"Vos tenés que estudiar", le decía su papá a Fernando Maldonado desde que tiene memoria. Él sólo había llegado a primaria, trabajaba haciendo changas y quería un futuro diferente para su hijo menor. "De todos mis hermanos, algo vio en mí", dice este joven de 27 años de energía arrolladora. Después de su muerte, cuando Fernando tenía 15 años, el deseo paterno se convirtió en una meta sagrada a alcanzar, sin importar los sacrificios y los obstáculos.
Pero para el chico que creció en los pasillos de la villa 21-24 de Barracas, entre calles inundadas, cortes de luz y habitaciones compartidas, el sueño más inalcanzable era otro: una casa propia. "Había días en que tenía la habitación llena de agua y con un olor insoportable. Levantarte y pisar la mierda de los demás, no es vida", dice Fernando para describir la lucha cotidiana de cientos de vecinos.
Gracias a un grupo de personas que – como su papá – vieron un enorme potencial en él, Fernando pudo cumplir con todo lo que se había propuesto y mucho más. Fue el primero de su familia en terminar la secundaria, el único que completar una carrera universitaria y una maestría, y se acaba de mudar a un departamento a estrenar en Parque Patricios.
"A veces me tomo un segundo para pensar en todo lo que tuvo que pasar para que yo hoy pueda tener esta vida y no lo puedo creer", agrega.
Para Jesica Pla, doctora en Ciencias Sociales e investigadora del Conicet con sede en el Instituto Gino Germani, es común que en las familias de barrios populares se condensen todas las expectativas en una sola persona. "Como no pueden apostar a todos, eligen al que le ven más condiciones. Toda la familia apuesta y los hermanos se sacrifican para que uno pueda llegar", explica.
Pasó de ser pobre a ser clase media. El suyo es un caso poco frecuente de movilidad social ascendente y a Fernando no le cuesta pivotear entre ambos mundos. Sigue siendo un "pibe del barrio" pero trabaja en blanco como inspector en una empresa de maquinarias para la construcción, tiene prepaga, pudo conocer Europa y Estados Unidos y está de novio con una chica que estudia bioingeniería en el ITBA.
"Yo no me la creo. Soy el mismo que anda en pata en los pasillos. Una tarde fuimos a comprar un regalo de cumpleaños con mi novia y terminamos en Galerías Pacífico. Y yo decía entre risas: "Hace un rato estaba caminando en los pasillos y ahora estamos tomando un café acá", acota Fernando divertido.
Su historia de superación es el segundo capítulo de Redes Invisibles, un proyecto que busca mostrar la importancia de que personas e instituciones superen los prejuicios y sirvan de apoyo para que los jóvenes de menos recursos puedan salir adelante.
"Fueron muchas las personas que aparecieron para ayudarme y yo pude aprovechar esas oportunidades. Cada una me dio su visión de vida y me mostró como pelearla", dice Fernando.
No pueden solos y lo que aporta el Estado en términos de educación, salud y seguridad social ayuda pero no alcanza. "Si yo no hubiera estudiado, seguramente hoy estaría rompiendo paredes y no lo digo como algo malo", reflexiona Fernando sobre lo difícil que es quebrar el círculo de exclusión.
Es que el suyo fue un salto tan increíble que le cuesta ponerlo en palabras. "Fer es una especie de anomalía porque cruzó la vereda y empezó a coquetear con el mundo de la economía formal", aporta Luis Vedoya, una de las personas que lo acompañó en su vida universitaria desde la Fundación Integrar.
Fernando nació en Paraguay y es el menor de 10 hermanos. Cuando tenía 8 años se vino a vivir a la villa 21-24, en Barracas y quedó al cuidado de sus hermanas mayores con la consigna de que fuera a la escuela. Su madre, Lorenza, no sabe leer ni escribir.
Todos los hermanos Maldonado hicieron un gran esfuerzo para que Fernando pudiera sostener la escuela cuando amenazaba el hambre. Las mujeres trabajaron de empleadas domésticas y los hombres en la construcción para comprarle los útiles que necesitaba.
"Cuando yo era chico la economía no ayudaba y nosotros éramos muchos. Mi mamá es ama de casa y mi viejo laburaba de lo que fuera. Una de las frases que siempre me decía mi papá es "mientras que ustedes coman, yo ya estoy bien", cuenta Fernando.
Su primer sostén fue su hermana Edith, con la que se crió los primeros años, junto a sus sobrinos Víctor y Natalia. "A Fer siempre le gustó estudiar. Muchas veces en invierno se cortaba la luz, y él ponía velas para poder seguir estudiando y estar al día", recuerda Edith, que no se cansa de decir que está orgullosa de él.
Ella fue la que le sugirió que fuera a una escuela técnica. "Era complicado, pura matemática, física y química. Mi hermana escuchó que si estudiabas ahí cuando salías era más fácil conseguir trabajo porque ya tenías un oficio. Y tenía razón. En cuanto salí a los pocos meses ya estaba trabajando", dice Fernando.
Sacrificio. Esa es la palabra que resume todos los obstáculos que tuvo que superar para poder terminar la escuela. No tenía señal de Internet para hacer la tarea, las goteras le arruinaban los apuntes y las noches eran con velas porque no había luz. "Yo sabía que mis hermanos hacían un esfuerzo para que yo pudiera estudiar y no los quería defraudar. Por eso sacaba fuerzas de donde fuera. Había días en los que no dormía porque tenía que estudiar o no salía con mis amigos", resume.
La institución que atravesó toda la existencia de Fernando fue la Parroquia de Caacupé, a donde su hermana lo mandaba para que no estuviera en la calle y pudiera compartir experiencias con otros chicos de su edad.
Ahí encontró no solo pares, sino también referentes adultos que lo fueron animando a soñar, a aprender y a querer siempre un poco más. Un día vio un cartel que decía "Taller de música" y se acercó a ver de qué se trataba.
"Yo de chico quería ser cantante de cumbia a toda costa. No tocaba ningún instrumento pero me gustaba poder contar historias a través de las canciones", recuerda Fernando. El profesor de la escuela era Santiago Pusso, quien no solo le enseñó a tocar la guitarra sino que le mostró el mundo que existía fuera de la villa.
"Santiago me mostró un camino. Que esto de soñar está bueno y que hay que intentar hacer las cosas porque lo peor que te puede pasar el caerte y seguir. Él nos hizo salir del barrio. Me marcó porque fue el comienzo de la salida al exterior y conocer que la vida es otra cosa. No sabía cuán grande podía ser el mundo", explica este joven de barba prolija y sonrisa fácil.
Gracias al taller de música, conoció al Padre Juan Isasmendi, cura de la Parroquia de Caacupé. Enseguida reconoció la potencialidad de Fernando y lo invitó a formar parte del movimiento Exploradores de la iglesia en donde acompañan a los chicos de 6 a 16 años durante su desarrollo. "Juan es como un padre para mí. Siempre me decía que yo tenía que ser protagonista de mi vida. En Exploradores aprendí a guiar a los chicos, a escuchar sus problemas, me dio mucho coraje y el empuje que necesitaba. Hoy me cruzo con ellos y me siguen diciendo "profe" y eso te llena el alma", aclara Fernando.
Isasmendi también detectó en Fernando una gran capacidad de aprender de los demás. "Y en un momento empezó a provocar las oportunidades y eso es una nota distintiva del líder. Hizo un proceso de transformación más hondo y empezó a soñar desde otro lugar y ese fue el salto de calidad en él", señala.
Fernando siempre está en movimiento, participando de todos los espacios que se le presentan para mejorar. Ese espíritu es el que lo llevó a anotarse en el taller de periodismo en la parroquia.
"A mí siempre me gustó escribir. Y ahí conocí a Teode y María. Todo lo que logré en el periodismo fue gracias a ellas", cuenta. Durante las clases aprendió a escribir una noticia, a hacer entrevistas a los vecinos del barrio y encontró su verdadera vocación.
"A Fer le costaba la ortografía y la gramática, pero siempre cumplía. Y te dabas cuenta que le apasionaba y que le interesaba mucho conocer los problemas de la gente. Cuando nos dijo que quería ser periodista nosotras no lo podíamos creer", dice Teodelina Basavilbaso, una de las coordinadoras del taller. Junto con María Ayuso, la otra coordinadora, lo acompañaron a anotarse en TEA y lo pusieron en contacto con la Fundación Integrar para conseguirle una beca universitaria.
El desafío era ver si podía seguir rompiendo moldes. Todas las tardes, después del trabajo, Fernando se tomaba el colectivo 37 para ir a la universidad. "Todos mis compañeros tenían parientes que trabajaban en los medios, eran intelectuales y yo no entendía nada. Hablaban de Borges o de Cortázar y yo no sabía quiénes eran. Estuve meses sin hablar, me sentía muy chiquito. Con el tiempo dejé de achicarme", recuerda Fernando.
"No sé qué hago acá", pensaba Fernando cada vez que entraba al aula. Todo era nuevo. Fueron momentos decisivos. Pero él sabía que había un montón de personas confiando en él y no quería desilusionarlos. Ese era su motor.
"Me costó un montonazo, no fue del todo lindo el camino. Hubo muchos fracasos, caídas y levantarme de nuevo. Me pasó de estar haciendo notas, que se cortara la luz y perder todo el trabajo. Por momentos quería abandonar. El profesor siempre decía que "las excusas no se publican" y tenía razón", agrega Fernando.
Teodelina y María no lo dejaron solo y lo ayudaron en este proceso de adaptación. Leían sus notas, le hacían devoluciones, le marcaban los errores. "Que una persona te de una mano así, es muy importante. Es gente con otro crecimiento, otro punto de vista, profesionales que ya pasaron por algo parecido y que por eso te saben guiar. Es genial que eso suceda y que le den una oportunidad a chicos como yo que viven en entornos diferentes", cuenta.
Justamente este tipo de acompañamiento es el que brindan desde la Fundación Integrar a sus becados. En el caso de Fernando, Luis Vedoya, (aquel momento era director de integrar) que junto a su tutor Martin Di Paolo, fueron los que estaban siempre apoyándolos, y escuchaban todas sus dudas sobre la facultad y un apoyo clave para que no abandonara cuando, por ejemplo, recursó el primer año.
"Creo que Fer representa esa vocación de un joven que termina la escuela secundaria y no había una silla esperándolo en la universidad. Si bien la educación es pública y es un derecho, el camino no está hecho para que un chico de la villa pueda acceder. Ya sea por el boleto del colectivo o por las fotocopias o por los prejuicios que existen", señala Vedoya, que se transformó en un apoyo incondicional para Fernando. Hoy, son amigos.
Fernando vivió por temporadas con algunas de sus hermanas. En un momento dado, sintió que necesitaba un lugar propio. De a poco, y con la ayuda de sus hermanos, armaron una pieza en la que vivió los últimos años con su hermana Adriana y su sobrina. "Era un cuartito muy chico, con una cama cucheta y un baño pero fue una linda experiencia. Yo dormía en la cama de arriba y ellas en la de abajo. Los días de lluvia se nos inundaba todo y a veces se cortaba la luz", dice Fernando, a quien le costaba mucho encontrar un lugar para poder estudiar en ese entorno.
El sueño de la casa propia
El sueño de la casa propia, fuera de la villa, había surgido en el trabajo de la mano de "el viejo", Guido Medina, un compañero que siempre lo alentó a conseguirlo. "Cuando yo entré al trabajo él se estaba por jubilar. Siempre me metió fichas para que me comprara un departamento. Me decía que no malgastara el sueldo en cosas que no tenían sentido, que tenía que mejorar mi futuro y cambiar de aire. Un día vi un cartel de una inmobiliaria que iba a construir un edificio de pozo y anoté el nombre. Después me fijé en la página, mandé un mail, me reuní con la arquitecta y en cada paso le preguntaba al viejo", dice Fernando. Le pidió plata a sus hermanos, puso todos sus ahorros para llegar al 30% del depósito y durante los siguientes siete años pagó cuota por cuota para llegar a ser dueño del departamento en el que se mudó este mes.
"Fueron años de no ver el sueldo, de que la plata pasara de mano en mano pero sabía que era una inversión a futuro. Y hoy por hoy estoy por largarme a llorar de la emoción", dice.
Para toda la red de personas que lo ayudó, Fernando no tiene techo. Hoy en día dirige el periódico de la Parroquia de Caacupé para transmitir su amor por el periodismo a otros chicos de la villa y ayuda a otros jóvenes del barrio a conseguir becas universitarias a través de la Fundación Integrar.
"La idea es devolver un poco lo que me dieron a mí. Si pudiera elegir en donde nacer y crecer, sería en la villa. Porque valorás todo mucho más, ves la vida de otra manera, ves mucho sufrimiento y mucho trabajo. Estas personas se esfuerzan el doble, son discriminadas, se levantan a las 4 de la mañana, no tienen cerca el colectivo, se les corta la luz, se inundan, y lejos de victimizarse, se ponen la vida al hombro para darles algo mejor a sus hijos. Hay historias muy grosas que me inspiran", señala Fernando, para quien trabajar sobre los prejuicios es el primer paso para generar más oportunidades para los chicos del barrio.
¿Cuál es la mejor manera de romperlos? "Invitando a la gente a que conozca la realidad de la villa y se comprometa a modificarla. Hay un montón de formas de ayudar, donando algo, consiguiendo una beca educativa, escuchando o solo dándonos ánimo. Siempre es importante una mano amiga. Yo sin todas estas personas que aparecieron en diferentes momentos de mi vida no hubiera podido hacer nada. Me hubiera quedado con lo que tenía y punto", concluye Fernando.
Sumate a Redes Invisibles
Ayudá a otros chicos como Fernando a poder ir a la universidad. Podés hacerlo sumándote al trabajo de la Fundación Integrar de diferentes maneras:
- Apoyo académico: Estas son las asignaturas en las que siempre se necesitan voluntarios para dar apoyo a los estudiantes: análisis matemático, álgebra, inglés, excel, química, física, estadística, anatomía.
- Tutoría: si sos profesional y querés acompañar a estudiantes durante sus carreras sumate a nuestra base de Referentes Profesionales.
- Difusión: Invitá a tus contactos a participar y compartí nuestros posteos en redes para que la Comunidad Integrar siga creciendo. Link a redes twitter, facebook, instagram: @fpintegrar
- Becas: apoyá económicamente a jóvenes en situación de vulnerabilidad socio-económica para que puedan iniciar, sostener y finalizar sus estudios de nivel superior (universitarios y terciarios).
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