Disminuyen las abejas en el país y eso pone en peligro a todos
Estos insectos son los responsables de la polinización del 70% de los cultivos que comemos; según datos oficiales, en los últimos tres años, se redujo a la mitad la producción de miel en la Argentina
Se extingue una determinada especie. Destruyen otro hábitat. Avanza el deshielo en el Ártico. Se escucha tan a menudo este tipo de advertencias que ya no causan sorpresa ni indignación. Sin embargo, la noticia de que la población de abejas está disminuyendo en el mundo no debe pasar desapercibida: nuestra supervivencia depende en gran medida de ellas.
Las abejas son las responsables de la polinización del 70% de los cultivos que comemos, según datos difundidos por el Departamento de Agricultura de Estados Unidos.
Además de producir miel, este pequeño insecto cumple una función esencial en la polinización de la mayoría de frutas y verduras que comemos a diario. En el país, los cultivos que necesitan de la polinización de las abejas son: durazno (Alto Valle del Río Negro y Cuyo), palto (norte argentino), almendro (Cuyo), cerezos (Cuyo y Patagonia), ciruelo y kiwi (región pampeana), cítricos, manzanas y peras. Además de estos frutales, las abejas polinizan: frutas finas, hortalizas, leguminosas (especies forrajeras) y otros cultivos industriales como girasol, algodón, nabo y colza. Las abejas en la Argentina, al igual que en otras partes del mundo, corren peligro. Según datos oficiales, hasta el año 2004 el promedio de miel producida a nivel nacional era de unos 80.000 a 90.000 toneladas por año. En cambio, en los últimos tres años, se redujo a casi la mitad.
Lucas Martínez, presidente de la Sociedad Argentina de Apicultores (SADA) –OSC fundada en 1938 con el fin de estudiar y divulgar los conocimiento apícolas y que nuclea a más de 2000 apicultores independientes en todo el país y otras asociaciones–, dice que es hora de tomar conciencia: "Las abejas son las centinelas de lo que sucede en el ambiente. La muerte de las abejas refleja un preocupante deterioro en el ambiente en que vivimos", dice Martínez. En los servicios de polinización, que es donde hay una alta concentración de abejas, se nota de forma más patente. "Esto no es un cambio de un año a otro, hay un leve decrecimiento con los años. La gente está dejando la actividad", dice Martínez. Si bien no hay cifras confiables sobre la cantidad de abejas que hay en el país, existen otras formas de medición. Según SADA, alrededor de 4500 y 5000 apicultores dejaron la actividad en la pampa húmeda, zona núcleo de apicultura del país, desde el año 2006 hasta la fecha. Otros apicultores, ante la desesperación por la muerte de sus abejas, buscan otras zonas donde éstas puedan estar más protegidas. "Por medio de comunicaciones personales con los dueños de colmenas, me enteré de que ellos buscaban ambientes más al oeste pampeano para la multiplicación de abejas y la producción de miel ya que argumentaban que la introducción del cultivo de soja y el uso masivo de insecticidas conspiraban contra la producción de miel", apunta Gabriel Garnero, de la firma Agronehuen SRL, ligada a la comercialización y venta de semillas y agroquímicos y colaborador de la cámara empresaria de insumos pampeana.
Merma en la producción
La producción de miel en el país también está en descenso. Roberto Imberti, un apicultor de la provincia de Buenos Aires, viene registrando esta tendencia entre sus colmenas. Imberti, que ingresó al mundo de la apicultura años atrás motivado por la curiosidad y la diversión, ahora tiene 850 colmenas a su cargo. Cada una de estas colmenas tiene entre 80.000 y 4000 abejas, según la época del año. Lo que empezó siendo un pasatiempo, ahora ocupa su tiempo por completo.
El apicultor, de 64 años, vive en Loma Verde, Partido de General Paz, y tiene algunos de los apiarios a diez kilómetros a la redonda de su casa. Para llegar al resto de sus apiarios, que están en campos prestados a 100 kilómetros de distancia de su casa, entre Chascomús y Lezama, provincia de Buenos Aires, se mueve en su camioneta con acoplado. En la caja lleva todo el equipo necesario: overol, un sombrero con velo (parecido a un mosquitero) para taparse la cara y guantes, por si las abejas están inquietas. "Hace veinte años sacábamos entre 60 y 80 kilos de miel por colmena, en cambio ahora estamos entre 25 y 30", dice Imberti. Cada vez hay menos flora apícola –agrega Imberti–, es decir, plantas, arbustos y hierbas que aportan grandes cantidades de polen o néctar.
Causas de la merma
"La correspondiente disminución en volumen se debe principalmente a tres factores: causas climáticas, evolución de la frontera agrícola e impacto de algunos herbicidas e insecticidas", dice Ariel Guardia López, coordinador de la Unidad Apícola de la provincia de Buenos Aires.
Guardia López dice que en su provincia no se registra una merma en la cantidad de apicultores, pero sí en la producción de miel, en sintonía con lo que sucede a nivel país. Ante este situación y la disminución de las abejas y otros polinizadores silvestres benéficos para el ecosistema, Guardia Ló-pez propone la creación inminente de un registro de polinizadores y un plan de incentivo para la cortina forestal con especies nectaríferas.
Expertos consultados creen que el uso de los neonicotinoides –un insecticida tóxico muy utilizado en la agricultura– pone en peligro a las abejas. La Unión Europea, como forma de prevención, prohibió, desde diciembre del 2013, de forma parcial el uso de los tres plaguicidas pertenecientes a la familia de los neonicotinoides (clotianidina, imidacloprid y tiametoxam). Muchas veces, el efecto de estos productos –dice Martínez– se empieza a sentir después de 20 años de uso. "Eso lo podemos comprobar ahora. Vemos cauces contaminados hoy por productos de glifosato que comenzaron a utilizarse en forma masiva a fines de la dé- cada de los noventa", dice.
Es por eso que SADA envió una carta al Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa), en junio del año pasado, solicitando el "análisis de riesgos de los productos cuyas sustancias activas químicas sean neonicotinoides". Además, pidió "normativas claras para la utilización de estos productos, ya que con su uso están poniendo en riesgo el ambiente; y los productos que se comercialicen a futuro". Martínez agrega que por culpa de estos agroquímicos, los apicultores están teniendo dificultades para conseguir un espacio en los campos donde colocar sus apiarios. "Los productores no quieren que les pongan las colmenas cerca, ya que temen que cuando fumiguen se mueran las abejas y les hagan juicio", dice Martínez. Walter Farina, investigador especialista en Biología de la Abeja en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) propone nuevas evaluaciones y mayor rigurosidad para evaluar el impacto de estos agroquímicos sobre las abejas.
"Son pequeñas advertencias", dice Martínez y agrega que no son los únicos insectos que están desapareciendo. Él vive en el campo y sabe de lo que habla. Hace unos años, cuando oscurecía, si uno prendía un foquito, era insoportable la cantidad de bichitos que revoloteaban atontados alrededor de la luz. En cambio ahora, en las zonas sojeras, este hombre asegura que hay menos bichos aleteando en las lamparitas de los ranchos. La entidad Aves Argentinas también está preocupada por la disminución de abejas y de insectos en general, y dice que esta situación conlleva otras consecuencias negativas. Por un lado, esto representa un problema para las aves que se alimentan de insectos, y por el otro, la falta de polinizadores incide sobre la floración y la fructificación. "Todo es una frágil cadena", dice Francisco González Táboas, de Aves Argentinas.
"Hoy vamos a matar a las abejas, mañana a las aves y luego a las demás especies. Estamos dentro de un sistema que se aleja mucho de lo natural y de la producción sustentable, equilibrada y diversa de la que tanto se habla en congresos y seminarios", agrega Martínez.
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