El sueño de la casa propia: construyen sin saber a cuál familia le tocará la suya
Hace tres años, Roxana Tessitore y sus siete hijos vivían en una casa prestada, todos apretados. "Los chicos no tenían dormitorio. El lugar donde dormían y hacían la tarea era el mismo donde comíamos. No había agua caliente y cuando llovía se mojaba todo", recuerda y, tras una pausa, agrega conmovida: "Jamás imaginé cumplir el sueño de la casa propia".
Ese día llegó. Mientras prepara unos mates en la vivienda que construyó con sus propias manos, ubicada en Derqui, en el partido de Pilar, cuenta orgullosa: "Me siento realizada. Cuando me muera quiero que entierren mis cenizas acá porque me costó muchísimo esfuerzo lograrlo", dice esta mujer que trabaja como empleada doméstica.
Alcanzar este sueño fue posible gracias al proyecto "Suelo firme" de la Fundación Vivienda Digna, que nació a partir de la donación de un terreno de cinco hectáreas. La propuesta incluye la urbanización y construcción de un barrio para 97 familias, pero con una particularidad: ellas mismas participan activamente en la edificación. Ladrillo a ladrillo, trabajan de forma articulada entre quienes serán futuros vecinos. El entusiasmo siempre se mantiene en alza ya que nadie sabe qué casa recibirá hasta que terminan de construirlas.
Lo que hace unos años atrás era un terreno abandonado repleto de pastizales y basura hoy es un barrio urbanizado con casas, calles, veredas, una plaza y el tendido de redes de luz, agua y una planta cloacal. Hasta levantaron un club y cuentan con una huerta comunitaria.
Las personas firman el boleto de compra-venta y posteriormente la escritura de sus casas que pagan a 20 años con un plan de cuotas financiado. Cecilia Juana, directora social del área de hábitat y participación de la fundación, explica: "En general son familias que viven en casas prestadas, comparten la vivienda o construyen en los mismos terrenos donde están sus padres o hermanos. También hay quienes sufren hacinamiento o se les hace muy complicado pagar un alquiler".
Apenas Roxana se enteró de que Vivienda Digna estaba haciendo una convocatoria en el barrio, decidió anotarse. A los pocos días la llamaron para hacerle una entrevista y evaluar su caso. Cuando le confirmaron la vacante, se largó a llorar de la emoción.
En 2016 ella pasó a formar parte de la primera tanda de 50 familias que poblaron el barrio. Todavía quedan otras 47 que se encuentran en plena etapa de construcción. Este trabajo está coordinado por un equipo técnico social conformado por arquitectos, trabajadoras sociales, maestros mayores de obra e ingenieros que forman parte del staff de la ONG.
Durante la semana, una cuadrilla contratada por la fundación avanza en la obra y, los fines de semana, los beneficiarios construyen a la par. A estas jornadas se suman grupos de voluntarios de empresas, escuelas y amigos que se unen bajo una misma causa: ayudar a una familia de bajos recursos a tener un techo digno.
Diego Sosa, de 31 años, forma parte de la segunda tanda de 47 viviendas que se terminarán de construir en marzo de 2020, pero hace poco se enteró cuál de todas las casas será la suya. Trabaja en una panadería y conoció la convocatoria gracias a que su mujer vio un cartel en la iglesia.
"Después de vivir varios años en lo de mi suegra y en lo de mi mamá, no podemos creer que dentro de poco vayamos a tener nuestro propio espacio, eso nos va a dar mucha más libertad y comodidad", dice Diego, mientras recorre ilusionado los rincones de su futuro hogar.
Sueño colectivo
Todas las casas tienen el mismo tamaño: 56 metros cuadrados distribuidos en dos dormitorios, cocina-comedor y un baño. Existen tres prototipos diferentes y cada quien es libre de imprimirle su sello personal, que puede verse a simple vista en las diferentes y coloridas fachadas. Además, las viviendas están construidas de forma tal que las familias pueden ampliar el espacio si lo desean.
Cumplir el sueño de la casa propia genera un impacto positivo en distintos aspectos de sus vidas: desde repercusiones en lo laboral o escolar hasta transformaciones en los vínculos familiares. Por ejemplo, Roxana cuenta que sus hijas mejoraron el rendimiento académico gracias a que ahora cuentan con un lugar tranquilo e iluminado donde hacer los deberes y estudiar.
Para poder formar parte del proyecto es requisito comprometerse a asistir a las reuniones sobre el fortalecimiento del barrio y la organización del trabajo comunitario. Hay comisiones de participación voluntaria y cada una se ocupa de un tema distinto, desde el armado de la huerta comunitaria, el funcionamiento del club de fútbol o el mantenimiento de la plaza, hasta sacar la basura y plantar algunos arbustos.
"Después de transitar tres años de trabajo juntos se conocen antes de mudarse y muchos se hacen amigos", asegura Cecilia Juana y agrega: "Los procesos participativos son muy ricos porque es ahí donde surge la transformación de las personas: la gente aprende del otro, descubre sus potencialidades."
De hecho, gracias a este trabajo en equipo ya lograron que la línea de colectivo más cercana ampliara su recorrido para pasar por el barrio y, también, que el camión de residuos llegue a sus domicilios.
Luego de esta experiencia enriquecedora, la fundación quiere replicar el proyecto en otro terreno que ya tienen en la misma zona y para eso están buscando fondos.
Roxana remarca la importancia de estos lazos comunitarios y confiesa sentirse feliz de vivir rodeada de gente conocida y querida. "Es muy lindo –sostiene– saber que podemos contar unos con otros. Nunca pensé que iba a vivir esta experiencia".
Cómo colaborar
- Con una donación mensual para que más familias puedan cumplir el sueño de la casa propia.
- Como voluntario, construyendo junto a las familias sus viviendas.
- Donando muebles en desuso y materiales de construcción que la Fundación pasa a retirar por tu casa sin cargo.