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Tenía 13 años y esperaba lo mismo que muchas chicas de su edad: que le llegara por primera vez la menstruación. “Me vino”, contaban sus amigas y, ella, nada. La ansiedad la comía. Giuliana del Mar Rodríguez vivía entonces en el mismo lugar al que las vueltas de la vida la volvieron a llevar hoy: Pilar, una localidad de 20.000 habitantes a menos de 60 kilómetros de Córdoba capital. Con veranos supercalurosos y una plaza arbolada, conserva intacta su esencia de pueblo. Ahí se es “hijo o hija de”, “sobrino de tal”, “parentela de fulano”.
Llegó la tarde en que Daniela Reyna, la mamá de Giuliana, fue al cuarto de la mayor de sus tres hijas y se sentó en la cama. Prepararse para ese momento le había llevado meses de terapia. Le contó una parte –no toda– de lo poco que sabía desde que su Giuli tenía 8 años: que no tenía útero ni ovarios. “Estás sana, solo que no vas a poder menstruar ni quedar embarazada”, le dijo. Hubo llantos, abrazos y preguntas sin respuestas. Pasaron unos seis años más hasta que Giuliana escuchó por primera vez la palabra intersex.
“En ese momento e incluso hasta ahora, en la medicina se hablaba de síndrome. Pero la intersexualidad es una de las tantas formas de diversidad corporal”, explica Giuliana, de 28 años. Tiene una cara fresca, sin maquillaje, flequillo castaño, arito en la nariz, pecas, pestañas largas. Es profesora de teatro, actriz e integrante de la agrupación Potencia Intersex. “Somos intersex porque nacimos con variaciones en nuestras características sexuales que no concuerdan con lo que tradicionalmente conocemos como femenino o masculino, con las nociones binarias y hegemónicas que se tiene sobre los cuerpos”, agrega.
Ese abanico de variaciones corporales –existen alrededor de 47–pueden darse a nivel de los genitales, las gónadas (testículos y ovarios), las hormonas o los cromosomas. Desde las agrupaciones intersex subrayan que cada 100 nacimientos, entre una y dos personas tienen características sexuales distintas. Su principal reclamo es “la protección integral de las características sexuales, la prohibición de las mutilaciones y el cese de la violencias hacia los derechos humanos”. Esos son los puntos centrales de un proyecto de ley que acaba de presentarse en la Cámara de Diputados. El mismo pone el foco en cómo “las personas intersex suelen ser sometidas sin su consentimiento a procedimientos de modificación corporal que no están justificados por necesidad médica”. Estas intervenciones, en general, se realizan durante los primeros años de vida y tienen consecuencias profundamente negativas.
A Giuliana, sacudirse de encima los prejuicios y llegar al activismo, entender que romper con la violencia hacia las personas intersex y luchar por el reconocimiento de los derechos no era una cuestión individual sino colectiva, le llevó años. Cuando su mamá se lo contó, en su casa no había computadora ni Internet. Sin ningún tipo de información –excepto la que daban los médicos, que no era demasiada– la soledad era enorme y la incertidumbre más. “Mi mamá no podía llegar a entender bien qué era lo que me pasaba. Tampoco tuvo la posibilidad de intercambiar con otros padres o madres que estuvieran en una situación parecida. Yo lo viví como un secreto que pensé que me iba a llevar a la tumba. Dije: ‘Acá hay algo que no está bien, no se lo voy a contar a nadie’”, recuerda Giuliana.
Tuvo por primera vez su historia clínica en las manos a los 19 años, un privilegio para una persona intersex, ya que muchas de sus historias son adulteradas o “se pierden” en la burocracia médica. Cuando llegó al mundo, nada en su apariencia indicaba que era una beba intersex. Recién a los 8 años un bulto en su ingle alertó a sus papás. Sin ecografía, lo médicos la llevaron directo al quirófano. Pensaban que era una hernia en un ovario. “¿Familiares de Rodríguez?”, preguntó el hombre de ambo blanco en la sala de espera. Los papás de Giuliana se acercaron. “¿Qué pasó doctor, está bien mi hija?”, se apresuró Daniela. “Sí, sí. Está bien, pero mire lo que le sacamos”. Extendió la mano y les mostró lo que Daniela recuerda como dos pequeñas bolsas unidas por una tripita. “Esto es la hernia y esto es un testículo atrofiado”, dijo el médico.
Para Daniela, que había parido a su primogénita a los 18 años y en ese momento tenía 26, fue “una cachetada”. Después vinieron la batería de estudios, las visitas a los consultorios. A Giuli la hacían esperar afuera. “Ahí empezó nuestra historia, su historia. Quería protegerla y no sabía cómo. Pensaba: ‘La sociedad está dividida en hombre o mujer, ¿en cuál de las dos encaja ella?’”, cuenta la madre.
Daniela dice que fue criada a la antigua. En su pueblo, ser mamá era el sueño de toda mujer. “Ese era mi principal miedo, pensar que a Giuli le quitaron esa posibilidad. Y también era mi enojo. Con el tiempo, ella me hizo ver otras cosas, porque su mente es mucho más abierta. Me dijo: ‘Si hubiese podido tener hijos, no sé si hubiese querido. Tengo miles de cosas para hacer’. Eso me cambió la mirada”, dice Daniela, que hoy tiene 46.
También estaba latente el temor a que su hija sea discriminada. “Hoy pienso totalmente distinto –advierte Daniela–. Tenía miedo de que no fuera a tener novio o que sus amigas no quisieran estar con ella si en el pueblo se sabía. Era la ignorancia de ese momento. Nada de eso pasó”.
En busca de respuestas
En una época en la que hablar de educación sexual integral (ESI) hubiese sonado a ciencia ficción, en la clase de biología mostraban “el aparato reproductor”. “Este es el de las mujeres. Este es el de los hombres”, decía la maestra enfrente del pizarrón. “Soy un monstruo, soy un bicho raro”, pensaba la Giuliana de ese entonces. La de hoy, reflexiona: “Hay un gran desconocimiento, una invisibilización que termina siendo violenta. Todavía tenemos que naturalizar la diversidad corporal”.
Tenía más de 20 años cuando buscando videos de ESI para sus alumnos, Giuliana encontró uno que le llamó la atención. Explicaba, primero, el sexo biológico desde un lugar binario. Luego, decía: “Pero también existe la intersexualidad”. “Fue como encontrar una pieza enorme que faltaba en un rompecabezas. Dije: ‘¿Qué? ¡Yo soy esto! Porque no concuerdo ni con todo lo femenino, ni con todo lo masculino. Mis cromosomas son XY, pero estoy desarrollada como una mujer. Claramente estoy fuera de los conceptos binarios’”, cuenta.
Llegó la tarde en que Giuliana fue a la casa de su mamá y le dijo: “Soy intersex”. Daniela se la quedó mirando: “¿Y eso, hija, qué vendría a ser?”. Claro, a ella le habían dicho que era un síndrome. Un tema tabú. Ahora, la perspectiva que le acercaba su hija era otra. “Giuli es la más hermosa, es luz, es amor. Si vieras mi cara cuando la escucho: es una cara de enamorada. Aprendo tanto de ella –dice Daniela–. Mi consejo para otros papás es que no se preocupen. Hay que informarnos, hay grupos, nos tenemos que acompañar. Estar unidos”.
En Internet Giuliana dio con Mauro Cabral, referente a nivel internacional; y, hace más de un año atrás, conoció a Pauli, Maca y Vale, con quienes conformó la agrupación Potencia Intersex. “La medicina aún nos diagnostica con nombres de patologías. Se habla de aberraciones genéticas y realmente es muy grande el impacto que eso provoca. Lejos de poder ayudarte a buscar la autonomía corporal, que es una de las luchas que tenemos, te coloca en un lugar de enfermedad que te inhabilita. Es muy difícil salir de ahí para lograr un empoderamiento y poder hablar de esto sin sentir vergüenza o miedo”, dice Giuliana.
Hablar del tema en su familia llevó años, pero el nacimiento de otra beba intersex hizo que el tema “explotara”. “La mamá de la nena no entendía nada y mi abuela la calmó: ‘Tranquila, la Giuli tiene lo mismo’. Para esa mamá fue mágico, porque ahí dijo: ‘Bueno, entonces no pasa nada, porque la Giuli es sana, tiene una vida feliz y puede realizarse’. Se lo tomó desde otro lugar”, cuenta Giuliana.
Que la intersexualidad se naturalice es para ella clave y el primer paso para desarmar prejuicios. “Las variaciones sexuales en mi cuerpo no son visibles, pero esto no ocurre con todos los cuerpos intersex y hay muchas personas que por esto sufren discriminación, violencia y miedo”, señala Giuliana. Y admite que ella muchas veces no se siente preparada en ciertos lugares para decir “soy intersex” o hablar de su corporalidad. “El mundo todavía no está del todo preparado, se necesita mucha fuerza y unión para poder alzar la voz de esa forma”, concluye.
Más información
Red plurinacional intersex: está compuesta por las organizaciones que brindan información y asesoramiento.
Potencia Intersex: potenciaintersex@gmail.com
Metodología. Cómo lo hicimos
Este artículo forma parte de una serie sobre diversidad sexual y de género que publicará LA NACION. El objetivo de este especial es visibilizar y concientizar sobre algunos de los principales prejuicios vinculados a la población LGBTIQA+ que siguen arraigados en nuestra sociedad y son la base de violencias y vulneraciones en el acceso a derechos de todo tipo. El mismo cuenta con las voces de algunos de los principales referentes de la Argentina, así como también de testimonios en primera persona. Además de las entrevistas cualitativas, se realizó un análisis de datos estadísticos y una compilación de trabajos elaborados por distintas organizaciones gubernamentales y de la sociedad civil. Se buscó que las fuentes fueran representativas de las realidades territoriales y culturales del país, de la diversidad de orientaciones sexuales e identidades de género que existen. El especial cuenta, además, con una producción audiovisual para acercar las voces e imágenes de los protagonistas, donde el foco está puesto en las historias de vida y en el rol de los vínculos afectivos.