Lucas Spadafora es actor y sus videos son furor en redes, especialmente entre los más jóvenes; pero para llegar a donde está hoy tuvo que hacerle frente a los prejuicios, principalmente a los suyos
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“¿Por qué soy actor? Porque actué toda mi vida”. Lucas Spadafora lo dice serio. Genera suspenso. Pero enseguida suelta la risa para explicar de qué habla. Se recuerda como “el más macho” en el vestuario del club de rugby en donde jugaba de wing derecho en Bella Vista: el pibe que tenía novia, que iba a estudiar Medicina, que pertenecía a un círculo en el que los chicos eran rugbiers y las chicas jugaban al hockey, que era “uno más”. “¡Y la gente me creía! Siento que ahí empezó mi lado artístico, sin darme cuenta”, asegura. Pero adentro le pasaba de todo. “Sufría ansiedad, porque no mostraba lo que realmente era. Nadie se daba cuenta de que quería ponerme los tacos, las pelucas y salir a draguearme (N. de la R.: caracterizarse con rasgos que se asocian a lo femenino para crear un personaje). Era un sentimiento de mucha soledad”, agrega.
Hoy, entre los veinteañeros, su nombre resuena con fuerza. Este joven de 21 años participó del Cantando 2020, actualmente integra El gran premio de la cocina y forma parte del elenco de Abejas, el arte del engaño, la nueva miniserie original de Flow que se estrenará próximamente y es el primer proyecto audiovisual del que participa como actor. En redes, suma 854 mil seguidores en su cuenta de Instagram (@lucasspadafora) y un número similar en Tik Tok. Casi 10 millones de “Me gusta” acompañan sus videos, que son furor. Ahí están los personajes a los que Lucas les da vida con pelucas de colores, tacos altos, vestidos vistosos y un humor que colma de absurdo escenas de la vida cotidiana con las que es muy fácil conectarse. Angélica, Caty, Nancy o Charlotte, −algunos de sus personajes− pueden ser una amiga, una hermana, la vecina de la esquina o una misma.
En el Mes del Orgullo LGBT+, Lucas asegura: “Los videos fueron mi manera de expresarme y poder ser mi verdadero yo, aunque suene súper grasa. Para mí fue una liberación, porque rompían con todos los esquemas que yo había aprendido”. Al principio, reconoce, no quería romperlos. “Salir de la normalidad” en una localidad conservadora como Bella Vista, le daba miedo. Así que luchó por quebrar el molde y ahí quedó a la intemperie el verdadero Lucas: “El mayor desafío fue enfrentarme a mí mismo. Tuve que romper con mis cadenas mentales. Mi yo artista me salvó de todas las etiquetas y estructuras”.
De 14 seguidores, a casi un millón
Lucas cree que el orgullo es una sensación más que una palabra. Un proceso interno. “Es: ‘qué lindo haber llegado a ser quien elijo ser’”, resume el joven. Pero llegar ahí no fue fácil. Arrancó en YouTube con 15 años y 14 seguidores. No se animaba a que sus videos fueran públicos y sólo los compartía con un puñado de personas con las que se sentía seguro. Cuando finalmente decidió dar el salto, en la escuela se tuvo que bancar los murmullos, las miradas de reojo, los comentarios de pasillo: había pasado de ser un rugbier más al “loco de las pelucas”. Al mismo tiempo, los seguidores empezaron a crecer. Pasar los videos a públicos fue como abrir las compuertas del dique y en marzo de 2018 ganó un Martín Fierro Digital como el más interactivo en Instagram.
Criado en una familia compuesta por una mamá psicóloga y psicopedagoga; un padre licenciado en Comercio Exterior y profesor universitario, y una hermana más grande, “toda correcta”, que estudia Derecho y con la que son “el ying y el yan”, Lucas les habló por primera vez de su orientación sexual a los 18 años. Dice que más allá del proceso que pudieron hacer −”siempre estuvieron abiertos y acompañándome”− y del miedo al qué dirán, derribar sus propias barreras fue el quid de la cuestión: todo eso que vamos construyendo dentro nuestro a partir de los roles y estereotipos de género que mamamos desde los primeros años.
“Hay muchos pensamientos que te quedan adentro y uno mismo no se acepta. Yo sabía que no estaba siendo yo. Sentía un peso, culpa: ése es el sentimiento. Una sensación en la panza de no tener escape”, explica Lucas. “No quiebres las muñecas”, “no te maquilles”, “comedia musical no es para vos”, “hablá como macho”. Todas esas frases iban cimentando el personaje que mostraba a los demás. “Pero muchas veces nuestros pensamientos, no son propios. En eso se basa la desconstrucción. En preguntarte: ¿es esto lo que yo pienso o es lo que me inculcaron, lo que me metieron?”, reflexiona.
Con el boom de sus videos en redes y la inmersión en el mundo artístico, nuevas amistades le empezaron “a abrir la mente”. Entre ellas, Lucas menciona especialmente a la actriz Sofi Morandi. “Era gente que me decía: ‘acá no hay drama de que te chapes a un chabón’, ‘che, vos podés actuar y podés vivir de eso. Podés estudiar canto, estás a tiempo’. Me incentivaron y me abrieron todo ese mundo. Si no, hoy en día estaría operando. Imaginate que yo te toque médico: crisis”, dice sin dejar nunca el humor de lado.
¿Cómo fue ese camino de pasar de ser el Lucas de antes, al Lucas de hoy?
Fue ir dando pasos. Cuando salí del clóset, me era muy difícil verme a mí gay. Suena ridículo de explicar, pero yo había crecido con tantas cosas de mi entorno... Después, me fui dando cuenta de que yo no era el que estaba mal, era la gente que me juzgaba o todos esos pensamientos que me habían quedado pero que no me pertenecían a mí, le pertenecían a otros. Sería hermoso que el cambio fuera: “bueno, me voy a amar a mí mismo y listo”. Pero no es tan fácil sacarse esos pensamientos.
¿Qué hiciste para romper con eso?
Tuve un momento en que anotaba esos pensamientos en una listita y veía de dónde venían, y también que no eran la realidad. Me juzgaba a mí mismo. Pensaba: “¿cómo me voy a poner maquillaje?”. Entonces, ¿cómo otras persona no te va a juzgar? La deconstrucción es entrar en uno y pensar, primero, por qué juzgo, y empezar a repreguntarse cosas que tenemos de muchos mandatos y que está en uno querer cambiarlas. Te lo pueden decir mil veces, pero hasta que vos no haces el click y no te lo preguntás, no pasa nada. Es un proceso.
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En las redes, cientos de sus seguidores le dejan mensajes del estilo “gracias a vos, empecé a tener menos vergüenza”, o “a quererme más”, o “a reírme de mí mismo”. Eso a Lucas lo llena de orgullo. “En muchos mensajes hasta me han dicho que los ayudé con su salud mental y eso me encanta porque no es algo de lo que se hable mucho y es un tema importante. Es hermoso saber que están del otro lado. A mí me flashea hasta el día de hoy”, dice. Y agrega algo más: “La palabra, el poder hablar, es lo que te salva”. Los consejos que Lucas da suelen tener una base común: “Poder tener a alguien de confianza que te muestre otras percepciones, otra manera de ver la vida, es muy importante. Lo que siempre les recomiendo es: recurran a alguien. Capaz no tiene que ser tu mamá o tu papá, porque cada familia es un mundo, pero siempre hay alguien que te va a escuchar y dar una mano. Si no está en tu grupo, búscalo en otro lado”, concluye.
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Esta nota forma parte de la serie “Hablemos de todo”, una iniciativa de LA NACION que, a través de notas periodísticas y material audiovisual, busca romper tabúes y seguir derribando prejuicios sobre temáticas que en general esquivamos. El proyecto cuenta, además, con material de servicio para la audiencia respecto a dónde buscar más información, pedir ayuda o asesoramiento. En este link podés encontrar todas las notas.