Diana Zurco: del bullying y la depresión, a ser la primera mujer trans al frente de un noticiero central
La periodista reflexiona sobre la importancia de la media sanción de la ley de cupo e inclusión laboral travesti y trans que se aprobó en Diputados, y comparte su historia y recorrido en los medios
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“Legisladores, tienen la oportunidad de cambiar la historia de muchas personas que siguen siendo excluidas de la sociedad. Hagan historia. HOY ES EL MOMENTO DIPUTADOS”. Así decía parte del posteo que subió, durante la mañana de ayer, la periodista, locutora y conductora de televisión, Diana Zurco, a su Instagram. Horas después, la Cámara de Diputados de la Nación le daba media sanción a la ley de cupo e inclusión laboral travesti trans, proyecto que ahora seguirá su rumbo hacia Senadores.
Se trata de un hecho histórico para una población que, al día de hoy, en la Argentina continúa teniendo una expectativa de vida de entre 35 y 40 años y está atravesada por una vulneración sistemática de sus derechos más elementales. Solo un ejemplo: nueve de cada 10 personas trans no cuentan con un trabajo registrado. Diana, que el año pasado se convirtió en la primera mujer trans en estar al frente de un noticiero en un horario central (el de la TV pública), reflexiona: “Hoy el cupo laboral es necesario como herramienta y un paso fundamental para que el día de mañana no sea necesario que haya un cupo”. De la misma forma, está convencida que una periodista con esa identidad de género a cargo de un noticiero también dejará de ser noticia para pasar a ser un hecho más, tan natural como cotidiano. Pero para eso, todavía falta.
La noticia de su desembarco a principios del año pasado en la pantalla chica −antes de eso, también fue pionera al recibirse como locutora del Instituto Superior de Enseñanza Radiofónica (ISER)−, recorrió el mundo entero: desde los lugares más remotos, como Hong Kong, le llegaron mensajes de chicas y chicos trans inspirados en su historia. “Gracias a vos, ahora sé que mi sueño puede hacerse realidad”. “Si vos pudiste, yo puedo”, decían muchos de ellos. En el caso de Diana, el camino para poder vivir y dedicarse de lleno a la profesión que ama, no fue fácil. “Me tocó atravesar varios umbrales y barreras”, aprieta en una frase.
Enérgica (“inquieta”, se describe ella) y carismática, Diana no para un segundo. Encontrar un lugar en su apretada agenda, no es fácil. Está cargada de compromisos, desde entrevistas a los laborales de todo tipo. En una charla telefónica con LA NACION durante la semana que le toca hacer “burbuja” en su casa y como parte de los protocolos contra el COVID del canal, reconstruye su camino hasta convertirse en la que es hoy.
¿Cuál dirías que fue un momento central en tu carrera profesional, uno que te llene de orgullo?
Si tuviera que elegir uno solo, diría que fue en marzo de 2012, cuando me enteré que había ingresado al ISER. En ese entonces, solo podían entrar 60 personas y la cantidad de aspirantes era casi de 1500. Entre los seleccionados, estuve yo. No era consciente de que iba a ser la primera trans en ingresar y en recibirse, pero sí podía percibirlo. Fue un momento de mucho orgullo por todo el esfuerzo que le había puesto. Estaba atravesando una profunda depresión y sin trabajo desde hacía algunos años. Me había mudado a la casita del fondo de mis padres y vendía sándwiches de milanesas en el almacén que ellos tenían. Me acuerdo que juntaba las monedas para ir a un locutorio a imprimir los apuntes para rendir los exámenes de ingreso, porque no tenía computadora. Recién pude comprarme una, en doce cuotas, cuando estaba en segundo año de la carrera.
¿Qué sentiste cuando recibiste la noticia?
Ese día me desperté y agarré el celular viejito que tenía, porque estaba a la espera del resultado y me fijaba todos los días en los mails. Para mí fue un momento… Ufff… Fuerte. Sentí un orgullo enorme porque dije: “Al final, pude”. No fue que caí en paracaídas al ISER, hubo una preparación previa de dos años para poder lograrlo, en los que me propuse, entre otras cosas, terminar el secundario, porque me habían quedado varias materias pendientes de quinto año. Yo ya tenía 32.
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Ese marzo de 2012, todavía faltaban unos meses para que la Argentina diera luz a su ley de identidad de género. El nombre que se leía antes del apellido Zurco al final de esa lista con los 60 estudiantes seleccionados por el ISER, no era Diana, sino el de varón que en ese momento aparecía en su documento. “Mirá lo fuerte que fue lo que sentí que, por un lado, si bien no me gustaba ver mi nombre masculino en ese mail, a la vez sentía mucha emoción. Miraba hacia atrás y veía todo el esfuerzo que le había puesto y hasta en algún punto se corrió eso que no me gustaba y no me importó. Porque yo siempre supe que era Diana. Siempre fui Diana”, dice hoy la periodista.
Cuando fue a rendir el examen de ingreso, habló con sus docentes y les pidió que, al momento de llamarla, lo hicieran por favor con su nombre autopercibido, con el que luego se recibiría de la institución con su flamante documento rectificado. Diana fue una de las alumnas más aplicadas. Pero antes estuvieron esos años oscuros de depresión en “la casita del fondo”. “Solamente yo sé lo que pasó en mi intimidad durante ese tiempo. Fue un momento de profunda interpelación personal y además estaba sin trabajo, por lo cual contaba más que nada con la ayuda de mamá”, sostiene.
Diana se reconoce como una “privilegiada”. Para muchas mujeres trans, la expulsión del hogar siendo niñas o adolescentes es solo la primera de una larga lista. Luego, las demás instituciones sociales suelen replicar esa violencia: se las excluye de la educación, de la salud, de la posibilidad de acceder a un trabajo formal y de una vivienda digna. “Yo tengo que agradecer que mis viejos no me hayan echado a la calle. Porque la mayoría de las personas trans son expulsadas de sus familias a los 12, 13 o 14 años. Muchas se vienen de las provincias a Buenos Aires. ¿Quién les va a dar trabajo? Su primer destino es la calle, con una emoción quebrada por el maltrato, el abuso, la discriminación. Se tiene que conocer que hay un grupo vulnerado que está fuera del mapa”, señala Diana. En ese sentido, está convencida que la ley de cupo laboral trans es un paso fundamental.
Salir del pozo
La infancia de Diana, podrían resumirse así: una familia de clase media en Hurlingham, con una mamá y un papá que no habían podido acceder a estudios. Un descubrimiento de su identidad que vino, como el muchas niñas y niños trans, de la mano de los primeros años. El despliegue de la expresión de género a escondidas, en el baño, donde se depilaba las cejas, se maquillaba, o se proba ropa de su mamá frente al espejo. Una adolescencia cruzada por el bullying y la violencia institucional en un colegio religioso primero y un estatal después. La profunda y primera depresión a los 18 años, cuando se dijo: “Voy a vivir como Diana”. Hoy, subraya: “La identidad no se elige. Lo que se elige, es reprimirla o no”.
Entiendo que superar tu segunda gran depresión, la que viviste previa a ingresar al ISER, vino de la mano de la carrera profesional que se abría frente a vos. ¿Cómo fue salir del pozo?
Tengo la sensación de que muchas veces crecemos creyendo que no somos capaces de alcanzar determinados lugares “porque eso es para otros”. Hay muchos prejuicios, miedos, y ni hablar cuando sos adolescente y en una sociedad con tantas injusticias. Te resignás y no valorás tus talentos y capacidades porque crees que no lo mereces o no es para vos. Yo siempre, internamente, interpelé eso, tenía esa cuestión de ir tras una meta, un objetivo. Pero también pasé instancias de resignación en las que pensaba: “No, esto no es para mí, me van a rechazar”. Hasta que un día dije: “Basta. ¿Por qué tengo que pensar que no me va a ir bien, que no me lo merezco, que no sirvo?”. Eso me lo habían hecho creer indirectamente con la discriminación, con el prejuicio, con el señalamiento, con el bullying , con el maltrato. Un factor externo me venía diciendo a mí, históricamente y desde chica: “Vos no podés. Vos estás mal”. Cuando entré al ISER, sentí que le gané a todo eso. Vi mi nombre en la lista y dije: “Acá cambia mi historia. Acá cierro el ciclo de depresión”. Ese fue el click.
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En 2007, Diana había pegado el portazo en una cadena de peluquerías en la que comenzó barriendo y terminó convirtiéndose en jefa de personal de una de sus principales sucursales. A la discriminación en el ámbito laboral, no se la cuentan: la vivió en carne propia. El “derecho de piso” lo pagó con creces. “Yo sabía que era capaz, pero otros me decían que no, que no me merecía ese lugar”, recuerda. Decidió irse cuando se dio cuenta de que ese trabajo no la hacía feliz, que su vocación era otra. Está convencida de que a veces los momentos de depresión sirven como disparadores. “Estás abajo, tocás el suelo, y lo único que te queda es flotar, salir, ir a la superficie. Muchas veces situaciones límites motorizan a generar cambios que vienen con dolor”, asegura.
¿Qué peso tiene la mirada de los otros, los prejuicios y la discriminación?
Cuando recibís mucha discriminación, aunque intentes hacer oídos sordos, el cuerpo y la mente se saturan. Te sentás en un tren o un colectivo, algo totalmente básico para cualquier ser humano, y te tenes que enfrentar día a día con el destrato, con la cargada, con la risa, con el codeo uno con el otro. Eso es lo que vivimos las personas trans. ¿Cómo no te vas a cansar, a tener un momento de quiebre, de caída o depresión? ¿Por qué hay tantas personas que se suicidan dentro de la población LGBT+? Por el maltrato, por la exclusión.
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El amor por la locución empezó casi como un juego. Tenía 14 o 15 años y frente a sus compañeras del colegio imitaba a las locutoras de la FM noventosa que escuchaba. “Mis amigas se maravillaban. Pero en ese momento yo no era Diana para el resto. Era el chico gay del colegio, junto a otro compañero que era mi amigo. Todos nos señalaban. ¿Qué me iba a imaginar que iba a ser locutora cuando estaba en un entorno que me decía: ‘Ni se te ocurra, ¿qué estás soñando?’ Tuvieron que pasar muchos años para que, sintiéndome empoderada, me anime a enfrentar todo eso”, cuenta la periodista.
En enero de 2020 la llamaron de la TV Pública. No fue fácil ese nuevo desafío. Diana no tenía experiencia frente a una cámara de televisión y le tocaba conducir un noticiero en vivo de dos horas y aprender un lenguaje que hasta ese momento le resultaba desconocido. “Yo siento mi progreso y me lo hacen saber: le pongo mucha pasión y me siento cada vez más aplomada. Somos una red, hay un equipo. Lo mismo pasó con la ley del cupo laboral trans y la de identidad de género: es un logro colectivo. Somos como un andamiaje que se forma, una red de esfuerzos colectivos”, concluye.
Más información
- La ley de cupo e inclusión laboral travesti trans conocida como “ley Diana Sacayán – Lohana Berkins” fue impulsada por por más de 250 organizaciones, entre ellas el Frente Orgullo y Lucha, la Liga LGBTIQ+ de las Provincias y la Convocatoria Federal Trans y Travesti Argentina.
- La media sanción aprobada en la Cámara de Diputados establece un cupo laboral travesti trans del 1% en el ámbito público, incentivos para las empresas privadas que contraten personas travestis y trans y apoyo financiero a proyectos productivos travestis trans, entre otros aspectos. Actualmente, el cupo ya fue decretado para la Administración Pública Nacional y el Senado. También se aprobaron leyes de cupo o inclusión laboral travesti trans en las provincias de Buenos Aires, Chubut, Río Negro, Chaco, Santa Fe, Entre Ríos y La Pampa, así como ordenanzas similares en más de 50 municipios de todo el país. Sin embargo, la ley es reclamada por las organizaciones para garantizar el acceso federal a estas políticas y su continuidad.
- Para saber más: 100% diversidad y derechos
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