Día Mundial del Agua: hicieron una inversión de 250.000 euros “en medio de la nada” y lograron cambiar la vida de más de 5000 personas
En Santa Victoria Este, en el norte de Salta, Cruz Roja instaló una planta potabilizadora de agua; las comunidades indígenas de la zona pasaron de beber un líquido contaminado que les producía diarreas y aumentaba los riesgos de mortalidad infantil a experimentar un cambio radical en su día a día; sin embargo, en la provincia todavía hay miles de hogares que viven en la pobreza y sin agua potable
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Hace exactamente tres años, la calidad de vida de Lakín Sánchez, su familia y toda la comunidad donde vive, dio un salto definitivo. Por primera vez, accedieron a un recurso fundamental: el agua segura. “Nosotros buscábamos el agua de un pozo: tirábamos una piola y la sacábamos. Después, usábamos unas bombas, pero cuando se cortaba la luz, a veces durante días, no la podíamos sacar más”, recuerda Lakín, que es consejero y primer cacique de Misión Santa María, una comunidad wichi ubicada en el municipio de Santa Victoria Este, en el extremo norte de Salta.
Las familias del lugar se abastecían como muchas otras de la zona: directamente del río Pilcomayo, de lagunas donde proliferaban las algas y otros microorganismos, o de pozos de los que se extraía un líquido amarronado, con altos índices de arsénico y otros contaminantes, como cuenta Lakín.
Los casos de enfermedades y diarrea, sobre todo en niñas y niños pequeños, eran una postal cotidiana, a lo que se sumaba, por las distancias y el estado de los caminos, la dificultad de acceder a una atención médica. “Ahora todo eso cambió. Tenemos agua segura y la guardamos en tanques que mantenemos siempre limpios”, describe el cacique.
Lakín habla desde el campamento que, en febrero de 2020 (cuando en Salta se declaró la emergencia sociosanitaria), la Cruz Roja Argentina instaló en el lugar con el objetivo de montar, además de un puesto sanitario, una planta potabilizadora de agua y un sistema para su extracción, almacenamiento y distribución, que cambió la vida de entre 5000 y 8000 personas de comunidades wichi, toba y chorote de la región.
Desde que se instaló la planta en Misión Santa María, se potabilizaron más de 250 millones de litros de agua (50 millones solo el año pasado) y el impacto fue significativo. Dos ejemplos: los episodios de diarrea que superaban las 48 horas se redujeron de 84% a 14% y la disponibilidad de agua todos los días creció del 11% a 87%.
Una problemática extendida
La dificultad para acceder a ese recurso no es exclusiva del norte del país. En la Argentina, el 11,2% de la población (5.157.000 personas aproximadamente) no tiene agua corriente, según los datos relevados el año pasado por el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA. Ese informe refleja cómo el porcentaje de quienes no cuentan con ese recurso disminuyó casi un 6% en la última década, pero aún hoy, los desafíos para seguir achicando esa brecha son enormes.
Si se pone el foco en provincias del Norte como Salta, la realidad se torna alarmante, porque a la falta de acceso a agua segura se suman los elevados índices de necesidades básicas insatisfechas (NBI). En 2017, 32.999 hogares salteños con necesidades básicas insatisfechas no accedían a agua segura, tal como muestra el mapa interactivo de la Plataforma del Agua, una herramienta desarrollada por un grupo de universidades e instituciones que se propone visualizar estadísticas y promover políticas públicas.
Esa realidad, junto a los números de malnutrición y desnutrición del territorio salteño, conforman un combo explosivo. De acuerdo a un relevamiento de Cruz Roja realizado en 2020 entre niñas y niños de hasta 12 años de comunidades de pueblos originarios en los municipios de Santa Victoria, General Ballivian y Embarcación, el 53% comía una sola vez al día y más del 65% pasaba al menos una jornada por semana sin probar bocado.
Fue en ese contexto que el 5 de febrero de 2020 y tras la muerte de al menos ocho niños y niñas wichí a causa de desnutrición, el Gobierno de Salta declaró la emergencia sociosanitaria en tres departamentos: San Martín, Orán y Rivadavia, donde se encuentra Santa Victoria. La problemática logró un lugar central en la agenda pública y el panorama difundido por los medios que visitaron la zona, incluido LA NACION, era desolador.
Un estudio realizado en aquel momento por un grupo de profesionales de la Universidad de Salta mostraba que las tasas de mortalidad en menores de cinco años de la zona de Santa Victoria Este (31,94 cada 1000 nacidos vivos) triplicaban las de la Nación y las de la provincia.
“La desnutrición es una problemática urgente”
En febrero de 2020, la Cruz Roja Argentina comenzó a trabajar para garantizar el acceso y almacenamiento de agua segura en el territorio salteño. “Las comunidades no están como hace 200 años: están peor, porque hace 200 años no tenían tanta contaminación y no sufrían tantas violencias como hoy. Si se llegó a esos niveles críticos es porque todos fallamos, pero obviamente el Estado, en sus tres niveles, tiene más responsabilidad que nadie”, sostiene Diego Tipping, presidente de Cruz Roja Argentina.
Gracias al trabajo del campamento, en la zona la disponibilidad de agua de red aumentó del 40% al 81%; las personas que no cuentan con elementos seguros para almacenar ese recurso disminuyó del 93% al 12%; y la percepción del sabor agradable aumentó del 6% al 84%.
Sin embargo, desde que se declaró la emergencia sociosanitaria, continuaron habiendo muertes por desnutrición en la provincia: en 2022, entre mayo y julio, fallecieron al menos siete chicos wichi. La Defensora Nacional de Niños Niñas y Adolescentes, Marisa Graham, elevó entonces ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) el Segundo Informe de la Situación de los Derechos de Niñas y Niños de Pueblos Indígenas del Chaco Salteño, donde se ponía de manifiesto el grave problema del acceso al agua que continuaba sin ser resuelto por el gobierno provincial.
“La malnutrición y desnutrición severa sigue siendo una problemática superurgente. Es una realidad extremadamente delicada que requiere de un esfuerzo mayor y sostenido”, advierte Tipping.
Antes de empezar a trabajar en el lugar, desde Cruz Roja realizaron un trabajo de campo. “Decidimos montar un campamento humanitario en medio de la nada, instalamos una planta potabilizadora y empezamos a sacar agua del río Pilcomayo, en la triple frontera. La realidad era muy angustiante y necesitábamos que nuestros voluntarios se instalaran en la zona”, explica su presidente.
No fue de un día para el otro e implicó un diálogo y un trabajo articulado con las comunidades. Hay una imagen que a Tipping le quedó grabada a fuego. El día que se armó el campamento, la temperatura rondaba los 50 grados y los niños jugaban alrededor mientras desplegaba los trailers (algunos funcionan como dormitorios, cocinas o baños) y el puesto sanitario. “Se me acercó un chiquito que entonces tenía seis años, Ema, y le di una botella fría de agua mineral. Abrió los ojos como platos y cuando la probó, me dijo: ‘Wow, ¿esto es el agua potable?’ Eso te cala hondo porque uno, que abre la canilla de su casa y listo, lo tiene totalmente naturalizado”, recuerda.
“Recorrer 25 kilómetros te puede llevar diez horas”
La planta fue traída desde España y tiene la capacidad de potabilizar hasta 60.000 litros diarios de agua. Consta de un tráiler móvil de un tres metros de largo, donde funciona el laboratorio. “Hay un sistema de microfiltrado físico que permite sedimentar y coagular todas las impurezas y después se realiza un proceso químico que es el agregado de hipoclorito de sodio, un desinfectante para garantizar la vida útil del agua”, explica Maximiliano Tolaba, coordinador de Operaciones de Agua de Cruz Roja Argentina y quien habla con LA NACION desde el campamento en Misión Santa María.
El lugar dispone de dos reservorios (como piletas hechas con grandes bolsas) donde se almacena el agua que luego es cargada en cisternas para ser distribuida en los distintos parajes. “Una complejidad era cómo podían las familias almacenarla de forma segura en sus casas, porque varias personas trabajan en los campos y a veces les dan recipientes que tienen agroquímicos”, cuenta Tipping.
Por eso, se distribuyeron “tinacos” (tanques de plástico) y para aquellas familias nómades que viven de la pesca, se entregaron más de 1.100 filtros (parecen una especie de tupers) que pueden potabilizar hasta 80 litros diarios y trasladarse fácilmente: “Es un sistema súper práctico que trajimos de Reino Unido. Los filtros salen 60 dólares, duran cinco años y dan agua a 10 personas por día”, detalla Tipping. Todo va acompañado de capacitaciones para que las comunidades puedan autogestionar de forma segura este recurso.
Si bien fue el gobierno salteño el que convocó a Cruz Roja Argentina para trabajar en el lugar cuando se declaró la emergencia, el apoyo que recibió esa organización humanitaria desde que empezó su labor fue muy escaso. Ni siquiera se los ayudó a conseguir un terreno o una casa para que el equipo de ocho personas pueda instalarse de forma definitiva en Santa Victoria Este. Todo el trabajo se sustenta con donaciones de particulares y organismos internacionales.
Recientemente, presentaron un proyecto al Banco de Desarrollo de América Latina, y al Ministerio de Desarrollo de la Nación, porque su objetivo es llevar las plantas potabilizadoras a distintos puntos del país. “La constancia de trabajar en el territorio es la clave y también el demostrar que las soluciones de agua a veces no son multimillonarias en dólares, sino que con fondos superaccesibles se pueden cambiar realidades, porque el agua trae salud y desarrollo”, asegura Tipping.
¿Qué inversión se necesita para montar un campamento de este tipo, que puede dar agua hasta entre 12.000 y 14.000 personas por año? “Lo más caro es la inversión inicial, que son aproximadamente entre 200.000 y 250.000 euros, con todo el kit de laboratorio, la planta que es importada, etcétera. Es una alternativa viable, porque se demostró que los pozos, que es lo que se suele hacer en la zona, no son efectivos: el agua sale con arsénico y otros contaminantes”, sostiene el presidente de la Cruz Roja Argentina.
Y agrega: “Esto hay que replicarlo en distintos lugares del país, por eso estamos buscando dialogar con los gobiernos. Pero es difícil, porque es un año electoral e implica mostrar situaciones delicadas. A veces nos llaman y después se olvidan”. Mientras tantos, millones de argentinos siguen sin poder acceder a este recurso indispensable para una calidad de vida digna.
“Es lo más lindo que uno puede tener”
Los lugares alejados son los que plantean los mayores desafíos. Las Palmitas, por ejemplo, es una comunidad a unos 25 kilómetros del campamento de Cruz Roja e ir y volver le lleva a su equipo unas 10 horas. “Esto es así porque estás trasladando 5.000 litros de agua en la cisterna y los caminos nunca fueron preparados para camiones o camionetas. Muchas veces tenés que bajarte para palear tierra. Llevar el agua es una travesía, una aventura que se vive día a día. Durante semanas las familias esperan que el camión llegue y cuando lo hace es algo muy gratificante”, asegura Tolaba.
Cuenta que en La Esperanza, un paraje monte adentro a unos 16 kilómetros de la ruta, vive una familia criolla en situación de pobreza extrema. Antes que la planta potabilizadora llegara a la zona, se abastecían del agua de una laguna, de un color verde intenso. Vivían con problemáticas de salud: sarpullidos en la piel, enfermedades respiratorias, diarrea, entre otras.
“Los caminos para llegar al lugar son casi inaccesibles porque son sendas, no hay ruta. Cuando empezamos con el campamento la familia se acercó y nos pidió que le llevásemos agua. Fuimos agrandando la senda para que pasara nuestro camioncito y hace tres años los estamos asistiendo. El impacto fue tremendo, en la salud y en la recuperación nutricional de los niños −concluye Tipping−. Me acuerdo que Don Quintana, un viejito de la familia, salió con un vaso de su rancho y me dijo: ‘Hermano, lo más lindo que puede tener uno acá en el campo es agua’”.