El valor de las manos
Distintas organizaciones apoyan a mujeres de comunidades rurales para que, a partir de la confección de productos típicos, recuperen su identidad y su cultura
El comercio justo apoya a productores en situaciones de pobreza, concentrando la atención en su bienestar social, económico y medio ambiental, sin maximizar las ganancias a costa de ellos. Por lo tanto, no se refiere únicamente al momento de la comercialización sino que enmarca todo el proceso que va desde la organización, la producción, y también el consumo responsable.
"Esta modalidad en realidad existe desde hace 500 años, sólo que ahora le pusieron un nombre", dice con brío, bajo la mirada de sus ojos oscuros y profundos, Rosario Quispe, líder de la organización Warmi Sayajsunqo, que en la lengua quechua, cuenta ella, significa "mujer perseverante". Esta organización, ubicada en Abra Pampa, en la provincia de Jujuy, es una entre las numerosas que hoy, en la Argentina, están cobrando fuerza en el marco del fenómeno del comercio justo. "Después de Ecuador y Brasil, donde está más desarrollado, este fenómeno se está progresivamente abriendo paso en la Argentina", explica Paola Berdichevsky de la Fundación Avina.
Sin embargo, la mayoría de los proyectos se desarrollan gracias a la tenacidad, la disciplina y la voluntad de superarse de las mujeres que los llevan por adelante. La Asociación Adobe, organización que trabaja en la recuperación y conservación del patrimonio cultural de poblaciones rurales, inauguró en 2006 el Proyecto Sachamanta dedicado al comercio justo.
Concentran sus actividades en el monte quichua-santiagueño de Santiago del Estero, con la idea de recuperar el trabajo de las teleras santiagueñas (técnicas, colores y diseños). En 2001, armaron una escuela de telar para enseñar y recuperar el arte de tejer, mejorando la calidad de vida de las productoras.
"La única alternativa para las mujeres de generar ingresos para su familia sería la emigración hacia centros urbanos como empleadas en casas de familia", explica Sofía Folatelli, coordinadora de este proyecto en el que trabajan casi 50 mujeres, 19 teleras y 30 hilanderas. Entre ellas, Liliana Aragón, de 30 años, es considerada la verdadera líder del grupo. "El aprendizaje de la escuela de telar me abrió un mundo nuevo, llenos de horizontes", dice Liliana, que empezó a trabajar con su mamá cuando era chica.
"Trabajar agrupadas impulsa el entusiasmo recíproco para lograr más objetivos. El contacto con la asociación permite un aprendizaje constante y más interesante. Somos muy organizadas y muy responsables", cuenta la joven telera, que valora haber aprendido, a través de la escuela, no sólo a tejer, sino también a apreciar la recuperación de la cultura de sus abuelos. "Cada pieza la hago con todo el cariño para que me salga bien. La calidad es fundamental para que nuestras prendas sean vendibles con un precio justo. Cuando veo mi producto en la tienda, me emociono", dice Liliana frente a la vidriera de la tienda Adobe de la calle Arévalo, en la Capital Federal, donde los colores de la tierra y de la cultura santiagueña se reconocen en maravillosas alfombras, tapices, mantas, chales y piezas, todas diseñadas con grande atención y gusto destacado.
Con un espíritu de recuperación cultural, también funciona el programa "Recuperando la memoria", desarrollado por la Universidad de Catamarca, que con el uso de técnicas antiguas indígenas y precolombinas, realiza piezas de cerámica artesanales destinadas al comercio justo.
Mercedes Díaz, directora del proyecto, cuenta que las alfareras son todas chicas jóvenes y de distintos lugares de la provincia. María Belén Ahumada es una de ellas y produce piezas de cerámica que populariza profesionalmente con una tarjeta personal.
Capacitación
La capacitación a fin de mejorar la calidad de sus piezas es un asunto muy claro entre las trabajadoras. Es el caso de Isidora Romero, de 35 años, y de otras mamás del comedor Casa del Niño Arco Iris de Villa Elisa en La Plata. Hace dos años una ONG les consiguió un microcrédito para comprar unas máquinas para que las madres que iban al comedor con sus hijos pudieran aprender a coser.
Algunas se juntaron para aprender a confeccionar ropa y hoy producen abrigos para perros que exportan a Estados Unidos, y, para lograr una mejor calidad de las prendas, compraron maquinas más modernas que todavía no terminaron de pagar. "Comencé a trabajar en el taller con otras seis madres porque allí podía traer a mis hijos", cuenta Isidora. Hace dos años, la organización Otro Mercado al Sur les propuso hacer una línea de ropa para bebe con el algodón orgánico.
La mayoría de las madres van al comedor con sus hijos y también trabaja como empleada doméstica. Sin embargo, para ellas es un proyecto que las dignifica y las integra a una cadena de valor y trabajo.
La Fundación Pro Yungas, de Yerba Buena, en la provincia de Tucumán, desarrolla el proyecyo Club de madres de Los Toldos, dedicado al comercio justo, que incluye 16 mujeres tejedoras, entre las cuales se encuentra Sofía Aguado, artesana de 29 años, que vive y trabaja en Santa Victoria Oeste. Empezó a tejer a los 11 años con su madre y vive de esto. "Me permite tener una ganancia y al mismo tiempo estar en mi casa para cuidar a mis hijos y los animales. La fundación me encarga prendas y me adelanta un 50 por ciento. El resto me lo paga al momento en que se vende", cuenta Sofía, de visita por primera vez en Buenos Aires.
Esta modalidad de trabajo, que se concentra en la calidad de vida del individuo, impacta positivamente en la confianza y la dignidad de los trabajadores. Francisca Kapitoniuk, de 58 años, y Silvia Marchetti, de 31 años, son tejedoras del proyecto de Comercio Justo Artesanías Argentinas (ARAR), de la Fundación Fundapaz. Esta entidad trabaja en el desarrollo rural en el norte argentino con comunidades aborígenes y familias campesinas y promueve procesos sustentables de organización comunitaria que involucran a 85 mujeres. La ganancia que obtienen con la venta de las prendas le sirve esencialmente para vivir. Fundapaz las ayuda en la capacitación y en la promoción de los productos para que tengan entradas permanentes.
"Nuestro problema principal es la distancia entre pueblos. No hay caminos asfaltados, el colectivo pasa dos veces por semana y no hay correo. Por eso nos reunimos sólo una vez por mes", cuenta Silvia. Como consecuencia, no es llamativo que una de las primeras inversiones que realizan las familias de las trabajadoras de Santiago del Estero es en motocicletas.
Consumo responsable
Para que el comercio justo crezca, se necesita que haya cada vez más consumidores responsables. No se puede asegurar un intercambio justo y solidario sin la presencia de consumidores conscientes y responsables, que reconozcan el verdadero valor de los productos que consumen.
La asociación Arte y Esperanza, dedicada a la comercialización sin fines de lucro y en condiciones de comercio justo de las artesanías producidas por las comunidades del Chaco salteño, también pone el acento en el consumo responsable. Por eso, impulsa acciones vinculadas con la educación del consumidor consciente, desde todos los espacios posibles: la casa, la escuela y la sociedad en general.
Una vez que los consumidores reconocen las ventajas tanto sociales como económicas y ecológicas del comercio justo, tienden a participar en la red, ya sea involucrándose directamente en las actividades de promoción e incluso de comercialización o en calidad de consumidores responsables. Así, se promueve un intercambio comercial bajo otro código de valores.
La fundación Silataj, que es una entidad sin fines de lucro que existe desde 1986, tiene como objetivo principal mejorar la calidad de vida y promover un mayor desarrollo económico y social para los pueblos originarios del norte argentino, como los wichis, los collas, los chanés, los pilagás y los tobas, respetando sus culturas.
Silataj compra directamente a los artesanos y evita los intermediarios. De esta forma paga un precio justo al contado contribuyendo a cubrir sus necesidades vitales. Las mujeres tobas tejen tapices -piezas únicas en diseño y color-, mientras que las mujeres pilagás tejen cestería con fibra de charradillo y para enseñarle este arte a sus hijos, tejen con ellos muñecas coloridas para jugar.
Todos estos productos se venden en la colorida tienda que la Fundación Silataj tiene en la Capital Federal en el barrio de Belgrano, donde dos activas mujeres los venden y los presentan con mucha atención y gusto. Y, por supuesto, con un precio justo.
CONTACTOS
- Adobe: www.asociacionadobe.com
- Avina: www.avina.net
- Arte y Esperanza: www.arteyesperanza.com.ar
- Silataj: www.fundacionsilataj.org.ar
- Fundapaz: www.fundapaz.org.ar
- Pro Yungas: www.proyungas.com.ar