Es licenciado en administración de empresas, quedó en situación de calle: “Las noches de lluvia son horribles”
Pablo Tevilín tiene 60 años, habla inglés y trabajó décadas en un banco y en una empresa agroexportadora; una tragedia familiar lo derrumbó por completo; una cadena solidaria le permitió volver a soñar
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Es la última semana de mayo. Pablo Tevilín se peina con la mano el cabello canoso y se despeja la frente. Se acomoda los lentes. En una noche en la que el frío se siente a pesar de abrigos, guantes y gorros, sonríe y pide, por favor, que le saquen fotos a él solo, sin que se vean los más jóvenes ni los más viejos de fondo.
Lo dice porque sabe que ellos no quieren. Es una cuestión de códigos, de respeto. Comparten las reglas de lo no dicho porque se han ayudado, por ejemplo, a conseguir cartones. Los cartones son importantes para que el piso no sea tan frío. Porque el piso es más frío en la calle, explica Pablo con la parsimonia de un profesor que, sin querer presumir, desea llevar luz donde no la hay.
Pero no es profesor, es licenciado en administración de empresas, tiene 60 años, su lengua madre es el inglés y, como las personas a las que quiere proteger de los flashes, está en situación de calle, pero solo hace seis semanas.
Detrás de él, sobre la avenida Santa Fe, frente a Plaza Italia, sus colegas hacen un alboroto feliz que le gana a los sonidos de los motores, frenadas y bocinazos de colectivos y autos. Están contentos porque llegaron los voluntarios de Amigos en el Camino, la organización civil que reparte abrigos y comida a las personas en situación de calle y que, además, articula con otras organizaciones para conseguirles trabajo y un techo.
“Soy una persona que cayó en desgracia. Nunca creí que iba a estar en esta situación. Por suerte no es el fin del mundo porque hay mucha gente solidaria”, se presenta Pablo. Lleva con él un bolso con su ropa de verano y de invierno. También, un libro que encontró y le ayuda a “tener activa la psiquis”.
Habla con tono pausado, se toma un momento antes de responder, elige las palabras y las suelta amable. Dice que lo único que quiere es un trabajo que se sostenga en el tiempo para poder alquilar algo, pero antes cuenta su historia y lo que aprendió en la calle.
La desgracia
Pablo nació en Hurlingham, en una familia de abuelos maternos ingleses y abuelos paternos irlandeses. Dice que es por eso que recién aprendió a hablar en español a los cinco años, cuando tuvo que comenzar la primaria.
Ya mayor de edad decidió estudiar la licenciatura en administración de empresas, trabajó en un banco extranjero, que más tarde se fue del país. Después, en una empresa agroexportadora, y finalmente en una compañía de computación.
“Me iba muy bien hasta que mi madre se enfermó. Le detectaron un coágulo en el pulmón. Así que empecé a concentrarme en ella, en llevarla a los médicos. Los remedios eran muy caros y ella tenía una cobertura médica privada que en un momento no pude costear más. Terminé vendiendo mi casa y nos fuimos a alquilar con mi madre, que cobraba una jubilación y una pensión”, cuenta.
En ese trajín de médicos y tratamientos, Pablo también perdió su trabajo. A fin del año pasado su madre murió y eso fue un golpe que él grafica con una expresión corporal: levanta y deja caer los brazos aparatosamente. “Así me quedé”, dice.
Después de ese quiebre, dolor, orfandad y finalmente la calle. “Tengo 60 años y no es fácil a esta edad conseguir trabajo. Para peor yo tengo una pensión no contributiva y comenzaron a pagármela en dos cuotas. Imposible poder alquilar de esa manera”, explica.
Dice que la primera noche a la intemperie “fue una cosa desagradable muy desagradable”. No obstante, hay un pero: “Tuve el apoyo de la misma gente de la calle. Dentro de sus malestares de consumo, los chicos me ayudaron. Me dieron dos de sus frazadas, ellos se quedaron con menos abrigo para que yo no sintiera frío”, cuenta subrayando las palabras con el tono, con las manos y abre más los ojos azules.
La ayuda adecuada
Pablo explica que cuanto más se esté en la calle, más difícil es salir, que es más difícil salir para quienes tienen problemas de drogadicción o alcoholismo. Que quizás llegan a la calle sin consumos problemáticos, pero caen en ellos para que el tiempo pase rápido. También dice que en la calle se tiene miedo, “pero si estás en un grupo pillo no”.
Y explica: “Se protegen entre ellos, es como un clan. Si uno está enfermo se van a todos al aguante, como se dice, y se le consigue ayuda o un remedio”, dice sonriente, pero con la seriedad de quien da cátedra.
Al mes y medio de estar en la calle, cuando se realizó esta entrevista, Pablo tiene ya una rutina que aprendió gracias a su clan. Dormir en un cajero, en San Isidro o en capital. Desayuno a las 8 en la catedral de San Fernando, almuerzo en el comedor en Barracas de Belgrano y al atardecer, buscar cartones para que el suelo no sea tan frío. La clave, respetar a todos y ser amable.
Pablo cuenta que viajar mucho le ayudó de alguna manera a enfrentar su desgracia. “Yo tuve la picardía de viajar a países como Nepal, la India, en donde viví experiencias no del todo agradables. También, viajando se aprende a convivir y a hablar con todo tipo de personas, con un lord o con la gente más humilde”, explica y hace una pausa ante los gritos de una chica que pelea con un hombre al que le dice que no la moleste más y le tira un bolso en medio de la vereda.
Los más jóvenes y los más viejos disfrutan de su vianda de comida. Un señor delgado, pequeño, llamado Daniel hace bromas y sonríe como feliz. Agradece el par de zapatillas que le dan los voluntarios de Amigos en el Camino. Está descalzo. Cree que le robaron el calzado cuando dormía.
“La calle no es buena para nadie. Hay gente que tiene muchísimos problemas, familiares o de consumo. Hay muchos jóvenes. Muchos han tenido padres abusivos, alcohólicos que los han echado antes de tiempo de sus casa y no han terminado de madurar. Y algunos prefieren trabajar como trapitos porque ganan más dinero que estando 12 horas lavando platos en los mejores restaurantes. Otros se internan para tratar sus adicciones, pero son tratamientos largos y los sienten como una cárcel”, enumera Pablo, nuevamente en su papel de profesor o quizás de alumno.
La entrevista termina. Un voluntario de Amigos en el Camino le alcanza un recipiente que humea sabroso de guiso de arroz, fideos y algo de carne. También le dice que por favor pase por la sede de la organización porque una asistente social lo va a ayudar a encontrar un trabajo. Después le da un abrazo.
Es la última semana de junio. Desde la cuenta de Instagram de Amigos en el Camino anuncian que Pablo los fue a visitar a su sede en el barrio de Balvanera y que consiguió trabajo en una empresa de eventos como administrativo. Tiene su propio escritorio, su computadora, un celular y ya no está más en la calle: alquila un cuarto con cocina compartida en una casa, en el microcentro. En el posteo, Pablo habla a cámara y, con pausa, elige las palabras, las suelta amable y da las gracias: “Me tratan muy bien. Estoy muy contento de haber salido de la calle”.
Cómo ayudar a otras personas en situación de calle
- A través de Amigos en el Camino, una organización que distribuye comida a personas en situación de calle en CABA y articula para conseguirles trabajo. Necesitan donaciones de comida y voluntarios. Su sede está en Valentín Gómez 3332 y se los puede ubicar al 15-3910-2998.
- Conocé la historia de más personas que viven en situación de calle en la ciudad de Buenos Aires y enterate cómo podés comprometerte.
- Cuál es la mejor forma de ayudar a quienes están en situación de calle. La Nación armó una guía con 50 maneras de solidarizarse con las personas que duermen a la intemperie. Podés entrar haciendo click aquí.