Para los especialistas, estas familias cumplen un rol fundamental y sería clave fortalecerlas en todo el país; sin embargo, subrayan la importancia de ajustar los tiempos para que las medidas de abrigo no se prolonguen más allá de lo que establece la ley
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Como “un flechazo”. Así describe Marcela −52 años, veterinaria−, lo que sintió cuando escuchó hablar por primera vez de las familias de abrigo, acogimiento o tránsito. No tenía la menor idea de que existían. Pero esa charla con una amiga que le contó sobre la tarea de cuidar de forma transitoria a niñas y niños que debieron ser separados de sus familias de origen, la conmovió profundamente. No podía dejar de pensar en eso y, sin dudarlo, lo planteó en su casa. “El amor de una familia es irremplazable. No importa que no seamos sus papás o sus hermanos: el amor es el amor, es fundamental y uno enseguida ve el cambio en las chicas y los chicos”, resume Marcela. Y aclara: “Desde el comienzo, tenemos en claro que el abrigo dura lo que tenga que durar, un mes, tres u ocho. Nunca lo sabés, pero tenés que estar preparado”. De eso se trata: de querer, cuidar y dejar partir.
Marcela habla por videollamada desde su casa en La Plata. Tiene una beba de ocho meses en brazos, a la que cuida desde el mes de vida. Es la quinta que recibió en su hogar. Desde hace dos años, junto con su marido y sus cuatro hijos −Pedro (25), Bautista (23), Rosario (21) y Santiago (19)− forman parte de Comunidad Malú, una de las 32 organizaciones de la sociedad civil que, a través de un convenio con el Organismo de Niñez y Adolescencia de la Provincia de Buenos Aires, integran “Familias Solidarias”, un programa de familias de abrigo que actualmente contiene a 217 niñas y niños. “Cuando mi amiga me contó de Malú, lo primero que hice fue plantearlo en casa, porque todos tienen que estar de acuerdo, sino no se puede”, señala Marcela.
En las últimas semanas, la historia de una niña que vivió sus primeros tres años en una familia de acogimiento que hoy pide poder adoptarla conmovió a la opinión pública, se viralizó en las redes sociales, movilizó a artistas y cobró alcance nacional. El episodio visibilizó la realidad de muchas otras chicas y chicos que, tras sufrir distintas vulneraciones a sus derechos, debieron ser separados de sus familias de origen y que hace años esperan a que se resuelva su situación de forma definitiva. Aunque una medida cautelar de la Justicia impide actualmente a los medios difundir información sobre el mencionado caso, las preguntas se multiplicaron. ¿Qué es una familia de acogimiento? ¿Hay suficientes en todo el país? ¿Qué pasa cuando los tiempos judiciales se alargan y aquello que debiera ser transitorio se extiende mucho más allá de lo previsto por la ley? ¿Cómo proteger el interés superior de las niñas y los niños?
La mayoría de los referentes grafica el rol de las familias de tránsito con la figura del puente: deben colaborar, ya sea para que esas niñas y niños puedan revincularse con sus familias de origen o ampliadas –lo que sucede en la inmensa mayoría de los casos–; o bien acompañarlos para su inclusión en una nueva familia por medio de la adopción. En esa enorme tarea, Marcela y su familia no están solos. Cuentan con el apoyo del equipo técnico de Malú y también de Micaela (45), empleada pública y madre soltera de Tobías, un joven de 18. Entre ambas familias, comparten el cuidado de la pequeña beba. En Malú trabajan así: de forma comunitaria, con familias de apoyo que colaboran para que todos puedan tomarse momentos de descanso y con profesionales disponibles los siete días de la semana, las 24 horas. Para Marcela, el momento del egreso, es el más emocionante: “Lloro de felicidad. Todo el tiempo les decimos a los chicos: ‘ya vas a estar con tu familia definitiva’”, asegura.
Fabiana Isa, psicóloga, coautora del libro Acogimiento familiar y adopción. Un aporte interdisciplinario en materia de infancia y referente en la temática, explica que no es lo mismo ser familia de tránsito que por adopción, ya que se trata de “dos perfiles muy distintos”. “Para la adopción –aclara–, hace falta tener el deseo de hijo activo. Para ser familia de tránsito, se requiere algo muy diferente, que es el deseo de cuidar y también el poder dejar partir”. Isa señala que “por eso deben realizarse evaluaciones muy específicas”, por tratarse de “un acto de donación amoroso en ese momento tan vital del desarrollo subjetivo que es la primera infancia”. Y, con humor pero firme, advierte: “Narcisistas, abstenerse”.
Como todos los especialistas consultados por LA NACION, la psicóloga subraya que estas familias son una alternativa de cuidado “extraordinaria” y con un importantísimo rol social, ya que nada puede remplazar la atención personalizada, el amor y la contención que se da en el entorno familiar. En ese sentido, considera fundamental trabajar para fortalecer esta opción en todo el país, pero sobre todo ajustar los tiempos: la espera de las chicas y los chicos, ya sea en instituciones como hogares o en familias de acogimiento, siempre deja una huella profunda y vulnera sus derechos fundamentales. “El acogimiento es muy importante, pero también puede convertirse en algo iatrogénico si dejás que perdure indefinidamente en el tiempo, si te olvidás de esos niños y de esa familia”, advierte la psicóloga.
En esa línea, los referentes y las mismas familias de abrigo consideran prioritario que el acompañamiento sea constante, y que ni la Justicia ni los organismos de protección encajonen los expedientes de los chicos: detrás de los papeles están sus historias de constantes vulneraciones, de espera, y la necesidad de que se les restituya el derecho fundamental a vivir en familia. A raíz del caso que tomó alcance nacional en los últimos meses, Marisa Graham, defensora de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes de la Nación, realizó una serie de recomendaciones a juzgados, registros de postulantes a guarda adoptiva y organismos de protección. Graham enfatizó el carácter transitorio de las medidas excepcionales y la necesidad de un acompañamiento constante y un contralor judicial.
Por otro lado, la diputada Manuela Thourte (UCR-Evolución) presentó en la Legislatura porteña un proyecto para modificar la ley que rige a las familias de acogimiento en la Ciudad, con el objetivo de ampliar su número. “La mayoría de los chicos y chicas en CABA están en hogares. Se inscriben pocas familias de acogimiento y pienso que es porque hay poca difusión y claridad sobre qué responsabilidades implica”, asegura Thourte.
Un bien escaso
“Los cambios que ves en los chicos desde el momento que llegan hasta que se van, son impresionantes. Si esta bebita hubiese estado en un hogar, no tendría el mismo estímulo que tiene hoy: es una niña alegre, que se ríe todo el día, que tiene paz”, cuenta Marcela sobre la niña a su cargo. Se acuerda del primer bebé que recibieron en su casa. Estaba desnutrido, pero le hacía falta mucho más que comida. “En tal solo un mes, el cambio fue impresionante. Al principio no se podía ni sentar y empezó a enunciar, a comer solo, a pararse. Es darle una oportunidad a los peques de que crezcan en un entorno de amor”, sostiene.
Itatí Canido, directora general de Gestión de Políticas y Programas del Consejo de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes de CABA, explica que las familias de acogimiento son un “bien escaso”, ya que no muchas cumplen con lo necesario para esa responsabilidad. Por eso, se prioriza que reciban a chicas y chicos en su primera infancia, donde el contacto “uno a uno” es irremplazable.
La regulación y requisitos para ser familia de acogimiento varían en cada jurisdicción. El gobierno porteño tiene un Programa de Acogimiento Familiar (PAF) que depende de la Dirección General de Niñez y Adolescencia. Cuenta con 87 familias (de las que 15 son “de apoyo”, es decir, actúan como sostén) y 37 niños alojados. Teniendo en cuenta que bajo la responsabilidad de esa dirección hay cerca de 800 chicas y chicos en hogares, el número de familias que se requiere es mucho mayor. Pero, sobre todo, es fundamental a qué tipo de niñas y niños están dispuestos a recibir. “Necesitamos más familias en condiciones de recibir a grupos de hermanos, niños mayores a 5 años o con alguna discapacidad”, explica Carolina Díaz, a cargo de esta dirección porteña. Más allá del acompañamiento de profesionales, las familias reciben un kit inicial (cuna, pañales, etcétera), un subsidio económico mensual y en mercaderías.
En el caso de la provincia de Buenos Aires, existen 329 familias vinculadas al mencionado programa Familias Solidarias y hay 2091 niños, niñas y adolescentes alojados en hogares convivenciales y especializados, mientras que 149 pertenecen a hogares oficiales. Desde su creación en 2016, Malú abrigó a 37 niños y niñas. “Fueron todas experiencias exitosas. Por supuesto, siempre que se alargan los plazos de la justicia es en detrimento de los chicos, y queremos que sea lo más corto posible”, sostiene Claudia Zárate, presidenta de la organización. Sobre las familias que integran el programa, aclara: “No pedimos que sean familias tipo ni es necesario estar en pareja. Entendemos a la familia en un sentido amplio”. Con respecto a la relación de las familias de abrigo y los pequeños, cuenta: “Quien los amó y los cuidó, lo entrega a una nueva familia o a la de origen, y eso es confianza pura. En ningún caso podemos garantizar que quede el vínculo: en algunos se da y es maravilloso, porque ese niño gana una especie de tío o padrino, pero es una decisión de su nueva familia y no podemos forzar algo que se tiene que dar naturalmente”.
La larga espera
¿Cuál es el tiempo previsto para que la justicia y los organismos de protección definan que una niña o niño debe volver con su familia de origen o se declare su adoptabilidad? El plazo de estas medidas excepcionales es de 180 días, que pueden ser prorrogables. ¿Pero qué sucede en la práctica? Esos seis meses suelen extenderse, algo que varía en cada caso. Según las fuentes consultadas, el promedio de tiempo que las chicas y los chicos están en familias de tránsito no suele pasar del año o el año y medio, mientras que en los hogares ronda los tres años. Graham destaca que “las familias de acogimiento deben estar advertidas de la posibilidad de que se extiendan los plazos, sobre todo para poder cuidar y acompañar a las niñas, niños o adolescentes en dicha espera”. Igual de importante considera aclarar que eso no modifica los derechos y responsabilidades de los adultos.
¿Por qué los tiempos se suelen alargar? Las dilaciones pueden producirse en dos etapas. Cuando se determina que una niña, niño o adolescente debe ser separado de su familia de origen, lo primero es hacer todo lo posible por revertir las situaciones que produjeron esa vulneración de derechos y fomentar la revinculación. Los casos van desde papás que necesitan recuperarse de adicciones, hasta algunos con problemáticas de salud mental. Pero cuando eso no es posible y es necesario declarar la situación de adoptabilidad, la familia de origen puede apelar la sentencia, lo que prolonga los procesos. Los especialistas coinciden en que trabajar articuladamente y con poder contar con los recursos necesarios para achicar esos tiempos que la espera de las niñas y los niños no se eternice, es una de las grandes deudas pendientes.
Pilar Molina, secretaria General de Gestión del Ministerio Público Tutelar porteño, cuenta que la mayoría de las experiencias de acogimiento familiar “son increíbles”, y que es fundamental “sumar vínculos” y no creer que cada etapa por lo que van transitando esos chicos es un “compartimiento estanco en sus vidas”. “Hay que buscar la manera de multiplicar afectos y no ir cancelando etapas. Es fundamental que los adultos puedan integrarse y complementarse entre sí”, reflexiona. Para Molina, “la mejor política pública que podemos ofrecerles a estos chicos es hacer, como adultos y funcionarios, el mayor esfuerzo para que lo mejor de la familia biológica, de acogimiento y adoptiva esté presente en sus vidas, ampliando su red de afectos y no limitándola”.
Fernanda (58) está casada, tiene cuatro hijos grandes, y desde hace más de tres años en su hogar decidieron ser familia de abrigo. Ya pasaron dos bebés por su casa –viven en la Ciudad– y ahora, hace un año, están cuidando a otro. “A diferencia de lo que muchos dicen, que es que tenés que aprender a soltar, nosotros lo pensamos como un vínculo amoroso, sanador, que a ese chiquito o chiquita le sirvió de mucho y que no tiene por qué cortarse. Al revés: la clave es sumar”, cuenta Fernanda. “Ese niño –agrega– suma algo en su vida y, en nuestro caso, seguimos acompañando a las familias de origen o por adopción si así lo desean”.
Lo que Fernanda, al igual que muchas familias de acogimiento, reclama, es que las desvinculaciones nunca sean bruscas. “En situaciones en que los chicos están mucho tiempo con las familias de acogimiento, estas deberían poder acompañarlos en las transiciones”, señala. Desde su mirada, esto no siempre es así. “Como familia de acogimiento, vos sanás un montón de heridas en ese tiempo que el chiquito está con vos. Para nosotros es darle todo para prepararlo para la historia que viene, acompañarlo y fortalecerlo. Al darle ese entorno amoroso, a ese niño le generás confianza y seguridad. Esto es muy importante para su futuro”, concluye Fernanda.
Quiero ser familia de acogimiento
- Los requisitos y los pasos a seguir para ser familia de acogimiento dependen de cada jurisdicción. En CABA, pueden inscribirse en el Programa de Acogimiento Familiar y pedir más información en acogimientofamiliar@buenosaires.gob.ar.
- Si vivís en La Plata y querés recibir más información sobre las familias de abrigo, podés contactarte con Comunidad Malú, una asociación civil constituida en 2016 que, a través de un convenio firmado con el Organismo Provincial de Niñez y Adolescencia de la Provincia de Buenos Aires, cuenta con un programa de familias voluntarias que abren las puertas de su hogar para alojar temporalmente a niñas y niños de hasta cuatro años. Más información: www.comunidadmalu.org.ar / Facebook: Comunidad Malú / Instagram: Comunidad Malú.
Quiero ser cuidador familiar
- El Registro de Cuidadores Familiares es una experiencia que se orienta a cubrir la necesidad de contar con figuras de cuidado para niñas, niños y adolescentes de 10 a 17 años alojados en instituciones y para quienes la figura de adopción no resulta una alternativa posible, ya sea porque no se han encontrado postulantes en el Registro Central de Aspirantes a Guardas con Fines de Adopción, porque no brindan su consentimiento subjetivo para ser adoptados, o bien porque la adopción no resulta ser para ellos la figura adecuada. Se convoca a personas que residan en la provincia de Buenos Aires dispuestas a prepararse para asumir el cuidado estable y sostenido (con o sin convivencia familiar) de estas infancias y así poder acompañarlas en sus trayectorias hasta que puedan tener una vida autónoma. Por ahora, esta experiencia, que comenzó en el Juzgado de Familia Nº 2 de San Miguel, se extendió a los Juzgados de Familia Nº 5 de Mar del Plata, Nº 1 de Tigre y Nº 5 de La Plata. Más info: cuidadoresfamiliares@pjba.gov.ar