En la primaria le decían “tortuguita” y estuvo nominada al Nobel de Educación: la historia de la docente que lucha por una escuela para todos
Silvana Corso vivió el peso de las etiquetas como estudiante y como mamá de una niña con parálisis cerebral; hoy trabaja para construir una educación verdaderamente inclusiva, subrayando que los beneficios son para toda la sociedad
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En la primaria, la maestra le decía “tortuguita”, y con esa etiqueta habilitaba que sus compañeros sumaran otras como “burra” o “lenta”. “Me costaba mucho aprender e incluso les dijeron a mis padres que ni se gastaran en mandarme al secundario, en una época en la que no era obligatorio”, recuerda Silvana Corso, que tiene 51 años y en 2016 fue finalista del Global Teacher Prize, considerado por muchos como el “Nobel de la Educación”. Hoy es una indiscutida referente en educación inclusiva.
En contra de los pronósticos de sus docentes, Silvana fue a la secundaria y se recibió. Después, estudió el profesorado en historia y empezó a trabajar en instituciones privadas, hasta que, casi tres décadas atrás, llegó a la Escuela de Enseñanzas Medias Nº 2 Rumania, frente al barrio Ejército de los Andes, más conocido como Fuerte Apache. Fue profesora, vicedirectora, directora y actualmente se tomó una licencia para asumir como supervisora suplente de la Región Séptima de la Dirección de Educación Media del Ministerio de Educación porteño. Su trayectoria como estudiante y como madre −su hija mayor, Catalina, tenía parálisis cerebral y falleció a los 9 años; además es mamá de Tomás (17)− fueron dos experiencias que marcaron su vocación.
“Elegí la docencia por mi propia experiencia personal: quería ayudar a jóvenes que tuviesen dificultad de aprendizaje, que era lo que yo hubiese necesitado cuando era chica. Luego nació Catalina y al principio me concentré en ella, en mejorar su calidad de vida. Cuando falleció, entré en una depresión y llegué a pesar 105 kilos, fue terrible. Sentía un vacío enorme”, reconstruye Silvana. Y agrega: “Ahí me di cuenta que ese vacío lo podía llenar dando todo lo que había aprendido como mamá de una niña con discapacidad, en ese espacio donde tenía la oportunidad de hacerlo, que era la escuela”.
Cuando la nominaron al Global Teacher Prize, los medios se hicieron eco del trabajo que desde hace años viene impulsando por una educación verdaderamente inclusiva, donde ningún estudiante, con o sin discapacidad, se quede afuera. En en contexto del Día Internacional de las Personas con Discapacidad, Silvana reflexiona: “Si seguimos pensando que la inclusión es una utopía, estamos confirmando permanentemente que es imposible. Lo que tiene que hacer la escuela es alojar la incertidumbre, transitar la crisis, que la presencia de un otro con el que no supo trabajar históricamente sea una forma de habitar la escuela”.
¿Qué papel jugaron las etiquetas en tu vida como estudiante?
Las etiquetas con las que transité mi escolaridad me marcaron, no te voy a decir que de por vida, pero sí me llevó mucho tiempo darlas vuelta, porque me fijaron en un lugar de “la que no puede”. Me asumí así, me la creí y se la creyó mi familia también. Siempre sentí que tenía que demostrar que yo podía, y la verdad es que no todos podemos salir bien parados de las etiquetas: en mi caso, tuve una familia e instituciones que me acompañaron desde el amor, pero no todos tienen eso y a veces el daño es irreparable. Por eso, la responsabilidad que tenemos como escuela a la hora de relacionarnos con el otro es enorme. Ahí, como clave, siempre digo: preguntá el nombre. No preguntes qué tiene, pregunta quién es. Es importante recuperar la identidad de cada persona y no renombrar con una etiqueta.
¿Y cómo mamá de una hija con discapacidad, cómo te marcó el ser “renombrada”?
Fue terrible, porque durante nueve meses me imaginé una niña o un niño (no supe el sexo hasta que nació) con un nombre que tenía que ver con abuelos, con su historia, que tenían una definición. Catalina significa la que tiene fuerza. El nombre es lo que te conecta con tu hijo. Pero ni bien nació, se convirtió en la “nena de la servocuna”, el lugar de terapia intensiva donde estaba. Desde ahí, a mí me costó conectar con mi hija, recuperarla. Tuve que luchar con la medicina, porque iba a espacios donde hablaban de Cata como “la neurológica” o “la pc”, porque tenía parálisis cerebral. Hasta que de golpe me di cuenta que ella reaccionaba diferente cuando había un médico que sí la nombraba. Ahí descubrí el poder del nombre. Cada etiqueta me hacía conectar con la discapacidad, y en vez de disfrutarla, la padecía, porque se convertía en un eterno paciente, no en tu hija. Cuando pude conectarme con Catalina, pude disfrutarla y cambió también la mirada de los otros hacia ella.
Alojar la diversidad
Junto al equipo que integra en la supervisión de Región Séptima de la ciudad de Buenos Aires, Silvana tiene actualmente a cargo 13 escuelas secundarias. Entre otras iniciativas, con sus compañeras iniciaron un proyecto para crear la figura de “referentes de inclusión” en las instituciones, una iniciativa que generó entusiasmo y que desde el Ministerio de Educación tienen previsto multiplicar. “Estamos formando a esos referentes para instalar capacidades en las escuelas que permitan pensar cada trayectoria”, cuenta la docente. Que la escuela entienda que su misión fundamental es alojar la diversidad, es para ella uno de los grandes desafíos.
Con la pandemia, al sistema educativo no le quedó otra que adaptarse en tiempo récord. ¿Por qué otras transformaciones, como el que todas las escuelas sean inclusivas, siguen costando tanto?
Veo una contradicción en ese sentido. Por un lado, el discurso de la inclusión se instaló más que nunca durante la pandemia y fue una demanda social fuerte: sostener las trayectorias, que todas las chicas y los chicos estén dentro de la escuela aprendiendo, no importa si tienen discapacidad o problemas de aprendizajes, porque entendimos que la escuela tiene que responder a cada singularidad. Nos adaptamos rápidamente, salimos a buscar formación, comprendimos que no podíamos llegar a todos los estudiantes de la misma manera. La escuela se “reinventó”, que fue la palabra de moda. Por primera vez, entendió que tenía que hacerse cargo del afuera, enseñar en contexto, que es un mandato inherente a la institución educativa. A nadie en la pandemia, sobre todo en tiempos de virtualidad, se le ocurrió pensar en otra opción. Ahora, en la presencialidad, pareciera que perdimos la memoria: todo lo que aprendimos el año pasado, estando en la escuela no lo pudimos sostener.
¿Por qué crees que pasó eso?
Volvimos y de alguna manera nos encontramos con lo que sabíamos hacer y en el lugar donde lo sabíamos hacer: la tiza, el pizarrón. No tuvimos la capacidad de generar una memoria pedagógica de todo lo aprendido, no solo en materia tecnológica, sino el haber podido mirar con otros ojos a los chicos, descubrir sus vivencias, sus historias. Hay muchos niños que eran disruptivos en el aula y en la virtualidad uno podía descubrir cómo aprendían: en el Zoom, un niño que se levanta, camina, va y viene, no genera disrupción. De hecho, aunque no puedo generalizar, no hubo tanta denuncia por parte de familias con niños con discapacidad, con lo cual les fue bastante bien. Varios padres pidieron que siguieran en la virtualidad porque a sus hijos ya no les dolía la escuela, no la sufrían; y ahí está el peligro, porque la escuela es con otros, es con todos.
¿Volver a la cotidianidad implicó que se dieran algunos pasos hacia atrás?
La presencialidad implicó que aparecieran otra vez estos discursos por parte de los docentes de “no estoy preparado” cuando, en realidad, pudimos demostrar que no estábamos preparados para la virtualidad y sin embargo hay algo que tiene que ver con la ética profesional que es que trabajamos con seres humanos y no nos podemos permitir decir frases como esa y bajar la persiana, porque si no hubiéramos cerrado la escuela el año pasado. No estábamos preparados y salimos a dar respuesta. Superamos discursos que tendrían que haber sido visibilizados y problematizados por los mismos docentes, para en la presencialidad poder repensar qué cuestiones de esas prácticas se pueden replicar y qué descubrimos de la forma de aprender de cada uno de los chicos para pensar cómo debemos darles respuesta en la escuela.
¿Se perdió la oportunidad o estamos a tiempo de pensar en una escuela verdaderamente inclusiva?
Hubo y hay todavía “la” oportunidad de pensar el diseño de una escuela postpandemia que no puede ser otra que una inclusiva en función de todo lo que se aprendió este tiempo, que fue la flexibilidad del sistema: una escuela a la medida de cada comunidad. Eso es responder a la diversidad, eso es la educación inclusiva. Si pudiéramos entender la diversidad desde este lugar, trabajaríamos en la formación de docentes para la diversidad y no lo veríamos como una excepción. Acá el problema es que a las niñas y los niños con algún tipo de discapacidad, con problema de aprendizaje o también a los que van súper adelantados, a todos los que no encajan dentro del formato, se los considera una excepción. Y como son una excepción también se buscan respuestas excepcionales que pueden ser transitorias y prescindibles, y eso es lo peligroso.
Peregrinar en busca de una vacante
En esta época del año, empieza el eterno peregrinar de familias de niñas y niños con discapacidad por una vacante en las instituciones. “Acá no hacemos inclusión” o “no estamos preparados”, son frases que escuchan con frecuencia. Silvana rescata un mensaje que grabó el año pasado Francesco Tonucci, el reconocido psicopedagogo italiano: “Decía que le gustaría hablar de una escuela ‘exclusiva’, en lugar de inclusiva, porque esta última se asume como una escuela ‘generosa’: porque soy ‘bueno’, te abro las puertas. Cuando en verdad, la escuela debe ser pensada a la medida de cada estudiante: por eso debería ser exclusiva, donde cada niña o niño la siente propia”.
¿Por qué, cuando aparece un diagnóstico de discapacidad, las vacantes en muchas instituciones desaparecen?
No solo pasa cuando se busca una vacante, sino que en esta época empiezan las reuniones donde les dicen a los padres que sus hijos con discapacidad “no están para la escuela”. Acá viene la contradicción: hablamos de educación inclusiva y pareciera que lo tenemos que mencionar, que existen algunas instituciones que trabajen en esa línea y habilitamos que otras no lo hagan. No, no: la escuela es una sola. Las instituciones niegan vacantes porque hay representaciones del otro y de la propia escuela. Cuando hablamos de la representación social de la discapacidad, lo primero que levanto como discurso es “no fui preparado”. Y listo. Primero, el profesorado no fue preparado para el estudiante real, sino para el “ideal”: cualquier docente empieza su formación el día que ingresa a una escuela. Está también la representación de la escuela como institución del orden de lo “común”, de un perfil de estudiantes que nunca existió.
¿El rol del docente implica en buena medida adaptarse al contexto?
Claro. Todos nos fuimos formando en la escuela y lo hicimos en colaboración con otros compañeros, y luego uno tiene que buscar esa formación específica para dar respuesta en contexto a la demanda del momento. ¿Vos irías a un médico que no se actualiza permanentemente? Lo mismo pasa en educación: uno se tiene que formar y responder a la demanda. Si la demanda es un niño con determinada historia y que a su vez tiene una discapacidad, yo tendría que mirar primero al niño, el problema es que se me viene por delante la etiqueta y me tapa la visión. Ahí aparecen frases como: “Por algo sigue existiendo la educación especial”. No podemos asumir que la educación debe ser inclusiva por ley y ahí hay una responsabilidad del Estado. Lo que le compete a los docentes es una responsabilidad ética y moral. Yo hice un juramento, que voy estar ahí ofreciéndome, trabajando con calidad en el aprendizaje de cada uno de mis estudiantes y no transmitiendo conocimientos: para eso pones una computadora y listo.
¿Qué le dirías a una maestra o directora que cree que la educación inclusiva es demasiado difícil?
Yo le diría que la escuela es difícil: que poder lograr su misión, que es que aprendan todos, también puede parecer una misión imposible si no tenemos una mirada del otro. No tiene que ver exclusivamente con niños con discapacidad, históricamente hay chicos que se quedaron afuera de la escuela y no se sintió interpelada, porque naturaliza que algunos pueden estar y otros no. Yo misma me hubiese quedado afuera si hubiese sido por el sistema. Cada presencia de un niño o una niña viene a interpelarnos, porque es una persona única. No me voy a hacer cómplice de un Estado que no se hace cargo de hacer de esto algo incuestionable, porque la realidad es que hay una ley. Acá lo que tenemos que debatir es cómo debemos hacer para que todos aprendan, no si deben o no deben estar dentro de la escuela, eso no puede continuar.
¿Cómo impacta la educación inclusiva en los estudiantes en general?
Lo genial de trabajar con todos es que se naturaliza la presencia de todos: la escuela replica de esa forma la sociedad en miniatura. La inclusión es un estilo de vida y lo que aprenden las chicas y los chicos es a convivir y a poner en valor la diferencia, a no señalar, a respetar los tiempos de todos. El día de mañana, van a ocupar puestos de trabajo y como ya convivieron con la diversidad, a saber de las posibilidades de todos y a abrirles a otros las puertas. El gran poder que tiene la escuela inclusiva es que esos chicos que egresen pueden transformar la sociedad.
Metodología
Este artículo forma parte de “Hablemos de educación inclusiva”, una guía de Fundación La Nación que incluye las voces y las recomendaciones de algunos de las y los principales referentes en esta temática de la Argentina, así como también testimonios en primera persona. Además de las entrevistas cualitativas, se realizó un análisis de datos estadísticos y una compilación de trabajos elaborados por distintas organizaciones gubernamentales y de la sociedad civil, y contó con la curaduría de Gabriela Santuccione, coordinadora del Grupo Artículo 24, coalición de más de 170 organizaciones sociales de todo el país que trabajan para que se cumpla el derecho a la educación inclusiva.