Enfrentar la crisis: cómo cambió la vida de los comedores comunitarios
Amalia Bazán tiene 76 años y su teléfono suena a cualquier hora, cualquier día de la semana. "Siempre estamos trabajando: donde hay necesidad, estamos presentes", dice en el comedor que fundó hace 20 años a pocas cuadras de las villas Hidalgo y La Cárcova, en José León Suárez, partido de San Martín. Cuenta que empezaron dándole de comer a unos 150 chicos y hoy hay 1600 personas de diferentes edades inscriptas –cada una tiene su carnet– que retiran de lunes a viernes las viandas a la hora del almuerzo y la merienda. "Son unas 5000 raciones cada día, porque las familias son muy numerosas", explica Amalia.
En la zona sur de la ciudad de Buenos Aires, el comedor Gargantitas tampoco tiene tregua. Sus puertas están abiertas de lunes a lunes y las colas son cada vez más largas. Ubicado en la villa Zavaleta, le asegura la cena a 70 familias, unas 900 personas. Hace dos años eran 300.
En un contexto socioeconómico sacudido por la inflación, el aumento en los índices de pobreza, indigencia y desempleo, del conurbano a la ciudad, los referentes de los comedores comunitarios aseguran que la crisis se hace sentir y mucho. No solo aumentó la demanda, sino que se amplió el abanico de sus beneficiarios: antes iban solo chicos, ahora van familias enteras, incluso muchas que nunca habían tenido que recurrir a un comedor.
Si bien un número considerable de estas organizaciones comenzaron sirviendo la comida allí mismo, hoy guardan ese lugar para las personas en situación de calle o los adultos mayores. La explosión de la necesidad sobrepasó el espacio físico e hizo que empezaran a entregar las porciones en tuppers, ollas y recipientes improvisados que las personas acercan al lugar, haciendo fila para ser servidas.
Consultados acerca de cuáles son los programas que se están implementando en el territorio bonaerense para dar respuesta a esta realidad, desde el Ministerio de Desarrollo Social responden que, por un lado, más de 1.700.000 alumnos desayunan o meriendan y almuerzan en las escuelas de la provincia. Además, 300.000 familias forman parte del programa alimentario Más Vida, mientras que 434.000 niños y embarazadas de 60 municipios reciben leche gracias a la iniciativa "Un vaso de leche por día".
Por otro lado, destacan que en 2018 se creó el Programa de Fortalecimiento a Red de Espacios Comunitarios para asistir con una tarjeta a distintas organizaciones con un monto mensual de 5000 pesos para comprar alimentos, equipamiento y pagar servicios, llegando así a 50.000 familias.
Mirta Ortega (45), fundadora y corazón de Gargantitas, sostiene que la situación es aún más crítica que en octubre pasado, cuando LA NACION visitó ese comedor por primera vez. "Hay gente que se quedó sin trabajo o a la que ya no le salen changas. Algunos hacen fila desde muy temprano, porque tienen miedo de quedarse sin comida. Para ordenar, estamos entregando números", detalla Mirta.
Desde el Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat del GCBA señalan que cuentan con el programa Ciudadanía Porteña, para que las familias vulnerables puedan hacer sus compras en los supermercados. Aseguran que el monto de ese subsidio se incrementó de octubre a diciembre de 2018 en más de un 30%.
Según cifras del último Barómetro de la Deuda Social de la Infancia de la UCA, la inseguridad alimentaria –la dificultad para acceder a los alimentos en cantidad y calidad por problemas económicos– no es un fenómeno nuevo, pero se agravó "de modo significativo en el último período interanual 2017-2018". En ese lapso, la proporción de niños, niñas y adolescentes que viven en hogares atravesados por esa dura realidad, trepó del 21,7% al 29,3%, mientras que el número de aquellos que pasaron situaciones de hambre (inseguridad alimentaria severa) creció del 9,6% al 13%.
Con respecto a los chicos y chicas que reciben asistencia alimentaria en comedores escolares o de otras organizaciones, así como aquellos cuyas familias son beneficiarias de cajas o bolsones de alimentos, el salto fue del 36,1% al 36,6%.
Más que comida
Amalia es psicóloga y tiene una voz enérgica. Es un tractor. En diciembre pasado, su marido y compañero incondicional en el comedor, Oscar, tuvo un ACV. Fue un golpe durísimo, del que todavía se está recuperando. Pero ni eso la detuvo.
En la cocina de su comedor hay una consigna clara: las ollas tienen que brillar. "Siempre les digo a los chicos que no tienen que tener vergüenza de ser pobres. Lo que es malo es no tener dignidad y no dedicarse a crecer interiormente: acá buscamos mostrarles que hay otro camino posible a la calle, las drogas y la delincuencia", subraya.
Su sueño es que no existan más comedores y que el suyo se transforme en un espacio 100% de capacitación, con talleres que brinden oportunidades laborales. En el piso de arriba están construyendo aulas para hacer crecer el proyecto. "Manejamos entre 12 y 13 toneladas de alimentos por mes, pero acá damos mucho más que un plato de comida. Hay talleres como teatro, canto, apoyo escolar y tenemos convenios con clubes del barrio para que los chicos hagan deporte", enumera.
El informe"Efectos de la situación económica en las niños, niños y adolescentes en Argentina", recientemente publicado por Unicef, da cuenta de cómo en el último año en las familias de sectores vulnerables se incrementaron las restricciones en el consumo de alimentos tanto en su cantidad como en su calidad: su dieta está compuesta casi exclusivamente de harinas y azúcares. También se señala que en muchos hogares se saltean las comidas o los adultos no comen para dejarles el alimento a los chicos.
Desde el Ministerio de Desarrollo Social de La Nación, admiten que "está claro que la situación se complejizó mucho y que afecta sobre todo a los sectores más vulnerables". En esa línea, afirman que se está "actualizando la asistencia alimentaria a través de diferentes programas, buscando acompañar el impacto que genera los efectos de la economía". Aseguran que lo primero que ese hizo fue "reforzar mucho la relación" con todas las organizaciones sociales que trabajan en territorio, desde los comedores hasta Cáritas, "para poder dar las respuestas acordes a esas necesidades".
El alma de los comedores son los colaboradores: todos trabajan a cambio de un plato de comida. Además, se ponen a disposición para cualquier tarea que haya que hacer. Ese es el caso de Gastón Romero (44), a quien despidieron en octubre pasado del depósito donde trabajaba y ahora retira la comida para su mujer, sus tres hijos y tres nietos en Corazones Abiertos de Amalia.
Ana (52), una de las colaboradoras más estrechas de Amalia, cuenta: "Tenemos personas que perdieron su trabajo y están desesperadas, que se las cayó el sostén por la situación del país y vienen con vergüenza. Muchísimas familias y cada vez más no tendrían un plato de comida si no fuera por el comedor", y agrega: "En muchos lugares hay mamás que no comen para que coman sus niños; acá se trata de alimentar a todos y buscamos que sea una nutrición bien balanceada".
Corazones Abiertos de Amalia y Gargantitas forman parte de las 1062 organizaciones de la ciudad y el Gran Buenos que se abastecen en el Banco de Alimentos, una ONG que busca ser un puente entre los que sufren hambre y aquellos que desean colaborar. El año pasado, desde el banco se entregaron 5.537.813 kilos de alimentos y productos, alcanzando a 143.342 personas por día.
En Gargantitas reciben además del Ministerio de Desarrollo Social porteño 300 raciones de comida diaria, cuentan con la colaboración de la asociación civil Nueva Pompeya y donaciones de particulares. "Pero no alcanza. Siempre falta más. Preparamos unos 210 litros de comida por día", sostiene Mirta.
En su menú abundan los guisos, la polenta, las legumbres, los fideos y el arroz. Una vez por semana hay pollo o carne, un lujo que casi no pueden darse. "Acá no hay milanesas ni pollo al horno, porque no alcanza para todos. A la carne la mezclamos con guiso, con muchas verduras, o hacemos estofado para que rinda. Las nuestras son siempre ollas populares", resume Mirta.
Cuando hay más gente que comida, se las rebuscan como pueden. "Les abrimos las puertas a todos: abuelos, pibes de la calle, chicos y grandes, mamás que se acercan todos los días a pedir leche y pan. Hay muchísima necesidad. Desde temprano viene gente a tomar el mate cocido", dice Mirta, cuya jornada arranca a veces a los cuatro de la mañana, limpiando y empezando a preparar la comida.
El Comedor de Amalia se abastece de donaciones de distintas fundaciones y particulares. "Además, el gobierno de la provincia nos da 180 becas UDI (Unidades de Desarrollo Infantil). Pero nosotros también generamos: fabricamos y vendemos vestidos de novia y carteras", explica Amalia.
Las necesidades en los comedores son muchas. "De alimentos todo viene bien: porotos, fideos, arroz, lentejas", enumera Mirta, que abrió el comedor en lo que era su propia casa (hoy vive en la parte de arriba). Amalia invita a todo aquel que quiera acercarse: "Pueden venir cuando quieran y ver cómo colaborar desde el corazón. Los esperamos".
Cómo colaborar
Gargantintas: Mirta: (011) 15-5029-6469
Una problemática que se replica
"Vemos a diario la caída de la clase media"
"La situación del país nos está superando y necesitamos la ayuda de más personas para mantener el alimento diario de nuestros chicos", dice Fifi Palou fundadora de Manos en Acción, una organización que trabaja en Pilar. Brindan desayuno y cena a 350 niños y adolescentes, en sus "Casas" de los barrios Río Luján y Luchetti. Además, dan apoyo escolar, deportes y controles pediátricos.
Fifi cuenta que este último tiempo mucha gente de clase media empezó a mandar a sus chicos al comer. "Vemos a diario la caída de la clase media", asegura.
Calculan que con 100 pesos por día le dan la comida a un chico, por eso, buscan obtener la ayuda de muchos donantes individuales, que aporten desde 200 pesos, a través de www.donaronline.org/manos-en-accion/donar-ayuda; 0800-888-1374.
"En cuatro meses duplicamos las familias"
El comedor Todo Corazón II, funciona en el Barrio 9 de Abril, en Monte Grande, en la casa de Patricia. Comenzó con niños que comían ahí, pero luego, por la demanda y la falta de espacio, empezaron a entregar viandas directamente a las familias. "Hasta hace cuatro meses retiraban el almuerzo 35 familias, pero hoy vienen 62, prácticamente se duplicó", dice Patricia. Por eso, explica que no dan a abasto, porque además de los que van de manera estable, "hay muchos jóvenes que viven en la calle que vienen a comer". Patricia señala que reciben de la Municipalidad alimento, pero que le alcanzan para una semana. Necesitan donaciones de fideos, arroz, harina, verduras, carnes y todo tipo de alimentos no perecederos. Contacto: 11-3849-3079; rayitodesolong@gmail.com
"Cocinamos a leña para ahorrar garrafas"
Natalia Alegría coordina dos espacios –en su casa y en la de su madre– donde dan de comer a vecinos del Barrio Satélite, en Moreno. El Comedor Semillas del Futuro, donde meriendan 200 chicos, y la Organización Popular Alondra, que tres veces por semana, entrega viandas a 50 familias. "Se acercan muchas personas pidiendo un lugar, pero no nos alanza. A tal punto que estamos cocinando a leña para ahorrar garrafas", dice Natalia y agrega: "Para dar una idea, cocinamos 20 paquetes de fideos en cada cena". Cuentan con la ayuda de organizaciones, como la Asociación Civil ProyectARG, pero cada vez les es más difícil conseguir mercadería. Necesitan alimentos no perecederos y ropa para un ropero social que funciona las 24 horas. Llamar al 11-7014-3850; alegriaestrella6@gmail.com