Tomás tenía 10 años cuando se incendió la casilla que compartía con su papá; Alejandro, de 26, ya era un referente en su vida y le propuso que se quedara en su casa; además, lo inscribió en el colegio; el padre del chico, que está internado por un problema de consumo, dio el consentimiento para que se convierta en su tutor
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Hace tres años, cuando las restricciones por la pandemia eran muy estrictas, Alejandro Cardona salió de su casa para tirar la basura y se cruzó con un niño de ocho años que jugaba en la calle junto al contenedor. Cuando lo vio, se acercó para decirle que era mejor que volviese a su casa porque “había un virus que mataba gente”. Tomás, el niño, lo miró fijo y lo sorprendió con su respuesta: le pidió que no lo molestara, que “estaba laburando”.
Tomás, que parecía “jugar” entre la basura, en realidad buscaba cobre para revender. Con lo que juntaba, solía comprarse algo para comer. La imagen dejó a Alejandro sin palabras. Se fue a su casa y se quedó pensando. A la media hora, volvió a buscarlo y le propuso practicar boxeo y almorzar. Tomás, a quien apodó “Choclo” porque era chiquito, rubio y con el pelo largo como las del fruto del maíz, dudó, pero al final aceptó.
Después de ese día, comenzaron a verse seguido. Alejandro, que ahora tiene 26 años, lo iba a buscar o Tomás (cumplió 11) aparecía por su casa, en la localidad bonaerense de Longchamps, en Almirante Brown. En general comían, practicaban boxeo, una de las aficiones de Alejandro, y charlaban. Se veían todo el tiempo. De a poco y en una relación que ahora ya lleva dos años y medio, Alejandro se fue convirtiendo en un referente para Tomás.
A mediados del año pasado, ese vínculo se profundizó de un día para otro a raíz de una tragedia. La casilla en la que Tomás vivía con su papá, que tiene problemas de consumo, y varios hermanos mayores se incendió. La familia perdió todo y se quedó en la calle.
Por eso y con el consentimiento del padre, Alejandro le propuso a Tomás a vivir con él. En los hechos, empezó a ser algo así como un tutor legal del chico, algo que justamente ahora está gestionando formalmente ante la Justicia, siempre con el consentimiento del papá.
El segundo gran gesto fue el de reincorporarlo en la escuela, también con una autorización del papá. A lo largo de los últimos dos años y medio, Alejandro y Tomás se volvieron, como ellos mismos explican, “uña y mugre”: juegan a la Play, practican boxeo y cocinan juntos.
“Nos cambiamos la vida mutuamente”, asegura Alejandro en diálogo con LA NACIÓN. Hoy llevan casi un año viviendo juntos y grabaron videos en los que comparten desde TikTok y YouTube parte de su historia.
Cuando se conocieron, Alejandro tenía 23 años y vivía de lo que ganaba por lavar autos en su casa. Tomás (su nombre real fue modificado para preservar su identidad) tenía ocho años y casi todos los días salía de la casilla donde vivía para buscar cosas de valor en la basura y así conseguir algo de comida.
Con Tomás en su vida, incluso antes de convivir, Alejandro se dio cuenta de que tenía que cambiar y conseguir mayor estabilidad laboral. De a poco, fue dejando su anterior trabajo y comenzó a hacer trabajos de gestoría. “Hoy estoy mejor económicamente. Tomás me abrió los ojos y me ayudó a cambiar mi vida”, explica. “Yo lo veía a él, que con ocho años sobrevivía solo, y dije cómo yo no voy a poder progresar”.
“Salí a buscarlo por todo el barrio”
A mediados de 2022, cuando Alejandro se enteró del incendió, no dudó en reaccionar: “Me preocupé muchísimo y salí a buscarlo por todos lados”, recuerda y sigue: “En ese momento, me di cuenta de que había dos opciones: dejarlo en la calle o que se venga a vivir conmigo”. Así es que con el permiso de su padre, se mudó con él de manera permanente.
La primera comida que compartieron fueron unas milanesas que Tomás aceptó con timidez. “Al principio quería levantarse y salir a trabajar. No quería que yo le pagara sus cosas”, explica Alejandro. Ahora, bromea, Tomás tiene tres trabajos: “Ayudarme a mantener ordenada la casa, ir a la escuela y practicar boxeo”.
La vida anterior de Tomás no es una realidad poco común en el país. Según un informe de UNICEF sobre pobreza multidimensional en la infancia, dos de cada tres niñas y niños de Argentina (66%) son pobres por ingresos o están privados de derechos básicos, como el acceso a la educación, la protección social o a una vivienda segura.
“Me gusta hacer boxeo y grabar videos. Ale me lleva al parque, a la escuela y a entrenar. Yo lo quiero mucho”, admite Tomás en una serie de mensajes que le hace llegar a LA NACIÓN a través de Alejandro.
Ahora su vida es distinta. En un día promedio llega de la escuela, se saca el guardapolvo y toma la merienda. Después se cambia y practican boxeo. El día finaliza cuando cenan. Antes de irse a dormir y solo si no es muy tarde, juegan un rato a la Play.
Al principio el cambió de rutina no fue fácil. “Nunca le habían puesto límites, pero ahora es distinto. Yo no lo dejo salir a trabajar, es un niño”, dice Alejandro. En los últimos años el trabajo infantil en el país aumentó y actualmente llega casi al 15% de las infancias, según muestra un informe de Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA.
La figura de tutor legal
El hecho de que Alejandro ya tenía un vínculo afectivo con Tomás y aparecía como un referente para él, abrió la puerta a la posibilidad de gestionar la tutela legal del chico. “Nosotros buscamos lo mejor para él. Su padre se está rehabilitando de un problema de consumo y ahora lo mejor es que esté con alguien que pueda ocuparse de él, como Alejandro”, explica Luz Toledo, la abogada de Alejandro y quien está gestionando la tutela del chico.
De la madre de Tomás se sabe muy poco. Pudieron averiguar que abandonó a Tomás cuando era muy chico y desde entonces no la ha vuelto a ver. Mientras que su papá actualmente está internado, en recuperación por sus problemas de consumo. “El papá está muy agradeció porque sacó a su hijo de la calle”, dice Toledo.
Alejandro recuerda qué fue lo primero que hizo el día que Tomás se quedó por primera vez en su casa: junto al padre, fueron a inscribirlo en la escuela, que había abandonado desde hacía dos años, al inicio de la pandemia. Entre otras cosas, porque no había tenido la posibilidad de seguir las clases virtuales.
“Por suerte se adaptó rápido”, dice Alejandro y reconoce que su historia no es común. Es un hombre joven y sin pareja: “En general, la sociedad espera este tipo de situaciones de una mujer, por ejemplo, por lo que se describe como ‘instinto materno’”. Por eso, cuando les comentó a sus padres y amigos la decisión de convertirse en tutor del chico, le dijeron que “estaba loco”, que era “muy joven”. “Es cierto que es una responsabilidad, pero yo los tranquilicé. Con Tomás nos queremos mucho. Y yo trabajo y me mantengo solo. Hoy, mis papás se llevan muy bien con él, es un chico amoroso que tiene derecho a tener esta oportunidad”.
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