Los caminos que transitaban la coreógrafa Inés Sanguinetti y el músico y sonidista Lucas Romero parecían destinados a no cruzarse, pero el arte lo hizo posible
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Las vidas de Inés Sanguinetti y Lucas Romero parecían destinadas a no cruzarse.
La infancia y adolescencia de Lucas transcurrió en un barrio humilde de monoblocks de Boulogne, en donde gambetear con éxito la pobreza y la delincuencia ya de por sí es toda una proeza.
Inés creció en Mar del Plata, en el seno de una familia adinerada y conservadora, en una casa confortable que tenía cancha de fútbol y de paddle.
El papá de Lucas debió comenzar a trabajar a los 8 años.
El de Inés fue ingeniero civil y había egresado del Colegio Nacional Buenos Aires con medalla de oro.
Los papás de Lucas soñaban con que su hijo terminara el secundario y tuviera un trabajo estable.
Los planes para las niñas como Inés estaban escritos de antemano: dedicarse a una profesión respetable y ser madres de familia.
El mejor destino posible para buena parte de los amigos de Lucas tenía corto alcance: terminar la escuela, conseguir un trabajo y formar una familia.
El círculo de relaciones de Inés se movía en espacios regulados, cercados por muros reales o invisibles, que no todos podían traspasar. Todavía recuerda a aquel compañero de colegio que debía esconder que su madre era empleada doméstica, como si eso fuera la peor vergüenza.
Recién despuntaba la adolescencia de Lucas cuando sintió una fuerte inclinación por la música. Toda una rareza. En su familia no había habido lugar para esa clase de estímulos y en su árbol genealógico nadie tenía ese tipo de inclinaciones. “Va a ser un vago”, sentenciaban en su entorno.
En el árbol genealógico de Inés había todo tipo de antepasados ilustres. Hasta un gobernador. Estudiar Sociología y dedicarse a la danza no cuadraba bien. “Ser bailarina era, para mi entorno familiar, casi como ser prostituta. Y haber sido parte, en su momento, de la juventud peronista, era, para ellos, casi como ser terrorista. Y resulta que yo estaba totalmente en contra de atentar contra la vida de la gente. Entonces tenía a mi familia que me creía terrorista mientras que en la facultad me decían que era una traidora, una tarada, una concheta. Siempre en el medio. Siempre sapo de otro pozo”, recuerda.
Lucas quería ser bajista pero no tenía bajo.
Inés tuvo todos los recursos a su alcance para dedicarse a la danza.
En ocasiones, Lucas tuvo que recorrer grandes distancias a pie por no tener 65 centavos para tomar un colectivo.
Inés desplegó su arte en los grandes escenarios del mundo.
Es cierto. Las vidas de Lucas e Inés parecían destinadas a no cruzarse. Pero Lucas sintió que valía la pena luchar por sus sueños. E Inés sintió que la fama y el prestigio ganados no alcanzaban para callar ese malestar que le generaba un mundo lleno de muros, con incluidos y excluidos. Y entonces las vidas de ambos se cruzaron. Y se enriquecieron mutuamente.
“Las herramientas que me dieron en Crear fueron llaves”
Inés es la cofundadora de Crear Vale la Pena, una organización que lleva dos décadas empoderando a través de técnicas creativas y lúdicas a jóvenes de poblaciones vulnerables. “Quien tiene los recursos y los pone al servicio de los demás, está trabajando para sí mismo, para sanar su propia identidad”, reflexiona.
Apasionada por tender puentes entre incluidos y excluidos, un día sintió que la danza contemporánea, que la había llevado a recorrer el mundo, era también una especie de burbuja. “Era un micromundo que no terminaba de resonar en el gran mundo. En 1993, 1994 empecé a meterme en La Cava y parecía que estaba por lanzar un programa de oportunidades para los excluidos y en realidad secretamente estaba alentando un programa de oportunidades para que la danza contemporánea, a la que yo pertenecía, tuviera una oportunidad de ponerse a tono con el movimiento de nuestro tiempo”, recuerda.
Crear Vale la Pena no solo llevó la danza y la música fuera de los circuitos tradicionales, sino que las convirtió en herramientas de transformación social. Lucas puede dar fe al respecto. La primera vez que ingresó a una de sus sedes, a los 14 años, recuerda que sintió una energía nueva, indescriptible. “Cuando entré a Crear por primera vez y vi toda esa fuerza alrededor del arte pensé que eso era lo que quería para mí. Que yo quería ser parte de eso. Las herramientas que me dieron en Crear fueron llaves. Como si me hubieran dicho: abrí acá y tenes un mundo, o abrí allá y tenés este otro mundo”, recuerda.
Si algo disfrutaba Lucas por aquellos años, era tocar el bajo. Mientras profundizaba su interés por la música en las clases, en los talleres barriales e, incluso, incursionando en algunas bandas de rock, comenzó una carrera dentro de la organización, demostrando gran capacidad como sonidista, al punto de que terminó armando la primera sala de ensayo en todos los centros de Crear Vale la Pena, según cuenta. Ahí empezaron a llegar los elogios.
“Yo era muy tímido y me costaba terminar de asimilar todas esas cosas buenas que me decían. Hoy veo que estaba lleno de prejuicios conmigo mismo. En ese tiempo yo sentía que no tenía derecho a calzar unas zapatillas buenas, ni a sentarme a tomar un café en un lindo lugar y que por eso la gente me miraba. Pensaba que ni siquiera tenía derecho a dar una vuelta por Unicenter. Pero ahí estaba Inés todo el tiempo diciéndome: Vos podés, salí a romperla, creétela. Y esa frase me la repito hasta el día de hoy”, reconoce.
Esta nota tiene lugar en la sede principal de Crear Vale la Pena, ubicada en Beccar. Allí, Lucas señala el punto exacto en el que, después de más de una década de ser parte del equipo, sintió que estaba listo para extender sus alas y volar. Ocurrió justo arriba del escenario.
De ahí en más, fue forjando una carrera como sonidista, al lado de grandes músicos o dentro de importantes empresas. Comenzó al lado de Martín Carrizo y de ahí en más su recorrido de ascenso permanente: trabajó en casinos, junto a Flavio Mendoza y hasta en Tecnópolis. Hoy es parte del staff de dos de las principales empresas que organizan espectáculos y eventos de primer nivel en el país.
“En mi carrera profesional fui generando contactos con parte del equipo técnico más importante del país. Pero si yo no hubiese pasado por acá, no estaría en donde estoy. Les estoy muy agradecido”, se emociona Lucas.
“Empezás a ser ese otro que querés ser”
Inés escucha atenta. “Cuando empezás a dejarte ver por los ojos de los otros, ya no los de tu entorno más próximo, empezás a ser ese otro que querés ser –sostiene–. Yo siento que en Crear he logrado cruzar mundos de adentro y de afuera de barrios muy periféricos y generar oportunidades: cruzar el mundo académico con el mundo de la práctica, cruzar el mundo del arte con el mundo de las causas públicas; el mundo de la educación y la salud con el mundo de la creación. Pero para poder hacerlo, hay que romper con los prejuicios sociales”.
Y acto seguido, le habla a Lucas: “Creo que vos y yo, como tantos otros, somos traidores a nuestra clase o a nuestra manada. Al clan. En algún momento dijimos: hay que abrir el clan, airearlo, crear otras identidades. Pero en la Argentina, por ejemplo, cuando vos querés descalificar a alguien que tiene guita, decís que es un nuevo rico. Como diciendo que la única manera buena de ser rico, es siendo un rico histórico. Supuestamente, ser nuevo rico te hace ordinario, pretencioso y entonces no hay lugar para hacerla.”.
Lucas: Es una tristeza porque hay gente tan capacitada y tantos recursos para hacer este país mejor y es como si una mano gigante apartara al que quiere crecer porque no pertenece.
Lucas, ¿vos personalmente sentiste esa mano?
L: No. Al empezar a conocer gente nueva, gente que no es de tu barrio, empezás a generar otra vibración y cambiás tu luz completamente. Empecé a romper muchos prejuicios, a entender que quizás los que estaban en la cafetería no me miraban como al negrito. Yo tenía eso en la cabeza. Empecé a rodearme de otra gente.
¿Y cómo impactó eso en tu entorno de siempre?
L: En el barrio era volver de trabajar y acercarme a saludar a los pibes. Me voy porque me tengo que levantar temprano, decís. Ehhh, quedate, quédate, te dicen. Y un rato me quedaba, pero tuve que romper con eso. Yo no sentí que los abandonaba, sino que lo que hacía era lo correcto para mí.
Un grupo de personas se acerca a saludar a Inés. Ella, a su vez, lo presenta a Lucas. “Es músico, bajista, sonidista, un capo”, dice. Las palabras de la mujer despiertan la emoción en Lucas.
“Cada vez que ella me presentaba como alguien importante, a mí me encantaba. Me gustaba sentirme útil, capaz. Pero a la vez me seguía sintiendo chiquitito, me costaba apropiarme de ese lugar. No me sentía capaz”, asegura.
Inés lo escucha y dice: “Yo me ocupo de armar la estructura para que esos cruces de los que hablaba, sucedan. Ayer, por ejemplo, él me contaba que estaba en un bar concheto de windsurf. ¿cuántos cruces hacen falta para que rompamos con esos límites internos?”, se pregunta.
“Cuando miro todo lo que logró Lucas –continúa–, se ilumina la vida para mí porque yo, que no tenía esos problemas, sí tenía problemas emocionales y sociales. Yo también, en algún momento, sentí que el mundo no era para mí. Entonces, cada vez que alguien la rompe, y si yo pude ser parte de esa ruptura, siento que no estoy loca, que no estaba loca antes, que con Lucas le podemos decir a los jóvenes, que yo le puedo decir a esa adolescente o púber que era: no tengas miedo, rompé esa frontera y andá por más.”
Desde que se fue de Crear Vale la Pena, cada vez que la vida le sonríe, Lucas se acuerda de Inés Sanguinetti. Si puede, incluso, le escribe unas líneas. De hecho, pocos días antes de este encuentro, Lucas le había enviado una carta a Inés. “Cada segundo y silencio es arte. Cada imagen captada es arte. El arte fluye en el alma dándole sentido a nuestras vidas. Gracias por ser parte del Arte, Inés Sanguinetti”.
—Fue conmovedora tu carta —dice Inés, mirando a Lucas—. En ese momento de disfrutar vos me escribís. Soy yo la que tiene tanto para agradecerte. No tenías por qué, es tu logro, vos lo hiciste. Tenés esa generosidad de reconocer al otro. —Ambos se emocionan.
—Es fuerte. De no tener nada… ¿sabés lo que es hacer lo que fuera para conseguir los 65 centavos que valía el colectivo para venir desde Boulogne? O me venía caminando —le responde Lucas.
—Cuando escribiste esa carta, me diste un premio y yo lo agradecí porque además lo necesitaba mucho —habla Inés y se emociona—, pero eso constituye tu dignidad, porque el honor es tuyo. Eso te hace una persona honorable. Y los honores son de quien los da, no de quien los recibe. Esto es lo hermoso de este camino, cuando pasan cosas como esta. Constituye una vuelta solar completa: de ese chico que buscaba las monedas a este que hoy puede dar un honor.
Inés, hace un rato hablabas de la necesidad de generar cruces. ¿Qué le dirías a quien no opina como vos?
Que tenemos que dar de baja esta idea de que hay gente que pertenece y gente que no pertenece. Entendamos que todos tenemos un lugar en esta sociedad. Desde chica estoy trabajando a favor de esas tramas colectivas, de ese promover la sociabilidad, porque me parece que nadie sabe cuál va a ser su destino en la vida. No tenés idea de qué te va a pasar. Entonces, mejor es que no estés aferrado a tu condición de privilegio sino que, sin saber cómo te va a ir, generes condiciones para todos.
Al finalizar esta nota, ambos se retiran, emocionados y agradecidos. Aquel chico que se venía a Beccar caminando, hoy se va en un auto moderno y confortable. Inés lo despide y se sube al suyo tarareando un fragmento de una canción de Pappo. Esa que dice: nada como ir juntos a la par.
Sobre Redes Invisibles
Redes Invisibles es un proyecto de Fundación La Nación que nació en 2019 con un firme propósito: combatir y desterrar los prejuicios instalados en nuestra sociedad en torno a la pobreza. En esta nueva serie, rescata el concepto de las oportunidades como un valor que enriquece no sólo a quien las recibe sino también a quien las da. También cuestiona la idea de que únicamente quien tiene recursos –económicos, materiales, de conocimiento, etc.- puede hacer algo por los demás: todos, desde nuestro lugar, podemos tener gestos o acciones que abran puertas y contribuyan a cambiarle la vida al otro.