Día del voluntario: Todos los sábados viaja más de cuatro horas para poder ayudar a otros
En la puerta de un pequeño hogar de ancianos del barrio de Almagro, Margot Mego Barboza, una joven estudiante de Perú, espera sentada desde hace unas dos horas al resto de sus compañeros voluntarios. Son las 16 de un sábado y todavía faltan 30 minutos para que lleguen todos. "Pasa que viajo en colectivo desde Escobar y siempre vengo con tiempo. Pero hoy salí más temprano porque tenía miedo de no llegar a la actividad por los cortes del G-20", explica Margot, de 19 años.
La actividad de la cual habla la joven es "Tengo un sábado", que forma parte de la lista de programas de la organización social Huellas. En esta, cerca de 500 jóvenes destinan parte de su día para poder visitar diferentes comedores, hogares de niños y de ancianos en La Plata, CABA, Quilmes y San Isidro, donde los hacen participar de diferentes actividades.
En el día del voluntario, esta joven remarca cómo ayudar a otros le cambió la vida. Todos los sábados Margot viaja más de dos horas, desde la localidad de Matheu, del partido de Escobar hasta Capital, haciendo combinación de diferentes líneas de colectivo, según el barrio porteño adonde le toque ir. "Al principio me perdía, incluso usando Google Maps, porque no conocía nada. Ahora ya me volví una experta", aclara riendo. Luego destaca: "Huellas me ayudó a adaptarme a este país en varios sentidos. Me cambió la vida".
Margot se mudó a Argentina en agosto del año pasado con el objetivo de poder hacer una carrera universitaria. Se instaló en la casa de su padre, que vive en el país hace más de 10 años. "Los primeros meses fueron muy duros, sobre todo porque tuve que dejar a toda mi familia en Perú. Además, yo era muy tímida y me costaba hablar con la gente de acá", cuenta Margot, originaria de la provincia de Jaen.
Luego de esperar unos minutos, llega el resto de su equipo, compuesto por tres mujeres y dos varones, todos jóvenes estudiantes universitarios. Una vez adentro del hogar Rosa Blanca, son recibidos con mucho entusiasmo por un grupo de 12 ancianos, reunidos alrededor de una gran mesa. Ya los han visitado varias veces y saben que les esperan dos horas de diversión, empezando por un bingo.
Marcela Méndez Orlando, encargada del hogar, asegura: "Los abuelos se ponen felices cuando vienen, para ellos es todo un evento. Durante los fines de semana no tienen actividades y, lamentablemente, a algunos no los visitan muy seguido sus familiares".
Una vez comenzado el juego, Margot ayuda a unos de los residentes a identificar los números que van cantando. Él le habla le habla al oído para preguntarle algo y ella le contesta sonriendo y sujetándole el brazo con mucha delicadeza. "Esta es una de las razones por las cuales vengo siempre, ver a los abuelos que nos esperan con tanta emoción me llena", comenta Barboza.
Margot conoció Huellas a los pocos meses de haberse instalado en Buenos Aires, a través de una publicidad en Facebook, donde en una foto aparecía una voluntaria hablando con un anciano que sonreía. "Instantáneamente me acordé de mi abuelo Gilberto, con quien viví toda mi vida. Es un segundo padre para mí y lo extraño muchísimo. En ese momento decidí anotarme para, de alguna forma, revivir esos momentos que compartía con él", recuerda.
Su primer sábado fue, justamente, en un asilo. Margot recuerda que estaba muy nerviosa, porque no conocía a sus compañeros y le costaba mucho socializar. Pero también destaca la satisfacción con la que volvió a su casa. Actualmente, a poco más de un año de esa primera actividad, se convirtió en coordinadora y una referente dentro de la organización, al punto tal que, junto al fundador de Huellas, Ezequiel Rodríguez, organizó y dio inicio a las actividades en Quilmes y San Isidro.
"Logré cosas que nunca me hubiese imaginado, como ser capaz de organizar y dirigir un equipo, mientras ayudo a otros. En parte, me descubrí a mí misma", confiesa Margot.
Luego de terminar el bingo, donde aquellos que lograron hacer línea ganaron golosinas, los voluntarios ponen sobre la mesa harina, pinturas, botellas y globos. Con esto los residentes arman juguetes y herramientas útiles para chicos con Trastorno del Espectro Autista, que luego son donados a la organización Comenzar. Esto forma parte de otro proyecto de la organización llamado "TEAayudo".
"No queremos solo ir a pasar un rato con los abuelos o a los niños, por así decirlo. Uno de nuestros objetivos es que ellos también puedan ayudar a otras personas desde su lugar, que sientan la satisfacción de hacer algo por el otro", agrega Margot, mientras ayuda a una de las abuelas a llenar un globo con harina.
Para Nancy Lugo, encargada de comunicación de Huellas y compañera de Margot, el ser voluntaria cambia la visión de las personas sobre la vida. "Antes los sábados me pasaba todo el día tirada, sin hacer nada. Gracias al voluntariado, conocí otras realidades y me di cuenta que, con pequeñas acciones, podés cambiarle la vida a alguien para bien. Me hizo crecer como persona", afirma Nancy, también de 19 años.
Para cerrar la jornada, una de las voluntarias saca un guitarra y reparte cancioneros entre sus compañeros y abuelos, anunciando que van a empezar cantando "Samba de mi esperanza". Irma, una de las residentes, en tono de broma, reclama que ya la habían cantado otras veces. Todos se ríen y la convencen de cantarla. Ella acepta a cambio de que uno de los chicos retome sus estudios universitarios. Irma, de 80 años, advierte: "Yo los reto un poquito, porque es mi forma de darles consejos. Les tengo mucho cariño a todos".
Finalmente, los voluntarios y residentes cantan también La Bamba y Despeinada, incluso un par de abuelas se levantan de sus sillas para bailar. Todo termina con un gran aplauso general, muchos saludos afectuosos y pedidos de que vuelvan pronto. Los chicos saben que se viene una pausa de fin de año, pero que en febrero ya estarán devuelta.
"Muchas de mis amigas de la facultad no me terminan de entender, me preguntan: ¿No es mucho ir todos los sábados? Pero haciendo voluntariado es cuando siento que mi vida tiene sentido", afirma Margot. Antes de emprender el viaje de dos horas para volver a su casa, concluye: "En teoría, vos le das algo a ellos, pero en realidad es al revés. El que más se lleva es el voluntario, porque esas sonrisas y muestras de afecto, hacen que absolutamente todo valga la pena".
Sobre Huellas
En 2007, Ezequiel Rodríguez creó esta organización social con el objetivo de hacer algo distinto a lo que solían ser los voluntariados en los que había participado. Huellas busca que los beneficiarios, tanto ancianos como niños, puedan sentir la satisfacción de ayudar a otros, mientras se divierten. Es así como elaboran de manera artesanal juguetes para niños con Trastorno del Espectro Autista o libros sensoriales para personas no videntes, entre otras cosas. En su página web, los jóvenes se pueden inscribir fácilmente para sumarse como voluntarios o hacer pasantías.