Día del Orgullo LGBT+: fue víctima de las terapias de conversión y ahora promueve la diversidad en espacios religiosos
Cuando era adolescente, Nicolás Bugnot fue atormentado durante varios años con el argumento de que tenía que “curar” su homosexualidad; pudo reconocer que su identidad no era un problema y ahora trabaja para que estas prácticas, todavía vigentes en el país, estén expresamente prohibidas
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En el pabellón, en medio de una treintena de hombres adultos y varios adolescentes, algunos de 14 años, Nicolás Bugnot se sumó al rezo. Todos profesaban religiones diferentes o ninguna. Él no sabía los nombres de nadie. Se llamaban por números. Él era “17″. No podía compartir información personal. Conocer mucho del otro, decía el líder religioso, era una amenaza, una tentación.
Lo que sí sabía Nicolás era la razón por la cual él y el resto estaban ahí. Tenían que ser restaurados porque algo en su ser estaba quebrado y porque así, repetían los referentes, lo pedía Dios. Todos eran homosexuales y debían dejar de serlo, porque “Dios ama a todos, pero no sus pecados”.
Nicolás, que creció en una familia evangelista, es un sobreviviente de las pseudoterapias de conversión. A sus 33 años, cuando ya abraza su identidad sin temor y vive una vida plena con su novio, recuerda con amargura lo que vivió a los 18 años en los retiros de masculinización, a los que llegó a través de un psicólogo que afirmaba haber dejado la homosexualidad porque se había “curado”.
“Cuando a los 14 años me di cuenta de que me gustaban los chicos, entré en crisis. Para una persona creyente es muy difícil que te confronten con la palabra de Dios. No solo es tu entorno o tu familia la que te juzga porque sos homosexual, es Dios. Si encima te dicen que también te niega, la vida es solo angustia”, se lamenta Nicolás y explica lo que parece inexplicable, tanto hace 15 años como ahora.
Si bien esos hechos ocurrieron en 2008, una investigación reciente de LA NACION reveló que las pseudoterapias de conversión aún se realizan. Pese a que son ilegales, se esconden bajo la fachada de terapias psicológicas, retiros, campamentos o grupos espirituales de sanación. Todos prometen lo mismo: un “quebrantamiento de la identidad” para dar lugar a una “restauración”. En general, los ofrecen tanto grupos religiosos como por profesionales de la salud mental o consultores psicológicos (counselors) basados en que la heterosexualidad es “lo normal” y que las diferentes orientaciones e identidades de género, no lo son.
Esas pseudoterapias son condenadas en varios países del mundo y organismos internacionales, como la Organización Mundial de la Salud (OMS), prefieren llamarlas “esfuerzos de cambio de orientación sexual y de identidad de género” (Ecosig). Quieren evitar la palabra “terapia” porque no hay nada que tratar ni curar porque ser homosexual o lesbiana no es una enfermedad. Además, la propia OMS, Naciones Unidas y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos describen a las terapias de conversión como una forma de tortura física y emocional.
Pero Nicolás, a sus 14 años, creyó que sí estaba enfermo, que era una amenaza, que no merecía ser amado por su familia y su entorno. A sus 18, en secreto, ya independizado y con un trabajo, fue por la que, pensó, era su única opción: buscar una cura.
Curar era reprimir
“No te dicen que no tenés que ser homosexual. Directamente se habla mal del homosexual. En las mesas familiares se los relacionaban con asesinos y violadores. Y yo tocaba el piano en todas las actividades de la iglesia, tenía a cargo el ministerio de alabanza, me gustaba colaborar con todos, mis amigos eran de esa comunidad. Tenía miedo de perder todo eso, que era mi vida. Tenía miedo de quedarme solo, de ser un paria, nadie”, relata Nicolás.
Su “proceso de cura” comenzó con una entrevista con ese piscólogo “restaurado”:
—¿Abusaron alguna vez de vos? —le preguntó el terapeuta.
—No —contestó en aquel momento Nicolás.
—¿La figura de tu madre es muy fuerte en tu hogar? —siguió indagando.
—Ella murió cuando yo era chico.
—Entonces, la figura de tu padre es más fuerte. Eso y la falta de tu madre ocasionaron en vos un vacío que llenás con deseos homosexuales —concluyó el psicólogo.
Nicolás dudó un segundo de la conclusión del profesional. Su hermano había vivido lo mismo que él, pero no era homosexual. Sus ansias de “sanar” pesaron más.
El tratamiento al que se sometería duraba dos años e incluía terapia una vez por semana, asistir a un grupo terapéutico con personas que atravesaban situaciones similares y un retiro anual de masculinización en un hotel de las sierras de Córdoba.
Leía material que después supo que era pseudocientífico, que hablaba sobre cómo curar la homosexualidad y seguía instrucciones que pueden resultar inverosímiles: no escuchar a Britney Spears o Lady Gaga; no mover las manos o caminar con demasiados modismos; engrosar la voz; dejar crecer su barba, no ver porno; cruzar las piernas en L y no en X, como hacen las mujeres; salir con mujeres.
“Yo soy muy nerd y todo lo que hago lo tomo muy en serio. Con el lavado de cabeza tan grande que tuve, más mis refuerzos por espiritualizar y disociar, logré durante bastante tiempo reprimir mis deseos homosexuales”, cuenta.
Al terminar los dos años obtuvo su “alta” y terminó con “honores”. Era un héroe para su comunidad. Lo felicitaron sus referentes religiosos y su psicólogo.
Era 2010, año en el que justamente se sancionó y promulgó la Ley Nacional de Salud Mental 26.657. En su artículo 3, esa norma indica: “En ningún caso puede hacerse diagnóstico en el campo de la salud mental sobre la base exclusiva de elección o identidad sexual”. También ese año se sancionaría la ley de matrimonio igualitario y en 2012 la Ley Nº26.743 en la que se establece el derecho al respeto de la identidad de género de las personas y a su libre desarrollo.
Pero Nicolás no sabía que su psicólogo incurría en un delito y tampoco se podía identificar con una comunidad que no fuera la propia, la de su religión. Como aún la angustia le apretaba la garganta y no podía “dejar de sentir” lo que sentía, repitió el tratamiento dos años más. Esta vez, en las instrucciones sus líderes religiosos incluyeron algo prohibido en su religión antes del casamiento: tener relaciones sexuales con mujeres. Es lo único que no cumplió.
De la tortura a la libertad
“Los cuestionamientos a la orientación sexual de una persona, basados en un modelo heteronormativo, ocasionan estrés, ansiedad y depresión. Se las señala como un problema y querer cambiarlas es obligarlas a negar quienes son, eso es una tortura”, explica a este medio Adrián Helien, psiquiatra y coordinador del Grupo de Atención a Personas Transgénero del Hospital Durand. Esa es la postura de las asociaciones de psicólogos de Argentina y así se alinean con la OMS, Naciones Unidas y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Nicolás sentía todo eso, “depresión, un dolor mental y físico”. Al volver a los retiros se dio cuenta de que desde el día uno vio que era imposible cambiar. “Muchos hombres lloraban diciendo que no podían sostener ser heterosexuales, los más jóvenes se autolesionaban e incluso pasaban por intentos de suicidio. Un hombre que hacía minutos había dicho a todos que se había curado, me invitaba a ducharme con él”, cuenta aún con preocupación. Después agrega: “Te das cuenta de que lo que quieren es controlarte. Y accedíamos a obedecer, a reprimirnos”.
Al quinto año decidió hablar de su problema con un líder que le dijo que no se estaba esforzando. Esa frase fue un detonante. “Entendí que mi lucha no tenía que ver con asuntos divinos, sino humanos. No era Dios quien esperaba que cambiara, era mi entorno y yo mismo. Familiares, iglesia, amigos. Mucha gente vivía con expectativa mi cambio”.
Cuenta que el 90% de las personas de su entorno se alejó de él. Pero que recién en ese momento comenzó su verdadero proceso de sanidad. “Tuvo que ver con mi propia imagen de Dios, de mí mismo y del mundo”.
“El camino es visibilizar y mostrarse”
Nicolás dice que es importante seguir hablando de lo que vivió para que otros se animen a contar sus propias experiencias en las mal llamadas terapias de conversión y que puedan denunciarlas.
De hecho, hace poco empezaron a ser penalizadas en México y esta semana en la asamblea de la Organización de Estados Americanos (OEA) se firmaría un documento en el que los países miembros habían consensuado que se prohibieran en todo el territorio. No obstante, el 6 de junio pasado la representante de la Cancillería argentina objetó ese punto con el siguiente argumento: “Argentina considera que los derechos humanos no deben pronunciarse sobre planteamientos científicos. La redacción actual recuerda los tiempos en los que los poderes fácticos monitoreaban los avances científicos”.
Nicolás ve esa objeción como “un retroceso en los derechos adquiridos por las personas LGTBQ+”. Indica que esa postura del gobierno actual “coincide con los discursos que últimamente vienen de sectores cercanos al poder”. Y se refiere a lo que dijo la canciller Diana Mondino, quien comparó la homosexualidad con ´querer tener piojos´ o cuando Nicolás Márquez, biógrafo y amigo del presidente Javier Milei, dijo que los gays tienen una “sexualidad desordenada y autodestructiva”, que son “insanos” y de “tendencias suicidas”, lo que según Nicolás, “confunde las consecuencias de la discriminación con una característica que no es tal”.
Por eso, Nicolás, que hoy es consultor psicológico y vive en el barrio porteño de Villa Devoto con su novio, apuesta a hablar más que nunca de las libertades, dice que “el camino es visibilizar, marchar, mostrarse”, así como avanzar con los diferentes proyectos de ley contra las pseudoterapias de conversión a pesar de que aún esperan ser tratados.
También, con esa misma visión positiva, cuenta que organiza con una amiga teóloga un espacio interreligioso para que personas LGTBQ+ y heterosexuales puedan conectarse con su fe por fuera de los dogmatismos.
“Yo no tuve opciones, solo podía ser heterosexual y casarme con una mujer”, resume Nicolás. “Quiero que se sepa que todos podemos vivir nuestra fe, más allá de nuestra identidad de género. Tanto si profesás o no una religión lo que importa es amar y respetar al otro, lejos de los discursos de odio. Solo importa eso, amar y respetar”.
Dónde hacer una denuncia
● Unidad Fiscal Especializada en Violencia contra las Mujeres. Atiende temas vinculados al colectivo LGBTI+. Se puede llamar al 7092- 6987/88 o escribir a ufem@mpf.gov.ar.
● Colegios profesionales de psicólogos. En las sedes de cada ciudad se puede reportar a terapeutas.
● Asociación Familias Diversas de Argentina. Ofrecen asesoramiento y se los puede contactar por Instagram o por equipo@afda.org.ar.
●Asociación internacional de personas LGTBQ+. Tiene una base de datos con la legislación sobre estas prácticas en todo el mundo.