Hace diez años, Jorge Luis Borge renunció a su trabajo para iniciar un emprendimiento laboral para personas rechazadas por las firmas tradicionales; la ayuda de su jefe de entonces lo hizo posible
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Una tarde, a Jorge Luis Borge le sonó el teléfono de su oficina. Era el empleado de Seguridad. Llamaba para informarle que en el hall de entrada había una persona en situación de calle y que él se disponía a sacarla.
—¿Qué quiere? —preguntó Jorge.
—Pedir trabajo —respondió el empleado.
—Entonces que pase —le indicó en su rol de gerente de Recursos Humanos.
—Pero tiene olor —agregó el empleado.
—No importa, que pase igual —insistió Borge.
El hombre se llamaba Aníbal y estuvieron hablando como una hora y media. Hoy, una década después, Jorge recuerda detalles de aquella charla. “Aníbal había tenido una familia, me contaba cosas de vivir en la calle, de no tener a veces para comer o de tener que ir a paradores. Me decía: ‘yo estoy para hacer otras cosas y no encuentro las oportunidades’. Era muy injusto porque todos necesitamos que nos abrieran una puerta en algún momento”, reflexiona.
Aquel día, Borge terminó de comprobar esa certeza que venía rumiando desde hacía un buen tiempo. Que, en las empresas tradicionales, el término “Recursos Humanos” no hace referencia a todos los seres humanos, porque hay que contar con ciertas credenciales –no al alcance de cualquiera– para ser parte.
Que las cosas fueran de esa manera, le generaba dos conflictos. El primero tenía que ver con que él no estaba de acuerdo. Y ese desacuerdo desencadenaba el segundo conflicto: él era gerente de Recursos Humanos.
Así que, ese día, Jorge empezó a soñar con un emprendimiento muy particular. Una empresa que pusiera foco, justamente, en quienes, a la fuerza, tuvieron que especializarse en gestionar rechazos a la hora de pedir trabajo. Hacerlo requeriría tiempo y energía, así que entendió que debía desvincularse de Next, la empresa en la que trabajaba, aunque no contara con un respaldo económico para comenzar algo desde cero.
“Cuando le fui con la idea a quien era mi jefe, primero pensó que le estaba contando un plan a mediano plazo. Pero le dije que quería empezarlo lo antes posible, así que pensaba renunciar a mi puesto de gerente. El tuvo un acto muy generoso porque me dijo: ‘Bueno, renunciá si querés y yo te contrato por un año y medio como consultor’. Casi como que me inventó un puesto. Eso me permitió solventarme hasta que mi empresa dio sus primeros pasos”, rememora.
Aquel jefe es Miguel Ángel López, el CEO de la empresa en la que Jorge trabajaba. El vínculo laboral entre ambos había arrancado en 2008, cuando Borge ingresó a Qualytel – Next Latinoamérica, una empresa de call centers, como gerente de Capacitación y Desarrollo. Al poco tiempo, la firma se dividió entre los socios –López era uno de ellos– y él continuó en Next, la compañía de este último, orientando sus funciones al área de Recursos Humanos.
Allí donde hubiera alcanzado para estar dentro de la ley con aceptar la renuncia de su gerente, Miguel decidió dar un paso más y facilitarle, en términos económicos, la salida. Ese empujón le dio a Jorge el impulso necesario para iniciar Gestiones Solidarias, una empresa por la que ya han pasado unas mil personas a lo largo de estos diez años. Orientada a la limpieza desde su nacimiento, este año sumó dos unidades de negocio: mantenimiento y agencia de empleo. Su perfil de empleados hace foco, esencialmente, en las poblaciones que cuentan con menores chances de obtener un trabajo en blanco, más que nada, porque sobre ellas pesan ciertos prejuicios.
Un sueño hecho realidad
Pero, en aquel momento, nadie podía predecir el impacto que tendría aquel gesto. Y hoy, por primera vez, Miguel tiene la oportunidad de verlo. Estamos en un galpón ubicado en Tigre. Es jueves por la tarde y, afuera, el frío se hace sentir a pesar del sol brillante y el cielo completamente celeste. Varias decenas de personas vestidas con ropa de trabajo y cascos rojos, guardan alimentos en cajas. Jorge le cuenta a Miguel –ambos con cascos amarillos– que algunos son hipoacúsicos, otros cargan un pasado en la calle y otros, han estado privados de su libertad, pero ya pagaron su deuda. Todos son empleados de su empresa.
Miguel tiene realizado ante sus ojos lo que hasta ese momento solo había conocido a través de las palabras de su exempleado, cuando apenas era un sueño. Ver cuán fructífera fue la ayuda que le brindó hace una década, es algo que parece tomarlo por sorpresa. “Me genera una enorme satisfacción y una gran alegría. Que a la buena gente que tiene ganas de laburar y buenas ideas, le vaya bien, es una satisfacción”, asegura minutos más tarde, mientras ambos conversan con LA NACION.
Hay que remontarse al tiempo en el que fueron jefe y empleado para comprender por qué Miguel se refiere a Jorge como “buena gente que tiene ganas de laburar”. “Hubo momentos de trabajar codo a codo con Jorge. Él se ocupaba, entre otras cosas, de la interacción con el sindicato. Ayudaba su perfil más soft que hard. Y era quien me convencía de que valía la pena sumarnos a ciertos programas de empleo promovidos por el Estado para perfiles no tan tradicionales, una suerte de padrinazgo. Mirado a la distancia, Jorge no tenía perfil para hacer una carrera corporativa en una compañía tradicional. Es una persona demasiado humanista y las compañías, lamentablemente, son cada vez menos humanistas”, reconoce Miguel.
De todas maneras, diez años después, Borge asegura haberse llevado enormes aprendizajes del mundo corporativo. “Toda esa etapa fue un gran crecimiento. Pero para llegar a un puesto gerencial no solamente tenés que tener las aptitudes sino que alguien las vea. Y vos me permitiste eso, Miguel, crecimiento y la posibilidad de repensarme. Además, me permitiste hacer. Siendo el CEO y accionista de la compañía, yo iba a verte con una idea y siempre me preguntabas cómo llevarla adelante. Y cuando fui a comentarte mi plan, tu ofrecimiento me sirvió para vivir hasta que mi empresa empezó a funcionar”, sostiene, mirando a su exjefe.
—Y además te conseguí tu primer cliente como consultor, y empezaste a trabajar también con él —acota Miguel—. Entre esas dos cosas te permitieron poder arrancar el proyecto.
—No tenía que cumplir de 9 a 18 de lunes a viernes, que era inviable para lo que yo quería hacer. Yo necesitaba la flexibilidad de poder acomodar las cosas de diferente forma —dice Jorge.
—Yo siempre lo miré por el lado del resultado —le responde Miguel—, sobre en todo en ciertas funciones, no era necesario que estuviera todo el tiempo en la medida que pudiera colaborar e ir formando a su reemplazo. Ese fue el acuerdo y nos sirvió todos.
Lo cierto es que la ola expansiva de ese “todos” que pronuncia Miguel va mucho más allá de él y de Jorge. Alcanza a las mil personas que ya han pasado por Gestiones Solidarias. Allí tuvieron quizá la primera oportunidad laboral de sus vidas.
“Hay prejuicios que están en el imaginario social que no se condicen con la realidad. ‘Esta gente no quiere trabajar’ o ’Viven de planes’. Ahora mismo hay catorce personas con discapacidad auditiva trabajando, de las cuales once ya tenían su pensión por discapacidad y decidieron renunciar a ella. Cuando escucho a gente que repite prejuicios, yo les pregunto: ¿A cuántas de esas personas les diste oportunidades? ¿Cuánta gente conocés que es realmente lo que dice un audio de Whatsapp que se viraliza? ¿Estuviste con ellos, fuiste tutor de alguien?”, agrega Borge, desde su base de operaciones en Tigre, en la sede de Cook Master, empresa con la que comparte la filosofía de la inclusión y con la que tiene algún proyecto común.
“Siempre tuve oportunidades”
Para entender el verdadero peso que tienen sus palabras, hay que adentrarse en la historia familiar de Jorge. “Nosotros no entrábamos en la clase media. Éramos de clase baja, pero sin necesidades, aunque tuvimos épocas complicadas. Una vez, de chico, mi padre se había quedado sin trabajo y tuvimos que mudarnos a una casilla, en un barrio en San Miguel. Todavía recuerdo el llanto de mi madre porque las ventanas, en lugar de vidrio, tenían nylon”, rememora Borge, quien creció en una familia compuesta por nueve hijos y en la que trabajaban ambos padres: él como empleado de fábrica y ella limpiando casas.
“Aquella vez, a mi padre, le costó reinsertarse, pero lo logró. Y eso es una de las cosas que rescato: siempre los vi trabajar, siempre tuve oportunidades. Pero hoy tenemos tres generaciones de personas que no vieron a sus familiares trabajar y la cultura del trabajo es como la cultura social, se transmite de generación en generación. Es lo que ven los hijos. Eso en un momento se truncó, entonces hay una enorme cantidad de personas que empezaron a ser improductivas y a creer que no son capaces”, reflexiona este hombre de 50 años, que se formó y ejerció varios años como profesor de Educación Física, hasta que ingresó al mundo corporativo en el área de capacitación.
En esta década al frente de Gestiones Solidarias junto a Marcelo Castelli, su socio, las historias positivas se multiplican. “Me devuelve mucha satisfacción personal ver que el otro se desarrolle. Que alguien venga y nos diga que pudo salir de la villa 31 y alquilar en otro lado, o que salió del hogar y se alquiló una piecita. O cuando Víctor, que estuvo en la cárcel, nos contó que la hija le aceptó 1000 pesos de su segundo salario porque sabía que era plata bien ganada. Esos pequeños pasitos se celebran. Como cuando alguien se recibe del secundario o me dice: ‘Me voy porque conseguí otro trabajo’, o cuando un cliente dice quedarse con nuestros empleados. Cuando te cuentan estas cosas, todo empieza a cobrar un sentido verdadero”, enumera Borge.
Honrar el legado
Por el lado de Miguel, con aquel gesto hacia su empleado, el empresario honró su propia historia familiar y los valores inculcados por su padre. “Mi padre fue un inmigrante español que llegó a la Argentina a los 3 años, huyendo de la pobreza extrema. Comenzó a trabajar a los 7 años. De todos los hijos, él fue el único que llegó a la Universidad. Se recibió de contador. Siempre recuerdo que se iba muy temprano a trabajar y volvía a la noche para cenar. A mi hermano y a mí nos inculcó siempre el valor del esfuerzo”, recuerda.
López cuenta que tenía 22 años cuando se recibió de contador. Le siguió una carrera siempre ascendente en grandes compañías como Fiat, Dupont, IBM, Telefónica o Telecom, por mencionar apenas algunas. “Antes de los 50 ya había hecho carrera profesional en grandes compañías y ponía mi propia empresa”, sostiene.
Con su extensa trayectoria, el hombre lamenta saber que casos como el suyo y el de Jorge sean excepcionales. “Es así, entre otras cosas, porque estás mucho más atento a cumplir los objetivos porque de la parte social hay un departamento que se encarga. No estás mirando eso. Estás pensando en lo que tenés que hacer y cómo lograrlo más que en cómo ayudar al otro o cómo le generás una carrera”, acota.
Con él coincide Jorge. “Las trabas que ponen las empresas son el secundario y la procedencia. Tenemos un montón de gente que nos decía: ‘Yo no consigo trabajo porque cada vez que ponía que vivo en la villa, no me llamaban’. Una utopía es pensar que todas las empresas del país puedan contratar a una persona en situación vulnerable. Imaginate que nosotros somos una Pyme chiquita y ahora tenemos trabajando a noventa personas de estos estratos. Una persona no te va a mover el cash flow del año ni te va a provocar la quiebra –concluye–. Pero vos, seguro, le podés cambiar la vida.”
Sobre Redes Invisibles
Redes Invisibles es un proyecto de Fundación La Nación que nació en 2019 con un firme propósito: combatir y desterrar los prejuicios instalados en nuestra sociedad en torno a la pobreza. En esta nueva serie, rescata el concepto de las oportunidades como un valor que enriquece no solo a quien las recibe sino también a quien las da. También cuestiona la idea de que únicamente quien tiene recursos –económicos, materiales, de conocimiento, etc.- puede hacer algo por los demás: todos, desde nuestro lugar, podemos tener gestos o acciones que abran puertas y contribuyan a cambiarle la vida al otro.