Eduardo "Huevo" Ceratti todavía estaba en la primaria y usaba pantalones cortos cuando el hambre se le metió por los ojos. Acompañaba a su papá, Alfredo José, que era camionero, en un viaje por Santiago del Estero. Desde el camino, sintió la impotencia de pasarle de largo a la desnutrición, los ranchos de adobe y los pies descalzos de los chicos. El recuerdo se le hizo carne. "Algún día, quiero hacer algo para ayudarlos", pensó Huevo, que se crió y vive en Alejo Ledesma, un pueblo de 3000 habitantes del este cordobés.
Desde los 18 años y siguiendo los pasos de su papá y su abuelo, fue Huevo quien, atrás del volante, empezó a recorrer el norte argentino en un camión de carga. Cuando dos años atrás le diagnosticaron cáncer de próstata y vejiga, una idea empezó a tomar forma en su cabeza. A fines del año pasado y ya "muy complicado" por el cáncer, decidió contársela a sus amigos. Estaban en "El boliche del zurdo", el bar donde se juntan todas las tardes a compartir un vermut y jugar a las cartas.
"Antes de morirme, quiero cumplir un sueño", les dijo Eduardo, que tiene 63 años y junto a Viviana son papás de Ángela (22), Arístides (20) y Sofía (18). El objetivo, era colaborar con la lucha contra la desnutrición infantil en Santiago del Estero.
Carlitos, José María "el negro" y Adrián son solo algunos de los nombres del grupo de amigos del Huevo que motorizaron la cruzada solidaria de la que participaron más de 1000 personas además de empresas, parroquias, medios de comunicación y autoridades locales. En menos de un mes, recaudaron 250.000 pesos en alimentos no perecederos, leche y hasta bancos para equipar un aula. "Yo les dije que ponía todo: el camión, el tiempo y el gasoil. Ellos se lo cargaron al hombro: armaron un festival solidario para el 1 de diciembre, con un espectáculo extraordinario, donde la entrada era un alimento no perecedero. Todo el pueblo se sumó. Nos conocemos todos, somos como una familia", detalla Eduardo.
Pero su objetivo era más ambicioso que entregar las donaciones: "Queríamos generar un impacto a largo plazo en la vida de esos chicos", cuenta Huevo. Por intermedio del sacerdote Franco Barrios, párroco de Alejo Ledesma, conocieron la Fundación Dignamente, que trabaja en la prevención y tratamiento de la desnutrición infantil y promoción humana mediante centros de desarrollo infantil donde son atendidos mamás embarazadas y niños menores de cuatro años en condiciones de vulnerabilidad extrema.
Queríamos generar un impacto a largo plazo en la vida de esos chicos
Mientras los chicos y las chicas reciben el tratamiento médico que necesitan, sus madres y padres aprenden oficios, son alfabetizados y reciben educación para la salud. De esa forma, se busca que puedan generar ingresos que les hagan posible acabar con la inseguridad alimentaria.
Huevo y sus amigos no dudaron en contactarse con la fundación. Decididos a empezar el año cumpliendo su sueño, el 1° de enero viajaron durante un día hasta Quimilí y Weisburd en Santiago del Estero. Con una temperatura cercana a los 50º grados, el equipo de Dignamente les dio la bienvenida, conocieron los talleres de los centros de nutrición, y a las madres y los niños y niñas que asisten.
En los dos años de vida de Dignamente, los resultados son contundentes: 305 niños y madres embarazadas recibieron tratamiento nutricional, 183 chicos fueron dados de alta, 875 chicos actualizaron sus controles de salud, 719 tienen calendarios de vacunación al día, 844 se incorporaron a instituciones socioeducativas, 421 mujeres se capacitaron en oficios y 740 hogares pudieron hacer mejoras edilicias.
Heriberto Roccia, cofundador de Dignamente, la describe como una cadena solidaria donde cada uno puso su lo suyo: "Eduardo y sus amigos tenían la inquietud de que las donaciones repercutieran a largo plazo, y eso es lo que buscamos: trabajar junto a las madres de los niños en estado de desnutrición para que sea el hogar el que les brinde una adecuada salud y educación".
Las donaciones recaudadas se convirtieron en insumos que hoy son utilizados en los distintos talleres de oficios. Por ejemplo, las más de 100 bolsas de 25 kilos cada una de harina y las 50 de polenta se destinaron a los de gastronomía, panadería, fábrica de pastas y alimentos saludables. "Todo se transforma en aprendizaje y educación", resume Heriberto. Y detalla: "En el taller de gastronomía las madres aprenden con las nutricionistas a ingerir una dieta equilibrada, junto con el programa de agricultura familiar".
Hoy, Eduardo está feliz con el objetivo logrado. Del otro lado del teléfono, antes de subirse al camión y seguir la ruta que lo lleva desde Santiago a su pueblo, Alejo Ledesma, asegura: "No esperaba esta repercusión para nada. Lo que se siente es una emoción inmensa y la satisfacción de haber podido cumplir un sueño. Si bien ahora me siento bien y Dios quiera que aguante un tiempo más, cuando te llega, te llega. Quería hacer esto antes de que se me complique más y no pueda ir. Ahora me puedo morir tranquilo, ya cumplí todo".
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