En medio del frío, ya son tres las personas en situación de calle que murieron, según los registros de las organizaciones
El Gobierno porteño confirmó uno de los fallecimientos; la semana pasada se difundió que en CABA la gente sin hogar creció un 34% respecto al año pasado; el aumento del consumo de sustancias es un agravante
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El abrupto descenso de la temperatura es una trampa mortal cuando se vive en la calle. Ayer se cobró la vida de Héctor Silveira, un hombre de 36 años que era de San Miguel, pero que desde hace tiempo solía parar con Ángel y Ramón, sus dos amigos, en Leopoldo Marechal al 1400, muy cerca del Parque Centenario.
Según el Gobierno porteño, la de Silveira es la segunda muerte del año de una persona en situación de calle. La primera había sido una beba de tres meses, fallecida frente a Plaza de Mayo a fines de marzo pasado. Pero la organización Amigos en el Camino, que asiste a personas en situación de calle, registra otras dos muertes en las últimas semanas.
El fallecimiento de Orlando, quien solía dormir en el hall del banco BBVA de Cabildo y La Pampa, en Belgrano, aseguran desde la organización, habría ocurrido el miércoles 7 de junio. Mónica de Russis, referente de la organización, cuenta que a Orlando lo visitaban los lunes, al igual que al resto de las personas que paran en el mismo lugar. Fueron ellas las que le avisaron que había fallecido. “Suponemos que debe de haber fallecido en un hospital, pero es probable que haya ingresado como NN”, se lamenta.
Desde sus redes sociales, la organización de voluntarios que recorre las calles porteñas para asistir a las personas que están a la intemperie reclamó por la situación: “Nos duele el alma. ¿Cuántos amigos más morirán en las calles?”.
Algunas semanas atrás, justamente aquel frío y lluvioso 25 de mayo, también habría muerto Ramiro, quien paraba en Valentín Gómez y Salguero, en Almagro. Desde el Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat porteño afirman desconocer estos casos y sólo tienen registrado el de Silveira. “Mientras haya una persona en situación de calle vamos a seguir trabajando y ofreciendo distintas herramientas para que las personas no estén en ese lugar”, sostuvieron al respecto.
Según el censo realizado por el Gobierno porteño en abril de este año, la cantidad de personas que están en situación de calle aumentó un 34% con respecto al año último: 3511 contra 2611. De ese total, 1243 personas evitan los centros de inclusión social (CIS), que son los espacios que ofrece la ciudad para salir de la calle. Además de brindar cuatro comidas y la posibilidad de dormir bajo techo, también ofrece contención y acompañamiento para lograr una inserción laboral. Pero, a pesar de lo bien que suena, es enorme la cantidad de gente que los resiste.
Como gerente de esos espacios, Ezequiel Baraja tiene una teoría acerca del rechazo que estos espacios generan en parte de la población a la que están destinados. “En parte tiene que ver con que son personas que están en situaciones de consumo. Y en estos lugares no se puede consumir. También se quedaron con una idea vieja de estos espacios, cuando tenían serios problemas de convivencia y podían haber robos o violencia entre ellos. No es que ahora no pase, pero lo estamos trabajando muchísimo”, explica Baraja en una de las oficinas del DiPA, una iniciativa del ministerio para acercarse, justamente, a las personas que evitan los CIS.
DiPA significa “Dispositivo de Primer Acercamiento”. Y de eso se trata: de convertirse en la puerta de entrada por la que muchas de las personas reacias a los albergues bajen su resistencia y cambien de opinión. Ofrece la posibilidad de bañarse, de acceder a una comida caliente, de cortarse el pelo y de recibir atención médica. Es un espacio que funciona de 10 a 22 y al que las personas se acercan en forma voluntaria.
“Cuando estás en la calle pasando frío, una ducha caliente te hace reflexionar. Queremos ayudarlos a entender que la calle nunca puede ser un lugar para vivir”, explica Baraja. Desde su implementación, a principios de abril, ya pasaron más de mil personas. El 80% son hombres y, de ellos, la gran mayoría está en una edad económicamente activa: tiene entre 25 y 55 años. Según el funcionario, desde ese espacio están derivando, en promedio, unas 25 personas por día hacia alguno de los 44 CIS que hay en la ciudad.
Si bien Baraja reconoce que, hace algunas semanas, este nuevo flujo de personas que sale del DiPA les había generado algún colapso, sostiene que actualmente la oferta de plazas supera el total de personas censadas y que la cantidad de plazas ronda las 3600. Hace dos semanas, justamente, organizaciones como la Fundación Sí habían advertido que los antes llamados paradores se habían quedado sin cupo para personas que literalmente duermen en la calle.
El DiPA está ubicado en Combate de los Pozos 1280, en Constitución, en el mismo playón debajo de la autopista en el que funcionan las oficinas del BAP, el programa que hace foco en las familias que padecen mayor vulnerabilidad social. Para entrar, hay que dejar del lado de afuera, señalizada, cualquier tipo de pertenencias, como bolsones o carros.
Una vez adentro, la luz y paredes blancas le dan al lugar un aire a sala de espera. Nada lejos de lo que es. La veintena de personas dispersas en los diferentes espacios (cuatro mesas, unos sillones) espera para bañarse, para ver al médico, o para que le digan que tienen la vacante para pasar la noche bajo techo en un CIS. También están los que no saben muy bien qué esperar, pero están allí para pasar la tarde de frío a resguardo y tomando un mate cocido caliente.
En uno de los extremos, un psicólogo y una asistente social les dan ingreso: generan una ficha por persona, relevando su perfil y sus necesidades. “Quiero ir a un centro de inclusión social”, dice, casi susurrando, un hombre joven en la mesa de entradas.
“Para poder ser derivada a un CIS, es clave que la persona no tenga un cuadro de salud mental que la vuelva peligrosa para si misma y para los demás. Si ese llegara a ser el caso, la llevamos a un hospital para que reciba el tratamiento que necesita”, explica Baraja, quien pasó 12 de sus 36 años detenido y es miembro de Los Espartanos, el equipo de rugby que nació en un penal, y desde hace años colabora a través de la fundación del mismo nombre para bajar la reincidencia de los que salen en libertad. Cuando el equipo del DiPA corrobora que la persona no tiene ningún problema de salud, lo siguiente es esperar a que se le asigne una vacante en CIS. Cuando eso ocurre, un móvil del BAP la acerca al lugar.
Entre las 17 y las 19, cuando el frío se empieza a sentir, suele ser la hora pico del DiPA. Allí se ofrece desayuno y una vianda de refuerzo por la mañana, y cena hacia la noche. El menú del día es guiso de arroz con una manzana. En el salón central, en uno de los rincones, un grupo mira un capítulo de Los Simpsons en un televisor de pantalla plana. Encima de un estante con toallas, hay algunos juegos de mesa.
El espacio se completa con un consultorio en el que atiende un médico clínico. Cuenta que lo que más diagnostica son trastornos de salud mental, lesiones y enfermedades de transmisión sexual. Al lado del consultorio, hay un depósito con ropa y zapatillas y, enfrentado, un espacio que funciona como peluquería, con dos sillones y espejos.
Una de las que espera ser derivada es Jacqui, una joven de 23 años que está junto a su pareja y a Francesca, su hija de 6. Necesita una vacante para el CIS de Costanera Sur, el único preparado para recibir familias. No quiere fotos pero accede a hablar con LA NACION. Con la mirada algo perdida, cuenta que son de José C. Paz y que hace tres meses vinieron para CABA. Que la nena no va a la escuela pero que sí fue al jardín. “Es re inteligente”, agrega.
Francesca sonríe y cuenta que va a ser su tercera vez en un CIS. “La última vez nos fuimos porque mi mamá se peleó con alguien. Pero a mí no me importa ni mi ropa ni mis juguetes, sólo quiero estar con mi mamá”, dice mientras se abrazan. Una operadora interrumpe la conversación para darle a Jacqui una pantalón para Fran porque el jogging que tiene está roto a la altura de la rodilla.
Baraja explica que la ubicación del DiPA, entre Constitución, San Telmo y San Cristóbal, no es azarosa. Es una de las zonas más frecuentadas por quienes están en situación de calle, tanto por su cercanía con el Centro porteño así como también porque, durante la noche, se concentran las personas que están en situación de consumo. “Los mayores índices de consumo en estas poblaciones las encontramos en Constitución, Once y Retiro”, explica.
Nico tiene 32 años y está sentado en una de las mesas. No es la primera vez que viene al DiPA, pero esta vez que pidió ir a un CIS. “Conseguí un trabajo por un mes y medio y necesito llegar limpio y descansado”, explica. Algo imposible de sostener en el hall del Banco Galicia en el que venía durmiendo desde hacía un tiempo.
Nico esquiva dar demasiados detalles sobre su vida. Cuenta que tiene un hermano detenido y que no se frecuenta con el resto de su familia. Que se quedó en la calle hace 10 años y que vivió de todo desde entonces. Que estuvo en otros centros de inclusión social pero que las experiencias no habían terminado bien. Por eso era reacio a volver. “En parte, también, porque veo que las cosas ahora son distintas”, asegura. Viste un jean y una suéter negro. “Mi señora me dio la plata para que me compre esta ropa y poder ir presentable a trabajar”. Dice que no conviven y que tampoco tiene hijos. Cuando se le pregunta por sus sueños se queda en blanco. Después dice: “Poder trabajar. Ojalá esta vez se me dé”.
Más información:
- Cuál es la mejor forma de ayudar a quienes están en situación de calle: La Nación armó una guía con 50 maneras de solidarizarse con las personas que duermen a la intemperie. Podés entrar haciendo click aquí.