El narcotráfico afecta a todos, pero más a los chicos que son presa de las drogas
Aceptémoslo: vivimos sorprendidos, preocupados y angustiados por los hechos que muestran cotidianamente que el narcotráfico avanza a niveles alarmantes en la Argentina. Tememos por nuestra seguridad, por nuestras familias, por nuestros hijos. Las noticias abarcan desde hechos delictivos de enorme envergadura hasta los que provocan la muerte de chicos y adolescentes como consecuencia de acciones vinculadas al narcomenudeo. Esto sucede en todo el país con los matices propios de cada región o ciudad, pero las consecuencias del narcotráfico se sienten sin distinción de regiones. Celebramos que se esté tratando de atacar el problema con la decisión y la firmeza que requiere.
Pero el combate del narcotráfico, el rostro más visible del problema, no es por supuesto el único. Sabemos que es el que más aparece en la tapa de los diarios precisamente por la gravedad, el dramatismo y la espectacularidad de las acciones que tienen que ejecutar las fuerzas de seguridad para enfrentar a la delincuencia organizada.
Hay, sin embargo, otra cuestión que no tiene que ver directamente con la violencia, el dinero, los crímenes y la corrupción que impone el narcotráfico, pero que, sin embargo, de un modo llamativo, pasa inadvertida para gran parte de la sociedad. Es una actitud miope, una forma de negación extendida, como si el narcotráfico fuera algo que les sucede sólo a los otros.
Me refiero al enorme sufrimiento con que el narcotráfico corrompe y destruye a las personas, sin respetar edad, condición social, económica o cultural, y que se extiende con frecuencia a menores y niños, que caen muy temprano en la esclavitud de las drogas.
Minimizar el peligro
Las preguntas de fondo pueden ser simples, no así las respuestas. ¿Por qué lo hacen? ¿Qué les pasa? Por lo pronto, hay un marketing grotesco que estimula el consumo al mismo tiempo que intenta convencer a la sociedad de la necesidad de aprender a vivir con las drogas, a naturalizar el consumo. Resulta tan insistente y atractiva la propuesta que de a poco va calando en la sociedad, a tal punto que algunos minimizan el peligro con una frase que ya es un lugar común: "¡¡mientras sea un porro!!".
Para encarar integralmente el problema debemos ser muy claros en lo que estamos proponiendo. Si el objetivo es prevenir el avance del narcotráfico, debemos expresarlo con la suficiente claridad y la firmeza para que la sociedad comprenda cuáles serán las políticas públicas que se implementarán. No alcanzan las buenas intenciones. Lo que demanda esta hora son medidas que conduzcan a las acciones concretas para erradicar este flagelo.
La "cuestión social" es un tema insoslayable en esta estrategia. El fenómeno de la droga es síntoma de un malestar profundo en una sociedad en la que para algunos está "todo bien" y para muchas comunidades vulnerables las condiciones de vida y la enorme fragilidad de su existencia están marcadas por carencias afectivas, económicas, laborales, de vivienda y de salud. La acumulación de estos males los conduce a pensar que, para decirlo en pocas palabras, sus vidas "no merecen ser vividas".
El problema del narcotráfico no se solucionará si no acometemos con decisión y a nivel nacional un esfuerzo conjunto que ayude a cambiar el contexto en el que viven estos hermanos nuestros, tan abandonados a su propia suerte.
Sabemos por experiencia que es posible generar espacios de crecimiento personal y familiar que ayuden a desarrollar una vida con sentido. Espacios en los que el esfuerzo y el sacrificio tengan una recompensa para aquellos que de verdad buscan vivir una vida digna en libertad. Es un objetivo ambicioso, pero impostergable. De lo que se trata es de ayudarlos a cambiar el mundo en el que viven, pero hay que hacerlo poniendo siempre la cuestión social en el centro del problema.
Educación, trabajo, deporte, salud y vivienda son herramientas básicas para que una persona adquiera valores, habilidades y actitudes que le permitan ser un incluido social de verdad, algo muy diferente de una ayuda económica circunstancial, sino un fruto de su propio esfuerzo. Es el escenario que lo hará sentir digno y capaz de aspirar a una vida plena.
La familia, la comunidad, la escuela, el centro barrial, las organizaciones religiosas y el Estado son los que hacen posible que un programa de esta magnitud genere espacios auténticos de inclusión social. Es vital construir redes sociales en las que, con el aporte de todos, podamos dar respuesta a las verdaderas necesidades que nos plantea la posibilidad de vivir en una sociedad sin drogas.
La Nación no puede permitir que el flagelo de las drogas y el narcotráfico nos quiten la posibilidad y la alegría de vivir una vida sana anclada en nuestros valores más profundos.
El autor es miembro del Observatorio de Prevención del Narcotráfico y especialista en educación y prevención social de la drogodependencia