Cuando Esteban El As (38) pudo empezar a vivir de lo suyo, el rap, lo primero que hizo fue poner en su DNI la dirección de su casa: monoblock 12, barrio Ejército de los Andes, y el número de departamento. Fue un acto de reivindicación: está orgulloso del lugar donde nació, se crió y en el que hoy vive. "La gente de este barrio tiene en su DNI la dirección de otro lado porque sino no consigue trabajo. Cuando pude vivir de lo mío y poner mi dirección, sentí que me habían devuelto mi identidad. Se lo mostré a todos, con orgullo. Soy un rapero real: eso no es estar a los tiros y drogarse, es estar acá, con la gente", dice.
El As es uno de los nombres más reconocidos del rap argentino: llevó los berretines, los códigos y el lenguaje propio de las villas a la música. Los pibes de los asentamientos del conurbano y la ciudad lo llaman "la voz de los barrios". Además, es editor musical y se define como activista por los derechos de Fuerte Apache.
"Tuve la suerte, aunque retrabajé, de que hubo gente que me dio una mano, pude conseguir mis oportunidades y llegar a vivir de lo que me gusta. Yo era parte de los Back Street Boys, una de las bandas que sale en la serie de Tevez, aunque cuentan cualquier cosa ahí –aclara–. Como me fue bien en el rap, me alejé. La mayoría de esos pibes murieron enfrentados con la policía o están presos".
Que más chicos puedan tener la oportunidad que tuvo él de vivir de lo que les gusta, es su motor. Por eso se unió a Cultura Fuerte Apache, un movimiento de jóvenes que nació de las entrañas del barrio, sin fines de lucro, sin banderas políticas, para fomentar actividades vinculadas con la música y el deporte. Además, trabajan para hacer las calles y veredas más transitables, pintar fachadas y mejorar la calidad de vida de los vecinos.
Todo a pulmón: con lo que juntan vendiendo la basura que reciclan, compran las pinturas y herramientas de trabajo. Su objetivo es tener un centro cultural propio. "Somos 20 y trabajamos junto con la cooperativa Los Topos, que es de chicos que salieron de estar presos. Tenemos las mismas ganas de salir adelante", resume Esteban.
Está bueno que el otro mundo vea cómo somos: hay que derribar prejuicios, es lo que intenté toda mi vida
Es el mayor de 11 hermanos. La familia de su papá estuvo entre las primeras que llegaron al barrio. En el 83, con la vuelta de la democracia y la crisis económica, su familia tuvo que dejar el departamento donde vivía: "Mi viejo no tenía laburo. Mi mamá se metió en un terreno baldío y pusimos una lona y nos metimos abajo. Dos años más o menos vivimos ahí. Después, volvimos a Fuerte Apache", recuerda.
Ya consagrado como músico, vivió durante cuatro años en un barrio privado de Pilar, pero no se hallaba: "Vivir en Fuerte Apache es difícil de explicar, porque es eso –dice, buscando señalar un sonido que llega de lejos–: es escuchar los perros y los chicos. Es cultura. Es vida". El vecino que te convida algo, que te habla del partido, que te saluda cuando vas a comprar el pan. Los pibes que rapean en las plazas. La cumbia que suena a toda hora, en la casa de todos. Eso, El As no lo cambia por nada.
Él decidió hacer rap para representar a la gente de su barrio. "Lo malo existe y lo cuento. Pero también lo bueno, porque hay muchas cosas buenas. Está bueno que el otro mundo vea cómo somos: hay que derribar prejuicios, es lo que intenté toda mi vida", dice. El otro mundo. El que empieza más allá de la frontera que separa Fuerte Apache del resto de Ciudadela. La misma que delimita las villas y asentamientos de otros lugares del conurbano y la Ciudad.
Derribar prejuicios, "de los dos lados", es para El As clave: "Creo que desde afuera, de entrada, no nos miran de igual a igual: piensan que sos un delincuente o malviviente. Acá también hay prejuicio hacia el cheto. Yo trato de que entiendan que somos todos iguales".
No niega que la vida en Fuerte Apache tiene otro costado. "Existe la delincuencia, pero no como la venden los medios. Existe mucha pobreza. Eso es real. Decimos que vivimos en una ciudad aparte del país, así lo siente la gente. Porque también es real el abandono del Estado, de todos los gobiernos. Esperamos que cambie algún día porque somos personas, más allá de lo que venda la televisión", afirma.
Hacer el clic
El clic de que tenía que dejar la calle y la junta de la esquina para dedicarse a la música se lo dio la muerte de su amigo, Darío, tras un enfrentamiento con la policía. "Era mi mejor amigo. Eso cambió toda mi vida. Fue el cachetazo que me hizo plash. Él jugaba en Vélez y es el amigo de Tevez que sale en la serie, aunque todo lo que se muestra no es verdad. Cuando murió le prometí que iba a ser rapero y que no iba a morir. Le di mi palabra", recuerda Esteban.
Cuando piensa en su barrio, lo primero que le viene a la mente es su mamá. "Acá hay mucha santería, pero el verdadero culto es a la madre: somos hijos de madres solteras, de madres que pasaron situaciones feas. Para nosotros, mamá es todo. Por eso, el único monumento que hay en el barrio es a la madre, hecho por los vecinos".
Su madre, Anita, los crió a Esteban y sus hermanos prácticamente sola: se deslomaba trabajando en casas de familia para que sus hijos pudieran comer. "Hemos pasado situaciones que ahora no me avergüenzan, pero que en algún momento me avergonzaron mucho: comí de un container de basura cuando era chico, pasábamos hambre mal. Mi mamá hacia todo lo que podía", explica El As.
De la serie Apache le duele que no muestre eso: la gente laburadora, honesta, la enorme mayoría de los que viven en el Fuerte. "Creo que la serie vende pochoclo barato. El barrio está indignado: preguntále a cualquiera. Entendemos que es una ficción, pero deja feo al barrio y del otro lado se lo creen: nos ven a nosotros como ven a la serie. No es que no haya delincuencia o droga, pero es algo chiquito entre muchísima gente laburadora y honesta. Es mucha más la gente así que la mala", dice. "Estamos orgullosos de Tevez, pero no es la única persona honesta que se crió acá. Hay muchas cosas buenas para mostrar".
¿Con que sueña El As? "A mí me encantaría que en mi barrio no haya más barro, que se arreglen las cloacas y no se rebalsen más, que se pongan en valor los edificios, que a las escaleras no le falten escalones, que se apoyen a las cooperativas de vecinos y podamos tener todos agua caliente, más acceso a trabajos decentes y que el Estado no nos olvide más. Realmente somos un barrio olvidado por el Estado", asegura.
Para él, la música es ese idioma universal que ayuda a acercar hasta los polos aparentemente opuestos. "La música es el idioma del amor. A veces me ha tocado estar en lugares que no tenían nada que ver conmigo pero con cantar una canción me entendieron y me quisieron. La música, el arte, me salvó la vida", concluye.