Después de la internación, comparten una casa en Temperley
Mariana, Helen, Gaby y Marta se reinsertaron en la comunidad gracias al Programa de Rehabilitación y Externación Asistida del Hospital Esteves; las asiste un equipo de profesionales
Son las 10.30 del martes y Mariana, Helen, Gaby y Marta toman mate en su cocina, en Temperley. Reconstruir el recorrido que hicieron hasta llegar a esa casa que comparten no es fácil. Admiten que pasaron "de todo", pero también que sus historias son el testimonio de que, con los apoyos necesarios, lo que les parecía imposible se volvió realidad. Tras años de internación en el Hospital Esteves (un neuropsiquiátrico en el que conviven más de 600 mujeres), gracias al Programa de Rehabilitación y Externación Asistida (PREA) logaron reinsertarse en la comunidad. Hoy son parte del barrio: cuatro vecinas más.
Mariana abre la puerta de entrada con una sonrisa e invita a pasar. Coqueta, con los ojos resplandecientes, dice: "A mí el PREA me devolvió el alma". Tiene 70 años, estuvo más de siete internada y desde hace 16 vive nuevamente en sociedad: fue una de las primeras externadas a través del programa. "No tenía a nadie: mis padres y hermano habían fallecido. Acá encontré un familia. Salir fue una alegría intensa."
María Rosa Riva Roure es psiquiatra y coordinadora general del PREA del Esteves. Explica que este programa se inició en 1999, tras una resolución del Ministerio de Salud de la provincia de Buenos Aires que preveía su implementación en los cuatro hospitales monovalente bonaerenses. Aunque en el resto el PREA tuvo altibajos, en el Esteves se mantiene de forma ininterrumpida desde su creación.
"Es un programa de desinstitucionalización o desmanicomalización, basado en la recuperación de los derechos de ciudadanía y destinado a externar a personas internadas en el neuropsiquiátrico, que alguna vez sufrieron una crisis de salud mental que motivó la internación, y que por diversos motivos (en general, porque no tienen familia o no tuvieron los recursos económicos o apoyos necesarios) permanecieron allí durante muchos años", cuenta Riva Roure.
La psiquiatra apunta que durante las internaciones largas, estas mujeres han ido perdiendo habilidades sociales y hábitos cotidianos: "El manicomio es una institución total, como la cárcel, que provee de ropa, comida, organiza la rutina, etc. Por eso, el PREA tiene dos grandes sectores: intrahospitalario y fuera del hospital".
El primero cuenta con dos etapas: de admisión (se entrevista a las mujeres en condiciones de ser externadas) y de participación en los talleres donde se trabaja la recuperación de hábitos (desde el cuidado de la salud, hasta el cómo moverse en la calle, manejar dinero o cocinar). "La idea es que se vayan conociendo y armando grupos por afinidad, para que vivan luego en las casas de convivencia". Actualmente, el programa cuenta con 18, en las que viven, en grupos de tres a cinco, 72 mujeres entre 26 y 85 años.
Con apoyo constante
Una de las mayores dificultades del PREA es conseguir casas para alquilar: "Lo hacemos con fondos del Ministerio de Salud de la provincia (que también se ocupa de los impuestos), y puede ocurrir que se atrasen los pagos", dice Riva Roure. Cuando se cuenta con las viviendas, las mujeres inician el proceso de adaptación.
Viven solas, pero contenidas de forma constante por el equipo de profesionales (psiquiatras, psicólogos, acompañantes comunitarios, enfermeras, terapistas ocupacionales y trabajadores sociales). Así, sostienen su tratamiento y se reinsertan socialmente. "Es un trabajo cuerpo a cuerpo", asegura Riva Roure.
Marta, de 55 años (vivió nueve internada y hace menos de uno que salió), afirma: "Gracias al PREA recuperamos la libertad. Me volví a sentir útil, mujer, y encontré una familia". Recuerda: "Al mes de entrar en el hospital, ya tenía el alta. Pero como mi hermano vendió mi departamento, me quedé sin hogar". En los talleres de recuperación de habilidades, volvió a aprender "a convivir, a ordenar la casa, lavar, porque muchas de esas cosas en la internación uno se las olvida". Lo que más le costó fue volver a moverse sola por la calle o tomarse un colectivo, y cocinar.
De sus 61 años, Helen pasó 30 internada, entre idas y venidas, en el Esteves. Hace siete que salió, pero recuerda como si fuese ayer su primera internación: "Fue a los cuatro meses de que falleciera mi mamá. Yo tenía 31 años y para mí se murió el mundo. No me bañaba, andaba de noche por la calle. Hasta que mi papá me internó. Él se ocupaba de mí, me visitaba, pero luego murió. Entonces ya no tuve a nadie más", dice.
A Gaby le tocó cebar. Cuando es su turno de hablar, adelanta que se va a emocionar. Y así es. Tiene 53 años y desde hace cuatro vive en una casa del PREA. Durante la década que estuvo internada, perdió el contacto con sus cinco hijos. En ese entonces, el más chico era un bebe.
La mayor satisfacción que le dio el programa, fue volver a trabajar esos vínculos: cuando se externó, pudo encontrarse con sus hijos. La visitan y la llaman con frecuencia. Hoy, es abuela de tres nietos. "Cuando vi a mis hijos de grandes, sentí una emoción que no puedo contar", confiesa Gaby. "Luego de estar tanto tiempo encerrada, me dio miedo salir a la luz, a la vida: me costó muchísimo regresar a la sociedad. Pero gracias a los médicos, a las enfermeras y a todo el equipo, pude".
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