Economía popular: hacerle frente a la inseguridad alimentaria en el conurbano bonaerense
Para la cena, Cintia quiere cocinar filete de pescado con ensalada. Lo hace marinado o como milanesa. Vive en el barrio Costa Esperanza, un asentamiento del partido bonaerense de San Martín, con su esposo, sus tres hijos y la pareja del mayor. Hace poco que empezaron a comer pescado, fue cuando le entregaron la Tarjeta Alimentar y pudo comprar alimentos que antes había tenido que sacar de la dieta familiar. La noche anterior, hizo tortilla de papas con fideos; en la semana, preparó arroz con tuco y pollo; y otro día, torrejas de acelga con cebolla y morrón. "Mamá cocina todo bien", aseguró Santino, de 6 años, mientras come una manzana, su fruta preferida.
Cintia se preocupa por lo que va a comer la familia, busca precios, camina muchísimo. Por eso fue en colectivo hasta la estación de tren de José León Suárez, para ver qué podía conseguir en una de las ferias de economía popular que el gobierno Nacional organiza en el conurbano, una de las regiones urbanas más golpeadas por la inseguridad alimentaria que atraviesa al país. Los especialistas aseguran que la medida aplicada por el Ministerio de Desarrollo Social es buena, pero que por sí sola no alcanza a resolver el principal problema, que es la malnutrición. A la vez, los usuarios, que celebran la posibilidad de comprar bueno y barato, todavía encuentran algunas limitaciones a la hora de usar la tarjeta, si bien desde Desarrollo Social estiman que en unos días, cuando funcione la aplicación del posnet por celular, muchas de esas dificultades estarán resueltas.
Los especialistas aseguran que la medida aplicada por el Ministerio de Desarrollo Social es buena, pero que por sí sola no alcanza a resolver el principal problema, que es la malnutrición.
El problema profundo
Según el informe que presentó la UCA a través del Observatorio de la Deuda Social en la Argentina (ODSA), el déficit en la alimentación afecta al 26,6% de los hogares, de los cuales el 7,4% sufre inseguridad alimentaria severa, es decir, 1,4% más que en 2018. Esto implica que cada vez más argentinos reducen involuntariamente las porciones o la frecuencia en las comidas, o que directamente padecen hambre.
Si el foco se pone en los niños, niñas y adolescentes, las cifras aumentan de forma exponencial. De acuerdo al ODSA, la inseguridad alimentaria total –que considera a chicos de hasta 17 años que residen en hogares en los que disminuyó la ingesta por razones económicas– alcanzó el 30,1% en 2019. Y respecto a quienes viven a diario la experiencia del hambre –el riesgo alimentario extremo–, llegó a 14%. En el conurbano bonaerense, donde se concentra la mayor cantidad de niños y niñas en riesgo, la cifra trepó a 15,9%. En este grupo, los más afectados son los chicos de 0 a 4 años.
El déficit de alimentación afecta al 26,6% de los hogares argentinos, de los cuales el 7,4% sufre inseguridad alimentaria severa.
Entre las acciones para revertir este cuadro y paliar el hambre en la primera infancia, la Nación lanzó a fines de diciembre el Plan Argentina Contra el Hambre, que ya entregó 1.000.000 de tarjetas alimentarias, con montos de $4000 o $6000 para comprar únicamente alimentos. De esta forma, alcanzó a 1.600.000 niños y niñas de 0 a 6 años, embarazadas y personas con discapacidad que acceden a la AUH.
El sociólogo Agustín Salvia, director del Observatorio de la Deuda Social de la UCA, consideró que es "una política que permitirá atacar un problema concreto que es el hambre, pero que no necesariamente va a incidir en la malnutrición de los niños, uno de los graves problemas de la infancia". Por caso, recordó que "somos el segundo país en obesidad en menores de 5 años de la región". Sin embargo, destacó que las ferias itinerantes que están empezando a funcionar podrían ser una forma de acercar alimentos más saludables y a bajo costo a las familias en riesgo.
En la apertura del 138º período de sesiones ordinarias del Congreso Nacional, el presidente Alberto Fernández aseguró que el Plan "es también una herramienta para motorizar la economía de abajo hacia arriba. Una cadena virtuosa, que acerque a productores y consumidores en comercios de proximidad, para que la inyección de más de 70 mil millones de pesos anuales (más de 1000 millones de dólares) que representa la Tarjeta Alimentar quede en los pueblos de nuestra patria". Otra de las estrategias es la potenciación con el programa Pro Huerta, que permitirá el establecimiento de más de 200.000 huertas familiares, y el desarrollo de herramientas eficaces para hacer un seguimiento de la evolución de los precios.
En el marco del Plan que dirige Desarrollo Social, los municipios empezaron a organizar ferias mensuales donde se venden alimentos saludables a precios accesibles, elaborados por cooperativas, fábricas recuperadas, pequeñas empresas y productores de la economía familiar. La venta directa es una manera de evitar los intermediarios de la cadena comercial, fomentar el cooperativismo y acercar productos frescos y agroecológicos a valores razonables. También es uno de los caminos para desarrollar las economías regionales.
Es una política que permitirá atacar un problema concreto que es el hambre, pero que no necesariamente va a incidir en la malnutrición de los niños, uno de los graves problemas de la infancia.
"Venimos trabajando con la soberanía alimentaria y, específicamente, con las ferias hace mucho tiempo, para que la gente pueda comprar directo del productor. Pero es algo que en los dos últimos años se consolidó, se dio un boom de las ferias, por el contexto y la necesidad", explicó Gonzalo Reartes, a cargo del operativo de los almacenes populares y responsable político en San Martín del Frente Popular Darío Santillán, una de las organizaciones sociales que tienen un puesto en José León Suárez y donde Cintia compró cebollas, peras y manzanas con la tarjeta.
En el barrio donde ella vive, esta misma agrupación abrió Me.Co.Po, un almacén que funciona de lunes a viernes y que ya tiene disponible el posnet. "Con la tarjeta, cada vez que vienen, la gente gasta $300 en promedio, se llevan verduras y secos", contó Rocío, una de las chicas que atiende en el lugar. Reartes agrega que ahí también dan talleres para pensar cómo y qué comemos, y para ver la manera de hacer distintas recetas con los productos que se venden. "Nuestro trabajo es ver cómo podemos trabajar en el consumo popular hacia un horizonte que tenga que ver con analizar de dónde viene lo que comemos y qué es lo que comen nuestros chicos", aseguró.
En este sentido, el ministro de Desarrollo Social, Daniel Arroyo, afirmó que "las tarjetas no solo permiten a las familias comprar alimentos y apuntar a la calidad nutricional, sino que aportan un movimiento económico nuevo: es dinero que no estaba". También aclaró: "Eso no tiene que generar ni inflación ni que suban los precios. Por el contrario, tenemos que ayudar entre todos, con promociones y descuentos".
Las tarjetas aportan un movimiento económico nuevo: es dinero que no estaba.
Consecuencia de la desigualdad
La malnutrición es otra de las caras de la pobreza urbana, por eso poner el foco en qué comen los chicos, las chicas y los adolescentes también resulta clave y urgente. La Organización Mundial de la Salud (OMS) menciona a la inseguridad alimentaria como una fuerte consecuencia de la desigualdad, que viene creciendo a ritmo acelerado en Sudamérica. Esa malnutrición se puede dar tanto por carencia (desnutrición, hambre, retraso en el crecimiento, etcétera) como por exceso (deficiencia de micronutrientes, sobrepeso y obesidad). Son las dos caras de un mismo gran problema que enfrentan los grupos sociales más desfavorecidos.
El día en que Cintia visitó la feria de José León Suárez, al final no consiguió el pescado que fue a buscar, porque no estaba ese puesto. Y si bien los precios de los lácteos eran muy buenos (1 litro de leche entera a $35, los 320 gramos de queso crema a $76, los 50 gramos de ñoquis a $53 y dos yogures con cereales a $70), la organización de la economía popular que los ofrecía, El Buen Vivir, todavía no contaba con el posnet. En el puesto de Alimentos Cooperativos, que sí aceptó la tarjeta, los encargados cuentan que lo que más sale son los caldos en cubo a $20, la yerba misionera y los tomates triturados en frasco de 950 gramos de Mendoza, que cuestan $75.
La OMS menciona a la inseguridad alimentaria como una fuerte consecuencia de la desigualdad, que viene creciendo a ritmo acelerado en Sudamérica. Esa malnutrición se puede dar tanto por carencia (desnutrición, hambre, retraso en el crecimiento, etcétera) como por exceso (deficiencia de micronutrientes, sobrepeso y obesidad).
Cintia pensó en reemplazar el pescado por el pollo, tal vez, haciendo un guisito de verduras; o por las milanesas de carne que compró en uno de los supermercados que trabajan con la Tarjeta Alimentar, que queda cerca de su casa y tiene buenas ofertas.
Desde la cartera que dirige Arroyo informaron que "ya hay activas casi 700.000 tarjetas en todo el país y el consumo se focaliza especialmente en leche, carnes, frutas y verduras". Los datos surgen de un relevamiento realizado en el Gran Buenos Aires entre el 20 y el 27 de enero, que indicó que el 58% de los beneficiarios compraros esos productos. Por eso, en el gobierno apuestan a que esos sean los alimentos que vendan las organizaciones que forman parte de las ferias itinerantes y que para muchas familias se están volviendo la manera de acceder a una compra nutricionalmente más recomendable. "Cuando tengo, a los chicos les hago licuados de frutas, con manzana, banana, naranja. Estoy pendiente de que coman bien y variado, y ahora con la tarjeta, si alguno me pide un yogur con cereales, le digo: ‘Dale, agarralo’", comentó Cintia.
Estoy pendiente de que coman bien y variado, y ahora con la tarjeta, si alguno me pide un yogur con cereales, le digo: ‘Dale, agarralo'.