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“Yo le he cortado el ombligo, todo”, dice Leonor Frías, con total tranquilidad, al contar cómo fue parir a dos de sus hijos – Carlitos y Vito- en medio del campo. “El primero lo tuve en el hospital y después ya sabía que se necesitaba algodón, la tijera y el hilo. No me dolió porque apenas me enfermo, nacen”, agrega esta mujer de 37 años.
Frías vive en Urutaú, uno de los parajes más pobres de Santiago del Estero, al límite con Chaco, en donde la salud escasea para todos. Dos días después del nacimiento de sus hijos, recién los pudo llevar en zorra (carro tirado por un burro) a hacerles un control en Monte Quemado, a 30 kilómetros.
Hoy vive con su pareja y sus seis hijos varones (sería siete pero uno falleció) en una casa precaria que van arreglando de a poco. Con la cría de animales y sacando madera del monte, consiguen que cada uno tenga un plato de comida. "En la zona no hay mucho trabajo formal. Los que trabajan lo hacen en los hornos de ladrillo, haciendo carbón o con la madera. Hay algunas mujeres que crían a los animales, y se ocupan de las casas y de los hijos", explica Sebastián Quintana, coordinador regional de Haciendo Camino en Monte Quemado.
Además, su hijo mayor cobra una pensión por discapacidad porque tiene problemas en la vista y ella otra porque tiene desviada la columna. También cobra la AUH por sus hijos.
"La vida acá es linda porque podemos criar animalitos, cosas que uno puede tener para consumir en la olla. Sino de qué vamos a vivir. Tenemos que criar a nuestros hijos con lo caro que está todo", se queja.
Frías tiene unos ojos color verde intenso que se llenan de lágrimas cuando recuerda lo empinada que le resultó su vida. Es analfabeta porque solo pudo hacer parte de primer grado. En su casa, había que salir a trabajar. "De muy chiquita mi padre me ha llevado al monte a hacer cortar leña, a hacerme sufrir en el trabajo de campo. Nos hacía hacer hoyos en el piso para sacar el árbol de raíz. Y si no podíamos hacerlo nos hacía azotar", cuenta mientras se lamenta no haber podido estudiar.
A los 18 años tuvo a su primer hijo y conoció el horror. Su marido era alcohólico, violento y la obligó a tener muchos hijos. "Yo le decía que éramos pobres. Pero él entendía que si uno se juntaba era para tener hijos. Ahí vinieron los primeros cuatro en escalerita. Ahí sufrimos mucho hambre porque además él era muy tomador", cuenta mientras empieza a preparar un guiso de cabrito, cebolla, morrón y zanahoria para que almuerce su pareja y sus hijos más grandes que están trabajando en el monte. Los más chicos, van a la escuela.
Frías siente que Dios la ayudó a salir de ese calvario y se llevó a su primer marido con tan solo 37 años por problemas en los pulmones. "Era muy fumador y yo me quedé sola con los chicos durante cinco años", dice. En ese momento, su mamá también le dio la espalda porque se juntó con un hombre que no quería saber nada con sus hijos. Frías tenía cuatro hijos, uno de apenas unos meses, y llegó a pensar en suicidarse. "No sabía qué hacer y empecé a tener malos pensamiento. Subí los pisos de la escalera en el hospital y me quise tirar. Pero una voz que me dijo que mis hijos me necesitaban. Por suerte ahora estoy bien", aclara.
Frías tiene un terreno grande, en donde llama la atención una cancha de fútbol con arcos de madera que usan sus hijos, pero también todo el barrio. Al lado de la casa, unas ovejas pasean en busca de comida. Unos perros desnutridos, esperan a ver si les toca alguna sobra.
A pesar de las carencias, la casa de Frías es muy prolija, está todo ordenado y tiene cuatro habitaciones, agua y luz. En los días de calor, algunos duermen en la galería. Su hijo más chicos, de 2 años, toca el bombo que ella hizo con cuero de vizcacha y dos cucharas.
Cuando conoció a su segundo marido, ya sabía que estaba enfermo de hemorroides pero no parecía grave. Con él tuvo a su quinto y sexto hijo. "No quería ir al médico y cuando fue ya era demasiado tarde. Le descubrieron que tenía cáncer en todo el cuerpo", recuerda.
La posta sanitaria de Urutaú brinda atención primaria y funciona sólo algunos días. Por eso, para cualquier urgencia o caso grande, hay que ir a Monte Quemado. Quintana explica que en temas de salud, lo más grave en esta zona es el acceso. "En Monte está el hospital zonal de la región pero que está prácticamente vacío. Hay algunos médicos pero muy pocos para la cantidad de gente. Cualquier caso de emergencia se tiene que ir a Santiago del Estero o a Sáenz Peña", dice.
Frías sufre esta realidad y varias veces tuvo que salir corriendo con sus hijos a la localidad más cercana por problemas de salud. "En la sala no hay nebulizador para cuando los chicos están muy trancados. Lo que uno necesitaría acá, es un médico que venga una vez a la semana", reclama.
Porque estos reclamos tienen nombre y apellido. Son miles las personas que mueren en estos lugares porque no hubo un diagnóstico, un tratamiento adecuado o un hospital cerca. Frías lo vivió en carne propia y todavía siente físicamente la ausencia de su hijo de cuatro años. Cuando fue a la salita de Urutaú para revisarlo porque tenía problemas en los pulmones, la mandaron primero a Taco Pozo y después al hospital de Sáenz Peña. ¨Nunca supe bien qué tenía. Estuvo internado unos meses y falleció¨, dice con resignación.
Esta mujer de fuerza arrolladora, siempre puso su prioridad en criar a sus hijos en el respeto, la verdad y el amor. Para ella, es un orgullo saber que los adolescentes no cayeron en las drogas ni en el alcohol y que los más chicos son obedientes. "Mis hijos no salen a andar, todos siempre están en la casa. No les he dado ese mal camino de andar emborrachándose en la noche a pesar de haberlos criado sola. Si uno se descuida no sabe qué rumbo van a tomar. Ellos son útiles. Uno prepara la olla, otro prepara el guiso, ellos barren, lavan. Es lo mismo tener mujer o varón para mí".
Lo que sí lamenta, es que sus hijos de 18 y de 15 años hayan aguantado el desarraigo de tener que ir a Monte Quemado a hacer el secundario porque en Urutaú solo hay hasta primaria. "Este año mandé a uno y volvió. Siete materias se llevó el primer trimestre. Será que como ellos quedaron sin padre desde chicos, no tienen capacidad para estudiar. O será porque no se quieren separar de mí porque siempre estuvieron conmigo, y eso se les hace difícil", explica.
Cuando tenía 30 años, Frías conoció a su actual pareja y formaron una familia ensamblada. "Mis hijos no le faltan el respeto. Yo les hablé a mis changuitos y les expliqué que le tienen que hacer caso. Lo hemos manejado. El de 18 años no le levanta la voz, de hecho trabajan con él", cuenta.
Su miedo era que cuando tuvieran un hijo, él tuviera un trato diferente con sus otros hijos. Por eso, esperaron cuatro años para encargar. Así nació Adrián Erem. "Por suerte no cambió nada. Como era mi séptimo hijo varón le mandé una carta al presidente para que fuera el padrino pero no tuvo respuesta", aclara.
Para Frías, el hombre es la cabeza del hogar. Él es el que tiene que mandar en la familia y la mujer obedecer. "La mujer tiene que estar sujeta a su compañero. Yo creo que él tiene que decidir qué es lo que yo hago", dice convencida.
El sueño de Frías es poder tener una casa digna, no con palos. En esta tiene una construcción para ducharse y otro para ir al baño, y tierra arriba del techo de la casa para que sea más fresca. "Me gustaría tener una casa de material, bien hecha para dejarle a mis hijos. Esta tiene plásticos y reúne arañas, vinchucas y hay que estar sacándolas todos los días. Es un peligro", dice.
COMO AYUDAR
Las personas que quieran ayudar a Leonor y a su familia a construir una casa de material o con otras donaciones pueden llamar a la organización Haciendo Camino al 011-5199-6482.