A la docente que está al frente, se suman dos de apoyo a la inclusión; cada tema lo explican de forma expositiva, con videos, audios o ejercicios para hacer en las notebooks; la provincia ya consiguió que el 98,5% de los alumnos con discapacidad estudien en escuelas comunes
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LA PAMPA.- Esta historia comenzó, en realidad, a finales del año pasado, cuando cerraron las inscripciones para el ciclo lectivo 2022 en la provincia de La Pampa. Fue ahí que Mónica Rivas, la directora del secundario Tomás Mason, de la localidad de Santa Rosa, descubrió que la composición del curso ingresante en el turno mañana sería atípica: de 25 chicos, siete tenían alguna discapacidad.
“En La Pampa tenemos un tope por curso: no puede haber más de 25 chicos por aula. Pero no tenemos tope para la inclusión”, explica Rivas durante una recorrida de LA NACION por la escuela, un edificio moderno, en el que todo se comunica por un pasillo principal. .
Desde 2017, los alumnos pampeanos con discapacidad comenzaron a tener prioridad para elegir una escuela pública. La medida forma parte de una serie de decisiones que se tomaron en la provincia para favorecer la educación inclusiva, un enfoque que permitió que hoy el 98,5% de los chicos y chicas con discapacidad estudien en escuelas comunes.
Que tantas familias optaran por el mismo curso en la misma escuela tiene lógica al ver que el edificio tiene apenas cinco años de antigüedad y que la arquitectura tuvo en cuenta la necesidad de eliminar barreras de accesibilidad: es espacioso, con un diseño de pasillos, puertas, aulas y baños como para que todos puedan transitarlos o usarlos. Además, posee cartelería tradicional complementada con pictogramas y carteles en braille.
El aula de primer año es amplia y tiene mucha luz natural. Está en planta baja, como toda la escuela, y puede verse lo que ocurre adentro desde un gran ventanal que da al pasillo. Veinticuatro pupitres y una silla de ruedas se disponen en forma de U. En uno de los extremos del aula, el pizarrón y un escritorio para los docentes. En el otro extremo, un televisor de pantalla plana.
Entre los chicos hay diversidad de diagnósticos: casos de autismo, Asperger, Trastorno Generalizado del Lenguaje y parálisis cerebral. Se los ve trabajar de manera ordenada. Algunos en dupla, otros escribiendo en carpetas, algunos en computadoras e incluso hay quien tiene auriculares puestos y mira un video.
“Esta aula es, en realidad, nuestro laboratorio, pero nos pareció que era el mejor lugar para el curso porque como las clases se imparten a través de diferentes soportes, aquí cuentan con mayor disponibilidad tecnológica. Además, es un poco más grande que un aula tradicional, lo que hace más fluida la circulación de todos”, explica la docente.
Dentro del aula es hora de Lengua y Literatura. A la par de la profesora, hay tres mujeres más. Una es la coordinadora de curso, que está siempre en los primeros años, y las otras dos son las docentes de apoyo a la inclusión, que trabajan de manera articulada con cada uno de los profesores y dan asistencia en el curso a quien lo necesite. Incluso a los chicos que no tienen discapacidad.
Los docentes de apoyo a la inclusión son la figura creada en la provincia de La Pampa cuando en 2017 comenzó el proceso de transformación de todas las escuelas especiales en escuelas de apoyo a la inclusión y el pasaje de todos los alumnos que tenían esos establecimientos a las escuelas comunes. Con las escuelas especiales sin matrícula, el plantel pasó a dar asistencia en las escuelas que recibieron a los chicos bajo la figura de docentes de apoyo a la inclusión. Es más, de 2017 a hoy, se crearon 274 cargos nuevos.
“Los docentes de apoyo a la inclusión trabajan de una manera diferente a lo que tradicionalmente lo hizo un maestro integrador. Ya no lo hace solo con el alumno que necesita el apoyo. Para que sea un verdadero apoyo a la inclusión, debe trabajar con la escuela, con los docentes y con los demás estudiantes”, explica Alejandra Cueto, directora de la Escuela de Apoyo a la Inclusión N°1 “Frida Kahlo”, institución que trabaja de manera coordinada con el Tomás Mason.
Estos docentes de apoyo forman una pareja pedagógica con el docente del aula. Esto quiere decir que el armado de cada clase es un trabajo conjunto. La pareja define, por ejemplo, cuál es la mejor manera de enseñar un contenido nuevo en función de las particularidades de cada grupo. En ocasiones, las “DAI”, como se las conoce en la jerga educativa, no están de manera permanente en la clase. Pero, en el caso del primer año del Tomás Mason, Ana Barroso y Celeste Palma son las dos docentes que los acompañan en todas las clases.
“En este curso todos aprenden, solo que diferente manera –sostiene Celeste, quien tiene formación como licenciada en Psicomotricidad-. Se enseña mediante audiolibros, videos o se ofrece mayor apoyatura en imágenes para quien lo necesite. Algunos aprenden mejor desde lo auditivo. Otro alumno se maneja mejor sin carpeta física, haciendo todo por computadora. Ahí tiene una especie de carpeta virtual. Incluso las evaluaciones las hace con la computadora y las envía por mail”, ejemplifica.
“Vamos pensando diferentes estrategias –agrega Ana, su compañera, licenciada en Educación Especial-. Por ejemplo, ahora dispusimos los bancos en U porque nos dimos cuenta de que favorece la escucha, el poder vernos y escucharnos entre todos, en lugar de ver la espalda del compañero”, explica.
Todas las presentes coinciden en que, en un aula inclusiva que cuenta con todos los apoyos necesarios, se beneficia todo el alumnado y no solo quienes tengan alguna discapacidad. “A veces te encontrás con que se pensó una determinada configuración de apoyo para un alumno y eso resulta útil para otros que pueden no tener Certificado Único de Discapacidad, pero pueden tener alguna dificultad, o simplemente aprenden mejor de esa manera alternativa. Lo que estamos viendo es que un aula con diferentes configuraciones de apoyo termina siendo más estimulante y divertida”, sostiene Rivas.
Llegar a este presente, sin embargo, supuso y supone un trabajo permanente no solo en el aspecto pedagógico o metodológico, sino también en lo que tiene que ver con lo ideológico y social.
“Hace unos años era frecuente el prejuicio de que un aula inclusiva nivela para abajo. Entre los docentes imperaba la idea de que era más trabajo, porque había que pensar diferentes clases para dar el mismo contenido y el miedo a no estar lo suficientemente preparados. Pero hoy se ve que los docentes no están solos y que cuentan con los apoyos que necesitan. Por otra parte, con respecto a los contenidos, este primer año va parejo con el curso de la tarde. Y a la tarde no hay chicos con discapacidad”, grafica la directora.
El resto de los alumnos, agrega, viven esta experiencia con mucha naturalidad. La sorpresa la dieron sus familias. “En algún momento teníamos miedo de cómo iba a recibir el resto de las familias la noticia de esta configuración. Y la respuesta superó para bien nuestras expectativas. Incluso, un papá comentó que todos los chicos eran muy afortunados de formar parte de un aula así”, concluye.