En clubes, dentro del estadio o en casas particulares: cómo tratan a los niños que son criados en las pensiones para futbolistas
A pesar de los abusos sexuales en Independiente, ni el Estado ni la AFA controla cómo funcionan las residencias que alojan a niños desde los 10 años
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Los organismos de defensa de derechos de los niños y adolescentes no tienen certeza de cuántos chicos viven lejos de sus familias para estar cerca del club de fútbol en el que se están formando. Tampoco saben cuántas pensiones los albergan. Y mucho menos cómo son esas pensiones. ¿Quién los cuida, entonces?
La falta de regulación, controles y protocolos sobre cómo deben funcionar estos espacios generó una proliferación de diferentes tipos de residencias. El descontrol es tal que no todas las pensiones son gestionadas por los propios clubes de fútbol nucleados en la Asociación del Fútbol Argentino (AFA).
Hay pensiones que son manejadas por los clubes dentro de sus predios, como pasa en Lanús o River. También hay otras instituciones que, por falta de espacio, tienen pensiones externas, como Argentinos Juniors. En paralelo, hay además pensiones gestionadas por privados que reacondicionan casas de familia y alojan niños y adolescentes. Algunos, incluso, sin habilitación.
“Mi sueño es que Chacarita tenga su propia pensión. Me dicen que la van a construir, pero siempre surgen otras prioridades”, dice Carlos Pereyra, que se presenta como el dueño de dos pensiones ubicadas en el partido bonaerense de San Martín donde viven jugadores que llegaron desde el interior argentino e incluso de países de América Latina, como Colombia y Guatemala. Cuenta que en una de ellas viven 21 chicos y en la otra 12. La mayoría juega en las inferiores de Chacarita.
“Fuimos a la salita porque un chico tiene dengue”
La pensión de la calle Almafuerte está cerca del estadio funebrero. Es un chalet con ladrillos a la vista que cuenta con un hall y una cocina comedor decorada con el escudo de Chacarita y muchísimas fotografías de jugadores del club. Tiene habitaciones internas y externas en las que viven 21 chicos. La gestión está a cargo del propio Pereyra y de una coordinadora que asegura ocuparse de que los que están en edad escolar, vayan a la escuela y hagan la tarea. Otras personas lavan la ropa y se ocupan de preparar las cuatro comidas.
Como en casi todas las pensiones, la mayoría de los chicos llega con una autorización firmada por sus padres para que la pensión se ocupe de todo. De la formación futbolística, claro. Pero también de la comida, de los chequeos médicos, de la escuela, de la tarea y hasta de que se bañaran y se lavaran los dientes. En pocas palabras, de su crianza.
El costo mensual por vivir en la pensión es de 100.000 pesos. “A veces los pagan las familias y otras, los representantes, si es que tienen”, explica Pereyra, quien acaba de llegar del hospital Manuel Belgrano, el centro de salud público más cercano, con uno de los chicos. Vienen de hacerle un control de salud porque tiene dengue.
Pereyra asegura que las suyas no son las únicas pensiones privadas que albergan chicos que juegan en las inferiores del club. “Cuando el club no tiene pensión, en algún lado tienen que vivir los jugadores. A veces, a los chicos los voy a buscar yo al interior. La prioridad la tiene Chacarita. Pero si no, se van a otros clubes”, explica.
El hombre agrega que, a la hora de la cena, no están permitidos los celulares. “A los que ya terminaron la escuela y sólo entrenan, les digo siempre que agarren un libro, porque el fútbol puede salvar a algunos, pero no a todos”, asegura Pereyra, mientras la mayoría de los chicos lo escucha atentamente. Algunas de las habitaciones albergan hasta cuatro chicos distribuidos en camas cuchetas. La edificación cuenta con tres baños para los 21 adolescentes.
Habitaciones de tres cuchetas
Basta escribir en cualquier red social “pensión para jugadores” o “residencias para jugadores” para concluir que el chalet de San Martín está lejos de ser la excepción en relación a pensiones privadas para futbolistas en formación. Son, en la mayoría de los casos, casas ubicadas en el Conurbano y reconvertidas en pensiones. En sus habitaciones, acumulan dos y hasta tres camas cuchetas. En algunos casos, también ofrecen gestionar pruebas en clubes de fútbol.
“Los chicos que juegan en un club, pero están alojados en una pensión privada tienen menor tutelaje. El club no tiene responsabilidad sobre la cotidianidad del chico. Si terminaron el colegio y sólo entrenan, están el resto del día sin hacer nada. Esto puede vehiculizar conductas nocivas, como las apuestas online”, advierte el antropólogo y miembro de la ONG “Salvemos al fútbol”, Federico Czesli.
Según una investigación de LA NACION, ningún organismo de protección de derechos de infancias y adolescencias controla el funcionamiento de las pensiones, en donde viven niños y adolescentes desde los 10 años. Son los únicos espacios de este tipo que no son supervisados por un organismo estatal o por la Asociación del Fútbol Argentina (AFA).
Esta falta de supervisión resulta más grave si se piensa en los adolescentes que fueron víctimas de abuso sexual mientras vivían en la pensión de Independiente. La causa judicial, iniciada en 2018 y por la que fueron condenados cuatro adultos, mostró el nivel de vulnerabilidad al que quedan expuestos los chicos que crecen lejos de su familia y sin los cuidados adecuados.
Tampoco existen datos precisos sobre cuántos niños y adolescentes viven en este tipo de residencias, de qué manera los tratan, cómo estudian, quién los ayuda con la tarea, qué cobertura médica les dan, qué apoyo psicológico reciben y qué tan seguido ven a sus familias, entre otros derechos que, según la Defensoría de los Derechos de los Niños, Niñas y Adolescentes de la Nación, deben ser garantizados.
La falta de información impide tener certezas sobre otro aspecto: cuántos de los chicos que comienzan su formación como futbolistas llegan a jugar en primera. Pero según dirigentes, managers e investigadores del mundo del fútbol el porcentaje oscila entre el 1% y el 5%.
Los pocos datos con los que se cuenta provienen de un relevamiento de 2019, encargado por la Superliga Argentina de Fútbol (SAF), la asociación civil que entre 2017 y 2020 estuvo a cargo de la organización de los torneos de primera división de la AFA, advertía que, entre 24 pensiones relevadas, había desde residencias con sólo dos inodoros y una ducha para 22 chicos hasta espacios en donde grandes y chicos dormían y compartían habitación sin criterio de edad. Revelaba también que había chicos que tenían que ir por sus propios medios al colegio, no tenían cobertura médica o quedaban solos durante la noche.
“Que no existan datos públicos sobre la cantidad de pensiones en clubes de primera como en las demás categorías, abre la posibilidad de que se puedan vulnerar derechos”, dice la trabajadora social Natalia Lascialandare, excoordinadora de Casa Club, la pensión de Rosario Central.
En su tesis titulada “Fútbol y pensiones: entre la profesionalización temprana y la protección de los derechos de niños, adolescentes y jóvenes”, sostiene: “Nos encontramos con clubes que albergan a niños y adolescentes -ya sea dentro o fuera de sus predios- sin permiso otorgado por ningún ente. Esto significa, entre otras cosas, que en algunas pensiones de fútbol no están asegurados los monitoreos de higiene y seguridad, ni de los recursos humanos que deben acompañar esa cotidianidad, entre otros aspectos que generan condiciones tendientes a vulnerar derechos”.
Prepaga, horarios y plan educativo
En la pensión de Lanús, Soledad Bernachea, su responsable, reconoce que ante la falta de protocolos oficiales, la institución generó los propios. “Todas las políticas que aplicamos en la pensión las generamos nosotros. Es lo que tiene que suceder, ya que estos chicos no son nuestros hijos. Alguna vez nos han venido a visitar de la AFA pero controles formales no hay”, reconoce.
La pensión de Lanús es una estructura de dos plantas ubicada debajo de una de las tribunas del estadio. Ahí viven 65 chicos de 12 a 18 años. En cada habitación hay un baño que comparten entre tres y cuatro chicos. Todos pasan la mayor parte de su vida en el mismo predio: estudian, comen, entrenan y socializan.
“Tenemos un equipo médico que supervisa la salud de los chicos. Si necesitan alguna otra especialidad, hacerse un estudio o ir al odontólogo, lo pagamos de manera particular. De todas formas, estamos cerrando un acuerdo con una empresa de medicina prepaga”, explica Bernachea.
En Casa River, cuentan que si bien han recibido alguna visita del Ministerio Público Tutelar de la Ciudad, nadie controla lo que hacen con los 78 chicos de entre 10 y 18 años que viven allí. Después de subir una escalera y atravesar un puesto de seguridad, se accede a un amplio espacio, decorado con una Virgen y con camisetas de exjugadores que vivieron en la pensión. Allí los chicos comen y miran fútbol en una TV de 75 pulgadas que fue donada por Julián Alvarez.
Las habitaciones se distribuyen por un largo pasillo ambientado con frases motivadoras. Algunas de ellas llevan el nombre de las figuras que durmieron allí. Su coordinador, Roberto Gil, cuenta que, durante la semana, la jornada arranca a las 6:30 y que a las 20 los chicos están cenando. Los adolescentes en edad escolar cursan bajo una modalidad especial creada por Mercedes Miguel, la actual ministra de Educación de CABA.
“Es un plan que les permite estudiar y aprender, pero teniendo en cuenta que son chicos que tienen una vida diferente porque entrenan mucho. Tiene mayor virtualidad y el contenido se divide en módulos que se trabajan con cada uno de manera más personalizada”, explica Hernán Vázquez, presidente del área de Fútbol Formativo del millonario.
Pero ya sea que vivan en la pensión de un club de primer nivel o en una vivienda reacondicionada del Conurbano, todos los niños y adolescentes que sueñan con jugar un Mundial empeñan años de sus vidas en una apuesta arriesgada y con bajas chances de ganar. El Estado, mientras tanto, sigue sin fijar las reglas del juego.