El periodista reflexiona sobre cómo “eso que no se dice” termina generando mucho más daño del que pensamos; y habla del impacto positivo después del shock, que tuvo el tweet en el que compartió la respuesta de su papá cuando le contó que tenía novio
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Fue el 8 de enero. Diego Poggi acababa de salir de un local de comidas rápidas y, todavía en el estacionamiento, le mandó por WhatsApp un audio a su papá: estaba de novio con un chico, se iban de vacaciones juntos y quería compartir la noticia con su viejo. Eran las 10.47 de la mañana. La respuesta llegó por escrito a los nueve minutos: “Linda noticia, no la quería escuchar nunca. Que seas muy feliz, olvidate de que tenés papá”. Unos minutos después, el periodista compartió el intercambio con su casi medio millón de seguidores en Twitter. Y la bomba estalló.
Pasaron siete meses desde ese tweet que revolucionó las redes y reprodujeron los principales portales del país: en pocas horas, los Poggi estaban en todos lados. Pero de enero a agosto, hubo muchos cambios. No solo en lo laboral (Diego dejó Todo Noticias en abril, días atrás debutó como columnista en Cortá Por Lozano, por Telefé, y tiene otros proyectos en puerta, mientras continúa con su programa diario en Radio Berlín), sino también en lo personal, que incluyó una larga charla que se debía con su familia. “En mi casa siempre se ocultó mucho. Y lo peor que nos puede pasar es no hablar de ciertos temas, dar cosas por sentado. Basta de suponer”, dice Diego, que tiene 33 años, sentado en un bar de Palermo del que es habitué, muy cerquita de su casa.
En diálogo con LA NACION, reflexiona sobre el impacto que ese tweet tuvo en su vida; repasa los cientos de mensajes que recibió de otros que, como él, tenían charlas pendientes con los suyos; y pone el dedo sobre una llaga que, sea cual sea nuestra historia, nos toca a todos de cerca: cómo “eso que no se dice” termina generando mucho más daño del que pensamos. En la familia de Diego había temas que no se hablaban. Estaban ahí, en una nebulosa espesa. Hoy, la balanza tiene para él un saldo positivo: a partir de compartir su experiencia (y más allá del altísimo costo emocional que tuvo), no solo se abrió una puerta para el diálogo en su casa, sino en la de varios.
Después de pedirse un café con leche con tostadas de pan blanco y queso crema, asegura: “Este fue un año de supercambios. Pero creo que es muy positivo lo que pasó. Fue como un cachetazo que me hizo darme cuenta de quién soy, qué quiero y en mi familia ayudó un montón, con un costo de exposición que nunca hubiese querido porque ellos no tienen nada que ver con los medios: yo soy el único bicho raro”.
¿Qué puertas se abrieron a nivel familiar a partir de aquel famoso tweet?
Esa noche fui y tuvimos una charla que fue un poco picante, pero creo que le dije a mi papá todo lo que no le había dicho en mi vida: me abrí completamente. ¡Pero completamente! Hubo gritos, llantos, volumen bajo, pasamos por todo. Creo que a partir de ese momento, a mi viejo algo le quedó dando vueltas y no sé qué le pasó por su cabeza, pero sé que me banca y eso es lo que uno quiere: uno quiere la aprobación de sus padres. Y de alguna manera está, pero todavía les cuesta. Por ejemplo, todavía no me preguntaron si corté o no corté. No saben.
¿Era la primera vez que hablabas públicamente de tu orientación sexual?
Nunca sentí la necesidad de escribir “soy gay”. Si yo fuese un pibe que no labura en los medios, me parecería totalmente al pedo. Pero cuando pasó lo de mi viejo, que fue cuando estaba de novio (ahora estoy soltero), estaba tan contento que se lo quería contar a mi familia, porque me parecía una locura no compartir un momento lindo. Cuando me respondió eso, por un lado me puse triste, pero tampoco me sorprendí porque lo conozco: sé que él lo dice pero porque no tiene recursos, herramientas. Es muy rústico. Yo me acuerdo cómo eran mis abuelos y lo entiendo a mí papá, y sé todo el amor que me tiene. En ese momento me enojé un montón y ni sé por qué escribí un tweet. Nunca pensé que iba a repercutir de la manera en que repercutió. No lo pensé.
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Entre lo impensado, lo imprevisto, estuvo una catarata de mensajes de todo tipo. Pero, principalmente, muchos de gente grande: no eran pibes los que más le escribían, sino personas casadas, con hijos, que se habían sentido conmovidas por su historia, que también tenían cosas de las cuales hablar que costaban demasiado. “Los pibes más chicos creo que no tienen tanto quilombo hoy, creo que con el laburo que se vino haciendo, con hablar de estos temas en la tele, la radio, en los medios, y el cambio generacional, la tienen un cachito más fácil, un pasito. A mí me llamó la atención los mensajes de gente grande que no se anima a cambiar toda su vida. Algunos los respondo, pero hay veces que no te podés involucrar en todo”, cuenta Diego.
¿Te imaginabas que ibas a recibir tantos mensajes?
No, para nada. Recibí mensajes de un montón de gente: cercana, de otra que no me hablaba desde hacía un montón de tiempo y de quienes no conocía. Me acuerdo que ese fin de semana fue horrible. El tweet fue un viernes y nunca me había pasado de estar de una en todos los medios. Una excompañera de trabajo me escribió: “Boludo, ¡estás en todos lados!”. A mí no me interesaba ser noticia por eso: la estaba pasando como el orto. A veces uno abre una puerta a la vida privada que después es muy difícil de cerrar. Yo nunca mostré con quien salgo, soy retranquilo y fue todo un tema. Pero agradezco haber hecho terapia mucho tiempo, tener la familia y los amigos que tengo, porque sino no sé cómo me hubiese pegado.
¿Te acordás de algún mensaje que te haya impactado particularmente?
Una de mis mejores amigas me escribió: “Hoy mi viejo vino a casa. Se me apareció de golpe y me preguntó si era buen papá”. Después, una compañera de laburo me dijo: “Hace un año que se murió mi vieja. Hoy mi papá sale con un chico un poco menor que él y me dice que te mandamos un beso los tres”. Me quedé con eso. Ahí dije: qué bueno, por lo menos se habló del tema en algunas casas esa noche y se movieron cosas, porque para mí lo peor que hay es no hablar. ¿Por qué no hablar de la felicidad del otro? En mi casa siempre se ocultó mucho todo.
"Por lo menos se habló del tema en algunas casas esa noche y se movieron cosas, porque para mí lo peor que hay es no hablar. En mi casa siempre se ocultó mucho todo."
Diego Poggi
¿Habías intentado antes hablar del tema con tus viejos?
En algún momento lo había hablado, pero no hay peor persona que la que no quiere ver. Yo se los dije de la manera que pude, pero siempre lo tenía a mi viejo mandándome videos virales de minitas por WhatsApp, bien de padre machista, mecánico. Yo creo que de la manera en que se los había dicho, se habían enterado, pero no lo quisieron ver nunca. Son de otra generación. Mi viejo cumplió 70, mi mamá cumple 65. Pensaban que yo les iba a llevar una mujer, que iba a tener hijos y que iban a ser abuelos. Y pueden ser abuelos, pueden tener nietos, pero no de la forma en que ellos se lo imaginaban.
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Diego vivió en la misma calle del barrio de Flores hasta los 23 años. Desde el jardín hasta el secundario inclusive, fue al mismo colegio parroquial (“Ahora entro y me incendio”, dice entre risas) y tuvo los mismos amigos, los que hasta hoy siguen siendo los incondicionales de siempre. Su mamá, María Guadalupe, es ama de casa y comerciante. Su papá, Héctor Aníbal, es mecánico, igual que lo fue su abuelo, Roberto Aníbal. Tiene un taller en Parque Chacabuco, donde trabaja con su hermano Martín, de 26 años. Siguiendo la línea familiar, el segundo nombre de Diego también es Aníbal, y aunque nunca le interesaron los autos admite que los fines de semana pone el TC de fondo, porque esos ruidos son los de su infancia.
Su familia también son Mari y Adriana, abuela y tía maternas. Con las dos, el periodista se identifica mucho: con su abuela, porque nunca se queja, porque a pesar de las dificultades va siempre para adelante. Con su tía, porque siempre lo acompañó en sus intereses. Los cinco, esa “familia chiquita” (falta Conguito, un Yorkshire que tiene 10 años), están representados en cinco pájaros que, en el antebrazo derecho de Diego, sobrevuelan un árbol que se tatuó hace un par de años. “Somos unidos, pero hay temas que quedaron por ahí, que no se hablaban: se suponía. Y no hay nada peor para mí, porque uno se hace la cabeza con un montón de cosas y no vas a ningún lado. Es tu imaginación. Por eso está bueno siempre hablar de todo”, subraya Diego. En el brazo izquierdo tiene otro tatuaje, el primero: “Life is too short to be afraid” (La vida es demasiado corta para tener miedo). Por error, Afraid está con doble “f”.
¿Miedo de qué tenías?
Siento que a veces soy cagón y otras no, me animo y soy muy frontal. Pero a veces soy recagón con un montón de cosas. Los miedos muchas veces se generan por lo desconocido.
¿Y tu viejo? ¿Qué miedos pensás que tenía?
El miedo más grande de mi viejo, al ser mecánico y en un ambiente muy machista, creo que era que fueran los clientes (yo los conozco, son unos capos) y que lo carguen a él o que me hagan daño a mí. Que le digan: “Tu hijo es puto”. Pero no pasó. Cuando sucedió todo esto, Martín, mi hermano, me decía: “Lo llaman todo el día los clientes y lo cagan a pedos por lo que hizo”. Se empezó a dar vuelta la tortilla y mi viejo lo empezó a tomar de otra manera. Es muy buena gente mi papá, es atento, es extremadamente honesto, es un tierno. Pero hay cosas, como con los sentimientos, que le cuestan…. Cada vez menos, o por lo menos se hace cada vez un poco menos el boludo.
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El paso de Diego por el colegio no fue fácil. Los márgenes de lo posible estaban marcados por lo esperable: si sos varón, de mínima te tienen que gustar el fútbol y las chicas. Pero él tenía otros intereses. Y aunque la pelota era su momento de “descargue”, donde tiraba un par de patadas como una forma de canalizar la angustia que le pesaba en el pecho (porque el bullying, estaba), lo suyo iba por otro lado: desde chico le encantaba la radio y la música. Pedía casetes vírgenes y grababa sus propios programas y, en vez de irse de viaje de egresados de séptimo, pidió una computadora en la que empezó a editar y a deslumbrarse con Internet, que estaba dando sus primeros pasos en las casas de la clase media argentina. Hoy, esa red invisible que genera conexiones hasta lo infinito, hace que sus mensajes lleguen a miles de personas.
¿Qué aprendiste de esa experiencia, de lo que generó tu tweet? ¿Cambiarías algo?
Yo tengo algo: no me arrepiento de las cosas que hago, porque por algo lo hice. Puedo pedir disculpas o perdón si afecté a alguien. Si vuelvo para atrás, creo que me tomaría el trabajo de charlar con mis viejos antes. Pero pasó así, y a los dos o tres meses, ya estaba todo arreglado. Sirvió. Fue un poco brusco. Pero el cachetazo es un toque: te pica un cachito y después se va. No hubiese querido hacerle pasar un mal momento a mi familia porque no se lo merecen.
En la Argentina hay leyes pioneras como la de matrimonio igualitario, pero también sigue habiendo muchos prejuicios. ¿Qué desafíos pensás que tenemos por delante?
Las leyes están buenísimas. Que se amplíen derechos para personas que no los tenían, lo banco mil. Pero sí siento que todavía sigue habiendo prejuicios, aunque cada vez menos. No hay que bajar los brazos porque hay pibes y pibas que siguen matando, que siguen recibiendo golpes, que echan de las casas. Hay mucho laburo para hacer y está bueno que se siga hablando de este tema. Falta mucho. Pero creo que las nuevas generaciones tienen mucha energía para luchar por sus derechos y las redes sociales ayudan mucho a que el mensaje se difunda más rápido.
¿Qué le dirías a los padres o a las madres que no se animan a habilitar la charla con sus hijas o hijos de ciertos temas?
Les suplicaría que busquen la forma de hacerlo. A veces uno se imagina las cosas de una manera, como juntarse a tomar un café, pero puede ser un mensaje por WhatsApp, una videollamada, una carta, un mensaje, simplemente un “te banco”. También lo que les diría es que si les cuesta aceptar algo de sus hijos, que lo primero que les digan sea: “Te banco, acá estoy, me cuesta un montón, pero lo vamos a trabajar”. El soporte es clave. Porque uno si se lo dice a los padres, es porque necesita contención. Creo que la contención es lo principal. Después es un proceso, como todo: como aprender a manejar. Uno tiene que aprender.
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Hace unos días Diego estaba en un local y se le acercó una mujer. Le contó que su hijo estaba saliendo con una chica trans, y le dijo: “Yo hubiese preferido mil veces que vengan con un chico. El otro día estaban en casa jugando a la Play y me confundí con el pronombre. ¿Qué hago?”. El conductor le respondió: “Bancalo y decile que para vos es una situación inesperada, que estás sorprendida, pero que estás aprendiendo”. Y entonces, ya más como mantra que como consejos, repite: “Basta de suponer”. Dice que cuesta, pero que hablar sana y libera. De tanto hablar, todavía no tocó las tostadas.