En la cabeza de Dibu Martínez: por qué la terapia con un experto inglés se volvió decisiva en la previa de todos sus partidos
Hace cuatro años, ante una crisis por falta de continuidad en el fútbol, el arquero de la selección comenzó a analizarse con el ex terapeuta del Arsenal de Inglaterra; hoy conversa con él hasta tres veces por semana para cuidar su salud mental; “todo jugador necesita un psicólogo”, dijo en su momento
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Es muy probable que en estos días de entrenamiento y preparación del partido de hoy frente a México, Emiliano “Dibu” Martínez haya aprovechado una pausa en la concentración para retomar su rutina de todas las semanas.
Debe haber esperado a estar solo en el cuarto que comparte con Marito, el utilero, para prender su computadora y conectarse para conversar más de una hora, como suele ser siempre.
¿Habrá hablado sobre esos dos goles que sintió como dos cachetazos, como dijo el martes, después de la derrota contra Arabia Saudita?
¿Cuánto le habrá dedicado a focalizarse en pensamientos optimistas y ganadores de cara al partido de esta tarde, un encuentro con sabor a final?
¿Habrá habido tiempo para poner en perspectiva el largo y sinuoso camino que lo llevó a Qatar, hasta esa cama desde la que ahora conversa?
Difícil saberlo. Lo que sí podemos saber es con quién conversa en cada previa de un partido decisivo. El propio Dibu se lo hizo saber a LA NACION hace unos días con un mensaje que envió a través de su representante: “David Priestley”.
Priestley es el ex jefe del Departamento de Psicología del Arsenal, el club inglés. Y desde hace cuatro años es el psicólogo personal de Dibu. Con él, tiene dos y hasta tres sesiones semanales.
Domar las frustraciones
El vínculo del arquero titular de la selección con la psicología arrancó en 2018. La frustración que lo agobiaba lo llevó a cuestionar creencias históricas, como esa que dice que la terapia es para locos. No, su salud mental estaba sana, pero no podía decir lo mismo de su vínculo con su gran pasión. “El problema no es que no estoy jugando al fútbol. El problema es que dejé de mirar fútbol. El problema es que siento que estoy dejando de amarlo”, llegó a decirle entonces a Mandinha, su mujer.
El rumbo que había tomado su carrera estaba apagando su fuego interno. Su presente se parecía poco al que había soñado. Vivía en Madrid y estaba a préstamo en el Getafe, el equipo español, aunque su pase era del Arsenal. Pero en el gigante inglés no tenía lugar y se estaba hartando de pivotear entre préstamos y bancos de suplente. Sus metas eran otras, más grandes, y se sentía tan lejos de ellas como cuando a los 12 años le puso punto final a su infancia en el Barrio Jardín de Mar del Plata para cumplirlas en Independiente.
La lista de sacrificios que hizo desde chico para alcanzar esas metas era enorme. El mismo Dibu los enumeraría durante una entrevista reciente: “Lloré muchas noches, viajé doscientos mil kilómetros, fui a préstamos feos, lindos, a lugares horribles, la pasé mal, quise volverme a Argentina, quise dejar el fútbol, quise dejar a mi agente desde los 12 años. Hay muchas cosas que pasé que sólo mi mujer conoce”.
¿Con qué soñaba? Con destacarse como arquero en alguno de los mejores clubes del mundo y con defender el arco de la selección de su país. Sentía que tenía todo para lograrlo pero, sin embargo, no alcanzaba. Hasta que algo ocurrió en su interior cuando nació su hijo Santi, en 2018. Dejó los prejuicios de lado y comenzó terapia.
Al año siguiente, una lesión del arquero titular, el alemán Bernd Leno, lo puso a defender el arco del Arsenal. No desaprovechó la oportunidad. Veinte partidos y dos campeonatos fueron más que suficientes para gritarle al mundo esa certeza que, muy probablemente, había comenzado a afianzar en sus sesiones de terapia: que el banco de suplentes le quedaba chico.
Por eso, con el retorno de Leno como titular, Dibu tomó la decisión de dejar el Arsenal para buscar continuidad en otro club. Corría el año 2020 cuando se convirtió en el arquero titular del Aston Villa, otro equipo de la Premier League, la máxima categoría del fútbol inglés. Los 21,5 millones de euros que pagaron por su pase lo ubicaron como el arquero argentino más caro de la historia. Además, hoy es el único arquero argentino titular en el fútbol europeo.
Y solo un año más tarde, se volvería el héroe nacional que, junto a Lionel Messi, hizo posible que la Argentina se consagrara en el Maracaná como campeona de la Copa América. El furor había arrancado en la semifinal contra Colombia, cuando en la definición por penales hizo suya la frase: “Mirá que te como”. Esa noche, durante el festejo en el vestuario, Dibu improvisó un baile mientras su nombre era coreado por sus compañeros.
“Todo jugador necesita un psicólogo”
Pero si los sueños tuvieran letra chica, los de Emiliano habrían dicho que pertenecer a la elite del deporte de alto rendimiento genera enormes niveles de exposición y responsabilidad. Una mochila muy pesada con la que hay que aprender a lidiar. Y que cuando los sueños involucran al fútbol y a la Argentina, quien sueña no debe olvidar nunca que con el mismo fervor con que se catapulta a alguien al cielo de los héroes, se lo puede hundir al inframundo de los villanos.
Tal vez las charlas semanales con Priestley, psicólogo con más de veinte años de trayectoria en liderazgo y deportes de alto rendimiento, desgranan bastante algo de todo esto.
Hace unos meses, Dibu se sentó frente a un periodista del diario El País de España y le contó sobre su proceso terapéutico: “Hablamos dos o tres veces por semana antes de un partido. Mi cabeza está más centrada que nunca, gane o pierda. Con lo que exige el fútbol a nivel mundial, creo que todo jugador necesita un psicólogo”.
Dibu no se detuvo ahí y fundamentó su afirmación: con el auge de las redes sociales, los jugadores se vuelven blancos fáciles de insultos, amenazas y hasta reclamos para que se retiren del fútbol. “Hay que tener la cabeza centrada y un objetivo”, le dijo al periodista español este hijo pródigo del psicoanálisis. Había llegado a esa entrevista con sus sueños de toda la vida cumplidos. Y, justamente por eso, cargaba con nuevas presiones.
El desarraigo familiar
Es probable que cuando arrancó terapia, haya empezado repasando su historia desde el comienzo. Seguramente, dijo que es hijo de Beto y de Susana, y que tiene un hermano, Ale, dos años mayor que él. Que los primeros años de su vida no fueron fáciles en lo económico: su papá trabajaba en el puerto y su mamá era empleada de limpieza. Y que el deporte ocupa, desde siempre, un lugar central en la vida familiar.
En lo futbolístico, dio sus primeros pasos en el Club Atlético San Isidro, de Mar del Plata. Su amor por el arco viene desde entonces, y derivó del amor hacia su hermano. Dibu, que entonces era Emi, pedía jugar al fútbol con Ale y sus amigos. Y cuando se juega con pibes más grandes, suele pasar que el más chico va al arco. Pero ese chico tenía condiciones bajo los tres palos. Y después de dos intentos fallidos en Boca y en River, fue a probarse a Independiente, el club de sus amores.
“Al principio le costaban los ejercicios, porque le faltaba entrenamiento. Pero, con 12 años, medía más o menos 1,78 y calzaba 46. Su biotipo me marcaba que iba a ser enorme. Enseguida le vi condiciones, así que le dije que se quedara. Encima, entre los más grandes, tenía a arqueros muy talentosos. La vara era muy alta. Pero le puso mucho esfuerzo, mucha garra, hasta que estuvo a la altura de los demás”, recuerda Miguel Angel “Pepé” Santoro, su entrenador en Independiente.
Encaminarse hacia su sueño tuvo un costo enorme para Emiliano: clausurar la cotidianidad con su familia para siempre y quedarse a vivir en la pensión del club con 12 años. Allí conoció a Alejandro Muñoz, quien hasta hoy es su mejor amigo.
“Teníamos la misma edad y al principio nos costó mucho. A veces tenías que comerte bromas pesadas de los más grandes, como que te desaparecieran por varios días las únicas zapatillas que tenías. Para hablar con la familia, necesitabas monedas para el teléfono. Y, si no tenías, había que esperar que ellos llamaran”, recuerda Alejandro, que todavía guarda en su celular y comparte fotos de dos adolescentes flacos, uno más alto que el otro, con el flequillo sobre la frente que estaba de moda en los 2000, comiendo un sandwich de milanesa, lookeados con la ropa del Rojo y hasta posando en un cumpleaños de 15.
Dibu y Ale pasaban el tiempo imaginando qué estarían haciendo sus familias, tan lejos de la pensión. “Con los viáticos que recibíamos, tratábamos de ayudar a nuestras familias. No era mucho. Pero ya con haber dejado de depender económicamente de ellas, hacíamos nuestro aporte”, repasa el autor del apodo con que se lo conoce a Emiliano Martinez en nuestro país. “Un día le dije: ‘¿Sabés a quién te parecés? A Dibu, el de “Mi familia es un dibujo”’. El se rió y lo tomó lo más bien”.
En “Dibu Martínez. Pasión por el fútbol”, un libro para chicos que publicó hace pocos meses, Emi le dedica un capítulo a aquellos tiempos en la pensión. “Al principio todo era difícil”, narra y habla de las lentejas que le daban para comer y que no le gustaban ni un poco. Describe que la vuelta a la pensión era una aventura, que volvían todos juntos en el 159 que los dejaba en un lugar oscuro. Y que apenas bajaban corrían a “toda velocidad” para cruzar por debajo de un puente y meterse rápido en la pensión. Recuerda que “varias veces les robaron las zapatillas o los pocos billetes que tenían en el bolsillo”. Así revive, a sus 30 años, su paso por la pensión cuando tenía 12 años.
“La psicología te ordena”
Cuatro años más tarde, y después de una buena actuación con el seleccionado sub 17, el Arsenal compró su pase y se fue a Inglaterra sin saber hablar inglés. Corría el año 2010 y parecía que era cuestión de estirar los dedos para acariciar su sueño de atajar en grandes clubes y, con eso, obtener el pase para la selección mayor. Pero allí comenzó para él una alternancia entre bancos de suplentes y clubes de segunda división.
La estrategia tenía su lógica: que se fogueara en equipos menos resonantes para que los primeros goles que recibiera le dolieran menos. Pero la falta de continuidad comenzó a desgastarlo. A préstamo en el Getafe sintió que tocaba fondo. “De antemano creyó que iba a ser un gran año para él. Pero hubo alguna desinteligencia entre el presidente del club y su entrenador y Emi casi no atajó”, explica Gustavo Goñi, su representante, uno de los cuatro hombres que posan sentados en un bar de Qatar en una de las imágenes subidas a Instagram por Beto Martínez.
Poco tiempo después, comenzaría terapia. “El talento y las condiciones las tuvo siempre. También la confianza. Pero, a veces, la psicología te ordena. Y creo que esa fue la principal función que tuvo en el caso de Emiliano. Lo ordenó”, reflexiona Goñi, experiodista y representante de otras figuras, como Martín Palermo.
Desde hace varios años, los clubes europeos tienen equipos de psicólogos que funcionan como coaches. Buscan generar cohesión en el equipo y trabajar valores como la confianza y la actitud positiva. Pero todo equipo es una suma de historias, más o menos duras, que pueden agitar fantasmas y conspirar contra un rendimiento sano. Por eso cada vez son más los especialistas que recomiendan un complemento de terapia individual donde poder volcar miedos y frustraciones sin temor a que eso signifique poner en juego la consideración del técnico o del resto del equipo.
El tabú de mostrarse vulnerable
“Los futbolistas cargan con la presión de tener que dar satisfacciones permanentemente. A los hinchas de su equipo o a todo un país. Lamentablemente, todavía impera esta idea de que los hombres no lloran. Entonces, mostrarse vulnerable se vuelve un tabú. Esto es potencialmente peligroso, sobre todo en un deporte como este, en donde, cuando se pierde, lo que manda es buscar culpables”, analiza Ariel Borensztein, miembro de la Asociación de Psicología del Deporte Argentina.
Para el especialista, que trabajó tanto en hospitales como en clubes, es fundamental prevenir cualquier desequilibrio. Tanto la falta de motivación como su exceso pueden ser peligrosos. Además, sostiene, cuando se trata de un arquero, se hace necesario un trabajo diferencial: “No debemos perder de vista que es una posición en la que cualquier error, por mínimo que sea, se ve. Sólo en algunos partidos el arquero tiene espacio para destacarse. En general, su trabajo pasa inadvertido pese a que es quien ordena el equipo”.
Podríamos decir que, con la Copa América, a Dibu le llegó la oportunidad para destacarse. Y, con ella, un salto enorme en términos de notoriedad. En una entrevista con el arquero inglés Ben Foster, Dibu cuenta que después de los penales con Colombia en la semifinal de la Copa América, en Instagram pasó de tener 700 mil seguidores a 2,4 millones. Ahora, la cifra araña los 4,3 millones.
En paralelo, se siguen multiplicando los compilados en YouTube con sus mejores atajadas, así como las notas y biografías que se vienen escribiendo en estos dos últimos años.
Lo que ninguna dice, por ejemplo, es que todas las noches se junta virtualmente con sus amigos de toda la vida (ellos, desde la Argentina; él, desde su casa en Birmingham) a jugar al Call of Duty, de la misma manera en que, de chico, juntaba las monedas para irse al ciber a jugar al Counter Strike. Que se emociona cada vez que ve a un chico jugar con su camiseta. Que cada vez que puede, visita Mar del Plata y se aloja en la casa que construyó para él y su familia. Que es fanático de las peleas de la UFC y de los autos ruidosos. Que en su casa se habla inglés, español y portugués, porque Mandinha, su mujer, es hija de madre brasileña y padre portugués. Que le encanta hacer asados.
Tampoco se dice nada sobre la foto que ocupa un lugar destacado en la intimidad de su casa, que es casi como una declaración de amor. Dibu está fundiéndose en un abrazo sentido con alguien, a quien le está haciendo upa. No es Mandinha. Tampoco alguno de sus hijos. Es Lionel Messi, justo después de consagrarse campeones en la Copa América. El miedo de dejar de amar al fútbol que tanto lo angustió en 2018 es, definitivamente, cosa del pasado.