Hace un año, Sergio se acercó hasta la casa de Paula para pedirle lo que ella pudiera darle; desde entonces, ella se involucró para que el chico y los suyos puedan tener una vida sin carencias
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“Yo tengo más para darle”. Eso se quedó pensando Paula Iglesias Brickles, una vecina del barrio residencial Los Nogales, mientras Sergio Geraci se iba con paquetes de alimentos secos, después de tocarle el timbre para pedirle algo para comer. Entonces llamó al adolescente, que tenía 14 años, y le dio más. Primero, verduras y algunos alimentos frizados. Después, ropa que buscó en ese mismo momento dentro de su armario y en los armarios de sus hijos. No conforme con eso, lo llevó hasta su casa. Y al ver el contraste entre su realidad y la del chico, la frase se instaló con más fuerza: “Yo tengo más para darle”.
Desde entonces, Paula está involucrada en una causa tan noble como desafiante, casi titánica: ayudar a que Sergio y su familia -compuesta por ocho hermanos de entre 22 y 5 años, y su mamá de 35-, tengan una vida con más oportunidades que carencias. Pero, cuanto más hace por ellos, siente que es mucho más lo que falta.
“Es como si fueran invisibles”, resume la mujer, con desconsuelo, en diálogo con LA NACION. Cuenta que, hasta ahora, la trayectoria escolar del chico –al igual que la de sus hermanos- ha sido oscilante, y que los huecos en la escolaridad vienen de antes de la pandemia. Que tanto la mamá como los hermanos mayores de Sergio no tienen trabajo. Que la casa que habitan es demasiado pequeña y precaria, al punto que tienen que compartir las camas. Que el baño es más precario todavía. Que pasan frío. Que Germán, el más chico, tiene serios problemas de salud y la mamá no siempre puede trasladarse desde Los Polvorines hasta el Hospital Gutiérrez, en donde lo atienden. La lista sigue, parece interminable.
Pero, a pesar del agobio, Paula está muy lejos de darse por vencida. Desde que conoció a Geraci, hace más de un año, está involucrada en el día a día de esa familia poniendo recursos –ya sean propios u obtenidos de donaciones que hacen sus conocidos-, pero también poniendo el cuerpo y las emociones. El vínculo con Sergio tiene algo de materno. Y no paró de acrecentarse desde el día en que la vida los cruzó.
“La de Sergio y la de su familia es una vida sin oportunidades. No las tienen. Nadie los fue a visitar. Nadie se entera ni se interesa por ellos. Porque está a la vista, vos pasás por la puerta de su casa y las carencias están ahí, pero bueno, involucrarse no es fácil. Sergio tiene muchas ganas y entusiasmo por hacer. Pero no tiene una guía, un rumbo. Mi sueño es que pueda estudiar y, a partir de ahí, tener un buen trabajo. Mi sueño es que pueda cumplir sueños”, explica la mujer, emocionada, en la galería de su cómoda y espaciosa casa, en donde vive con su marido y sus dos hijos, de 15 y 17 años.
Aún hoy no sabe precisar por qué la historia de Sergio la conmovió tanto. Sin embargo, no descarta que haya tenido algo que ver el hecho de que sus hijos tengan edades tan cercanas a la del chico, pero proyecciones de vida tan diferentes.
La nota continúa en la casa de Sergio. No es una gran distancia la que separa una casa de la otra. “Serán unas veinte cuadras”, estima Paula. Pero en Los Nogales las cuadras son largas. Y, así y todo, no hay muchas casas por cuadra, porque todas están emplazadas sobre grandes terrenos. Es una zona muy tranquila, con escaso tránsito, que invita a caminar por esas calles de árboles gigantes y frondosos. Muy cerca de allí se emplaza el barrio CUBA y está ubicada Los Abrojos, la quinta del ex presidente Mauricio Macri.
A medida que uno se va acercando, el paisaje entre Los Nogales y Los Polvorines, el barrio de Sergio, va cambiando notablemente. Y, a pesar de que es una asidua visitante desde hace más de un año, todavía hoy la camioneta Nissan Kicks naranja metalizado de Paula genera mucha curiosidad entre los vecinos de Sergio. Una vez que llega, todos salen a recibirla tratando de esquivar a los cachorros que la perra de la familia tuvo hace pocos meses. Una de las hermanas comenta al pasar que temen que la perra ya esté preñada otra vez.
Todos quieren estar cerca de la recién llegada. Se percibe un afecto genuino en el ambiente. “Yo la quiero un montón a Paula. Es muy importante para mí. Es una buena persona, nos ayuda y es cariñosa conmigo”, cuenta Sergio y se disculpa por las manos sucias: “Justo estábamos trabajando”, asegura. Acto seguido, muestra la cortadora de botellas que le consiguió Paula, con la que hace vasos y porta velas con la ayuda del novio de una de sus hermanas.
El lugar que habita junto a su familia cuenta con un amplio patio, partido al medio por una zanja abierta que sale desde la casa hasta la calle. Hacia un costado, algunas sillas y asientos improvisados se ubican en donde todavía da el sol. En la otra mitad, se apilan algunos muebles, un motor bombeador y diferentes objetos en desuso. La pequeña casa tiene techo de chapa, en tanto que el lugar que hace las veces de baño es externo y está cubierto con lonas. Ninguno de los dos tiene puerta.
Sergio tiene contextura física pequeña y una sonrisa luminosa. Menciona que está entusiasmado porque va a volver a la escuela. Durante la pandemia no cursó ni se conectó, porque la familia solo cuenta con un celular para todos y no tienen wifi. Previamente, cuando se mudó al barrio, estuvo dos años sin asistir a la escuela. Cuenta que va a arrancar segundo año. Y que, para hacerlo, sólo posee una carpeta y una lapicera.
Es un chico afectuoso, pero de pocas palabras. Cuando se le pregunta por el contexto en el que conoció a Paula, le cuestan aún más. Como puede, cuenta que su mamá cobra una pensión y que retira bolsones con mercadería de la escuela. Pero que, como son muchos, alimentarse no es cosa fácil. Y en algún momento tuvo que salir a pedir, algo que no le resultó nada grato. “No es lindo salir a pedir. No me sentía bien al hacerlo ¿Cómo te sentirías vos?“, pregunta.
Pero, desde aquel día en Los Nogales, Sergio comenzó a vivir experiencias nuevas, que lo hicieron muy feliz. “Me gusta todo lo que hago con Paula, como cuando me lleva a su casa. Un día hicimos un cine en su casa y fuimos con todos mis hermanitos. Jugamos a la pelota, comimos pochoclos, comimos hamburguesas, tomamos Coca… Además me regaló un pool y un tejo, que los tenemos guardados. También me regaló los guantes de boxeo, porque yo quiero ser boxeador cuando sea grande”, comenta.
Iglesias Brickles apuesta a que la salida para Sergio y su familia no venga de la mano del asistencialismo sino del trabajo digno. Así fue que, por ejemplo, les consiguió la cortadora de botellas. Los modelos que van obteniendo son ofrecidos después por la mujer en el grupo de Whatsapp de su barrio. Agrega que algunos vecinos, que están al tanto de lo que ella está haciendo por Sergio, colaboran con ella de diferentes maneras.
“En la zona residencial en la que vivo hay personal de seguridad. Sé que no siempre se la han hecho fácil a Sergio, que la Policía los echa, a él y a sus hermanos, cuando están con algún emprendimiento, como la venta de condimentos casa por casa. Además, sé que, en todos lados, la mayoría de la gente no abre la puerta cuando alguien viene a pedirles, por miedo a que le roben”, explica la mujer.
Por eso, con todo este escenario como contexto, durante los meses de confinamiento, Paula se puso a vender huevos junto al joven. “Quería que los vecinos lo conocieran. Sergio era mi ayudante y, con esto, se hizo unos pesos”, rememora.
Pero no es fácil desarmar prejuicios tan arraigados en el imaginario popular. “Mi marido y mis hijos me apoyan. De hecho, aquella tarde de cine se las armó mi hijo mayor. Pero en mi entorno me dicen: ‘Cuidado, mirá dónde te vas a meter’. Yo no siento temor, obviamente no voy de noche, voy con cuidado. Pero los prejuicios están. También imagino que los prejuicios habrán estado del lado de ellos, o de sus vecinos. Quizás pensaron: ‘¿Qué busca esta ricachona?’. No sé, nunca lo pusimos en palabras, pero sé que la empatía no es fácil”, reflexiona Iglesias Brickles.
La mujer, de 55 años, es una de las hijas más chicas de un matrimonio formado por un militar argentino y una mujer chilena. Su mamá enviudó a los 34 años, cuando ella era muy pequeña. “Cuando falleció mi papá, vivimos unos años en Chile y después volvimos a la Argentina. No la pasamos mal económicamente, pero a mí mamá le costaba lidiar emocionalmente con el hecho de ser cabeza de familia con 5 hijos y eso nos trajo algunos sinsabores que afectaron mi adolescencia. Terminé la secundaria como pude y llegué a anotarme a la facultad, pero no me sentí capaz de hacer la carrera, así que no continué”, comenta.
Tiempo después se casó con un empresario del mundo del agro y, desde entonces, su situación económica es inmejorable, según sus propias palabras. Pero nunca perdió ese impulso de querer estar cerca de los más vulnerables. “Andá a saber por qué carencia… no lo tengo claro. Pero siempre estoy tratando de ayudar. Aunque me costaba ser constante. En ese sentido, me ayudó mucho un curso de coaching llamado Protagonista del cambio. Eso generó en mí un empoderamiento distinto”, reconoce.
Quizás algunos puedan suponer que el de Paula con Sergio es un vínculo desequilibrado, donde no hay ida y vuelta. Pero la mujer asegura que es mucho lo que recibe a cambio. “Me enseña a empatizar un montón, a entender por qué pasa lo que pasa. Al principio, yo no entendía bien por qué los chicos salían a pedir, por qué la mamá no conseguía trabajo. Una da por sentado que ciertas cosas tienen que ser. Y al ir conociéndolos me fui dando cuenta de que la mamá se convirtió en mamá siendo muy chiquita, a los 13 años, y no paró de tener hijos. No sé si habrá tenido sueños, pero sí los chicos y eso es lo que hay que rescatar. Porque vos lo escuchás a Sergio y él quiere ser boxeador, todo el tiempo quiere hacer algo, todo el tiempo quiere ayudar”, agrega.
También, asegura, Sergio y su familia le devuelven mucho afecto. “Ellos me decían que me querían, pero yo pensaba que era un discurso. Pero en el verano pudieron ir a Mar del Plata, con un familiar de la mamá. No conocían el mar. Y en ese contexto, pasándola tan lindo, me mandaban mensajes cada vez que podían diciéndome: ‘No sabés lo que te extrañamos, te queremos Paula’. Ahí me cayó la ficha. Estaban en Mar del Plata, conociendo el mar por primera vez, y sentían la necesidad de seguir en contacto conmigo”, se emociona.
La mujer lamenta que un gesto como el suyo sea tan excepcional, teniendo en cuenta que en el país hay tantos Sergios como Paulas. Porque, asegura, hacer lo que ella hace no requiere de una habilidad especial. El único requisito fundamental, agrega, es tener disposición para mirar a quien tengamos enfrente. “Hay que perder el miedo. Involucrarse de a poco, ir conociéndolos y no llegar con prepotencia. Estos prejuicios yo los he tenido. Me pasa todo el tiempo de contar esta historia y que del otro lado me digan: ‘¿Por qué no trabajan?’ Uno cree que son vagos y listo. Pero si te das la oportunidad de conocer, de ir con respeto, respetando su tiempo y su espacio –finaliza-, entendés un montón de cosas”.
Si querés colaborar con Paula para que Sergio y su familia tengan una vida más digna podés escribirle a: paulaiglesiasb@gmail.com
Sobre Redes Invisibles
Redes Invisibles es un proyecto de Fundación La Nación que nació en 2019 con un firme propósito: combatir y desterrar los prejuicios instalados en nuestra sociedad en torno a la pobreza. En esta nueva serie, rescata el concepto de las oportunidades como un valor que enriquece no solo a quien las recibe sino también a quien las da. También cuestiona la idea de que únicamente quien tiene recursos –económicos, materiales, de conocimiento, etc.- puede hacer algo por los demás: todos, desde nuestro lugar, podemos tener gestos o acciones que abran puertas y contribuyan a cambiarle la vida al otro.