El mal llamado Fuerte Apache, un barrio marcado por los estigmas
Una psicóloga, un rapero, un estudiante de arquitectura y un comunicador social, todos con historias diferentes, pero que se cruzan en un mismo lugar. Al igual que Carlos Tevez, nacieron, se criaron o pasan gran parte de sus días en uno de los barrios más populares y marginados de Ciudadela: Ejército de Andes, conocido por muchos como Fuerte Apache. Ellos son algunos de los muchos que trabajan sin descanso para derribar prejuicios y mejorar la realidad de sus vecinos.
A días del estreno de Apache, la serie inspirada en la vida de la superestrella del fútbol, LA NACION habló con cuatro referentes que comparten un mismo sentimiento. Con el foco puesto en las drogas, el delito y las muertes violentas, consideran que esta ficción contribuye –una vez más– a reforzar los estigmas que caen sobre sus vecinos desde hace décadas. Porque el no poder poner en el DNI la dirección de donde viven para conseguir un trabajo es una realidad tan cotidiana como tener que caminar hasta General Paz para tomarse un colectivo, porque ninguno entra al barrio.
No se sienten representados. "Creo que la serie vende pochoclo barato. La gente está indignada. Entendemos que es una ficción, pero del otro lado se lo creen", considera el rapero Esteban el As (38 años). "No es que no hay delincuencia o droga –asegura–, pero es algo chiquito entre mucha gente laburadora y honesta". Y Grisel González (37), psicóloga y coordinadora de proyectos de la Fundación Franciscana, coincide: "Siento que solo se muestra la parte más dolorosa, pero falta todo lo que el barrio verdaderamente es: un lugar lleno de vida".
En Ciudadela, partido de Tres de Febrero, al noroeste de la Capital y a pocas cuadras de esa avenida-frontera que es la General Paz, el barrio Ejército de los Andes ocupa 33 hectáreas. Desde el municipio estiman que en sus 5000 viviendas hay unos 45.000 habitantes, pero los vecinos hablan de 60.000. Según las cifras oficiales, existen siete establecimientos educativos, entre escuelas y jardines. Hay una sala de salud en obra –afirman que se terminará en septiembre–, una sede del Programa Envión, una Unidad de Desarrollo Infantil y un Polo de Atención Social, junto al Centro de Atención al Vecino y Portales Inclusivos. Una comisaría y destacamentos de gendarmería rodean la entrada.
La serie de Tevez solo muestra la parte más dolorosa, pero falta todo lo que el barrio verdaderamente es: un lugar lleno de vida
Once "nudos" pintados de amarillo, 52 "tiras" grises y 22 monoblocks bordó. Esas son las edificaciones que conforman su complejo entramado urbano. Además, están las viviendas improvisadas que algunos vecinos fueron construyendo donde encontraron espacio. A cada nudo lo conforman tres torres de 10 pisos, conectadas por puentes enrejados.
Fuerte Apache es uno de esos rincones del conurbano donde las calles no tienen nombre. Las bautiza el sentido común y los números de las escuelas, nudos o tiras que atraviesan: "la 30", "la 4" y así. Comenzó a desarrollarse a fines del último gobierno militar, para reubicar a los habitantes de la Villa 31, de Retiro, –como ocurrió con los padres de Grisel– y, luego, de otros asentamientos.
"Mi papá era obrero de la construcción y mi madre empleada doméstica. Casi toda la familia había sido reubicada en el barrio. Muchos de mis tíos vivieron ahí y me queda algún primo", cuenta Grisel.
Los primeros vecinos se instalaron en 1973 y comenzaron a llamarlo barrio Padre Carlos Mugica. Durante la última dictadura, se oficializó el nombre Ejército de los Andes y, a fines de los ochenta, fue el periodista José de Zer quien, cubriendo un tiroteo en la zona, lo llamó, por primera vez, Fuerte Apache. El nombre no tardó en popularizarse, convirtiéndose también en ícono de inseguridad y dándole vía libre a la estigmatización de sus habitantes. Por eso, algunos de sus habitantes piden que deje de nombrarse así o que se diga "mal llamado Fuerte Apache". Otros, en cambio, como Esteban "El As", adoptaron el nombre.
La Fundación Franciscana trabaja allí desde 2015, acompañando a más de 100 familias a través de once programas que van desde la estimulación temprana hasta la economía social. Grisel, que nació en el barrio aunque ya no vive ahí, es una de las referentes del proyecto. "La historia de Carlos Tevez muestra las caras de una misma moneda: cómo una red de contención puede hacer la diferencia entre un chico y otro", afirma. "Desde la fundación –agrega–, vamos por esos jóvenes, por esos niños y niñas que no cuentan con esa red, que necesitan un espacio de pertenencia al que puedan ir genuinamente con lo que son y que ese encuentro sea transformador, no solo para ellos sino para nosotros que los recibimos".
Hoy, Grisel está casada, tiene dos hijos y, actualmente, vive en Ramos Mejía, un barrio aledaño. Cuando tenía 8 años sus padres pudieron comprar una casita a unas 10 cuadras de Ejército de los Andes, también en Ciudadela, por eso, siempre siguió conectada. "Nunca dejé de sentirlo como nuestro lugar de pertenencia de la familia, siempre estuvimos cerca a través de las parroquias barriales y desde muy chica acompañé a mi mamá en el trabajo comunitario junto a los franciscanos", recuerda.
Cuando le ofrecieron coordinar el espacio de la fundación dijo: "Esto es para mí". "Es trabajar para el barrio que me vio nacer, para una comunidad que me enseñó los valores que tengo y se me permite desplegar mi vocación de servicio de manera profesional", afirma Grisel.
La superpoblación (en tres ambientes, a veces viven 12 personas); el consumo problemático; los cortes de agua y luz (servicios que los vecinos pagan) y la basura que se acumula, son para Grisel algunas de las problemáticas de un barrio cruzado por la vulnerabilidad. Sin embargo, afirma: "El que se acerca intentando desafiar sus propios prejuicios y el inconsciente que todos tenemos, con un deseo de transformación, se enamora de este barrio y de las personas que lo habitan".
Junto a los jóvenes
Gastón Leclet (44) recuerda la primera vez que la violencia le explotó en la cara: Cristian, su amigo, tenía 12 años cuando lo mataron de un tiro. Después le tocó a Juanito, de 16. Dos casos de una generación arrasada por el gatillo fácil.
"Fui naturalizando esas cuestiones. Pero de grande, cuando me empecé a adentrar en el estudio, me di cuenta de que no era natural: que hay un contexto complejo, político y social, que genera ese andamiaje violento", reflexiona Gastón, que es licenciado en comunicación y en política social, y está terminado la carrera de psicología social. "La violencia en el barrio existe, pero en la serie de Tevez le ponen un valor agregado para generar más impacto. La repetición constante de todo eso, no nos hace bien", agrega.
Dice que también hay otra violencia, igual de dolorosa. Una simbólica. Invisibilizada: la falta de oportunidades de trabajo, la dificultad para estudiar, el estigma, el hambre, también es violencia.
Gastón es un referente para muchos jóvenes. Nació, se crió y vive en la tira 43. Siendo un preadolescente, encontró en la Capilla Santa Clara de Asís y en los frailes franciscanos, un espacio de pertenencia. "Ahí surge mi vocación social. Era muy callado, muy tímido y tartamudo. Me cargaban mucho", recuerda. Cuesta imaginarse al chico que fue: hoy, es extrovertido, charlatán y participa de un sinfín de actividades parroquiales. Además, coordina un curso de introducción al trabajo para 90 jóvenes del barrio y aledaños, que funciona con fondos municipales.
Hubo un tiempo en que Gastón, como muchos vecinos, rechazó el nombre de Fuerte Apache. Hoy lo acepta, lo toma "como un sobrenombre". "Me acuerdo que en las esquinas cercanas al barrio había pintadas en las paredes que decían: ‘Cuidado, a tantos metros Fuerte Apache’. Era como una señalización de advertencia, como el GPS de hoy, que afirmaba la estigmatización", dice.
La violencia en el barrio existe, pero en la serie de Tevez le ponen un valor agregado para generar más impacto. La repetición constante de todo eso, no nos hace bien
Cuando entró a la universidad, lo hizo becado por los franciscanos. Además, empezó a participar en la radio de la Iglesia, FM Esperanza, la 89.5. "Buscábamos ser comunicadores de algo distinto: me subí a ese tren y nunca más me bajé", cuenta Gastón y detalla: "El tema no es qué problemas tenés, sino quién te sostiene para superarlos. Desde la capilla buscamos eso, ser un sostén. Una de nuestras frases de cabecera es: el primer territorio que se habita es el vínculo. Si vos no construís ese lazo, sintiendo empatía con el otro, con su dolor, para poder construir a partir de ahí una propuesta, no hay posibilidades de nada".
Devolver los sueños
Daniel Paniagua (24) llegó a Ejército de los Andes en 2015: ahí, en la tira 50, le alquila una habitación a una amiga de su tía. Dos años antes, había dejado su Paraguay natal para instalarse en Buenos Aires y empezar la carrera de arquitectura. Hoy está en tercer año, aunque duda con pasarse a sociología.
En 2017 arrancó como catequista en la Capilla Santa Clara. Al poco tiempo, empezó a gestarse el Hogar de Cristo: una nueva sede del proyecto de abordaje comunitario para combatir las adicciones que ya está en 11 provincias y cuenta con 170 dispositivos. Se basa en el trabajo "cuerpo a cuerpo", personalizado y sostenido. "Acá siento que vibra el corazón: no es ayudar al que no tiene, es ponerse a la par", dice Daniel, que es operador del hogar.
En el cuello, lleva la cruz de tau, símbolo franciscano, en el índice derecho, el anillo del coco: "Representan el amor y la opción por los pobres –explica–. El lema de los hogares es abrazar la vida como viene. Se crea un vínculo muy lindo".
Además, Daniel trabaja en el Programa Envión, con 35 adolescentes, buscando restituirle derechos: desde tener su DNI hasta retomar sus estudios. Para él, la indiferencia de los más vulnerados no es una opción.
Al Hogar de Cristo van, todas las tarde, 25 chicos y chicas atravesados por las adicciones, la calle y vulneraciones de todo tipo. Toman la merienda y tienen dos talleres por día, como yoga, ajedrez y manualidades. "Trato de que vean que estudiar en la facultad es algo normal, no extraordinario. Muchos me ven saliendo con la maqueta y me dicen: ¿qué hacés? Les digo que estudio arquitectura y es algo que resuena mucho. Lo mismo me pasa en la facultad cuando digo que vivo en Fuerte Apache", cuenta Daniel, de barba y carismático.
"La misión del hogar es que los chicos no se sientan solos. Buscamos integrarlos, que puedan soñar, tener un objetivo en la vida", concluye.
Como ayudar
Fundación Franciscana: Trabajan de manera integral con más de nueve programas destinados a las familias del barrio. Se sostienen gracias a donaciones individuales. Quienes puedan hacer un aporte monetario o llevar alimentos, llamar al: 1123302576
Centro barrial Santa Clara: Necesitan urgente una cocina industrial y reunir 50.000 peso para instalar una mesada con agua fría y caliente en el Hogar de Cristo; CBU: banco Santander Río, 0720159820000001531485/ centrobarrialsantaclara@gmail.com