El grupo de empresarios que le da trabajo a personas en tratamientos por consumo de drogas: “Laburar así es lo que siempre quise”
Francisco hace tareas de mantenimiento en la Sociedad Rural de Gualeguaychú, Daiana es empleada de Farmacity y Samuel se encarga de la parquización de un parque industrial; “agradezco tener un trabajo a dónde ir y volver a casa para estar con mi familia”, coinciden
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A las 5 de la mañana suena el despertador en una casita pequeña del barrio La Cuchilla, en Gualeguaychú. Es la periferia de la ciudad, las calles son de tierra y está muy oscuro. Quico se levanta, sin hacer mucho ruido, para hacer unos mates que tomará con María, su mujer. Se viste, sale con su mochila al hombro y toma un colectivo hasta la Sociedad Rural, en donde trabaja hace 3 años en el área de mantenimiento y parquización. Tiene una lista larga de tareas porque se acerca la exposición anual y hay mucho por hacer.
“Laburar en un lugar así es lo que siempre quise de chico”, dice Francisco López Crush, a quien todos conocen como Quico. A los 14 años dejó la escuela y empezó a vivir en la calle. Y también con ello, las adicciones. A los 19 años hizo su primer ingreso a la cárcel y estuvo hasta los 26. “La vida se me fue descontrolando. Uno no nace con la droga en la mano. A veces, los conflictos familiares te llevan ahí: mi padre tomaba mucho, la separación de mi madre, el abandono...”, explica Quico, quien a sus 45 años agradece estar “limpio” y tener un empleo estable desde hace 3 años.
Consiguió su trabajo por medio de Brota, una cooperativa que forma parte del Hogar de Cristo de Gualeguaychú. “Nos dimos cuenta de que las personas no se recuperan si no hay una inclusión en el trabajo y, sobre todo, que se sostenga por varios meses”, dice Elisa Altuna, referente de ese centro barrial. La cooperativa nació hace 4 años y tiene convenios de trabajo con el Parque Industrial, la Sociedad Rural y la Municipalidad de Gualeguaychú que se renuevan cada 6 meses. “Eso les permite proyectar y creer en sí mismos”, añade Altuna.
Ofrecen servicios de parquizaciones, tareas de mantenimiento, carpintería, pintura, albañilería y otros más. Tienen un horario de trabajo de 7.30 a 13.30, para después seguir asistiendo a los espacios terapéuticos de la tarde “y que no se olviden de que esto también forma parte de su proceso de recuperación”, subraya Altuna.
No hay diferencias en las condiciones de trabajo entre ellos y los demás trabajadores: “Para los que trabajan”, explica Altuna, “esto es muy importante porque, más allá del dinero, se demuestran a sí mismos y a sus familiares que pueden ser útiles para la sociedad. Y, para las empresas es un desafío, pero lo aceptan sabiendo que es una gran oportunidad de cambio”.
Quico llegó a la Sociedad Rural en 2021, después de conocer a Sergio Dalcol, que en aquel momento era presidente de esa institución. Durante la pandemia, este productor agropecuario debía seguir con el trabajo en el campo y necesitaba ayuda para esas tareas. Luego de conseguir los permisos necesarios, convocó a Quico y a otros jóvenes del hogar para trabajar con él, ya que los conocía por su participación en el hogar, a donde iba a dar clases de guitarra y compartir ratos de folklore y charlas con todos ellos. En sus viajes de ida y vuelta al campo, mates de por medio, Quico y Sergio conversaron mucho y allí comenzó una amistad que sigue hasta hoy.
“En las charlas, todos ellos tienen una necesidad importante de contar su experiencia, cómo luchan para salir de ese flagelo y uno trata de alentarlos para que continúen”, dice Sergio Dalcol y subraya que todos los jóvenes que convocó demostraron ser “muy buenos laburantes, respetuosos y francos. Quizás haya cuestiones con la regularidad o con algunas recaídas, pero siempre vuelven, y lo importante es tratarlos bien, con la misma exigencia y respeto como a cualquier trabajador”.
Él les abrió las puertas de la Sociedad Rural en 2021 y los contactó también con el Parque Industrial de Gualeguaychú. En estos cuatro años, las empresas, instituciones y la Municipalidad dieron la oportunidad de trabajo a alrededor de 80 de jóvenes de la cooperativa, lo que les generó un ingreso digno y la proyección de un futuro que los haga sentir incluidos y respetados por sus familias y por la comunidad. “Los mismos vecinos que me vieron mal, hoy me ven ir y volver de mi trabajo y que sostengo a mi familia”, dice Quico, que tiene un hijo de 17 años con quien logró revincularse y hoy acompaña en su educación. “Logré revincularme con él gracias al hogar y fue el motivo más importante de mi recuperación. Hoy tenemos una excelente relación, salimos a pescar y voy a verlo jugar al fútbol todas las semanas”, añade.
“Me postulé y quedé como empleada”
El sueño de todos es conseguir un empleo en blanco pero pocos, por el momento, lo han conseguido, como Daiana Machado, de 31 años, que luego de 5 años en recuperación en el Hogar de Cristo y su trabajo en la cooperativa, su psicóloga le recomendó, hace 6 años, presentarse en una búsqueda que hacía Farmacity en esa ciudad y allí sigue trabajando.
“Mientras estuve en el hogar, hice cursos de maquillaje, peluquería y otros cursos relacionados con el tema de la belleza y eso me sirvió para poder presentarme como consultora de belleza, lo que sigo haciendo hasta hoy”, dice Daiana con mucha emoción. Tiene una hija de 10 años que vive con ella y cursa quinto grado de la escuela primaria.
“Lamentablemente, la reinserción laboral de las personas que han tenido problemas de consumo es muy difícil, la gente desconfía”, dice Daiana y recuerda que al llegar al hogar, lo único que deseaba era salir de la situación de consumo en la que estaba y poder cuidar y educar a su hija, para que no viva lo que ella vivió.
Su infancia había transcurrido con un padre que vendía drogas y ejercía violencia con su madre. “Empecé a consumir a los 14 años y a los 18 sentí que no podía más, que quería salir de ahí. Mi vida era un infierno. Me fui de la casa y me acerqué al hogar. Nunca me imaginé que existiera un lugar así. Decidí quedarme allí con mi hija de un año y medio y, entre muchas cosas, también me enseñaron a ser mamá”, recuerda. En Argentina, sólo hay 13 centros de internación para mujeres que no tienen prepagas ni obra social, mientras que los de hombres quintuplican ese número, a pesar de que ya casi no hay diferencia de género a la hora de consumir.
En la cooperativa dan talleres para administrar la economía personal y saber cómo y cuánto gastar de lo que ganan. “Los pibes tienen un tutor (familiar o referente del hogar) para que puedan administrar bien lo que ganan”, explica Elisa Altuna y añade que “para que administren bien, tienen que diferenciar qué gastos son necesarios y, si tienen hijos, ahorrar para su futuro. Se los ayuda a pensar cuánto sale un alquiler, el transporte, la comida y guardar algo de ahorro A la par del trabajo, la administración es una pata fundamental para sostener una vida distinta y saludable, donde identifiquen las prioridades”.
“Les costó creer que ya estoy bien”
Este aprendizaje es algo que valora mucho Samuel Gighlia, otro de los habitantes del hogar, al que llegó hace 3 años para cumplir su libertad condicional. Tiene cuatro hijos, dos mayores de 13 y 11 años y dos menores, de 5 y 1, con su pareja actual. Como la historia de la mayoría de ellos, entró y salió del consumo y de la cárcel varias veces, hasta que la Justicia le ofreció cumplir el último año de su condena en el Hogar de Cristo para lograr su recuperación. Se sumó a la cooperativa Brota desde el primer día y se dedica a la parquización de los predios del Parque Industrial.
“Cada mañana que me levanto para ir a trabajar, doy las gracias por haber salido de todo eso. Hace 3 años y medio que no consumo y tengo un trabajo, vivo con mi familia, busco a mi hija de la escuela. ¿Qué más pedir?”, describe Samuel con mucha emoción. Se le quiebra la voz al mirar hacia atrás y remarca una y otra vez la importancia de tener un trabajo para mantener a sus hijos y recuperar su lugar en su familia. “A mis hijos más grandes les costó creer que yo estaba bien”, agrega y siente que “la revinculación es lenta, es volver a ganar la confianza de las personas, solo en el día a día demostrás al mundo que uno sí cambió”.
Quico, Samuel y Daiana, por separado, repiten la misma frase con, más o menos, las mismas palabras: “Cada día, al despertarme, agradezco tener un trabajo a dónde ir y luego volver a mi casa para estar con mi familia”. Mantienen su vínculo y agradecimiento con el Hogar de Cristo, siendo acompañantes pares de los nuevos jóvenes que ingresan. Comparten sus experiencias y les dan esperanza en que se puede salir de dónde están. El trabajo se convierte en la parte más importante del final de ese proceso de recuperación.
Cómo ayudar
- El Hogar de Cristo de Gualeguaychú brinda apoyo integral a las familias más vulnerables de Gualeguaychú. Para colaborar con su obra, podés entrar en este link.