Eleonor Faur: "Es un mito que los varones cuiden tanto como las mujeres"
Haciendo malabares. ¿Quién no se sintió malabarista alguna vez, al tratar de que cierre la ecuación entre el trabajo, el cuidado de los hijos y del hogar, y nuestra propia realización? Sobre todo en este tiempo de cuarentena, en el que las redes personales e institucionales que colaboraban para que todo el entramado funcione quedaron en suspenso.
Pero es, justamente, en este tiempo de cuarentena en el que quedó en evidencia la relevancia de una tarea por lo general desvalorizada y que suele recaer con mayor peso sobre las mujeres: la de cuidar a los otros. Por eso mismo, la doctora en Ciencias Sociales Eleonor Faur, autora del libro El cuidado infantil en el siglo XXI. Mujeres malabaristas en una sociedad desigual (Siglo XXI), cree que el confinamiento puede ser una gran oportunidad para que las tareas del cuidado se vuelvan prioritarias en la agenda pública. "Hay que seguir apostando a la redistribución de las tareas. Si en un hogar se están compartiendo mucho más los cuidados ahora que antes de la cuarentena, hay que mantener esa memoria", sostiene Faur, también profesora del IDAES (Unsam).
¿A qué nos referimos cuando hablamos de cuidados?
El cuidado es una cuestión central del bienestar. Se refiere a la atención que se ofrece a diferentes personas, incluso a uno mismo, para lograr ese bienestar. Esa atención tiene aspectos materiales, pero también hay cuidados emocionales, cuidados psicológicos, cuidados que hacen a garantizar la dignidad de la otra persona. Al mismo tiempo, las personas que investigamos estos temas hablamos de cuidados directos e indirectos. Porque para cuidar a un niño, para socializarlo, para criarlo, hace falta alimentarlo, bañarlo, organizar sus cuestiones de la escuela, pero para hacer todo eso también hace falta trabajo doméstico.
¿Por qué, por lo general, son tareas que se asocian a la mujer?
Esa idea se ha construido culturalmente. A partir de un sustrato biológico, que es que las mujeres podemos parir y podemos amamantar, se ha construido una noción de género que distribuyó los trabajos de una manera sexuada. Esto no fue así toda la vida. A partir de la Revolución Industrial se organizó cierta forma de sociedad entre trabajo y cuidado que suponía que los varones iban a ser los proveedores de los hogares y las mujeres iban a ser las que se ocuparan de la reproducción de la sociedad, de la crianza, del trabajo doméstico, etc. Eso fue ensanchando una cantidad de desigualdades entre varones y mujeres que hasta hoy persisten.
Pero hay mujeres que trabajaron de manera productiva desde siempre...
Es cierto, pero eran menos las que lo hacían. Cuando, a partir de los años setenta u ochenta, la salida laboral de las mujeres se vuelve cada vez más importante, las tareas reproductivas no se dividieron de la misma manera.
¿Qué otros mitos en torno del cuidado persisten?
Ese es el principal, pero hay otros. Por ejemplo, que todas las mujeres quieren ser madres, o que las mujeres son mejores cuidadoras que los varones u otras identidades. También está el otro, el contrario, que es que ahora los varones cuidan tanto como las mujeres. Si uno mira las estadísticas del uso del tiempo, comprueba que no es así, que por ahí algunos varones cuidan un poco más que antes, pero que, en promedio, las desigualdades siguen siendo muy importantes. Y todo esto además se plasma también en la manera en cómo educamos a nuestros hijos e hijas y en como también, muchas veces, se reproducen los rincones de juego en los jardines de infantes.
Es frecuente que cuando a los hijos les pasa algo, pidan por la mamá. ¿Eso también es cultural?
Claro. Biológico únicamente es gestar y parir. El cuidar a un niño o una niña no es solamente darle de comer sino que también es contenerlo cuando se angustia, es tratar de estar pendiente de sus necesidades, es abrir la escucha para cuando tiene algún problema, todo eso es cuidado emocional. Estos son espacios que las mujeres felizmente hemos ocupado. La gran pregunta es por qué pensamos que solo las mujeres podemos hacerlo. Y por qué, socialmente, se sigue alimentando ese estereotipo de que somos las mujeres las que lo hacemos mejor. Lo hacemos más y estamos más entrenadas en una gran mayoría, pero porque el cuidado es algo que se aprende, se aprende haciéndolo.
¿Qué diferencias existen sobre cómo usan el tiempo varones y mujeres?
Lo que reflejan las encuestas es que, en general, los varones trabajan de manera remunerada un poco más que las mujeres, y las mujeres trabajan de manera no remunerada en los cuidados directos e indirectos muchísimo más que los varones. Cuando tienen hijos chiquitos, estas diferencias se agudizan. Si se mira hogares donde viven una pareja heterosexual e hijos, las mujeres, cuantos más hijos menores de doce años tienen, aumentan la cantidad de horas invertidas en su cuidado. También aumenta la cantidad de horas invertidas cuanto más pobres son. Cuando ves a los varones, ni la cantidad de hijos, ni el nivel de ingresos económicos les cambia la cantidad de horas invertidas en las tareas de cuidado.
¿La cuarentena agudizó o cerró esa brecha?
Es difícil pensarlo comparativamente porque no tenemos una línea de base y una metodología común para analizarlo en este momento. Lo que se ve en una encuesta que hace unos días presentó una organización que se llama Grow. Genero y Trabajo es que los cuidados se volvieron mucho más intensos. Si antes se distribuían en alguna medida con otras instituciones y, hasta cierto punto, había una red de contención, en este momento todo está sucediendo adentro del hogar. Se ve que los varones están desarrollando una cantidad de tareas. Ahora, dicho esto, también se ve que sigue habiendo brechas de género. Por ejemplo, se comparte mucho más las actividades de limpieza, las compras, e incluso la desinfección y se comparte un poco menos las tareas de cuidados de niños y personas mayores, y el apoyo a las tareas escolares. En total las mujeres dedican casi dos horas por día más que los varones al cuidado de sus hijos. Eso es lo que muestra la encuesta ahora. Dedican una hora más para acompañar a los hijos e hijas en las tareas escolares y destinan casi una hora más que los varones por día a cocinar, a limpiar y a desinfectar.
Esto debe agravarse en los hogares monoparentales…
Por supuesto, todo esto se agrava cuando en el hogar no conviven dos personas adultas. Cuando tenés en las clases medias una mujer separada, que vive con sus hijos o hijas, acompaña las tareas escolares y además teletrabaja, el estrés por la superposición de actividades es mayor.
Pensar que en esta cuarentena, la noción de cuidarse y de cuidar a los otros está muy extendida...
Es verdad, pero ¿a quiénes estamos descuidando mientras tanto? El cuidado individual está muy bien, cada uno se tiene que cuidar. Pero el desafío es poder encontrar la profundidad que tiene el cuidado y la imperiosa necesidad de valorizarlo, porque ya el mundo descuida demasiado. Y en un mundo que descuida, el cuidado es revolucionario.
¿Por qué subestimamos las tareas del cuidado?
Claro, hay como una desvalorización. Primero por esta noción de que, porque lo hacemos por amor, no tiene costo, no tiene ninguna implicancia, nos gusta hacerlo. En las modalidades de cómo nos criaban en el siglo 20, lo femenino tenía menos relevancia que lo masculino y lo remunerado tenía más relevancia que lo no remunerado. Las tareas de cuidado, desde todo punto de vista, quedaban desdibujadas, incluso su valor social, parecía que la economía se reproducía a sí misma y que no necesitaba de estas tareas para que eso sucediera.
¿Qué ocurre a nivel corporativo y de las políticas públicas? En estos días es frecuente la sensación de desborde, especialmente entre las mujeres, por todas las tareas que se superponen en el hogar.
En las empresas, para poner un ejemplo, siempre se da por sentado que los trabajadores y trabajadoras van a tener una red que les permitirá organizar el cuidado de sus hijos, organizar la manera en que se limpian las casas. Eso está mucho más allá incluso de las empresas y de la posible voluntad de quienes las llevan adelante. Porque la organización del trabajo remunerado da por sentado que va a haber alguien organizando lo no remunerado. La domesticidad, la higiene de la casa, la crianza de los chicos, etc. Toda organización social del trabajo tiene como contrapartida una organización social del cuidado.
El desafío es poder encontrar la profundidad que tiene el cuidado y la imperiosa necesidad de valorizarlo, porque ya el mundo descuida demasiado.
Además de diferencias de género, en la gestión del cuidado son centrales las diferencias sociales. Mientras que hay hogares que pueden pagar por ayuda, en otros, hay quienes dejan de cuidar de los suyos por trabajar cuidando a otros. ¿Qué políticas públicas podrían ayudar a equilibrar este desbalance?
Hacen falta más servicios de cuidado, más servicios de cuidado de doble jornada, para que compatibilicen con los horarios de jornada laboral, porque tres o cuatro horas por día de los jardines de infantes tampoco es suficiente. También hacen falta licencias más extendidas. En el sector privado son 90 días para las mamás y dos días para los papás. Ahí hay un mensaje muy claro que está dando la propia legislación que es: las que cuidan son las mamás. Hay que redistribuir los tiempos de cuidado, hay que poder sostener esos tiempos con ingreso para las familias, para que puedan destinarlos a los cuidados, de manera lo más equitativa posible en términos de género y en términos socioeconómicos. Hay que enfatizar las políticas que permitan mejor bienestar y más cuidados para los sectores populares. Tenemos que pensar que no hay economía posible sin economía del cuidado.
En muchos hogares, a partir del confinamiento se redistribuyeron en forma más equitativa las tareas del cuidado. ¿Cómo mantener las buenas prácticas cuando termine la cuarentena?
Yo creo que desde ahora mismo hay que mostrar con mucha más claridad que el cuidado es una condición ineludible del bienestar. Y ahora que buena parte de la economía remunerada se detuvo, el cuidado no lo hizo. Porque si se hubiera detenido el cuidado, realmente ahí no hubiéramos sobrevivido, más allá del COVID-19. Mejoremos también las políticas públicas que hacen falta para que los cuidados se organicen mejor y se redistribuyan mejor socialmente e institucionalmente. Cuanto más recaen en las familias, más desigualdades sociales se están produciendo.
¿Pero, es factible el cambio, cuando se trata de nociones tan arraigadas en la cultura?
Sí, claro. De hecho, se están cambiando. Lo que pasa es que el cambio en la redistribución de los cuidados aún es mucho más lento que lo que significó la salida laboral remunerada de las mujeres. Pero hay que seguir apostando a esa redistribución, a esa transformación, y si en un hogar se están compartiendo mucho más los cuidados ahora que antes de la cuarentena, hay que mantener esa memoria. Si es posible en cuarentena, tiene que ser posible fuera de ella.