos en el colegio San Juan El Precursor, de San Isidro, donde las estudiantes llegaron a tirar objetos como una computadora por el balcón y en el que las cámaras de seguridad registraron a uno caminando con un martillo por los pasillos; así como las botellas de vidrio volando por el aire en medio de una batalla campal entre dos grupos en Parque Chacabuco, son parte de las postales que nos dejó el fin de año.
Pero, además, arrancó el verano, una época especialmente crítica donde las vacaciones entre amigos y lejos de la mirada adulta, suelen generar un contexto de permisividad, con mayor acceso a sustancias y el peligro latente de que se cometan excesos de todo tipo. Los riesgos aumentan al ritmo de la preocupación de madres y padres. En pocas semanas se cumplirán dos años del asesinato a golpes de Fernando Báez Sosa, un crimen que desnudó hasta dónde puede llegar la violencia adolescente cuando se transgreden fatalmente todos los límites.
¿Qué hay detrás de esos episodios? ¿Cómo se explican los hechos de violencia protagonizados por jóvenes, desde el “romper todo” hasta las golpizas encarnizadas? Según las especialistas consultadas por LA NACION, se trata de un fenómeno complejo, que no es nuevo pero que la emergencia sanitaria del Covid-19 agudizó. Está condimentado por varios ingredientes, entre ellos, la anomia de una sociedad donde se naturaliza el quebrantar las normas y existe una ausencia de límites claros por parte del mundo adulto, que hace que las transgresiones se corran cada vez más hacia la hostilidad y se entiendan como un “vale todo”. Pero también suma el impacto gigantesco que tuvo la pandemia en la salud mental, con un incremento de la soledad, la depresión y la ausencia de proyectos; además de la falta de empatía y registro del otro, donde la pertenencia al grupo tiende a diluir las responsabilidades individuales. Todo, es un combo explosivo.
Silvia Ongini, psiquiatra infantojuvenil del departamento de pediatría del Hospital de Clínicas, explica que en la consulta ve con frecuencia un “gran sentimiento de soledad, vacío, y falta de escucha por parte de los adultos”. El no sentirse registrados termina generando en los jóvenes, según la psiquiatra, un sentimiento que es en sí mismo violento y que muchas veces lleva a prácticas de autolesiones u estallidos contra otros en una etapa donde la toma de decisiones es muy emocional y “la grupalidad termina de empujar actos que en privado no harían”.
Casos como el asesinato de Báez Sosa son, para Ongini, apenas la punta del iceberg y ponen en evidencia cómo los grupos pueden mostrarse como “bloques irrompibles”, donde no hay manifestación de los sujetos, que “desaparecen” para pertenecer: son en la medida en que forman parte del grupo. Eso aplica a distintos ámbitos: desde las destrucciones colectivas hasta las peleas callejeras. “Hay un sentimiento de aislamiento que lleva a que la forma que encuentran los jóvenes de pertenecer sea mediante la hostilidad o agresividad hacia sí mismos u otros, como si se hubiera corrido tanto el límite de lo posible y esperable que se genera un sentimiento de vale todo”, reflexiona la médica.
En ese sentido, la falta de habilidades sociales, de poder empatizar con el otro, también juegan un rol clave en la violencia juvenil. Los episodios de agresiones que muchas veces terminan en tragedia, son moneda corriente cada verano. Las especialistas consultadas destacan que para que haya una reacción violenta, lo primero es que el otro sea identificado como diferente, extraño o no semejante. Es decir, que no se lo reconozca como sujeto e, incluso, se lo ponga como enemigo.
Pero los adolescentes no salen de un repollo. Ana Miranda, socióloga e investigadora de Flacso, señala un punto que le parece central: los jóvenes no son violentos por naturaleza, sino que “la juventud es una construcción social”. Enfatiza que la violencia está presente en todos los ámbitos y que el mandato de la masculinidad juega un rol clave: “Esas construcciones van conformando los ambientes para que haya conductas que sean permitidas, festejadas y aprobadas socialmente”, dice. Son, según explica la socióloga, “microcomportamientos” reiterados que no tienen ningún tipo de sanción social, de intervención institucional ni familiar, y que después se ven exacerbados en hechos violentos como los que llegan a los medios. De hecho, cuando se analizan las estadísticas vitales del país, en las muertes por violencias existe una marcada sobremortalidad masculina: por cada mujer adolescente que fallece, mueren cerca de tres varones.
"Hay muchos chicos que son inseguros, que no encuentran formas de identificación o pertenencia en nada más que en esos grupos ‘empoderados’ u omnipotentes, que todo lo pueden, que no hay quien los detenga. ¿Quién no quiere integrar el grupo de los súperman?"
Silvia Ongini, psiquiatra infantojuvenil
En esa línea, María Pía del Castillo, directora ejecutiva de Fundación Padres, advierte que estos comportamientos de los adolescentes son un síntoma: “Hay un grado de impunidad tan grande que está instalada la creencia de ‘no nos va a pasar nada, da lo mismo hacer las cosas que bien que hacerlas mal’”, asegura. Y, con angustia, agrega: “Hemos perdido una batalla cultural muy fuerte que se caracteriza por la ausencia del sentido, de valores: todo está absolutamente trastocado”.
"La violencia está presente en todos los ámbitos y el mandato de la masculinidad juega un rol clave: son construcciones que van conformando los ambientes para que haya conductas que sean permitidas, festejadas y aprobadas socialmente"
Ana Miranda, socióloga e investigadora de Flacso
Sin proyectos
En el caso de Lucio, los hechos descritos ocurrieron mientras atravesaba una depresión profunda. “Los adolescentes, que deberían ser puro futuro y proyectos en una etapa donde se espera que salgan al mundo y desafíen a sus padres, de pronto, con la pandemia, se quedaron sin nada de eso: sin colegio, sin actividades sociales donde se da el fundamental encuentro con los pares, sin la salida del micromundo familiar. Todo se cortó de un día para el otro”, reflexiona del Castillo.
Según las psicólogas y psiquiatras consultadas, es esperable que las y los adolescentes alternen “dependencia y omnipotencia” y, para poder transitar esa etapa que implica “la salida a la exogamia” (es decir, la “ruptura” con los padres) y el pasaje “de niño a joven-adulto”, necesitan un contexto reglado, predecible, donde los límites juegan un rol clave “en la construcción de su subjetividad”.
"Hay un grado de impunidad tan grande que está instalada la creencia de “no nos va a pasar nada, da lo mismo hacer las cosas que bien que hacerlas mal”"
María Pía del Castillo, directora ejecutiva de Fundación Padres
En ese contexto, Ongini se pregunta: “¿Qué pasa si en una sociedad las normas que delimitan lo que está permitido y penado son borrosas; donde, por ejemplo, está prohibido venderle alcohol a los chicos pero hacen previas y se emborrachan con la complicidad de sus padres? ¿Cómo se construye un sujeto ético, que respete al otro y así mismo?”. La respuesta que da es preocupante: cuando las transgresiones están legitimadas por los adultos, dejan de ser consideradas tales y se buscan otras nuevas. En otras palabras, ese desafiar las reglas que es esperable del adolescente para crecer y autoafirmarse, se transforma en su propia destrucción.
Volviendo a Lucio, en la consulta con Patricia, su terapeuta, el chico se mostraba muy indiferente y se refería a sí mismo como “un adolescente transgresor”. “Sí, soy quilombero como mi papá y mi tío, ellos me contaron que cuando tenían mi edad se mandaban las mil y una y ahora, mirá, dirigen su empresa”, le comentaba a su psicóloga. Según cuenta la profesional, esto hacía muy difícil ayudarlo, porque no tenía consciencia de sus actos. “Después de mucho trabajo, estuvo preparado para reconocer lo que había hecho, pero lo que más costó fue que lo entendieran los padres: querían ocultar la situación por miedo a que lo echaran de la escuela”, cuenta Patricia.
Por eso, las especialistas consideran fundamental indagar qué pasa en las familias donde los adultos se convierten “en pares de las hijas y los hijos”, en lugar de tener esa asimetría necesaria para ayudarlos en el proceso de crecimiento. Dolores Steverlynck, psicóloga especialista en infancias y adolescencias, explica que el desafío de madres y padres es navegar “entre no ser autoritarios ni permisivos, sino mantenerse como una figura de autoridad válida, alguien ante quien se pueda confrontar y también recurrir, un cierto modelo a seguir por más que muchas veces sea rechazado”. Agrega que lo que necesita el adolescente es justamente confrontar, y concluye: “Si soy su amigo, no lo estoy ayudando a creer, a encontrar su identidad”.
Más información:
Fundación Padres: A partir del 5 de enero y durante todo el mes, llevarán adelante una serie de acciones de prevención en la costa bonaerense que contará con un programa de radio emitido desde el balneario Ufo Point de Pinamar. Además, se atenderán consultas en los paradores y se ofrecerá charlas de orientación a padres, siguiendo con la campaña “Menores ni una gota”, impulsada junto a la Federación Argentina de Destilados y Aperitivos (FADA). El programa de radio será todos los días de semana, de 14 a 16. Para otras actividades, seguir las redes de Fundación Padres.