Día Mundial del Síndrome de Down: tiene 26 años, trabaja desde los 15 y en un video explica el valor del empleo: “Me da independencia”
Martina Peire fue moza, promotora, ayudante de cocina, repositora y actualmente es asistente de preceptores y docentes en una escuela de San Fernando; su historia derriba prejuicios y expone que su recorrido es una excepción: el 85% de las personas con su condición no tiene empleo
- 5 minutos de lectura'
Martina Peire tiene 26 años y vive en San Isidro junto a sus padres, Fabiana Rosasco y Javier Peire, sus dos hermanos mayores y su perra Otis. En el 2019, Martu, que tiene síndrome de Down, se recibió de educadora ambiental en la Universidad de San Andrés. Lo hizo gracias al programa de Cascos Verdes, una organización que promueve la inclusión de personas con discapacidad intelectual a través de la educación ambiental.
Martu empezó a tener oportunidades laborales desde muy chica y hoy, después de pasar por varios trabajos, es asistente de docentes y preceptores en el colegio Saint Mary of The Hills, en la localidad bonaerense de San Fernando. “Me siento tranquila y relajada. El trabajo me ayuda con mi timidez. Me da independencia, aprendizajes nuevos y amigos. Además, conocí a mucha gente”, reflexiona Martu.
Para ella, el síndrome de Down nunca fue una barrera, sino todo lo contrario: empezó a trabajar a los 15 años y, desde ese momento, nunca dejó de hacerlo.
Su primer empleo fue de moza en Gratitude, un restaurante de San Fernando. Poco después, en un viaje de la Jornada Mundial de la Juventud, conoció a Eduardo Cazenave, quien en ese entonces era el director del Magno College, en Pilar. “Fue una conexión inmediata, nos hicimos amigos”, recuerda Eduardo, quien al ver el potencial que tenía Martu le ofreció un trabajo. Fue así como durante seis años ella se encargó de hacer distintas tareas en el colegio: ayudaba en el programa de nutrición, en el jardín de infantes y en el área de educación física de la secundaria.
“En el colegio que yo trabajaba en Pilar teníamos un proyecto de nutrición y cuando la profesora me dijo que necesitaba un ayudante pensé en Martu, fue muy natural, muy espontáneo. Se lo pregunté a los padres, se lo comenté a Martu y así empezamos una aventura de trabajo”, recuerda Eduardo y agrega: “Martu creció en autonomía, en dedicación. Con persistencia, con constancia y con mucha perseverancia, porque así es Martu, pudo ir avanzando y superando cada escollo, trabajando a la par con adultos y muy conectada con los chicos”.
A la par de su trabajo en el Magno College, Martu buscó nuevos desafíos y fue por más: trabajó de moza en Perejiles, un catering de pizza; fue promotora en La Rural para la Granja “El Aromo” en Nono, Córdoba; se sumó a través de la Fundación Discar para ser guardiana de la selva en un proyecto de Temaiken; y hasta hizo una pasantía en Sodimac Chile.
“Nos dimos cuenta de que necesitaba desafiarse más allá de los miedos que tenía. A medida que le ofrecimos diferentes desafíos, aunque le costaran y aunque fueran distintos los tiempos que necesitaba para superarlos, lo supo afrontar”, recuerda Fabiana, la madre de Martu, y remarca que lo único que necesita para alcanzar sus desafíos es tiempo.
Más allá de la historia de Martu, son pocas las personas con síndrome de Down tienen las oportunidades laborales que tuvo ella. Eso queda bien reflejado en un estudio que hizo la Asociación Síndrome de Down de la República Argentina (ASDRA) y que expone una realidad dura: el 85% de las personas con síndrome de Down están fuera del mercado laboral. A esto se le suma que el 66% de ellas no cuentan con formación para el empleo y que el 93% de aquellas que sí tuvieron alguna formación laboral, luego no acceden a un trabajo.
Esto último, según el director ejecutivo de la Asociación Síndrome de Down de la República Argentina (ASDRA), Pedro Crespi, se relaciona con dos datos claves: el 17% de las personas con síndrome de Down, de entre 3 y 16 años, no ingresaron al sistema educativo, mientras que el 48% de los adolescentes con síndrome de Down todavía no ingresaron al secundario y apenas el 3% alcanzan un nivel terciario o universitario. “¿Por qué? Por múltiples barreras: falta de adecuación curricular, ausencia de supervisión de las autoridades, prejuicios, etcétera”, dice Crespi.
Actualmente existe una ley que obliga a que el Estado cumpla con el cupo laboral de personas con discapacidad. Es decir, que dentro del plantel haya al menos un 4% de personas con discapacidad. Sin embargo, en la práctica ese cupo laboral dentro del sector público no se cumple.
“Cumplirlo puede impactar significativamente, ya que en general no se cumple. Y de esta manera se les quita el derecho a trabajar a muchas personas con discapacidad. Pero sobre todo se impide una transformación cultural, que le haría muy bien a las organizaciones. ¿Cuál es la receta para la inclusión laboral? La gestión y el compromiso. Y esto requiere liderazgo y convicción por parte de los dirigentes organizacionales”, afirma Crespi y sostiene que es fundamental que las empresas le den oportunidades laborales a las personas con síndrome de Down.
“Los empleos que se ofrecen deben ser accesibles y productivos, ya que se trata de un derecho y no de una obra de caridad. Los beneficios de la inclusión laboral son muchos: brinda empleo a personas que, muchas veces, son marginadas; mejora los índices de productividad y del clima laboral; e impacta en la reputación de las organizaciones, ya que la sociedad demanda una mayor responsabilidad social”, asegura Cresip.
Fabiana Rosasco que acompañó a Martu en toda su trayectoria laboral, le sugiere a las empresas que pierdan el miedo a equivocarse, que salgan de la zona de confort y que se den cuenta que el beneficio es mucho más grande. “La diversidad es que te inviten a una fiesta, ahí sí estamos todos. Pero la inclusión realmente es cuando te sacan a bailar. Nosotros como familias con chicos con discapacidad necesitamos que saquen a bailar a nuestros hijos. Que los dejen bailar y se dan cuenta de que van al compás de la música de ellos”, dice Rosasco.
Otras noticias de Inclusión
Más leídas de Comunidad
"Ahora Rubén es el principal donante". Su familia murió en un accidente y él quedó en la calle hasta que conoció a Malena y su ONG
Piden que 10 mil personas donen 1200 pesos. Es ciega y vive sola, pero para caminar por la calle necesita un perro guía que sale 10.000 dólares
“Me compré una computadora”. Qué hacen con el primer sueldo los jóvenes que acceden a un trabajo en blanco por primera vez en su vida
Felicitas Silva. De niña le decían que era “burra” y hoy es premiada por su plan de alfabetización