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Nacen con un arma bajo el brazo. Se acostumbran a escuchar tiros, a aprender los códigos y a que “salir a trabajar” es ir a robarle a otros. A los 8 años empiezan a “cuidar” los bunkers, a ser los ojos infantiles que avisan si viene la Policía.
Si les salen bien los primeros encargos, suben en el escalafón y son los elegidos para hacer mandados. Con esos primeros billetes ayudan en su casa y pueden comprarse algo propio, que no les venga heredado de sus hermanos o primos.
Esta es la realidad de muchos de los chicos que viven en las villas y los asentamientos precarios de Rosario. Nacieron ahí, con pocas oportunidades y les tocó crecer de golpe. Y aunque consuman drogas o tengan un "fierro" en la mano, siguen siendo niños.
Leonel Saucedo nació en Villa Gobernador Galvez y a los 13 años empezó con su carrera delictiva. A los 16, cayó preso por primera vez. "Tuve un pasado feo. Estuve perdido muy mal en la droga, detenido tres veces y me han matado a un compañero", dice este joven de 21 años que dejó atrás esa vida y hoy lucha por llegar a ser boxeador profesional.
Si bien en esta zona existen bolsones de pobreza, ese no es su problema principal. Según el Índice de Vulnerabilidad Social elaborador por el Observatorio de la Deuda Social de la UCA para el proyecto Hambre de Futuro, la región pampeana está cuarta en el ranking de pobreza infantil, detrás del NEA, el NOA y Cuyo, respectivamente.
En cuanto a las provincias dentro de la región pampeana, Entre Ríos y Santa Fe son las que cuentan con mayor número de niños en riesgo.
Hasta allá viajó LA NACION para conocer cómo son las infancias en la ciudad de Rosario y sus alrededores. En esos rincones, los chicos tienen que enfrentarse a la violencia, a las posibles inundaciones y a la exposición a los agrotóxicos.
"En la villa hay que comer. Hay algunos que necesitan el dinero y la delincuencia es el camino más fácil. Como no hay suficientes comedores ni trabajo, no les queda otra", explica Mariana Inés Segurado, fundadora de Núcleos Inclusivos de Desarrollo Óptimo Sustentable (Nidos).
En lo que va del año, las cifras oficiales reflejan que en 2018 existieron 173 homicidios dolosos en la ciudad de Rosario y Gran Rosario. El pico se dio en el mes de abril, en donde hubo 27, un asesinato por día. Este número es superior al total de 149 sucedidos en 2017, por lo que evidencia que todavía sigue siendo uno de los principales problemas a resolver.
Pablo Suárez, Director de Seguridad Comunitaria del Ministerio de Seguridad de Santa Fe, explica que si bien hay estructuras delictivas que se han desmembrado producto de la justicia, se generan nuevos liderazgos porque el consumo de estupefacientes no ha disminuido. "Estamos con un rebrote del indicador de violencia que es el número de homicidios. No nos sorprende pero desde la gestión pública aspiramos a que el número caiga notablemente", explica el funcionario.
A la vez destaca que la estrecha relación del ministro de Seguridad de Santa Fe, Maximiliano Pullaro, con la Ministra de Seguridad de la Nación Patricia Bullrich, le ha permitido a la provincia reforzar la lucha contra el narcotráfico y aumentar el número de allanamientos.
Son niños que naturalizan la violencia y que, en muchos casos, no han visto trabajar a sus padres en mucho tiempo. "El no tener un acompañamiento fuerte a nivel familiar y la falta de oportunidades hace que pongan en riesgo su propia vida y su seguridad", dice Lionella Cattalino, coordinadora general del Plan Abre.
A los 12 años ya están empuñando armas para sentirse más hombres, para ser parte del negocio y adueñarse del territorio. La violencia es el único lenguaje que conocen, que mamaron en su casa y en la calle, porque ahí es donde pasan la mayor parte del tiempo.
Vivir con miedo
También están los otros chicos, los que logran escaparle a ese detino pero igual se crían en un contexto de pandillas, tiros y droga. Son los que van a la escuela, los que conviven con miedo y sueñan con poder tener un futuro mejor.
Este es el caso de Lázaro Cardoso. Tiene 8 años y vive en el asentamiento Cullen, en la zona norte de Rosario. Allí se aglutinan 365 familias en estado de alerta permanente. La suya vino de Sáenz Peña, Chaco, escapándole al hambre, y hoy su papá trabaja en un corralón. Su mamá se dedica a cuidar a sus 7 hijos.
"Lázaro es como un pequeño hombre, siempre está pensando cómo ganarse un mango y es muy emprendedor", resume Segurado.
A su corta edad, Lázaro ya sabe que no puede andar solo, que la Policía siempre está dando vueltas por las esquinas y que lo que escucha de fondo no son petardos.
"Mi mamá no me deja salir a la calle a la noche porque se agarran a los tiros", dice Lázaro tratando de poner en palabras esa cotidianidad. Para combatir este presente, cuando sea grande Lázaro quiere ser policía porque "ellos se llevan a los hombres que pelean y que se agarran a los tiros, a los que roban motos y autos".
Él es uno de los 100 chicos que participa de las actividades de Nidos, una organización que pisa fuerte en el barrio y ayuda a que cada una de las personas a desarrollarse de manera integral.
"Trabajamos con las madres para que cada una descubra en lo que es buena y se gane así su vida. Damos comedor a la noche, merendero a la tarde, alfabetización para adultos y apoyo escolar. Nosotros vinimos a educar porque pensamos y estamos convencidos de que la educación transforma vidas", dice Segurado.
Si bien desde Nidos capacitaron a un grupo de madres preventoras de la violencia y las adicciones, Mariana siente que no hay demasiado que pueda hacer por los que ya cayeron en ellas. "Yo no le puedo decir al chico dejá de hacer eso que yo te voy a dar otra opción de trabajo a vos o a tu viejo", cuenta.
El asentamiento Cullen tiene 12 hectáreas. La mayoría de las casas son de chapas, los chicos tienen las manos picadas y con ronchas por estar entre la basura y falta la comida. Gracias al Plan Abre, es un territorio que se está urbanizando.
"Es un barrio que se está gestando. Viven sin luz, sin agua corriente y sin pavimento. Las calles tienen mejorado, están poniendo las columnas para el alumbrado público y los caños para el agua", refuerza Segurado.
Lázaro está en 3er grado y le gusta ir a la escuela. "La maestra me enseña a hacer sumas, a dibujar y a hacer letras", cuenta.
Junto a su hermano Ezequiel (12) y su primo Antonio (13), armaron un carrito para juntar basura, después venderla y así poder comprarse unas golosinas. Si pudiera pedir tres deseos, serían tener una bici, botines y una pelota de fútbol.
A Lázaro y los chicos del barrio les gustaría poder tener sus propios botines y pelotas de fútbol para jugar. Los que quieran sumarse pueden ponerse en contacto con Mariana Segurado de la organización Nidos al 0341-322-1470.