Depresión en niños y adolescentes: señales de alerta y cuándo hay que pedir ayuda
Cambios paulatinos o abruptos en la conducta, pocas ganas de jugar, de construir proyectos o de tener pequeños planes, son señales de alerta de que algo está pasando en la salud emocional de las chicas y los chicos. Es lo que notó Agustina, la mamá de Tomás, de 11 años, que antes de la pandemia estaba probándose en un club de fútbol a nivel profesional y la suspensión de los entrenamientos y los planes de carrera en el deporte, le provocaron una gran frustración. Empezó a perder interés por todo, desde las clases por Zoom, hasta las actividades sociales con su grupo de amigos que seguían realizándose mediante grupos de WhatsApp y juegos virtuales. “Empezó a contestarnos mal en casa, a estar enojado, le cambió muchísimo el carácter”, cuenta Agustina, que no imaginaba que un niño de esa edad podía estar atravesando síntomas de depresión.
“La pandemia aumentó las consultas por cuadros de depresión y ansiedad en niños y de adolescentes”, afirma Silvia Ongini, psiquiatra infantojuvenil del Departamento de Pediatría del Hospital de Clínicas, quien además evidenció una baja en la edad de los pacientes. “Está documentado el impacto del aislamiento y el Covid en niños y adolescentes; en realidad, en toda la población, pero el hecho de que tantos adultos no estuvieran en condiciones de ser más responsivos emocional y afectivamente, sumado a la falta del contacto con sus pares, generó que estos cuadros se intensificaran”, agrega la psiquiatra. Así también lo confirmó el informe de Unicef sobre el impacto de la pandemia Covid-19 en las familias con niñas, niños y adolescentes: el aislamiento social incrementó sentimientos negativos como el miedo, la angustia o la depresión.
Por eso, los expertos consultados por LA NACION aseguran que mientras la crisis se prolongue, en tanto el ansiado “fin de la pandemia” y la utópica “vuelta a la normalidad” no se concreten, es clave que, junto a los cuidados frente al contagio del virus, se brinde apoyo psicosocial y se preste atención a la salud mental de los más chicos.
Señales de alerta
¿Qué significa que un chico pueda estar deprimido? ¿De qué hablamos cuando hablamos de depresión en los niños o en los adolescentes? ¿Es lo mismo que en los adultos? Ongini explica que los signos y síntomas que se manifiestan cuando un niño está deprimido, son los que permiten distinguir y diferenciar si se trata de un trastorno depresivo (un diagnóstico cuyos criterios están establecidos en el manual de psiquiatría) o una depresión como síntoma o como estado. “Según la edad el cuadro clínico será diferente y no se manifiesta exactamente como en los adultos”, recalca la experta.
“Lo fundamental es considerar que hay una desvitalización en la vida de un niño, cierto aplastamiento o aplanamiento emocional”, resalta la licenciada Paola Braslavsky, integrante del Programa de la facultad de psicología de la UBA en el Hospital de Clínicas. Estos signos se manifiestan como: pérdida de interés o ganas, desmotivación, incapacidad de disfrutar del juego, de la vida familiar, del compartir con otros niños. Si bien el cambio de gustos es algo común que se da con el crecimiento durante la infancia y puede ocurrir que un chico ya no quiera seguir haciendo las actividades que antes le gustaban, se debe prestar atención a la falta de interés por querer reemplazarlas por nuevas actividades.
Puede mostrarse de diversas maneras: a veces bajo la forma del aburrimiento, otras bajo la forma de caprichos o demandas y demandas y de una insatisfacción permanente. Algunos chicos expresan que nadie los quiere y que por eso están así, otros se sienten incapaces de probar cosas nuevas, no solo juegos sino salir -es lo que se observó en la pandemia, cuando se empezó a habilitar salir había chicos que están totalmente replegados, desanimados-.
A veces, la depresión se encuentra detrás de actitudes como la falta de apetito, el rechazo a los alimentos o, por el contrario, de comer vorazmente; de alteraciones del sueño; de dificultades para concentrarse; en algunos casos, aparecen actitudes regresivas de mucha dependencia respecto de los padres o pasar demasiadas horas al día solo y conectado a dispositivos electrónicos. Algo que al principio fue bueno como pasar más tiempo juntos, con la prolongación del aislamiento y la mayor permanencia de la familia dentro de las casas se volvió en contra del bienestar emocional de los integrantes.
Terminar el secundario, estar con sus amigas y amigos, irse de viaje de egresados. Entre otros, esos eran los planes de Laila (18) para 2020, pero la pandemia lo cambió todo y, de repente, el día a día se le volvió muy difícil de sobrellevar. No podía verse con su novio ni con sus amistades y sufrió mucho tener que estar alejada de sus afectos. En mayor o menor medida, todos los adolescentes pasaron por esto, pero en el caso de Laila el cuadro fue más profundo. “La cuarentena afectó mucho mis vínculos, los cambió de arriba a abajo”, recuerda. Después, el desafío fue reconstruirlos en la “nueva normalidad”. “Descubrí que muchas amigas estuvieron pasándola muy mal todo ese tiempo igual que yo, sin ganas de nada. No sabía por qué me pasaba lo que me pasaba, qué era y qué hacer con eso”, enfatiza la joven.
En los adolescentes, cuando se vuelve más difícil descubrir estos cambios porque hay una creencia de que ellos son así por una característica esperable de esta etapa, es quizá cuando hay que estar más atentos.
Momento de hablar con el pediatra
Sofi (14) no supo muy bien cómo reaccionar cuando una conocida del colegio, una noche, le mandó un mensaje directo por Instagram pidiéndole que la fuera a visitar porque estaba triste y había pensado en suicidarse. Al principio se preocupó, pero no sabía qué hacer ni qué contestarle, entonces optó por comentarles la situación a sus padres, aprovechando que justo en ese momento estaban despiertos. Como era medianoche –y agradecidos por la demostración de confianza de la adolescente- ellos le sugirieron que le escribiera ofreciéndole verse por videollamada o encontrarse al día siguiente; también le plantearon que les pasara el teléfono de alguno de los padres de la chica.
La primera duda, cuando un adulto cercano advierte que “algo está pasándole” a un niño o a un adolescente, es qué hacer. ¿Preguntarle directamente “qué te pasa”? No siempre es tan sencillo. Pero habrá que encontrar el modo. Un buen comienzo es consultar con el pediatra. “La depresión es el trastorno del ánimo más frecuente durante la infancia y adolescencia”, explica el doctor Néstor Abramovich, jefe de sala de internación y de Pediatría del Hospital de Clínicas José de San Martín. “Para modificar su evolución es fundamental un diagnóstico y un tratamiento oportuno”, destaca.
En términos médicos las causas de la depresión en niños y adolescentes pueden deberse a distintos factores: por un lado, los aspectos biológicos como la herencia genética, la desregulación de los neurotransmisores y la influencia de las hormonas sexuales durante la pubertad; y, por el otro lado, los factores ambientales que pueden predisponer a la aparición de síntomas depresivos: la convivencia con padres o uno de ellos, o adultos que manifiestan depresión; experiencias de pérdida o abuso, antecedente de psicopatología de algún progenitor y un entorno familiar disfuncional. Además, la pandemia y el uso excesivo de pantallas agravaron los trastornos del ánimo, provocando depresión, ansiedad y/o irritabilidad, junto con otros problemas como el sedentarismo, cambios en el apetito y el peso y alteraciones de la vista.
Después de consultar con el pediatra, puede ser necesario acudir a un profesional de la psicología y, también, en algunos casos, recurrir a un médico psiquiatra, según las características del cuadro. En atención a niños y adolescentes, los psicólogos aconsejan que primero sean los padres quienes acudan a la consulta. “Siempre se justifica realizar la consulta profesional si un padre observa cambios en el hijo o hija que pudieran hablar de la depresión en infancia o de defensas emocionales muy rígidas”, recomienda la psicóloga Braslavsky.
Laila pudo gestionar sus emociones con el apoyo que necesitaba: durante toda la cuarentena mantuvo sus sesiones habituales con la psicóloga que consultaba y asegura que ese espacio a ella la ayudó a ordenar sus pensamientos, poder encontrar herramientas para gestionar mejor sus estados de ánimo o pedir a sus padres lo que necesitaba. “A mí lo que me pasó es que estaba abrumada y lo único que necesitaba era que me escuchen”, comparte Laila y cuenta que ella, por su parte, aplicó la misma estrategia con sus pares, especialmente cuando sentía que la relación con ellos se estaba “resquebrajando”.
Ante la sospecha, siempre es buena idea hablar con el pediatra, exponerle las dudas y las observaciones para que oriente cuál es el mejor camino a seguir.
Servicios de salud mental
- Hospital de Niños Dr. Ricardo Gutiérrez: la unidad de salud mental brinda asistencia a niños, niñas y adolescentes de 0 a 17 años; orientación, informes y turnos: lunes a viernes, de 11 a 12.30 horas; tels.: (01) 4962-9247/9248 /9280, Int.: 288; saludmentalhnrg@gmail.com
- Salud Mental Infanto-Juvenil del Hospital de Clínicas “José de San Martín”: lunes a jueves, de 8 a 12 horas. Cómo conseguir un turno: los padres deben concurrir sin turno previo en el horario de atención para entrevista de pre-admisión. Av. Córdoba 2351, entrepiso, ciudad de Buenos Aires, Tel.: (011) 5950-8575/8528/8529.
- Hospital Carolina Tobar García: Psiquiatría infanto juvenil Departamento de Psiquiatría y Psicoterapia, teléfono: 4304-4937 (Admisión); para guardias psiquiátricas, todos los días las 24 horas, teléfono: 4304-6666/304-2692; Ramón Carrillo 315, CABA.