Familiarización frente al consumo
Treinta mil argentinos mueren por año debido a las consecuencias que, sobre su organismo, produce el consumo de sustancias psicoactivas y abuso de alcohol. Esto quiere decir que cada 20 minutos una persona muere en nuestro país por esta problemática social. El alcohol y las drogas están implicados en el 40% de los accidentes de tránsito que provocan muerte o incapacidades definitivas, de los cuales el 78% está protagonizado por jóvenes de entre 17 y 24 años. Los resultados de un estudio realizado por la Secretaría de Lucha Contra la Droga arrojan resultados desalentadores. En efecto, señalan que entre los estudiantes secundarios de 13 a 17 se incrementó, desde 2001, un 380% el consumo de inhalantes (pegamento), un 200% el de paco, un 120% el de cocaína y un 67% el de marihuana.
Como sociedad hemos desarrollado ante esta realidad anticuerpos patológicos o una suerte de familiarización frente al consumo. Los padres oscilan entre el temor, la impotencia y la resignación. El Estado dista de colocar la problemática de las drogas y el alcohol como tema prioritario. Sólo basta observar el magro presupuesto de veintitrés millones de pesos anuales de la Secretaría de la Programación para la Prevención de la Drogadependencia y la Lucha contra el Narcotráfico, que por más pericia técnica y buenas intenciones en su instrumentación son insuficientes frente a la dimensión del problema.
Para que se instale el problema de la drogadependencia tienen que conjugarse varios elementos: un momento de vulnerabilidad en la vida, la dificultad del grupo familiar para proveer el suficiente sostén, la presión del grupo de pares para consumir drogas y la oferta de sustancias.
Dentro de esta compleja red resulta un desafío para las familias establecer un equilibrio en la relación con sus hijos entre la democratización de la vida diaria, los límites y la estimulación de proyectos vitales. El balanceo entre estos ejes es la mejor forma de prevención. Usualmente los padres ante señales de peligro oscilan entre posiciones autoritarias o la pasividad frente al temor de enfrentar a sus hijos, lo cual promueve el desarrollo de una personalidad inmadura, incapaz de soportar frustraciones y tolerar la espera.
Las ONG, entidades educativas, deportivas, sanitarias, religiosas, poseen un enorme potencial preventivo, pero requieren de una debida capacitación.
Los docentes no fueron preparados suficientemente para manejar los problemas de drogas y violencia en el aula. Los médicos ven pasar frente a sus ojos cientos de jóvenes accidentados por abusos de drogas o alcohol.
El Estado debe fortalecer la capacitación de los recursos humanos mencionados anteriormente favoreciendo así el trabajo en red, articulando recursos junto a las ONG que trabajan en el campo de las adicciones. La mejor forma de prevenir es promover el reemplazo de una cultura que promueve la satisfacción inmediata de los impulsos por redes de contención que brinden oportunidades para el cambio.
El autor es presidente de la Fundación Aylén Prevención y Asistencia de las Adicciones
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