“El consumo de drogas es una carrera hacia la muerte”: su hijo se suicidó y lucha codo a codo con la mamá de Chano
Durante su discurso en el Senado, Marina Charpentier mencionó especialmente a Stella Maurig, que lleva años luchando por una ley específica para abordar la problemática de las adicciones
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Ayer, durante su exposición en el Senado de la Nación para reclamar por la modificación de la Ley Nacional de Salud Mental, Marina Charpentier, la madre de Chano, la mencionó especialmente: “Hablo por Stella Maurig, que está acá, cuyo hijo fue internado un montón de veces también. Y que cada vez que hablamos me dice: ‘Yo a mi hijo ya no lo tengo, y lucho por el tuyo’, porque su hijo se pegó un tiro”.
Stella, a quienes todos conocen como Lala, estaba allí, acompañando fuera de cámaras el reclamo de madres y familias de personas atravesadas por las adicciones y otros padecimientos de salud mental. Asegura que se sienten desamparadas. Vive en Parque Chacabuco y es mamá de Diego (43) y Julieta (37). David, su hijo más chico (a quien mencionó Marina en su exposición), se suicidó a mediados de 2019 tras atravesar años de consumo y padecimientos psíquicos.
“Lucho por los hijos de los demás, porque el mío ya se murió, para que salga una ley que sea contenedora y dé un tratamiento como el que se merecen las personas con estas problemáticas y sus familias”, asegura Lala en una charla con LA NACION. Y es contundente: “El consumo de drogas solo te lleva por tres caminos posibles: la cárcel, el hospital y el cementerio. Si no haces un tratamiento, no terminás de otra manera. Es una carrera hacia la muerte”.
Recuerda que David empezó a consumir a los 16 años. “Ya venía con problemas en el colegio, faltando a la autoridad. Lo llevamos a un especialista en adolescencia, hicimos terapia de familia: me acuerdo que fuimos como nueve o diez meses para ver cómo podíamos ayudarlo. Somos un matrimonio de 48 años de casados, que nunca tuvo separaciones ni violencias: se dice que la adicción surge en familias disfuncionales, pero no siempre es así”, cuenta.
La primera vez que con su marido le encontraron a David marihuana, el joven negó que fuera de él, y aseguró que se la estaba guardando a un amigo. “A partir de ahí empezamos a notar cambios en su carácter, se escapaba, se iba. Así estuvo hasta los 17 años que me presenté a un juzgado y lisa y llanamente le dije a la secretaria del juez que no iba a esperar que me traigan a mi hijo muerto en una bolsa, que necesitaba que el juez me ayude a que haga un tratamiento”.
La madre fue varias veces al juzgado, manteniéndose en contacto también con el defensor que le habían asignado a David. “Estaba vigente el artículo 482 del Código Civil, de ‘protección de personas’ y se ponían en marcha un montón de ayudas para las familias que hoy no existen, que nos permitían salvar la vida de un hijo. Me dieron una carta para la Sedronar explicando la situación de mi hijo y le hicieron distintos exámenes, todo acompañado por nosotros. En ese momento consideraron que lo que él necesitaba no era una internación sino un hospital de día”.
Entre 2008 y 2010, David hizo un tratamiento en ese dispositivo, hasta que se “graduó”. “Pero cuando salió, empezó a tener recaídas. En 2011 vuelve a internarse en otro lugar donde sí se quedaba a dormir. En 2012 terminó el tratamiento y cayó preso: las adicciones lo llevaban a eso”, reconstruye Lala, subrayando el duro camino que para las familias implican esas recaídas, que pueden ser muchas, particularmente cuando el consumo está acompañado de otros padecimientos psíquicos. “David tenía dos enfermedades preexistentes: bipolaridad y trastorno límite de la personalidad. Él nunca las aceptó ni quiso tomar medicación”, detalla Lala.
Considera que la sanción de Ley Nacional en Salud Mental, en 2010, complicó el panorama de la familia. “A partir de ese momento, el artículo 482 ya no se podía usar más. Si bien está estipulado en la nueva ley que una persona puede ser internada compulsivamente, en la práctica es un despelote, porque tenés que ir al juzgado para que el juez ordene una evaluación interdisciplinaria, pero cuando vas al hospital público a veces esa gente no está disponible. Además, hay una sola ambulancia psiquiátrica para toda CABA: cuando la ambulancia está, que coincida con el equipo interdisciplinario tiene que ser una suerte”, sostiene Lala. Y agrega: “Por otro lado, si no llega la policía, el médico no quiere actuar. Y, en caso de que finalmente lo internen, si se considera que no corre riesgo cierto e inminente, lo mandan de nuevo a la casa sin tratar las adicciones”.
La madre recuerda con inmenso dolor cómo una de las veces que David estuvo detenido, el defensor que le habían asignado la llamó y le dijo: “Mire, voy a necesitar una dirección porque su hijo va a salir en libertad”. Lala le respondió: “Yo se la voy a dar, pero necesito que por favor hable con el juez porque tiene que hacer tratamiento para las adicciones, para que no vuelva a ir preso”. El hombre le dijo que se quedara tranquila, que la iba a ayudar. “Cuando David salió en libertad, nunca más me atendió el teléfono. Mi hijo me contó que lo único que le dijo fue que fuera a ver a un psiquiatra, nada más”, dice.
Sobre la dificultad que tienen muchas personas con problemáticas de salud mental para poder pedir o recibir ayuda, asegura: “El adicto carece de conciencia de enfermedad. Mi hijo consumía marihuana, pastillas, cocaína: era policonsumidor y llegó a un límite muy grave, pero no lo admitía”. Lala sabe, tal como expuso la madre de Chano en el Senado, lo que es pasar noches en vela pensando en si ese hijo volverá a salvo: “Había tiempos en que desaparecía dos o tres días. Tenía brotes, nosotros llamábamos a la ambulancia… El peregrinar que tenemos todas las mamás. No tomaba las pastillas que tenía que tomar y se fue a vivir solo”, cuenta.
Un martes, cuando volvió de trabajar, cerca de las 19.30 le sonó el teléfono. Era un amigo de David. “Me preguntó si yo sabía que mi hijo había muerto. Le dije que no era posible, que no podía ser. Fuimos con mi marido a su casa y, efectivamente, a las 12 del mediodía se había disparado. Si yo hubiese tenido las herramientas jurídicas para hacer algo, estoy segura de que ese día él no se moría. Como mamá quedás atada de manos y pies”.
A partir de la muerte de David, Lala empezó a pedir una ley específica para abordar la problemática de las adicciones: “No podía quedarme en mi casa. Necesitaba buscarle un sentido a su muerte, sino me iba con él. Me di cuenta del vacío legal que hay y la soledad que pasamos las familias. Es muy difícil tener un familiar adicto”, subraya la mujer, que desde hace 13 años es operadora socioterapéutica especialista en adicciones, consejera en salud mental y adicciones. Hoy, junto a otras madres y familiares sigue reclamando por esa ley, y están convocando a una marcha al Congreso de la Nación, el próximo 24 de junio a las 12, bajo el lema “La madre marcha”. Además, impulsó una campaña para conseguir firmas de apoyo en Change.org. “Que la persona que se interna pueda abandonar el tratamiento cuando quiera, no sirve”, concluye.