El caso de Lucio: paso a paso, qué deben hacer los médicos cuando llega un chico al hospital con posibles signos de violencia
Que los familiares los lleven a las guardias durante la madrugada o por lesiones que llevan varios días son indicios clave; escuchar las versiones de los padres y el niño por separado y ordenar la internación hasta que se esclarezca la situación son otras dos medidas recomendadas
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Después de que Lucio Dupuy fuera asesinado, se supo que el pequeño había sido llevado, en un lapso de tres meses, al menos cinco veces a distintos centros de salud de La Pampa por politraumatismos. En otras palabras, aunque todos los signos de la violencia estaban a la vista, nadie supo o nadie quiso hacer nada.
Ahora bien, ¿qué es lo primero que tiene que tener en cuenta un profesional de la salud cuando llega a su consultorio o guardia una niña o un niño con lesiones que podrían indicar que es víctima de violencia?, ¿cuáles son los pasos a seguir?, ¿qué se recomienda hacer y qué no?
Javier Indart, director médico del Hospital General de Niños Pedro de Elizalde, subraya que hay una serie de indicadores a los que hay que estar atentos. El primero, es el retraso en la búsqueda de ayuda: “Esa es la gran diferencia entre una lesión intencional y no intencional. Los padres que cometen violencias suelen hacer una evaluación del daño y vienen a consultar solo cuando hay una complicación: por ejemplo, cuando el niño o la niña tiene fiebre, no puede movilizarse o sufre un paro cardiorespiratorio”.
Por otro lado, suelen hacer las consultas en horarios poco habituales, como la madrugada, “especulando con el cansancio profesional y la posibilidad de que a las tres de la mañana nadie revise a los chicos adecuadamente”.
Otro punto central es que las lesiones no se suelen explicar con el relato de lo que supuestamente sucedió. “Por ejemplo, tuvimos el caso de un chico con grandes hematomas en ambos ojos y los padres decían que le habían dado un pelotazo jugando. Sin embargo, no tenía ningún hematoma en el puente nasal, lo cual no puede ser porque las partes afectadas en esos casos suelen ser las más prominentes”, detalla el pediatra.
Y agrega: “O te dicen que se cayó de una escalera, pero como los médicos conocemos los mecanismos de la producción de las facturas nos damos cuenta de que no pudo deberse a ese motivo sino a una torsión o movimiento extraño”.
La falta del componente emocional en el relato o actitud de la persona adulta a cargo del niño o la niña también es una señal de alerta: puede pasar que el pequeño llegue con lesiones graves y la madre y el padre no se muestren genuinamente angustiados o preocupados. En cuanto a los chicos, el director del Elizalde señala: “En general, si son un poquito más grandes, tienen poca expectativa de ser consolados o calmados, que es algo que llama la atención. Por otro lado, van a tratar de no contar lo sucedido al estar frente a los adultos que lo acompañan”.
Que existan múltiples antecedentes de lesiones o que las niñas o los niños se presenten con un exceso de ropa en pleno verano (que podría ser una forma de tapar otros golpes o lastimaduras), también debe ser motivo de alarma. “Lo mismo si dejó de ir al colegio o al club, que es una forma de evitar que otros descubran lo que pasó”, sostiene Indart.
Escuchar al niño y a su familia
Supongamos que una niña o niño llega a una guardia con lesiones como hematomas en los ojos o en los brazos, fracturas, excoriaciones (irritaciones o lastimaduras en la piel), fracturas de costillas, marcas en la espalda (que podrían ser quemaduras de cigarrillos o golpes con algún objeto, por ejemplo), pérdidas dentales que no se esperan para esa edad, entre muchas otras lesiones. Para Luis Urrutia, pediatra y coordinador general de guardias del Hospital Garrahan, como punto de partida es clave entrevistar al chico y a su familia.
Al adulto acompañante, preguntarle con detalle cómo se hizo las lesiones, en qué situación, para ver si la narración es consistente, confiable, y recordando que la obligación profesional es proteger a los chicos.
De ser necesario, porque el relato no es consistente o el chico se muestra temeroso o reticente a hablar frente al adulto, se deben hacer las entrevistas por separado. “Debemos explicarle al adulto que necesitamos entrevistarlo primero y que mientras tanto el niño o la niña se quedará con otro profesional. Si se negaran a eso y a recibir la atención, inmediatamente debemos hacer la denuncia de sospecha de violencia, que es obligatoria por ley para los profesionales de la salud, ya que el interés del niño tiene que estar por encima de todo”, dice Silvia Ongini, psiquiatra infantojuvenil del Hospital de Clínicas.
A la hora de hablar particularmente con las chicas y los chicos, Ongini señala: “Hay que transmitir tranquilidad e idealmente hacerlo junto a otro profesional. Recuerdo una paciente que era víctima de violencia por parte de su padre y que me dijo: ‘Si el médico me hubiese preguntado qué había pasado sin que él estuviese presente, le hubiese dicho que no me había caído de la cama’”.
También estar muy atentos a cómo los niños dan su respuesta: por ejemplo, si están temerosos o miran al adulto que los acompaña antes de responder. “No hay que perder de vista que muchas veces los chicos pequeños que son víctimas de violencia le tienden los brazos igual a su madre o padre, porque para ellos son sus figuras representativas. Pero lo que solemos ver es que se retraen o que están tristes”, dice Ongini.
Las preguntas para las chicas y los chicos deben ser abiertas y no direccionadas: por ejemplo, en lugar de preguntarle “¿te caíste de la escalera?”, preguntarle: “¿qué te pasó?, ¿cómo te hiciste eso?” No interrumpirlo en su relato y dejarlo que se exprese, escuchando con atención y manteniendo la calma.
“Puede que el niño o la niña repita de forma textual lo que dijo el adulto y que no nos cierre. En ese caso, debemos tranquilizarlo, transmitirle confianza y que lo vamos a cuidar, y decirle que lo que pasó no es culpa suya”, enfatiza Ongini. Para establecer el vínculo, también se puede recurrir al juego o al dibujo, lo que facilita el relato, ya que poner la violencia en palabras no es fácil: “El chico va a tener miedo y a querer proteger instintivamente a su madre o padre, porque además muchas veces está amenazado”.
La médica intervino recientemente en el caso de un niño que llegó al hospital con un traumatismo de cráneo. El padre decía que se había caído de la cama, pero a los médicos que lo vieron en la guardia no les convenció y le pidieron a Ongini que lo entrevistara: “Se notaba a la legua que repetía todo tal cual lo decía el padre, para protegerlo. Hicimos una hora de juego junto al pediatra y el chico y allí nos contó todo: con un muñeco que se llamaba como él, empezó a repetir lo que el padre le había hecho y en un momento lo revoleó contra la pared. Eso coincidía con las lesiones”.
Algo fundamental es recordar que nunca se trata de un interrogatorio. “Los médicos no interrogamos, recabamos datos. A los padres podemos llevarlos a un lugar tranquilo y pedirles: ‘Contanos bien, ¿tu hijo se cae a menudo?, ¿tiene problemas neurológicos?’ Todo lo que se puede querer indagar incluso desde la clínica”.
Una mirada integral
Eduardo Silvestre es pediatra. Recientemente se jubiló como jefe del Área Ambulatoria del Hospital Garrahan y actualmente es miembro del consejo de la fundación de ese hospital. “La violencia es mucho más frecuente de lo que se piensa y siempre debe estar en nuestra cabeza dentro de los diagnósticos diferenciales. Lo que hacemos en general los pediatras es una consulta integral. Ya sea que el chico venga por una angina o un granito en la nariz, tenemos que evaluar un montón de cosas y ni bien entra el niño al consultorio o incluso en la sala de espera, si podemos verlo, ya lo estamos evaluando”, sostiene.
Ver cómo se conecta con otros niños, con los juguetes, con el entorno y con su familia, le da a los médicos, según Silvestre, determinadas pautas que pueden despertar señales de alerta, aún sin revisar al paciente. “Un chico angustiado, retraído o sobreexcitado, por ejemplo, ya nos va orientando”.
En resumen, la mirada debe ser integral y siempre tener en cuenta la violencia como una posibilidad. “Por ejemplo, mirar el cabello. Hay chicos que presentan una caída que no puede explicarse, que no parece compatible con un hongo sino que los pelos parecen estar arrancados”, señala recordando ejemplos que vivió en la clínica.
En ese sentido, Urrutia suma: “Otra cuestión clave y que requiere un cambio de mirada social es que hay que dejar de ser tolerantes con situaciones que a veces pasan desapercibidas. Es decir, desnaturalizar la violencia en todas sus formas”. Trabajar con distintos profesionales de forma articulada también es fundamental para develar posibles casos de violencia. Para el médico del Garrahan, siempre es bueno apoyarse en otras disciplinas, como el trabajo social, la psicología, psiquiatría, traumatología u otras especialidades, para ver si nos pueden dar una explicación de lo que pasa.
En el Garrahan tienen un equipo interdisciplinario que incluye a asistentes sociales, psicólogos y servicio de apoyo legal.
La internación como recurso
Según los especialistas, un recurso muy importante para proteger a las niñas y los niños que podrían estar siendo víctimas de violencia, es internarlos hasta que se esclarezca la situación. “Lo primero ante una sospecha es no seguir exponiendo al chico al medio donde podría estar sufriendo la violencia”, dice Urrutia.
En ese sentido, los médicos consultados por LA NACION coinciden en que no hay que tener miedo a equivocarse internado a un niño, ya que es una medida de cuidado y a lo sumo se habrá quedado un día más en el hospital, pero no se corre el riesgo de poner su vida o su integridad en juego.
Además, los profesionales de la salud deben recordar que por ley tienen el deber de denunciar las sospechas de violencia. El primer paso es indagar si a nivel familiar hay un adulto protector que la haga. “Si es así, podemos pedirles que dentro de las 24 horas nos traigan una copia de la denuncia y explicarles que, en el caso de que ellos no avancen, la haremos nosotros. Para el niño, es mucho mejor que denuncie alguien de la familia, porque en ese caso se convierte en una figura protectora y se refuerza el mensaje de que le creyeron”, concluye Ongini.
Dónde denunciar
- Línea 102: ante situaciones de violencia contras niñas, niños o adolescentes, se puede llamar a la Línea 102, un servicio de escucha, orientación y acompañamiento especializado en derechos de las infancias y adolescencias. Es gratuita, confidencial y, desde 2022, funciona en todas las provincias del país, atendida por equipos de profesionales de cada jurisdicción.
- Linea 144: ofrece atención, contención y asesoramiento en situaciones de violencia de género. El equipo es interdisciplinario y está compuesto por profesionales de las áreas del Derecho, la Psicología, el Trabajo Social y otras afines. Podés comunicarte de manera gratuita las 24 horas, todos los días de la semana, a través de un llamado al 144, por WhatsApp al 1127716463, por mail a linea144@mingeneros.gob.ar y descargando la app. Es importante saber no se trata de una línea de emergencia: para casos de riesgo, hay que comunicarse con el 911.
- Ministerio Público Tutelar de CABA: integra el Poder Judicial de la ciudad de Buenos Aires. Trabaja para la promoción del acceso a la justicia y el respeto, protección y promoción de los derechos y garantías de niñas, niños y adolescentes y personas que requieren apoyos en el ejercicio de su capacidad jurídica.
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